viernes, 19 de septiembre de 2025

EL SANTUARIO DEL CORAZÓN

Y una consideración final, a modo de corolario de nuestras reflexiones: cultivemos de manera similar el santuario del corazón. Suena un poco extraño, como algo en cierto sentido contradictorio. Con unilateralidad orgánica, a lo largo de los años hemos venido anunciando a Dios como el "Dios de la vida". Y ahora nos referimos al "Dios del corazón", que es también esencial para los tiempos que corren.

Recuerden lo que declararon los astronautas rusos con tono triunfal: "No hemos encontrado a Dios en ninguna parte". Lo han leído en la prensa y quizás les arrancó una sonrisa: nuestro mundo está confundido en lo que hace a las cosas del espíritu…

En un futuro lejano será un gran problema para las masas del pueblo: ¿Dónde está el cielo? Antaño nuestros abuelos se lo representaban ingenuamente: cuando llovía era porque los ángeles allá arriba derramaban la tina. El mundo está acá abajo. Se lo imaginaban todo. ¿Dónde estaba el cielo? Siempre "arriba"; "abajo" está el infierno. Hay que entender estas cosas.

Pero Dios permite que la Iglesia sea zarandeada. Esto es un serio problema para el pueblo. Nosotros quizás no sentimos la conmoción porque estamos sólidamente formados en dogmática, pero la masa del pueblo sufre esa agitación. Cuando se aplaque la tempestad, cuando se pueda reflexionar sobre la revolución ideológica que cunde por el mundo de hoy, verán qué grave es la situación. ¿Dónde está en realidad el cielo? Respuesta: mi alma en gracia es el cielo para mí, es el cielo para el Dios Trino.

Hasta ahora nos hemos anticipado en todo a nuestra época, porque Dios nos regaló la gracia de leer sus deseos y voluntad en el acontecer del tiempo. Y en este tema nos está hablando nuevamente el tiempo. Porque se trata de nuevos problemas que están surgiendo. Trabajemos por lo tanto en nuestra educación a fin de que todos nos experimentemos mucho más fuertemente como una iglesia de la Trinidad, como un santuario de la Trinidad. De ahí la importancia de que en nuestros santuarios tengamos ahora un símbolo de Dios padre, o la paloma como símbolo del Espíritu Santo. Pero no olviden que para nosotros el símbolo clásico del Espíritu Santo ha sido hasta hoy la santísima Virgen. Pero no me detendré ahora en este punto.

Nuestro corazón es entonces un santuario de la Trinidad. Ahora sólo tenemos que contemplar nuestros santuarios en su relación con la santísima Virgen.

Desde el comienzo la santísima Virgen fue para nosotros la balanza del mundo. De ella parte la línea hacia el Dios Trino. Esto no fue querido así desde el principio sino algo que se fue gestando gradualmente como todas las demás cosas. Cuando considerábamos haber detectado una raíz, por modesta y delicada que fuese, siempre la cultivábamos con fidelidad. Así ocurrió con la devoción mariana, más allá de su encuadramiento dogmático. Cuando contemplo este proceso desde el punto de vista sociológico y psicológico, debo decir: la santísima Virgen es la balanza del mundo. He aquí un núcleo, una raíz. En ella el más allá y el más acá se unen ejemplarmente de acuerdo con la ley de los casos preclaros. Observen con qué rapidez surgieron en nosotros estas formulaciones. No son fruto de cálculo humano, sino de lo que Dios ha ido señalando a través del tiempo y del orden mundial.

¿Qué significa entonces ser un pequeño templo de la santísima Trinidad? Mi santuario, nuestro santuario, tiene que convertirse también en un pequeño templo de la Trinidad. Si somos un pequeño templo de la Trinidad, en nuestro corazón llevaremos a toda la Iglesia, a todo el orden salvífico. Dicho concretamente, esto significa estar habitado por la Trinidad y entregado a la Trinidad.

 

viernes, 12 de septiembre de 2025

LOS SANTUARIOS FILIALES

Construyamos el santuario… Me referiré primeramente a la construcción de los santuarios filiales. ¿Por qué razones estamos convencidos de que en ellos obtenemos las mismas gracias que en el santuario original? ¿Qué condiciones tenemos que cumplir y qué frutos podemos esperar a la hora de poner tan fuertemente en primer plano los santuarios filiales?

Para nuestros extranjeros era muy difícil carecer de santuarios filiales. Piensen en Chile, Brasil… ¡Qué importante es el santuario, especialmente para los latinos que tienen una disposición tan marcada para lo sensible! Resulta difícil introducir a alguien al mundo de Schoenstatt apelando sólo a la exposición de ideas. De ahí pueden inferir la importancia crucial que revistió nuestra espiritualidad de los santuarios filiales.

Entre las hermanas que llegaban al extranjero provenientes de Alemania había una tácita inquietud. Fue solucionada construyendo los santuarios filiales de modo que, en lo posible, fuesen idénticos al original: así se facilitó en ellos la vivencia de hogar por asociación al santuario original.

En Milwaukee me visitaban schoenstatianos procedentes de los cuatro puntos cardinales. En Milwaukee había un santuario filial. Yo me alegraba mucho al escuchar que mis visitantes decían: "¡No hay diferencia! ¡Es como si estuviéramos en casa!"

Asemejamiento e incorporación al santuario original

Ésta fue también la razón de por qué siempre mantuvimos la consigna: en lo posible, asemejarse al santuario original, pero también incorporarse a él. ¿Qué significa asemejamiento? Que todo lo externo sea igual. ¿E incorporación? Que nos integremos a la misión del santuario original. Hay que designar a los procesos de vida siempre con los mismos términos. Con el paso del tiempo debemos desarrollar esa maestría, porque nos infundirá seguridad en cuanto a los principios metafísicos. Vale decir entonces que no sólo hay que lograr un asemejamiento e incorporación a la cabeza sino también un asemejamiento e incorporación al lugar. Quien no tenga por naturaleza facilidad para lo metafísico aprenderá por esta vía a reflexionar en profundidad las ideas y exponerlas con pocas palabras.

Kentenich READER, Tomo 2

viernes, 5 de septiembre de 2025

SCHOENSTATT Y SU SANTUARIO: un lugar de gracias

La comunicación entre Dios, puro espíritu, y el ser humano, un ser ligado a la materia, constituye un tema fascinante. Por "comunicación" no sólo se entiende una percepción intelectual sino también un intercambio integral de vida que incluye los sentidos y la afectividad, y apunta a entrelazar con la mayor perfección posible la naturaleza y la gracia.

Cumbre y punto nodal es el Dios hecho hombre, la palabra de Dios hecha carne. En el camino de la historia que lleva hacia esa cumbre y en la continuación de dicho camino, se observan incontables iniciativas de Dios. En tales iniciativas, Dios ha unido su intervención y su gracia a determinados lugares, cosas u actos. Elocuentes ejemplos de ello son los sacramentos y los santuarios. En todas las religiones, los santuarios se enmarcan en la fe que Dios opera particularmente en determinados lugares y signos.

En el ensayo "Schoenstatt, lugar de gracias", del cual ofrecemos a continuación algunos fragmentos, el padre Kentenich enfoca la cuestión de si Dios (a través de la santísima Virgen) ha obrado y obra especialmente en el lugar de Schoenstatt y en el Movimiento surgido allí.

……

“Schoenstatt, en cuanto lugar y en cuanto organismo vivo, se consideró a sí mismo, desde el principio como una clara obra de Dios, y eso le infundió fuerza de empuje en todas las situaciones por las que pasó. La discusión en torno de Schoenstatt topa, tarde o temprano, con la pregunta crucial: ¿Se puede demostrar realmente que Schoenstatt es claramente una obra de Dios?

Hablo a la vez de lugar y organismo vivo, porque ambos están inseparablemente unidos. Nacieron y crecieron juntos; compartieron siempre un mismo destino. Lo que se dice del lugar vale igualmente para el organismo vivo.

Para quienes contemplan a Schoenstatt con una actitud crítica, los problemas que se plantean en esta área se resumen en la siguiente pregunta:

¿Puede considerarse a Schoenstatt como lugar de gracias?

[…] Una comparación con Fátima nos infunde claridad sobre el asunto. En relación con nuestra fe que Schoenstatt es una obra de Dios, voy a enfocar las fuentes de conocimiento de uno y otro lugar [Fátima y Schoenstatt].

Vivimos en una era de irracionalismo y misticismo triunfantes, en una era de debilitamiento de la fe y de la vida de fe. Especialmente en tiempos como éstos, existen muchas personas que para su conversión esperan milagros y signos extraordinarios, visibles, palpables. Parece que Dios, en su bondad y sabiduría, tuvo consideración de estas personas haciendo surgir el santuario de Fátima.

Otras personas, en cambio, tienen la fuerza y la gracia de abrazar con seriedad las verdades de la fe y así asumir la vida incluso en sus situaciones más difíciles. En este sentido encuentran un sólido apoyo en Schoenstatt, porque Schoenstatt nunca se basó ni en visiones, ni en profecías, ni en milagros físicos: todo en Schoenstatt descansa en el deseo y la acción de Dios. Deseos y acción de Dios que todo cristiano que tenga fe en la divina Providencia puede discernir en la vida diaria y en el acontecer mundial. […]

Cuando llamamos "lugar de gracias" a Schoenstatt, lo hacemos en tres sentidos

Nos referimos a nuestro santuario como lugar de gracia tal como lo es toda iglesia y capilla donde se haga oración y se ofrezca el santo sacrificio. Nadie tiene nada que objetar a ello. Tampoco se objetará que consideremos a nuestro santuario como centro de un movimiento religioso que se originó allí y tiene además allí su hogar. Nuestro Movimiento lo siente como hogar en virtud de los cursos que continuamente se dictan allí, y de vivencias religiosas profundas, tanto en el plano individual como comunitario.

Estas dos interpretaciones no son el punto de ninguna objeción, por lo tanto quedan fuera de discusión. Ésta última gira solamente en torno de la siguiente pregunta: nuestro santuario ¿es como los otros lugares de gracia y de peregrinación donde la santísima Virgen "ha erigido su trono de manera especial"?

La Familia de Schoenstatt sostiene esta opinión fundándose en el Acta de Fundación y en la interpretación providencialista del desarrollo histórico del Movimiento basado en ella. El punto culminante del Acta de Fundación son las siguientes palabras:

"Me parece como si en este momento Nuestra Señora aquí, en la capilla de san Miguel, nos dijese por boca del santo arcángel: no se preocupen por el cumplimiento de su deseo. Ego diligentes me diligo. Amo a los que me aman. Pruébenme primero que ustedes me aman realmente, que asumen con seriedad su propósito. Ahora tienen la mejor oportunidad para hacerlo. En estos tiempos que corren, tan difíciles y tremendos, no crean que es algo extraordinario que se les plantee a ustedes exigencias más elevadas que las planteadas a otras generaciones, incluso que sean elevadísimas. Porque según el plan de la divina Providencia, esta guerra mundial, con sus poderosos impulsos, ha de ser para ustedes un medio auxiliar extraordinario para la obra de su santificación personal. Esa santificación personal es lo que espero de ustedes: es la armadura con la que han de revestirse, es la espada con la cual luchar por sus deseos. Ofrézcanme con esmero contribuciones para el capital de gracias: mediante el fiel, fidelísimo cumplimiento del deber y una ardiente vida de oración, adquieran muchos méritos y pónganmelos a mi disposición. Entonces me estableceré con gusto entre ustedes y repartiré en abundancia dones y gracias, y desde aquí atraeré hacia mí los corazones juveniles, educándolos como instrumentos útiles en mi mano…" (para conformar un movimiento de renovación amplio y bien estructurado)."

                                                Schoenstatt Reader, Tomo 2

 

viernes, 29 de agosto de 2025

FUENTES DE LA "INSCRIPTIO"

Fuentes de la "inscriptio": imagen de la MTA y la definición de amor de san Agustín

¿Cómo se gestó la corriente de inscriptio?

La pregunta está bien formulada. No se pregunta quién la llevó a cabo sino cómo se gestó. Porque al principio no había ya una idea que tuviese que ser volcada a la realidad a toda costa. No; esa idea se fue gestando gradualmente.

Distingamos una historia externa de una interna. Una vez aclarados ambos aspectos, tendremos espontáneamente la respuesta a la segunda pregunta: ¿Qué entendemos por corriente de inscriptio?

Conocemos la antigua ley: si sabemos cómo se gestó algo, sabremos también qué es. Dos puntos de partida que podemos considerar como dos semillas plantadas en el campo sin una intención especial.

La primera semilla: la explicación de la imagen de la MTA

La primera semilla es el examen que hizo el padre Engel de nuestra imagen de la MTA. En muchos ambientes se consideraba que esa representación de la Virgen y el Niño era "kitsch" (cursilería). Entonces el padre Engel demostró, fundado en estudios, los valores artísticos de ese cuadro. Se plantó así una pequeña semilla que nos llamó la atención particularmente sobre el tema del corazón. En efecto, la imagen representa una unidad entre Cristo y la santísima Virgen. La unidad de ambos que, desde el principio, fue el núcleo de nuestra fe.

El cuadro de la MTA constituye evidentemente una expresión coherente de lo que queremos. ¿Qué imagen tuvo toda la Familia desde los inicios? Reparen en las pequeñas oraciones que se comenzaron a rezar en la Familia, por ejemplo en 1917: "Madre con tu Hijo divino…" Una unión muy íntima entre Madre e Hijo; "sí, en amor, te unes a María y a su Hijo", "Madre tres veces Admirable…" Desde el comienzo promovimos una devoción mariana no centrífuga sino centrípeta, vale decir, orientada hacia Cristo.

Para nosotros, los schoenstatianos, la imagen de la MTA posee una simbología muy profunda. En ella proyectamos y de ella extraemos todos los grandes pensamientos. Procuremos que esos símbolos que amamos nos interpelen; que la contemplación de la imagen de la MTA sea como un libro abierto para nosotros, en el cual veo ilustrado lo que hemos estado elaborando personalmente, lo que resuena en nuestra alma.

……

La segunda semilla: la definición de amor de san Agustín

¿Y la segunda semilla? En ciertas oportunidades cité la definición de amor que da san Agustín: amor es inscriptio cordis in cor. Pero yo solía decirlo como de paso.

Éstas son pues las dos semillas. Cuando noté que estaban germinando, las tomé. Detengámonos en la definición de amor, en la agustiniana.  

viernes, 22 de agosto de 2025

María Reina - Nuestra Señora muy querida

 Reflexionemos sobre la realeza de María enfocando el título: "Nuestra querida Señora".[ ¿Qué significa este título? Una elevación, una profundización e interiorización del concepto de realeza.

Se cuenta que un rey de Hungría donó un edificio a la santísima Virgen e hizo pintar un cuadro de ella con el título de "Nuestra querida Señora de Stuhlweissenburg". Y le ofreció todo su reino para que fuese feudo suyo. La historia nos relata que desde entonces es costumbre que todo noble se incline cuando contempla una imagen de la santísima Virgen o bien pronuncia su nombre.

¿Qué nos ilustra esta historia? Nos ilustra el título "Nuestra Señora muy querida". Meditemos cada una de esas tres palabras. La santísima Virgen se nos aparece como Señora, como Nuestra Señora y como muy querida.

Señora: la santísima Virgen se nos presenta como "dómina" En la Edad Media este término equivalía a "reina". Una vez que hayamos coronado a María santísima nos plantearemos lo siguiente: ¿Cómo aseguramos el efecto y la actitud de esta coronación? En la Edad Media era muy corriente la idea de coronar a la santísima Virgen. Asombra que hoy los católicos sepan tan poco sobre tales acciones simbólicas. La santísima Virgen es por lo tanto "Nuestra Señora", nuestra reina. San Atanasio dijo una vez: es evidente que si Cristo es el rey del mundo, la santísima Virgen sea entonces la reina del mundo. San Bernardo dice: todo lo que pertenece al Dios vivo pertenece simultáneamente a su madre. Y si Cristo es Dios y Dios de todo lo creado, entonces es evidente que la santísima Virgen sea también reina de todo lo creado. Estos son pensamientos de antigua tradición.

La triple corona - Fundamentación de la realeza de María

La santísima Virgen lleva tres coronas. La primera se la debe al Dios vivo: derecho de herencia; la segunda, a sí misma: derecho de conquista; la tercera, en su mayor parte a nosotros y al demonio: derecho de elección.

La primera corona es la corona de la dignidad: ¿Quién ciñó en sus sienes esta corona? El Dios Trino. ¡De qué refulgente dignidad la revistió el Dios vivo! Dos observaciones nos ayudarán a recordarla: Ella alumbró a Dios y a ella se le concedió "dar órdenes" a Dios. Contemplemos nuevamente la imagen de la MTA y veamos al Niño contra su pecho: María es la que alumbró a Dios. Pero también a ella se le concedió "dar órdenes" a Dios. ¡Cuán grande tiene que ser entonces su dignidad! A causa de Dios esa dignidad es casi infinita, así lo dicen los teólogos.

El Dios vivo otorgó a María leyes de excepciones y de perfecciones. Por causa de ella Dios abolió leyes naturales. Opus quod solus artifex supergreditur: obra soberana superior a todo lo que no es el mismo artífice. La Madre de Dios mantuvo su virginidad: virgen antes, durante y después del parto. Dios hizo excepciones con respecto a la ley natural. Y porque ella permaneció virgen en el parto, tampoco padeció dolores de parto. ¡Con qué grandeza pensó el Dios vivo a la santísima Virgen! ¡Qué corona de dignidad ciñó a sus sienes! Ella no tuvo pecado original, por lo tanto no estuvo afectada por esa ley bajo la cual todos nosotros gemimos. Y otra excepción: ¿Cómo imaginarnos la muerte de la santísima Virgen? Sin los dolores comunes, los dolores normales de la disolución. Su cuerpo no conoció la corrupción.

Sigan reflexionando sobre estos pensamientos. Perciban todas las grandes verdades metafísicas que entrañan. ¿Por qué todas esas excepciones de las leyes naturales? Por causa de Cristo. La grandeza de la santísima Virgen no es, por último, más que una sombra del Señor. Esas excepciones se explican porque ella debía ser la Madre de Dios.

Nos alegramos de que el Dios vivo la haya coronado. Al coronarla ahora nosotros, se trata de una coronación libremente elegida y querida. No le ceñimos la corona simplemente por hacer algo distinto, no; nuestra corona ha sido conquistada, con nuestra corona reconocemos la dignidad de la santísima Virgen.

La segunda corona es la corona de la nobleza moral. ¿A quién se la debe ella? A Dios y a su propia colaboración. En este sentido la santísima Virgen estuvo activa de manera destacada. Podríamos repasar toda la vida de virtudes de la Madre del Señor. ¿En qué consiste su grandeza moral? En estar libre de pecado e imperfecciones, en estar colmada por las virtudes teologales. Esa libertad de todas las faltas de libertad y esa riqueza de virtudes no sólo es el regalo de Dios sino a la vez fruto de su propia y lúcida colaboración.

La tercera corona es la corona que le ceñimos nosotros y el diablo. La santísima Virgen se nos aparece como reina en sentido estricto del término, como reina dotada de poder y sabiduría: ella es corregente. Visto desde el otro lado, ésta es la corona de la misericordia. El grado de su dignidad es el grado de su poder y de su acción para con el demonio y el ser humano. El demonio es derrotado por la santísima Virgen; ella es la que aplasta la cabeza de la serpiente. Pero ella es también reina en cuanto a su acción para con nosotros. Ella es casi omnipotente, es la omnipotencia suplicante. Es reina en el reino de la misericordia.

                                                                           Kentenich Reader, Tomo 2

viernes, 15 de agosto de 2025

El poderoso ha hecho maravillas en mí (Lc 1,49)

¿Cuál es la razón más profunda del culto que los hijos de la Iglesia profesan a la santísima Virgen? María misma nos lo señala al proclamar: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada "(Lc 1,48). Es evidente que ella sabe e intuye que en su ser se manifiesta algo extraordinario. De esta manera nos da a conocer lo que los teólogos más tarde llamarían hyperdulia (veneración sobresaliente). ¿Cuál es esa razón que ella misma conoce y reconoce? "El poderoso ha hecho maravillas en mí".

¿Cuál es la causa última de su dignidad y de su grandeza? Haber sido la Madre corporal de Jesús. Simultáneamente es su colaboradora ministerial en toda la obra de la redención.

María es más que la madre corporal de Jesús. Simultáneamente es su colaboradora ministerial en toda la obra de la redención.

Él no quiere hacerse hombre sin su fiat libre y voluntario. No quiere morir en la cruz sin su consentimiento. Sin ella, es decir sin su colaboración, no quiere repartir ninguna gracia. Por ese motivo quiso que ella estuviera a su lado en todos los momentos importantes de su vida, de su obra redentora. Esto no sólo se refiere a la anunciación y a la situación del Calvario. El primer milagro de gracias manifiesto, cuando san Juan Bautista fue santificado en el seno de su madre, lo obró Jesús unido a ella. También el primer milagro de orden físico: la transformación del agua en vino. En ambos aparece evidentísima la colaboración de María… Pensemos en el momento en que la Iglesia es perfeccionada en el Cenáculo. ¿Quién es la representante viviente de la Iglesia, la colaboradora de Cristo?

En los Evangelios nos encontraremos siempre con que, aparentemente, la Madre de Dios se retira sin llamar la atención, y, sin embargo, en todos los momentos esenciales está al lado de Cristo. Durante toda su vida dio pruebas evidentes como su singular colaboradora ministerial en la obra que él debió realizar como cabeza de la humanidad.

María fue la permanente compañera en la gran misión que él debía realizar.

Con mayor exactitud: debía formar una permanente comunidad vital con Él, más aún, una permanente comunidad de tareas. Debía participar en la gran obra del Salvador, pero también en toda la posición del Salvador. Quizás intuyamos un poco cuál es la grandeza de la Madre de Dios.

María fue absorta en todo momento y en todas las circunstancias de su vida por la persona y los intereses del Salvador. Ella existe exclusivamente para él y su obra redentora. Exclusivamente por esa causa fue asunta al cielo y coronada como reina del cielo y de la tierra. Ella no quiere nada para sí misma: lo único que le interesa en cada momento es la persona del Señor y su obra. Esta preocupación es ahora su felicidad y su gloria en el cielo.

¡Qué grandeza la de María! Es verdaderamente reina, es corregente. Gobierna con el rey. Ella no sólo es reina como lo es la esposa de un rey que, por ser su esposa, lo acompaña, colabora con él, pero en segundo plano. No, ella es corregente, es la permanente colaboradora ministerial de Cristo en su tarea de gobierno, la redención del mundo.

Cristo tiene también hoy la tarea de redimir. En el cielo es el mediador ante el Padre, y desde allí quiere formar y modelar a los hombres. María santísima es su colaboradora ministerial. No fue solamente colaboradora del Salvador, al darle la vida; sino que siguió siéndolo también más adelante. De ahí que su maternidad sea parte de su tarea: ser colaboradora permanente… También ahora sigue estando a disposición de Cristo como Madre y colaboradora ministerial.

María hizo suya la misión de Cristo, y por encargo divino puede ayudar permanentemente para que esta misión se realice en plenitud en todas sus dimensiones.

El poder de María sobre el corazón divino tiene una doble raíz. Por ser Madre de Dios puede estar segura que sus deseos y peticiones serán siempre considerados. Por ser la permanente colaboradora de Cristo en toda la obra de la redención, o por ser nuestra Madre en todo el sentido de la palabra, tiene la posición y el poder de una reina que participa del gobierno de su Hijo, el rey del cielo y de la tierra.

De todo esto se deduce que, según los planes divinos, el Salvador y su bendita Madre han de estar unidos por tiempo y eternidad, en la comunión más íntima de amor, de vida, de destino y de misión.

 María, signo de luz / Aforismos



viernes, 8 de agosto de 2025

ALIANZA DE DIOS Y ALIANZA DE AMOR (2)

Cuando llegó la plenitud de los tiempos, se encarnó la segunda persona de la Trinidad, consumando así el sentido de la Antigua Alianza. Por su sangre, por su muerte en la cruz, el Esposo crucificado compró a un alto precio y recibió por esposa a la Iglesia. Así se nos aparece la Nueva Alianza, sellada con la sangre del Señor. De ese modo su Iglesia, y también nosotros, hemos sido comprados a un alto precio. El matrimonium ratum sellado en la cruz pasó a ser consummatum en la redención subjetiva. De ese modo el símbolo de la esposa pasó al Nuevo Testamento, pero con la diferencia de que, a partir de entonces, es expresión adecuada de la alianza y relación de amor entre Cristo y la Iglesia y el alma de la persona en gracia; mientras que la "relación padre-hijo" es símbolo de esa misma actitud fundamental de amor, pero ante el Padre. No se olvide que aquí se trata siempre sólo de imágenes, de símbolos; no se permanezca demasiado tiempo adherido a ellos. Por otra parte, no se pase por alto lo que constituye el núcleo: una alianza de amor mutua.

Lo que era la circuncisión para el Antiguo Testamento es el bautismo para el Nuevo Testamento: la integración, la incorporación a la respectiva relación de alianza. Así pues todos los bautizados han sellado una alianza con el Señor. Fueron bautizados en su muerte y están asociados a él en esa muerte. Han de quedar inseparablemente unidos a él en una santa y misteriosa comunidad de ser, de vida y de amor; y en él y con él, integrados a su unidad de amor con el Padre en el Espíritu Santo.

San Pablo tomó esta idea del desposorio y la elaboró con amor. Llama "esposa del Señor" a la comunidad de Corinto. Da por supuesto que todos son miembros de Cristo e hijos del Padre. Por eso escribe: "Tengo celos de vosotros, celos de Dios: porque os he prometido a un solo marido, Cristo, para presentaros a él como virgen intacta".

Por lo tanto toda alma en gracia puede ser llamada "esposa de Cristo" en el sentido amplio del término; en sentido estricto es quien ha elegido libremente esa relación esponsalicia como exclusiva y perpetua. Así entendemos el estado de virginidad en la Iglesia y la tradicional consagración de vírgenes. Basándose en esta idea de la esposa, san Pablo da respuesta a una serie de temas difíciles, como el trato con nuestro cuerpo o bien cuestiones relativas al matrimonio.

Les encarece a los corintios que el cuerpo es templo del Espíritu Santo. La razón es evidente: somos miembros de Cristo, por eso estamos animados por su espíritu, de ahí que no nos pertenezcamos a nosotros mismos. El cuerpo es un santuario. Está para el Señor. Más aún, el cuerpo es miembro de Cristo. Quien se entrega a deshonestidades profana el templo; desacraliza y deshonra los miembros de Cristo haciéndolos miembros de una prostituta. De ahí la grave advertencia: "Si alguien destruye el santuario de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el santuario de Dios, que sois vosotros, es sagrado".

El Apóstol de los Gentiles hace derivar la grandeza y dignidad del matrimonio cristiano de esa semejanza con la unión esponsalicia-conyugal entre Cristo y su Iglesia. Así les enseña a los efesios:

"Las mujeres deben respetar a los maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer como Cristo es cabeza y salvador de la Iglesia, que es su cuerpo. Así, como la Iglesia se somete a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a los maridos. Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para limpiarla con el baño del agua y la palabra, y consagrarla, para presentar una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e irreprochable. Así tienen los maridos que amar a sus mujeres, como a su cuerpo. Quien ama a su mujer se ama a sí mismo; nadie aborrece a su propio cuerpo, más bien lo alimenta y cuida; así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Ese símbolo es magnífico, y yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Del mismo modo vosotros: ame cada uno a su mujer como a sí mismo y la mujer respete a su marido" (Ef 5,22-33).

De modo similar a san Pablo, san Juan emplea la metáfora nupcial para explicar la alianza de Dios. También en san Juan el novio no es simplemente Dios, sino Cristo. Para san Juan el tiempo presente del mundo constituye un único y gran tiempo en que la novia espera al novio. Por eso concluye el Apocalipsis con las palabras:

"Yo, Jesús, envié a mi Ángel a vosotros con este testimonio acerca de las Iglesias. Yo soy el retoño que desciende de David, el astro brillante de la mañana. El Espíritu y la novia dicen: ven. El que escuche diga: ven" (Ap 22,16s).

Y reitera:

"El que atestigua todo esto dice: sí; vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús.

Kentenich Reader. Tomo 2, Pgs. 63 y ss

viernes, 1 de agosto de 2025

ALIANZA DE DIOS Y ALIANZA DE AMOR

El Dios Trino es un ser dialogal. En el fondo tiene que ser así, si es cierto que Dios es amor, porque parte de la esencia del amor es poder regalar y recibir. Se entiende pues la vida intratrinitaria como un continuo intercambio y corriente de amor entre tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

De ello se desprende que la acción de Dios está fundada en el amor. La creación tiene como base la motivación del amor, la "ley fundamental del mundo", tal como queda expuesto en el capítulo anterior.

La esencia de Dios y la esencia del amor suponen, consecuentemente, que toda acción surgida del amor se orienta hacia el otro a quien se ama. Dios creó el mundo y sobre todo seres dotados de espíritu, para tener compañeros con quienes compartir el amor. Por lo tanto la ley fundamental del mundo es a la vez la ley de una alianza de amor.

Dios reveló esta realidad en la historia de salvación. Y lo hizo de manera inequívoca. Sella y quiere sellar con seres humanos una alianza que debe ser cada vez más una alianza de amor, una alianza matrimonial. Así pues el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento constituyen la revelación de la "antigua alianza" y de la "nueva alianza".

La alianza de amor del 18 de Octubre de 1914 es una concreción de esa alianza de Dios.

En la carta del padre Kentenich al prelado José Schmitz (llamada por eso "Carta a José") se halla un texto clave sobre la alianza de amor. En él se expone la estructura de alianza que se aprecia en la historia de salvación, fundamentándola con abundantes citas de las Sagradas Escrituras. Y continúa el trazado de esa línea de alianza desde aquellos tiempos hasta nuestra alianza de amor.

El presente texto está extraído de Das Lebensgeheimnis Schoenstatt, parte II, "Espiritualidad de alianza", Patris Verlag, Vallendar-Schoenstatt, 1972, 43-60.

 

El significado de la alianza de Dios para la historia de la salvación

Quien a la luz de la revelación repase los milenios de historia transcurridos, suscribirá con gusto la afirmación: "La alianza de Dios, la alianza de amor entre Dios y el pueblo, es el sentido, la forma, la fuerza y la norma fundamentales de toda la historia de salvación, comenzando desde Adán hasta el momento cuando aparezca el Señor sobre las nubes del cielo, con gran poder y gloria, para juzgar vivos y muertos".


La alianza de amor es el sentido fundamental de la historia de salvación

El Apocalipsis describe con imágenes dramáticas el transcurso de la historia guiada por Dios. Pero también pinta vivamente su consumación, desvelando el sentido que entraña, el sentido que Dios ha puesto en ella: la plenitud de la comunión de amor entre Dios y el ser humano, expuesta metafóricamente como las bodas del novio y de la novia. En el final de los tiempos ambos están ampliamente abiertos y receptivos el uno para el otro; ambos corren al encuentro con el clamor del anhelo a flor de labios: "¡Ven!" (Ap 22,17). Se unen el uno con el otro y en el otro en una comunión de amor indisoluble: he aquí el sentido último de todo el acontecer mundial y de todo destino.

Relata el autor del Apocalipsis:

"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio. Oí una voz potente que salía del trono: mira la morada de Dios entre los hombres; habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Les secará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado. El que estaba sentado en el trono dijo: mira, yo hago nuevas todas las cosas… Yo seré su Dios y él será mi hijo" (Ap 21,1-17). "¡Aleluya ya reina el Señor, Dios nuestro Todopoderoso! Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios, porque ha llegado la boda del Cordero, y la novia está preparada… Dichosos los convidados a las bodas del Cordero" (Ap 19,6-9).

"Se acercó uno de los siete ángeles… y me habló así: ven que te enseñaré la novia, la esposa del Cordero. Me trasladó en éxtasis a una montaña grande y elevada, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de Dios, resplandeciente con la gloria de Dios… No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero" (Ap 21,9-11.22s.).

 

La alianza de Dios es la forma fundamental de la historia de salvación

La filosofía nos señala que la causa finalis determina la causa formalis. Con razón pues la alianza de amor, que en su plenitud representa el sentido de todo el acontecer mundial, ha de ser también forma fundamental de la historia de salvación en su totalidad y en cada una de sus partes. Vale decir que le da forma y figura de amor a cada acontecimiento: el amor lo preparó y lo envió, el amor lo enciende y profundiza, el amor posteriormente contribuirá a modelarlo y consumarlo con creatividad.

Las Sagradas Escrituras no se cansan de dar prueba, de corroborar esta realidad. Lo hacen de muchas maneras, con relatos y descripciones. El pensamiento de que el Dios de la alianza es el Señor de la historia recorre todo el acontecer a modo de un hilo rojo. Dios sostiene en sus manos todos los hilos y los teje para crear un tapiz artístico. La relación fundamental que mantiene con la humanidad es una relación de alianza. Dicha alianza sella y determina cada acción de Aquél que guía el mundo. Pero es una alianza que exige la colaboración creativa del aliado que es guiado.

En la historia de Adán y de Noé, Dios aparece por excelencia como Dios de la alianza de toda la humanidad; en el caso de Abrahán y de Moisés, se dedica exclusivamente al pueblo elegido, al pueblo de Dios que en el Nuevo Testamento ingresará a la historia como pueblo de la Iglesia. El Nuevo Testamento habla de la alianza del Señor con su Iglesia, alianza que inaugura y garantiza el camino hacia la alianza de amor con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.

En la historia de Adán y Eva no se habla ciertamente de "alianza". Pero la relación de Dios para con ellos, y de ellos para con Dios, tiene la clara impronta de una relación de alianza. La interrelación entre ambas partes es una realización e irradiación ideales de una mutua alianza de amor. Los diálogos son conversaciones de personas que se aman, que pertenecen el uno al otro. Las obligaciones de la alianza están sólo sugeridas, se pueden inferir hasta en todos sus detalles de las consecuencias de la ruptura de la alianza.

Noé es el primero en escuchar la palabra "alianza" de la boca de Dios. Dios le dice:

"Yo hago una alianza con vosotros y con vuestros descendientes… El diluvio no volverá a destruir la vida… Ésta es la señal de la alianza que hago con vosotros y con todos los seres vivientes que viven con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de alianza con la tierra". (Gn 9,9-13)

Dios permanece fiel a su plan. Dios es fiel a la alianza sellada con la humanidad, pero en cierta oportunidad introduce un nuevo método en la historia de salvación: el principio de élite. Escoge a Abrahán y su descendencia de entre los demás pueblos y sella una alianza con él. Dios le promete una tierra que rezuma leche y miel, una descendencia numerosa como las arenas del mar y el nacimiento de un redentor que surgirá de su linaje. A cambio exige plena entrega de su aliado hasta el fin de los tiempos.

Kentenich reader, Tomo 2, Págs. 61 y ss

 

viernes, 25 de julio de 2025

DIOS ES NUESTRO AMIGO

El gran Dios Trino no quiere solamente nuestro amor filial, sino vincular a sí todas las formas de nuestro amor, incluso el amor de amistad. Él es nuestro amigo divino: "Ya no los llamo mis sirvientes, sino mis amigos". Palabras de Dios que han de ser entendidas literalmente. Pero como la amistad presupone igualdad de naturaleza (por ejemplo, entre un animal y un ser humano no puede hablarse de amistad verdadera), Dios nos comunica un poco de su vida divina. Aquí no se trata ciertamente de una igualdad efectiva, de lo contrario seríamos dioses, sino de una cierta semejanza creada, suficiente para posibilitar un trato íntimo.

Como verdadero amigo Dios intercambia bienes con nosotros. Nos da a su Hijo, nos da su Espíritu Santo. Nos hace partícipe de la tarea y misión de su Hijo, cuya madre él nos confía solemnemente en el Calvario.

El amigo divino quiere también tener mis bienes. Yo sólo tengo una única propiedad: mi voluntad, mi amor. Puedo y debo ofrecérselos como regalo de amigo. ¿Qué dice el Señor? "Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo". Jamás habríamos osado desear una tal intimidad si él, el amigo divino, no nos la hubiera ofrecido. Nos invita a su mesa, nos habla aconsejándonos y motivándonos como lo hace un buen amigo.

Así pues a santa Clara, la gran santa del s. XIII, cuando volvía de la meditación a reunirse con sus hermanas en su grupo, éstas solían preguntarle: "¿Qué noticias tienes de Dios?" Ellas sabían que Dios le había hablado.

Quien cultive la amistad con el Dios Trino que vive en su alma, descubrirá ciertos contextos y comprenderá verdades que quedan ocultos a otros. Y como fruto de esa amistad cobrará una y otra vez renovadas fuerzas para esforzarse con seriedad. Lamentablemente la algarabía del mundo invade tanto nuestros oídos que no nos permite percibir la voz del amigo y su llamada a la puerta.

El santo de la vida diaria tiene un oído fino y está abierto a Dios. Las voces de los hombres y el estrépito del trabajo no le impiden escuchar la voz del amigo divino. Él la escucha en todas partes, como un hijo a quien le resulta muy familiar la voz de su madre, y la percibe también en medio del bullicio de la calle.

 

viernes, 18 de julio de 2025

DIOS ES NUESTRO PADRE

En el alma en gracia Dios Trino erige su trono y actúa como padre. Él es nuestro padre y nosotros sus hijos. Así lo subraya una y otra vez san Pablo: "No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos permite llamar a Dios Abbá, padre". Y san Juan nos dice también: "Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamamos hijos de Dios y realmente lo somos". Así pues podemos decir en verdad que Dios es nuestro padre.

Reflexionemos sobre lo que entraña la palabra "padre". Distinguimos tres maneras de ser padre:

"Padre" en sentido estricto es aquél que nos dio la vida a través de la procreación. Por esta vía, nosotros, los seres humanos, recibimos la naturaleza humana a través de la procreación. El Hijo de Dios recibió su naturaleza divina igualmente a través de la procreación. El Padre del cielo lo engendró antes de toda eternidad y lo sigue engendrando por toda la eternidad. El trato de "padre" en este sentido estricto sólo puede ser empleado por el unigénito Hijo de Dios para con su Padre.

Podemos llamar "padre" en sentido amplísimo a aquella persona que con nosotros es tan buena como un padre, que vela por nosotros como un padre. En este sentido Dios es el padre amoroso de todos los hombres, también de los pecadores y no bautizados, incluso de todas sus creaturas. Él viste a los lirios del campo y alimenta a las aves del cielo.

Y existe un "padre" en sentido amplio, el padre adoptivo. Éste toma como propio un hijo ajeno, le da su nombre, lo hace participar de sus bienes y derechos, lo hace heredero de sus posesiones. ¿Somos nosotros de ese modo hijos adoptivos de Dios? Sí; por su gracia nos aceptó como hijos suyos, podemos llevar su nombre y participar de sus bienes; nos hizo herederos del cielo.

Sin embargo somos y tenemos aún más que eso. Y aquí comienza el gran misterio que no podemos sondear con nuestro limitado entendimiento humano. Lo que un padre adoptivo jamás puede dar a su hijo, nos lo da el gran Padre del cielo: un poco de su vida divina. De ese modo nos hace imagen y semejanza sobrenatural suya. Un niño adoptivo en el orden natural jamás podrá ser semejante a su padre en cuanto al ser, porque lleva en sí otra sangre y carga genética. En cambio nosotros, al ser adoptados como hijos por Dios, nos hacemos, de manera admirable, semejantes a Dios; se nos une a Dios, se nos hace capaces de contemplar cara a cara a Dios en la eternidad. "El poder divino nos ha otorgado todo lo que necesitamos para la vida y la piedad, haciéndonos conocer a aquél que nos llamó con su propia gloria y mérito. Con ellas nos ha otorgado las promesas más grandes y valiosas, para que por ellas ustedes participen de la naturaleza divina y escapen de la corrupción que habita en el mundo a causa de los malos deseos". No disponemos en el orden natural de un pleno punto de comparación para este tipo de paternidad.

Por lo tanto somos verdaderamente hijos de Dios, podemos colocarnos junto a Cristo y decirle "¡Padre querido!" al gran soberano del cielo y de la tierra. De todas maneras no somos hijos en virtud de la procreación, como en el caso de Cristo, sino mediante una comunicación totalmente inmerecida.

Y este Padre nos ama paternalmente. A nuestro "¡Abbá, Padre!" responde él con su divino: "¡Fili, filia!" (querido hijo, hija). Él mismo nos dice por boca del profeta que nos ama con la calidez de un padre, con la ternura de una madre:

"¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pero, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada".

Los hombres de hoy, incluso nosotros, los cristianos ¡cuán poco recordamos esta consoladora verdad! Y así, olvidándonos del Padre del cielo, nos sentimos abandonados y solitarios, y vamos mendigando de puerta en puerta. Cuando un hijo tiene una necesidad ¿acaso no acude a su padre? El hijo, especialmente el pequeño y desvalido ¿acaso no suscita en su padre el deseo de ayudarlo, la alegría de brindarse a él? Dios Padre se comunica, quiere regalarse con actitud amorosa, amar con actitud de entrega, porque él es precisamente amor. Su gran deseo de amar lo impulsa a soplar el Espíritu Santo. Esa potente fuerza comunicativa no le da descanso. Por eso unió a su Hijo con una naturaleza humana en gracia. El padre (por decirlo así) no quiere estar sin un hijo, sin la mayor cantidad posible de hijos. Él es amor y por eso quiere comunicarse: "Deus quaerit condiligentes se". Dios busca seres dotados de espíritu a quienes amar y que amen con él lo que él ama y cómo él ama. Y por eso hace que su unigénito se encarne como ser humano, y nos incorpora a él mediante el santo bautismo. En verdad nos hemos convertido en sus hijos.

Dios Padre tiene una "debilidad" peculiar: no puede resistir el desvalimiento conocido y reconocido de su hijo. Filialidad significa "impotencia" del gran Dios y "omnipotencia" del pequeño hombre. He aquí la razón más profunda de la fecundidad de la humildad en el reino de Dios. La santísima Virgen cantó por eso su Magníficat: "Eleva a los humildes", "Quien se humilla será engrandecido" y "Quien entre ustedes quiera llegar a ser grande, que se haga servidor de los demás".


viernes, 4 de julio de 2025

EDUCACIÓN PATERNAL HOY

El padre Kentenich era educador. Acogió muy generosamente la vida concreta. Dispensó la máxima atención y la mayor parte del tiempo a la educación de mujeres, en primer lugar, de las Hermanas de María. En la comunidad de las hermanas desempeñaba un ministerio paternal que le posibilitaba ocuparse intensamente de la vida espiritual de los miembros de la comunidad, permitir vinculaciones personales y, por esa vía, resolver conflictos espirituales, curar enfermedades y unir a las personas, hasta en lo más profundo, con Dios.

El texto que publicamos hoy nos permite echar una mirada profunda sobre la actitud paternal y pedagógica fundamental del padre Kentenich, y hacerlo en el marco del especial desafío pedagógico que se le plantea a la Iglesia en la actualidad.

El siguiente texto fue tomado de esa apología. Se halla en "Zum Goldenen Priesterjubiläum" (En ocasión de las bodas sacerdotales de oro), Monte Sión 1985, 113-115.

 

“En efecto, quien no mantenga un contacto continuo con el alma del hombre actual, enferma en varios aspectos, no tendrá ni idea de cuántas neurosis obsesivas convierten hoy en un infierno, o al menos en un insoportable purgatorio, la vida de incontables personas de todos los estados y clases, sin descontar, por supuesto, sacerdotes y religiosos.

Dar en esos casos la absolución sin procurar un ulterior proceso interno de sanación, es una solución barata. Una paternidad profundamente anclada en Dios piensa y actúa en este punto de una manera radicalmente distinta. En efecto, la paternidad anclada en Dios se inspira en el ideal del Buen Pastor, autorretrato de Jesús: el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No se queda de brazos cruzados en la orilla de un mar azotado por la tempestad, ni se limita a contemplar tranquila e indiferentemente las aguas rugientes, en la cual miles y miles de personas están expuestas al viento y las olas, luchando, desamparadas, por no perecer. Tampoco se contenta con arrojar desde lejos el salvavidas a quienes se están ahogando, sino que él mismo se arroja al agua, arriesgando su vida, para salvar lo que se debe salvar. Así se cumplen aquellas palabras del Señor: el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No debería resultar demasiado difícil aplicar esta imagen a situaciones del tipo mencionado, y hacerlo con adecuación al caso particular y en consonancia con la época en que se vive.

Permítaseme repetir que la eternidad mostrará alguna vez cuán grande y variado es el número de aquellos que pude guiar a través de tales escollos, hacia la plena libertad de los hijos de Dios, hacia el monte de la perfección.

Ya muy temprano tomé contacto teórico y práctico con el problema en cuestión. Se deja aquí expresamente aparte las experiencias del joven director espiritual "detrás de los muros conventuales". En cuanto se le abrieron las puertas y ventanas hacia el exterior, de todas partes vinieron pacientes a verlo, tanto laicos como sacerdotes.

Y así ocurrió ya a comienzos de los años veinte. Por entonces, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el Dr. Bergmann, que tiene su consulta y clínica en Kleve, era considerado un especialista en el área. En mi calidad de sacerdote pude continuar y perfeccionar, desde el punto de vista psicológico, ascético y religioso, lo que el Dr. Bergmann había comenzado desde el punto de vista médico.

No raras veces esa obra suponía un duro trabajo. Hubiese sido más fácil tomar distancia de tales casos recurriendo a algunas frases piadosas generales, tal como suelen hacer muchos sacerdotes. Pero el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas no procede así. Él hace todo lo posible (aunque le exija mucho estudio, nervios y tiempo) para evitar daños a sus ovejas, para devolverles la plena libertad interior de los hijos de Dios, en la medida de lo posible.

Nosotros, los sacerdotes, no somos capaces ni estamos dispuestos a aplicar valiente, lúcida y prudentemente los principios morales y las reglas pastorales tradicionales y probadas; por eso se han ido llenando los consultorios de los psicoterapeutas, mientras que cada vez es menor el número de personas que se acerca a nuestros confesionarios. Esto podemos comprobarlo, lamentablemente, en todas partes.

El pastor conocedor de la época y de las almas es consciente de la crisis de la vida moderna y de los efectos prácticos que produce en aquellos que le fueron confiados. Una crisis profunda y abarcadora. Y tiene el coraje y la valentía de ocuparse del problema, buscando remedios y aplicándolos con prudencia y cuidado. De no hacerlo, se sentirá como un hombre que habla irresponsablemente cosas sin sentido y obra al azar. Y habrá de temer, con razón, que pueda empujar a ciertos grupos de entre sus seguidores (por supuesto, sin quererlo) hacia el otro bando, o bien abandonarlos, lisiados, en el campo de batalla.”

viernes, 20 de junio de 2025

EDUCACIÓN PARA LA LIBERTAD

En la infancia y en la juventud, y en la estructura personal del fundador, observamos ya las bases de su actitud orgánica, de su orientación sobrenatural y, en ella, el descubrimiento de la misión especial de la santísima Virgen; pero también las bases de una postura pedagógica y una imagen de hombre determinadas sobre toda por la libertad y la autonomía.

De estos dos puntos de vista da testimonio el siguiente texto tomado del "Terciado de Brasil" (t. II, 222-239), dado en los meses de Febrero y Marzo de 1952, en Santa María, Brasil, para los padres palatinos de ese país. El padre Kentenich se hallaba ya de camino a Milwaukee, hacia su exilio. Esa circunstancio quizá lo motivase también a hacer más referencias a su propia vida y a sus experiencias personales en el área de la pedagogía. El texto relata desde una perspectiva autobiográfica los pasos pedagógicos del Joven Kentenich en la época de la fundación de Schoenstatt.

 

“Schoenstatt enseñó la superación del hombre masificado. Lo hizo,

• en primer lugar, como un programa,

• en segundo lugar, en la teoría,

• y en tercer lugar, en la práctica.

¿Qué significa que enseñó en la práctica cómo superar al hombre masificado? Seguramente han escuchado hablar sobre la así llamada Acta de Prefundación. En ella tienen el programa que hasta ahora fue (y será hasta el fin de los tiempos) norma de nuestra labor educativa.

Primera pregunta: ¿Cuál es el programa?

Reza así: "Bajo la protección de María queremos educarnos a nosotros mismos para llegar a ser personalidades firmes, libres y sacerdotales". Observen que es un programa de educación de sí mismo que toma como norte el ideal del hombre dotado de una verdadera libertad interior. Es un programa incomparable, grande. Se mantuvo inalterable, más allá de que en una u otra oportunidad se lo formulara con otras palabras.

Les reitero lo que ya les dijera: ser autónomos para ser capaces de actuar por nosotros mismos. De ahí que en el programa se diga además que aspiramos a educarnos a nosotros mismos a fin de actuar después en la educación. Educarse a sí mismo significa no entregarse a la masa, sino tomar uno mismo las riendas en la mano.

Segunda pregunta: ¿Cómo surgió este programa?

En primer lugar, surgió de mi propia estructura psicológica. Y aquí vale lo que en estos días les expuse como las dos formas de la misión carismática ¿las recuerdan? La forma general: el hombre nuevo en la comunidad nueva con un carácter apostólico universal. Y la otra forma: el hombre animado por el espíritu, ligado a ideales, vinculado íntimamente a la comunidad y dedicado al apostolado universal.

Les confieso que desde mi infancia fue ésta mi orientación personal fundamental. Comprenderán entonces que desde el momento en que fuera designado oficialmente educador, no haya podido hacer otra cosa que impulsar la consigna de acabar con todo formalismo. Lo que hay que formar es un hombre ligado a ideales y dedicado al apostolado universal. Acabar con todo formalismo…

[…]

Desde el principio existió en mí el deseo de formar hombres que fuesen autónomos, independientes. Para ilustrarlo me referiré a mi labor docente de aquella época; porque antes de ser director espiritual fui docente.

Y como docente, el objetivo que tuve siempre en la mira fue: conocimiento claro y autónomo, no vinculaciones materiales. El curso que se me asignó por entonces estaba atrasado en seis meses en cuanto a los contenidos de aprendizaje. Por lo tanto yo debía dar en un año los contenidos de un año y medio. Hablando humanamente, tendría que haberme puesto nervioso y aguijonear a los pobres alumnos: "¡Vamos! ¡A estudiar más y más! ¡Sin pausa!" Permítanme exponerles cómo procedí en esa oportunidad. Cuando de aprender se trata, lo importante para mí es subrayar la idea de la autonomía y de la independencia: nada puedo hacer con hombres masificados, sino sólo con personas autónomas, hombres o mujeres; con personas capaces de formarse un juicio propio y defenderlo. ¿Les parece que habría podido fundar un Movimiento de esta magnitud si hubiera procedido de otra manera, si hubiera tolerado la masificación? Les presentaré brevemente el método empleado como docente en aquellos años.

En primer lugar, ante la clase yo no tenía libro alguno en mano.

En segundo lugar, cuando daba latín y alemán, trataba de que los alumnos descubrieran las reglas por sí mismos. Tomaba mucho tiempo, pero no hay que ponerse nervioso por ello, tampoco cuando hay que dar los contenidos de un año y medio. Temo al hombre de una sola idea.

En tercer lugar, cuando yo planteaba una pregunta, y alguien no sabía contestarla, educaba a los alumnos a que ayudaran metódicamente al chico que no sabía contestar para que éste hallara la respuesta. Yo no decía: "¿Cuál es la respuesta?" sino: "A ver… tú… ayuda a tu compañero a encontrar la respuesta correcta". Así pues a menudo se planteaba toda una serie de preguntas auxiliares. Lo importante es educar en la autonomía: ¡Nada de masificación!”

Kentenich reader – Tomo 1, Págs. 37 y ss

 

viernes, 13 de junio de 2025

ENCUENTRO CON EL PADRE FUN DADOR (1)

 "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo, dame almas, y todo lo demás tómalo para ti."

 

El padre Kentenich designa a esta oración "raíz" de la espiritualidad schoenstatiana. La llama asimismo "oración de niño", surgida en su propia niñez. A menudo invitaba a rezar esta oración y vivir fundado en ella. La coloca en el mismo plano de nuestra oración de consagración.

A continuación se presenta varias citas breves tomadas de diferentes conferencias, sobre todo de los años cuarenta, de la época posterior a Dachau. Las citas permiten apreciar claramente cómo en las más diversas situaciones el padre Kentenich menciona espontáneamente esta oración. A primera vista ésta parece algo muy simple, pero el padre Kentenich nos ilumina las distintas dimensiones que ella entraña.

Los textos siguientes invitan no tanto al estudio cuanto a la contemplación. Al leerlos, procúrese seguir el ritmo espiritual del fundador, encontrarse con él en el texto y en la oración.

 

29 de Junio de 1945

Últimamente rezamos con gusto la pequeña oración que recitáramos ayer por la mañana, incluso luego de la conferencia: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Una oración que desde hace mucho tiempo algunos han incorporado a sus oraciones privadas… Si observan con mayor detenimiento, advertirán que en esta pequeña oración se expresan corrientes que movilizan a nuestra Familia desde la inscriptio. ¿Notan cómo en ella se alude claramente a los dos corazones? Pedimos que se nos abra el corazón de Jesús y el corazón de la santísima Virgen; no simplemente que se nos abra, sino que se nos abra ampliamente. "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo".

 

5 de Agosto de 1945

Esta pequeña oración puede ser rezada de manera similar a como rezamos nuestra pequeña consagración, que recitamos muchas veces no sólo por nosotros, sino también por otras personas: "Oh Señora mía, oh madre mía, yo las ofrezco todas a ti…" ¿No podríamos rezar de manera semejante: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia su alma y su cuerpo, ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo"? Sería algo bueno e inteligente hacer de esta pequeña oración objeto de nuestra contemplación: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia mi/su alma y mí/su cuerpo, ábreme/ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo."

 

13 de Julio de 1947

Nos hemos acostumbrado a rezar diariamente la oración: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo…" Les confieso que se trata de una pequeña oración que compuse yo mismo siendo todavía niño. Me arrodillaba y la rezaba.

 

6 de Agosto de 1949

Digámonos ahora unos a otros que deseamos estrechar aún más los lazos que nos unen, y mantener esa unión con mayor fidelidad aún.

Pero la santísima Virgen nos tiene que implorar la gracia de que nosotros, así como nos pertenecemos unos a otros, nos arraiguemos también hondamente en su corazón y en el corazón de Dios.

Es lo que se expresa con suma sencillez en la pequeña oración de la infancia: "Dios te salve, María, por tu pureza…". ¡Qué hermoso es esto! "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Sí; todos queremos estar en esos corazones. Nuestra mutua relación ha de ser de tal naturaleza que cuando pensemos los unos en los otros, pensemos también en Dios. Porque somos como Dios los unos para con los otros. Esta es la gracia que hoy le pedimos que nos implore la santísima Virgen.

 

viernes, 6 de junio de 2025

REPATRIACIÓN VICTORIOSA DEL MUNDO EN CRISTO

El sentido del acontecer del mundo es el retorno del mundo a Dios. El sentido de un acontecer mundial de características apocalípticas es acelerar el retorno a Dios. Detengámonos un poco sobre el término "retorno a Dios". Quizás esta meditación nos dé algunas claves para solucionar cuestiones urgentes.

Al escuchar las palabras "retorno a Dios", advertimos la lucha entre la fe y la incredulidad. La fe en Dios nos impulsa a regresar a Dios. En cambio, la incredulidad nos empuja a acelerar un proceso de rechazo y alejamiento de Dios. Entonces, por un lado observamos un acelerado regreso a Dios y, por otro, una acelerada apostasía.

Pensemos en el acontecer mundial y preguntémonos sobre el significado que Cristo tiene en él. ¿Qué nos dice el Apocalipsis de Cristo? En primer lugar, nos presenta al Padre sentado en su trono (cf. Ap 4,2). De él fluye y hacia él refluye toda vida. Aquel que está sentado en el trono constituye el eje de tranquilidad y reposo en el más allá. Todavía existe un trono que no vacila jamás: el de Dios Padre, quien ha puesto en manos de su Hijo las riendas del acontecer mundial (cf. Ap 5).

El Apocalipsis nos pinta bellamente esta realidad. El apóstol Juan, a quien se le concede estas visiones, desea saber cuál será el destino de la Iglesia. Ve entonces un libro sellado con siete sellos y un ángel le advierte que nadie puede abrirlo. Comprendemos que el apóstol llorara, pues anhelaba que se le revelase el secreto de la historia universal y vio que sus esperanzas se desvanecían. Pero uno de los Ancianos le dice que el Cordero que había sido degollado es Cristo, el Glorioso, pero también el Crucificado. Que él es quien puede abrir el libro de los siete sellos; él es quien conoce y contempla los planes del Padre y ha recibido la misión de llevarlos a cabo. Cristo ocupa, entonces, el centro de la historia.

Hoy se tolera al cristianismo, pero despojándolo de un Cristo vivo. ¿También nosotros hemos dejado a Cristo de lado?

¿Cuál es la actividad de Cristo en el acontecer del mundo, según el Apocalipsis? Él es quien abre los sellos. Vale decir que, sin la permisión divina, obrada a través de Cristo, no hay guerras, epidemias ni revoluciones, etc.

Detrás de todo el acontecer mundial está Cristo que da cumplimiento a todos los planes del Padre. ¿Cuándo derraman los ángeles sobre el mundo la copa de la ira divina? ¿Quién les da la señal para ello? ¡Cristo! (cf. Ap 16).

¿Cuál es el sentido del acontecer mundial, considerado desde el punto de vista de Cristo? ¿Qué papel desempeña Cristo en él? Debo ver en todos los acontecimientos y sucesos una oportunidad más para decidirme nuevamente por Cristo; que, incluso, los acontecimientos más difíciles sean motivo para volver a decidirme por Cristo, con toda mi alma, por libre elección, con libre voluntad.

En este punto distinguimos dos dimensiones de la libertad: por una parte, la capacidad y disposición para decidirse y, por otra, la capacidad de poner en práctica lo decidido. Dios tiene en cuenta mi capacidad de decisión. Cuando llega la hora en que grandes dolores nos quiebran interiormente ¿hacia dónde se dirigen los anhelos del corazón? ¿Acaso habremos de abandonar la bandera y huir del campo de batalla?

El sentido del acontecer mundial, el sentido de mi propia vida y aspiraciones, es que todas las circunstancias y sucesos de mi existencia me lleven a renovar la entrega al Señor, a abandonarme en él.

En medio del acontecer mundial, el Dios vivo ha constituido a Cristo como el gran luchador y vencedor del demonio. En el final de los tiempos, Cristo obtendrá una victoria plena. Y nosotros podemos participar de su valor para luchar, de sus sufrimientos y de su victoria. ¡Qué bienaventuranza saber que, finalmente, alcanzaremos el triunfo! Quizás yo sucumba, pero la causa a la que sirvo saldrá victoriosa.

Cristo vencerá. En el acontecer mundial, Dios aparentemente se deja vencer y doblegar. Se pueden ganar todas las batallas y, sin embargo, perder la guerra. Cristo es desterrado de muchos ambientes y lugares. Pero luego de toda la confusión que genere el demonio, Cristo aparecerá sobre el caballo blanco como Rey y Héroe, triunfante y vencedor de Satanás. Entonces habrá llegado el fin del mundo (cf. Ap 19,11-21). "Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!" ¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera! Nosotros nos entregamos, nos abandonamos a Cristo. Que todo acontecimiento sea para nosotros una oportunidad de decidirse por o contra Cristo. ¡Sí, Señor Jesús! ¡Queremos jurar nuevamente tu bandera!

                                  Tomado de: "Jornada de 1946."

 

viernes, 30 de mayo de 2025

POSEÍDOS POR CRISTO A TRAVÉS DE MARÍA

Llegar a estar poseído por Cristo a través de la santísima Virgen

Al contemplar todo el panorama de lo meditado, comprobamos que hay un pensamiento que se destaca nítidamente: la esencia más profunda de todo el ser de María santísima es su vinculación a Cristo. Si nos hemos entregado a la Madre del Señor, si aceptamos el orden de ser objetivo, entonces nuestro amor a la santísima Virgen y el fervor mariano tienen que estar profundamente vinculados a Cristo. De entre todas las creaturas, es en María santísima en quien la corriente de Cristo fluye con su caudal más puro y original, con su fuerza más arrolladora. Que nuestro fervor mariano esté hondamente vinculado a Cristo significa, por lo tanto, sumergirnos y ser llevados por esta corriente que fluye en ella. Sí; que nuestro amor a la bendita entre las mujeres esté por entero ligado a Cristo. De lo contrario, no estará en armonía con el orden objetivo del ser. Por eso, todo depende de que, en nuestra devoción a la Madre del Señor, ingresemos en la corriente que va hacia Cristo; de que lo hagamos de manera especialísima. Y, naturalmente, por Cristo nos encaminaremos hacia el Padre y el Espíritu Santo.

Detengámonos aquí un poco más y procuremos avanzar hacia una argumentación teológica más fina. Dios permite que María santísima participe de manera sobreabundante en su gloria, especialmente del amor que Dios Padre tiene por su divino Hijo. No es posible imaginar que haya otra creatura que ame tan fervientemente al Señor como su propia Madre santísima. Por eso nuestro amor hacia ella tiene que convenirse, más y más, en un amor que esté unido a Cristo, que cultive la intimidad con Cristo y el estar poseído por Cristo. Si nuestro amor a la santísima Virgen no se desarrolla en este sentido, entonces le faltará algo.

¿Cómo será entonces nuestra vivencia de ser instrumentos de María santísima, nuestra vinculación y amor a ella? Tiene que ser un amor mariano que lleve hacia una vinculación a Cristo viva y vivificante. Poco a poco nos acercamos a un pensamiento muy nuestro y que queremos mucho. ¿Cómo debe ser el amor a la santísima Virgen? Un amor que genere una vinculación a Cristo viva y vivificante. ¿Qué significa esto? Que toda mi persona, llena de vida nueva, ame entrañablemente al Cristo vivo. Si disponen de un poco de tiempo, y creo que todos nuestros sacerdotes deberían hacerlo alguna vez, lean por favor la encíclica de Pío X (Ad diem illum laetissimum, 1904). En ella hallarán una explicación clara y sencilla del término "Vitalis Christi cognitio", un conocimiento vital de Cristo. ¿Qué nos regala nuestro amor a la santísima Virgen? ¡Un conocimiento vital de Cristo!

Permítanme decirles que una de las cosas contra las que, personalmente, siempre lucho es contra el idealismo, también en el campo de la religión. Muchos intentan hoy amar a Jesús separándolo de la santísima Virgen. Y lo hacen porque hoy son millones los que no han aprendido a amar de corazón a otras personas. No conocen ningún organismo de vinculaciones, no aman a los hombres. Dicen que aman a Dios; pero no es cierto. ¿A quién aman entonces? A una idea. He aquí la gran tragedia. Si queremos aprender a amar a María santísima, aprendamos primero a amar a los demás. Así sabremos, algún día, lo que es amar a la santísima Virgen. En realidad no amamos solamente a la persona en sí misma sino que, en ella, amamos a Dios. Y esto hay que haberlo experimentado alguna vez. Que la meta sea vincularse a Cristo que está presente en el prójimo. Este proceso se da con mayor facilidad en el caso de la santísima Virgen. En estos tiempos que corren, la mayoría de la gente, incluso aquellos que son capaces de hablar de Dios con mucho entusiasmo, no aman a Dios como persona sino que aman una idea. Y esto no es devoción. Como filósofo puedo comprender que alguien se entusiasme por una idea y hable de ella con fervor, pero existe una enorme diferencia entre ese entusiasmo y el amor hacia una persona. Por ejemplo, un teólogo descubre un nuevo aspecto fundamental del misterio de la Trinidad… ¡qué grande será su entusiasmo! Pero eso no significa directamente que ame Dios.

No nos engañemos; no hay nada mejor que un profundo amor a María santísima para infundirle calidez a nuestro amor a Cristo. Y ello ocurre así por dos motivos: por una parte, porque nuestro amor a la bendita entre las mujeres y la vinculación vital de ella con su divino Hijo están fundamentados en el orden de ser objetivo: el lugar que ella ocupa en relación con Cristo y con todos nosotros es necesario para nuestra salvación y se cimenta en el orden de ser objetivo.

En segundo lugar, por ser mujer, ella como persona está especialmente orientada al trato con personas. Pero hay un motivo mucho más profundo. La santísima Virgen tiene indudablemente el carisma de establecer vínculos de amor personal y de entregar amor personal. Quien quiera prepararse para afrontar tiempos difíciles tiene la posibilidad de ahondar en la figura de Jesús y, así, puede ser que Dios le conceda el don de una vinculación personal al Señor. Pero si profundiza en la figura de María santísima, accederá a una "vitalis Christi cognitio". La Madre del Señor es la persona que salva a Dios de la despersonalización. Ella nos preserva de la despersonalización en nuestro trato con Dios. ¡No se imaginan cuán despersonalizado es hoy el amor con que se ama a Dios! Medítenlo a fondo.

Quizás desde este punto de vista comprendan mejor aquella otra consigna clásica de la devoción mariana: "El camino que pasa por la santísima Virgen es el más fácil, el más seguro y el más corto para alcanzar una profunda intimidad con Cristo y un profundo estar poseído por Cristo".

Tomado de: "Jornada de Delegados de la Familia de Schoenstatt", 16 al 20 de Octubre de 1950.