viernes, 13 de junio de 2025

ENCUENTRO CON EL PADRE FUN DADOR (1)

 "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo, dame almas, y todo lo demás tómalo para ti."

 

El padre Kentenich designa a esta oración "raíz" de la espiritualidad schoenstatiana. La llama asimismo "oración de niño", surgida en su propia niñez. A menudo invitaba a rezar esta oración y vivir fundado en ella. La coloca en el mismo plano de nuestra oración de consagración.

A continuación se presenta varias citas breves tomadas de diferentes conferencias, sobre todo de los años cuarenta, de la época posterior a Dachau. Las citas permiten apreciar claramente cómo en las más diversas situaciones el padre Kentenich menciona espontáneamente esta oración. A primera vista ésta parece algo muy simple, pero el padre Kentenich nos ilumina las distintas dimensiones que ella entraña.

Los textos siguientes invitan no tanto al estudio cuanto a la contemplación. Al leerlos, procúrese seguir el ritmo espiritual del fundador, encontrarse con él en el texto y en la oración.

 

29 de Junio de 1945

Últimamente rezamos con gusto la pequeña oración que recitáramos ayer por la mañana, incluso luego de la conferencia: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Una oración que desde hace mucho tiempo algunos han incorporado a sus oraciones privadas… Si observan con mayor detenimiento, advertirán que en esta pequeña oración se expresan corrientes que movilizan a nuestra Familia desde la inscriptio. ¿Notan cómo en ella se alude claramente a los dos corazones? Pedimos que se nos abra el corazón de Jesús y el corazón de la santísima Virgen; no simplemente que se nos abra, sino que se nos abra ampliamente. "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo".

 

5 de Agosto de 1945

Esta pequeña oración puede ser rezada de manera similar a como rezamos nuestra pequeña consagración, que recitamos muchas veces no sólo por nosotros, sino también por otras personas: "Oh Señora mía, oh madre mía, yo las ofrezco todas a ti…" ¿No podríamos rezar de manera semejante: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia su alma y su cuerpo, ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo"? Sería algo bueno e inteligente hacer de esta pequeña oración objeto de nuestra contemplación: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia mi/su alma y mí/su cuerpo, ábreme/ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo."

 

13 de Julio de 1947

Nos hemos acostumbrado a rezar diariamente la oración: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo…" Les confieso que se trata de una pequeña oración que compuse yo mismo siendo todavía niño. Me arrodillaba y la rezaba.

 

6 de Agosto de 1949

Digámonos ahora unos a otros que deseamos estrechar aún más los lazos que nos unen, y mantener esa unión con mayor fidelidad aún.

Pero la santísima Virgen nos tiene que implorar la gracia de que nosotros, así como nos pertenecemos unos a otros, nos arraiguemos también hondamente en su corazón y en el corazón de Dios.

Es lo que se expresa con suma sencillez en la pequeña oración de la infancia: "Dios te salve, María, por tu pureza…". ¡Qué hermoso es esto! "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Sí; todos queremos estar en esos corazones. Nuestra mutua relación ha de ser de tal naturaleza que cuando pensemos los unos en los otros, pensemos también en Dios. Porque somos como Dios los unos para con los otros. Esta es la gracia que hoy le pedimos que nos implore la santísima Virgen.

 

viernes, 6 de junio de 2025

REPATRIACIÓN VICTORIOSA DEL MUNDO EN CRISTO

El sentido del acontecer del mundo es el retorno del mundo a Dios. El sentido de un acontecer mundial de características apocalípticas es acelerar el retorno a Dios. Detengámonos un poco sobre el término "retorno a Dios". Quizás esta meditación nos dé algunas claves para solucionar cuestiones urgentes.

Al escuchar las palabras "retorno a Dios", advertimos la lucha entre la fe y la incredulidad. La fe en Dios nos impulsa a regresar a Dios. En cambio, la incredulidad nos empuja a acelerar un proceso de rechazo y alejamiento de Dios. Entonces, por un lado observamos un acelerado regreso a Dios y, por otro, una acelerada apostasía.

Pensemos en el acontecer mundial y preguntémonos sobre el significado que Cristo tiene en él. ¿Qué nos dice el Apocalipsis de Cristo? En primer lugar, nos presenta al Padre sentado en su trono (cf. Ap 4,2). De él fluye y hacia él refluye toda vida. Aquel que está sentado en el trono constituye el eje de tranquilidad y reposo en el más allá. Todavía existe un trono que no vacila jamás: el de Dios Padre, quien ha puesto en manos de su Hijo las riendas del acontecer mundial (cf. Ap 5).

El Apocalipsis nos pinta bellamente esta realidad. El apóstol Juan, a quien se le concede estas visiones, desea saber cuál será el destino de la Iglesia. Ve entonces un libro sellado con siete sellos y un ángel le advierte que nadie puede abrirlo. Comprendemos que el apóstol llorara, pues anhelaba que se le revelase el secreto de la historia universal y vio que sus esperanzas se desvanecían. Pero uno de los Ancianos le dice que el Cordero que había sido degollado es Cristo, el Glorioso, pero también el Crucificado. Que él es quien puede abrir el libro de los siete sellos; él es quien conoce y contempla los planes del Padre y ha recibido la misión de llevarlos a cabo. Cristo ocupa, entonces, el centro de la historia.

Hoy se tolera al cristianismo, pero despojándolo de un Cristo vivo. ¿También nosotros hemos dejado a Cristo de lado?

¿Cuál es la actividad de Cristo en el acontecer del mundo, según el Apocalipsis? Él es quien abre los sellos. Vale decir que, sin la permisión divina, obrada a través de Cristo, no hay guerras, epidemias ni revoluciones, etc.

Detrás de todo el acontecer mundial está Cristo que da cumplimiento a todos los planes del Padre. ¿Cuándo derraman los ángeles sobre el mundo la copa de la ira divina? ¿Quién les da la señal para ello? ¡Cristo! (cf. Ap 16).

¿Cuál es el sentido del acontecer mundial, considerado desde el punto de vista de Cristo? ¿Qué papel desempeña Cristo en él? Debo ver en todos los acontecimientos y sucesos una oportunidad más para decidirme nuevamente por Cristo; que, incluso, los acontecimientos más difíciles sean motivo para volver a decidirme por Cristo, con toda mi alma, por libre elección, con libre voluntad.

En este punto distinguimos dos dimensiones de la libertad: por una parte, la capacidad y disposición para decidirse y, por otra, la capacidad de poner en práctica lo decidido. Dios tiene en cuenta mi capacidad de decisión. Cuando llega la hora en que grandes dolores nos quiebran interiormente ¿hacia dónde se dirigen los anhelos del corazón? ¿Acaso habremos de abandonar la bandera y huir del campo de batalla?

El sentido del acontecer mundial, el sentido de mi propia vida y aspiraciones, es que todas las circunstancias y sucesos de mi existencia me lleven a renovar la entrega al Señor, a abandonarme en él.

En medio del acontecer mundial, el Dios vivo ha constituido a Cristo como el gran luchador y vencedor del demonio. En el final de los tiempos, Cristo obtendrá una victoria plena. Y nosotros podemos participar de su valor para luchar, de sus sufrimientos y de su victoria. ¡Qué bienaventuranza saber que, finalmente, alcanzaremos el triunfo! Quizás yo sucumba, pero la causa a la que sirvo saldrá victoriosa.

Cristo vencerá. En el acontecer mundial, Dios aparentemente se deja vencer y doblegar. Se pueden ganar todas las batallas y, sin embargo, perder la guerra. Cristo es desterrado de muchos ambientes y lugares. Pero luego de toda la confusión que genere el demonio, Cristo aparecerá sobre el caballo blanco como Rey y Héroe, triunfante y vencedor de Satanás. Entonces habrá llegado el fin del mundo (cf. Ap 19,11-21). "Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!" ¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera! Nosotros nos entregamos, nos abandonamos a Cristo. Que todo acontecimiento sea para nosotros una oportunidad de decidirse por o contra Cristo. ¡Sí, Señor Jesús! ¡Queremos jurar nuevamente tu bandera!

                                  Tomado de: "Jornada de 1946."

 

viernes, 30 de mayo de 2025

POSEÍDOS POR CRISTO A TRAVÉS DE MARÍA

Llegar a estar poseído por Cristo a través de la santísima Virgen

Al contemplar todo el panorama de lo meditado, comprobamos que hay un pensamiento que se destaca nítidamente: la esencia más profunda de todo el ser de María santísima es su vinculación a Cristo. Si nos hemos entregado a la Madre del Señor, si aceptamos el orden de ser objetivo, entonces nuestro amor a la santísima Virgen y el fervor mariano tienen que estar profundamente vinculados a Cristo. De entre todas las creaturas, es en María santísima en quien la corriente de Cristo fluye con su caudal más puro y original, con su fuerza más arrolladora. Que nuestro fervor mariano esté hondamente vinculado a Cristo significa, por lo tanto, sumergirnos y ser llevados por esta corriente que fluye en ella. Sí; que nuestro amor a la bendita entre las mujeres esté por entero ligado a Cristo. De lo contrario, no estará en armonía con el orden objetivo del ser. Por eso, todo depende de que, en nuestra devoción a la Madre del Señor, ingresemos en la corriente que va hacia Cristo; de que lo hagamos de manera especialísima. Y, naturalmente, por Cristo nos encaminaremos hacia el Padre y el Espíritu Santo.

Detengámonos aquí un poco más y procuremos avanzar hacia una argumentación teológica más fina. Dios permite que María santísima participe de manera sobreabundante en su gloria, especialmente del amor que Dios Padre tiene por su divino Hijo. No es posible imaginar que haya otra creatura que ame tan fervientemente al Señor como su propia Madre santísima. Por eso nuestro amor hacia ella tiene que convenirse, más y más, en un amor que esté unido a Cristo, que cultive la intimidad con Cristo y el estar poseído por Cristo. Si nuestro amor a la santísima Virgen no se desarrolla en este sentido, entonces le faltará algo.

¿Cómo será entonces nuestra vivencia de ser instrumentos de María santísima, nuestra vinculación y amor a ella? Tiene que ser un amor mariano que lleve hacia una vinculación a Cristo viva y vivificante. Poco a poco nos acercamos a un pensamiento muy nuestro y que queremos mucho. ¿Cómo debe ser el amor a la santísima Virgen? Un amor que genere una vinculación a Cristo viva y vivificante. ¿Qué significa esto? Que toda mi persona, llena de vida nueva, ame entrañablemente al Cristo vivo. Si disponen de un poco de tiempo, y creo que todos nuestros sacerdotes deberían hacerlo alguna vez, lean por favor la encíclica de Pío X (Ad diem illum laetissimum, 1904). En ella hallarán una explicación clara y sencilla del término "Vitalis Christi cognitio", un conocimiento vital de Cristo. ¿Qué nos regala nuestro amor a la santísima Virgen? ¡Un conocimiento vital de Cristo!

Permítanme decirles que una de las cosas contra las que, personalmente, siempre lucho es contra el idealismo, también en el campo de la religión. Muchos intentan hoy amar a Jesús separándolo de la santísima Virgen. Y lo hacen porque hoy son millones los que no han aprendido a amar de corazón a otras personas. No conocen ningún organismo de vinculaciones, no aman a los hombres. Dicen que aman a Dios; pero no es cierto. ¿A quién aman entonces? A una idea. He aquí la gran tragedia. Si queremos aprender a amar a María santísima, aprendamos primero a amar a los demás. Así sabremos, algún día, lo que es amar a la santísima Virgen. En realidad no amamos solamente a la persona en sí misma sino que, en ella, amamos a Dios. Y esto hay que haberlo experimentado alguna vez. Que la meta sea vincularse a Cristo que está presente en el prójimo. Este proceso se da con mayor facilidad en el caso de la santísima Virgen. En estos tiempos que corren, la mayoría de la gente, incluso aquellos que son capaces de hablar de Dios con mucho entusiasmo, no aman a Dios como persona sino que aman una idea. Y esto no es devoción. Como filósofo puedo comprender que alguien se entusiasme por una idea y hable de ella con fervor, pero existe una enorme diferencia entre ese entusiasmo y el amor hacia una persona. Por ejemplo, un teólogo descubre un nuevo aspecto fundamental del misterio de la Trinidad… ¡qué grande será su entusiasmo! Pero eso no significa directamente que ame Dios.

No nos engañemos; no hay nada mejor que un profundo amor a María santísima para infundirle calidez a nuestro amor a Cristo. Y ello ocurre así por dos motivos: por una parte, porque nuestro amor a la bendita entre las mujeres y la vinculación vital de ella con su divino Hijo están fundamentados en el orden de ser objetivo: el lugar que ella ocupa en relación con Cristo y con todos nosotros es necesario para nuestra salvación y se cimenta en el orden de ser objetivo.

En segundo lugar, por ser mujer, ella como persona está especialmente orientada al trato con personas. Pero hay un motivo mucho más profundo. La santísima Virgen tiene indudablemente el carisma de establecer vínculos de amor personal y de entregar amor personal. Quien quiera prepararse para afrontar tiempos difíciles tiene la posibilidad de ahondar en la figura de Jesús y, así, puede ser que Dios le conceda el don de una vinculación personal al Señor. Pero si profundiza en la figura de María santísima, accederá a una "vitalis Christi cognitio". La Madre del Señor es la persona que salva a Dios de la despersonalización. Ella nos preserva de la despersonalización en nuestro trato con Dios. ¡No se imaginan cuán despersonalizado es hoy el amor con que se ama a Dios! Medítenlo a fondo.

Quizás desde este punto de vista comprendan mejor aquella otra consigna clásica de la devoción mariana: "El camino que pasa por la santísima Virgen es el más fácil, el más seguro y el más corto para alcanzar una profunda intimidad con Cristo y un profundo estar poseído por Cristo".

Tomado de: "Jornada de Delegados de la Familia de Schoenstatt", 16 al 20 de Octubre de 1950.

 

viernes, 23 de mayo de 2025

CRECER EN LA PASIÓN POR CRISTO

Ser otro Cristo, llegar a ser otro Cristo

En el campo de la educación de uno mismo y de los demás ¿qué meta proponer para la vida y la educación de quien se está formando? Cristo es esa meta. Y Cristo tal cual vive en María santísima.

Hay una fuerza vital que nos ayudará a ser "alter Christus", otro Cristo; a ser imágenes del Señor, no sólo a plasmarlo en nuestro entorno sino a vivir en intimidad con él. Y esa fuerza vital es también Cristo, tal cual vive en su santísima Madre. ¿A qué estilo de vida aspirar de ahora en adelante? La respuesta es idéntica: Cristo. Cristo es a la vez puerto hacia donde ponemos proa y fuente de energías para la empresa; Cristo es la pauta de nuestro estilo de vida interior y exterior. Pero siempre desde el punto de vista de la experiencia crística que tuviera la santísima Virgen. Cristo tal como ha vivido en su bendita Madre, Esposa y Compañera. Se nos abre así un mundo extraordinariamente hermoso, un universo vasto y fecundo; una constelación que nos atrae, que nos ofrece su ayuda y que nos socorrerá efectivamente en la tarea de hacer realidad el gran programa del año, el programa de vida que nos hemos propuesto.

1. Cristo es la gran meta de nuestra vida

Revistámonos de Cristo; que él sea el único y gran objetivo de la educación. Sí, que el Señor sea la meta en el área de la educación del mundo, en la formación de nuestro pueblo y nuestra patria, en la modelación de nuestra gente, de nuestras familias.

Hablamos muy a menudo de la Virgen y destacamos su papel. Lo hacemos contemplándola en todo momento como la "pequeña María", conformada con Cristo. En su persona encontramos al Señor, que se refleja en el espejo de su Madre y Esposa. Es Cristo mismo quien resplandece en la faz de su divina Madre. No olvidemos nunca que la santísima Virgen es siempre la Esposa y Compañera de Cristo.

¿Qué significa que Cristo sea la meta de nuestra educación? Meditemos sobre este interrogante en el silencio del corazón, más allá de los distintos grados de compromiso que tengamos en lo pedagógico. Y espontáneamente nos detendremos en aquellas palabras del Credo: "Et Verbum caro factum est". Y la Palabra se hizo carne. La segunda persona de la santísima Trinidad asumió la naturaleza humana individual que te ofreció la bendita entre las Mujeres con una actitud maternal y esponsalicia. El Verbum Divinum se apropió de esa naturaleza y la Palabra se hizo carne, se hizo hombre. La Sagrada Escritura subraya que la Palabra no se hizo hombre (homo factum est) sino carne (caro factum est). Vale decir que el hombre, en cuanto ser dotado de un cuerpo de carne, celebra su desposorio con la Palabra Eterna en la medida en que ésta asume una naturaleza individual.

Ahora bien ¿qué se desprende de esta realidad? Recordemos el pensamiento que nos sirve continuamente de cimiento y base de nuestras reflexiones: las cosas creadas no sólo son pensamientos encarnados de Dios, sino también deseos encarnados de Dios. En el punto que estamos reflexionando, "cosa creada" es la naturaleza humana de la Palabra de Dios hecha carne. Y en cuanto al deseo divino que se encarna allí, podemos decir que Dios eleva la naturaleza humana por medio de la encarnación de la Palabra. La naturaleza humana divinizada de Cristo es la "causa exemplaris" (causa ejemplar), el modelo de humanidad grato a Dios, del ideal de hombre que Dios quiere encarnar a través de nosotros.

Rememoremos aquel versículo del Génesis: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (cf. Gen 1,26). Las palabras "imagen y semejanza" adquieren ahora una forma muy palpable y perceptible por los sentidos. ¿Cómo es esa semejanza divina? "Et Verbum caro factum est". La Palabra de Dios encarnada es imagen de Dios; es imagen hecha a semejanza del Dios Eterno. Esa es precisamente la imagen que debe encarnarse en nosotros mismos. De ahí que el objetivo de nuestra educación sea sólo uno: ser otro Cristo, revestirse de Cristo.

Adecuándonos a la situación que nos toca vivir en el mundo de hoy, ciertamente podríamos decir que el objetivo de la educación es formar un hombre perfecto. Pero esta meta sola no es suficiente. El objetivo es modelar en nosotros al Cristo perfecto. Por lo tanto nuestro objetivo es siempre un objetivo sobrenatural.

Apuntamos no sólo a un perfeccionamiento de la naturaleza en todos sus aspectos, sino también a una elevación de la misma.

He aquí, pues, nuestro anhelo: revestirnos de Cristo, ser como él, peregrinar por el mundo como otros cristos. Les repito que éste es el ideal a seguir.

¡Cuántos pensamientos vienen a nuestra mente en este campo! Examinemos lo que nos dice el Señor sobre nuestro anhelo de ser como él. Repasemos la hermosa parábola de la vid (Cf Jn 15,1-17). Jesús es la vid y nosotros sus sarmientos. Se nos invita pues a integrar una misteriosa biunidad con el Señor, a ir por la vida conformando una misteriosa biunidad con él. Y a hacerlo en profundidad. De ese modo se cumplirán las palabras del apóstol san Pablo sobre la cabeza y los miembros (Cf. 1Cor 10,14-17; 12,12-31; Rom 12,4-5). .......

En la sociedad actual detectamos la existencia de distintas imágenes y concepciones del hombre, incluso algunas muy nobles. Pero, meditando sobre ellas, advertimos que ninguna posee el grado de nobleza y dignidad de aquella que propone para el hombre "revestirse de Cristo, ser otro Cristo".

                               Tomado de: "Conferencia para las Hermanas de María", 6 de Abril de 1946.

viernes, 16 de mayo de 2025

CRISTO Y LA MUJER

Los Padres de la Iglesia nos llaman la atención sobre una determinada diferencia entre el hombre y la mujer. En alusión a la imagen de Jesús, nos dicen que el hombre representa la cabeza de Cristo, y la mujer, su faz. Pero ¿qué significa representar la faz de Cristo? La vida que bulle en el interior de un hombre se manifiesta en su rostro. La cabeza es la sede de la claridad de pensamiento y voluntad. A través de su conocimiento, el hombre señala caminos y se constituye en guía. La mujer, en cambio, tiene la misión de manifestar el rostro de Cristo. De tal manera que toda vida que alienta en el mundo recibe así la impronta de Cristo.

Reflexionemos un poco sobre la sociedad en la que vivimos hoy. Sin pretender realizar ahora un análisis exhaustivo, podemos afirmar que el mundo de hoy es presa de una gran confusión. La detectamos en todas partes, incluso en nuestra propia familia. Todo parece sumido en el caos y la desolación. Frente a tal estado de cosas es necesario recordar que es ahora cuando se echan los dados; es éste el tiempo en el que se está decidiendo qué rasgos tendrá el rostro del mundo en los próximos —estimativamente— cinco siglos.

La mujer está llamada a representar realmente el rostro de Cristo; todo su ser debe dar un testimonio claro del ideal que Dios ha previsto para ella. Para estar a la altura de esta vocación ¿cuál será entonces la tarea de la mujer? Procurar que los próximos siglos lleven el sello de los rasgos de Cristo. En Schoenstatt se nos ha confiado la misión de salvar la imagen de María santísima, la auténtica imagen de la mujer. Seamos, por lo tanto, guardianes y centinelas de esa maravillosa imagen de la mujer. Que toda nuestra persona lleve siempre sobre sí la impronta del rostro de Cristo, en todo lugar donde estemos o vayamos, tanto en el taller o la fábrica como en la oficina o la familia. Más aún, que a todo lo que realicemos le imprimamos siempre esos divinos rasgos del Señor.

¡Qué importante es este santuario del ideal de la mujer! Hemos sido llamados para ser sus custodios y vigías. Velemos para que sea encarnado con perfección por nosotros mismos y por los que nos hayan sido confiados. Seamos encarnación viviente del ideal de la mujer, porque el ejemplo de vida mueve más que las meras palabras. Y recordemos además aquellos versos de Dante Alighieri: "Contemplar la faz de María santísima y pecar, es imposible".[3]

¡Qué grandeza y qué don del cielo es llevar los rasgos de Cristo estampados sobre nuestro propio rostro, irradiarlos en nuestro entorno y hacer resplandecer a Cristo en cada una de nuestras acciones! De ese modo, Cristo caminará a través de nuestra persona por el mundo y el tiempo actual; naturalmente lo hará entonces en la figura de una mujer y, por lo tanto, en la figura de María santísima.

 

Tomado de: "Conferencia a las dirigentes de la Juventud Femenina de Schoenstatt", 5 de Agosto de 1950.

  

viernes, 9 de mayo de 2025

ACCESOS A LA IMAGEN DE CRISTO JESÚS

1. Imagen exterior de Jesús y actitudes de su alma

¿Qué detalles conocemos de la apariencia exterior de Jesús y de su interioridad? Meditemos sobre la imagen del Señor y contemplemos sus rasgos nobilísimos para saber con mayor certeza cómo tendría que ser nuestro propio rostro. Y así, luego, al reflexionar sobre esos rasgos en lo secreto del corazón, advertiremos cuánto necesitamos una y otra virtud o cualidad que resplandecen en la persona de Cristo.

Este es un tema en el cual podríamos detenernos largamente. Llevamos a Cristo en nosotros, somos sus portadores y servidores; somos aquellos que lo dan a luz para el mundo de hoy y lo ofrecen a los demás hombres. Esta vocación de identificación tan honda con el Señor nos lleva a confrontarnos con la totalidad de su imagen.

I. ¿Cómo era la apariencia exterior de Jesús? Pregunta difícil de responder. Disponemos de muy escasos documentos sobre este asunto. Quizás los apóstoles hayan hablado sobre la fisonomía del Señor pero no dejaron ninguna constancia escrita. Imaginemos que nosotros fuimos testigos oculares de la vida de Jesús y luego escribimos nuestras impresiones de lo que vimos y oímos. Creo que en nuestro relato necesariamente habríamos hecho referencia a la apariencia exterior de Jesús.

¿Cómo eran sus ojos? ¿Era su mirada melancólica o alegre? Nada nos dicen los Evangelios al respecto. ¿Acaso a los apóstoles no les había impresionado la fuerza que se irradiaba del Señor? Sí, por supuesto, pero el Espíritu Santo los guió de tal manera que fueron capaces de pasar de lo exterior a lo interior, y dar así testimonio de lo primordial, de lo más grande, de la interioridad. Los discípulos no pusieron por escrito todo lo que se hablaba entre ellos. Posiblemente dialogaron sobre la fisonomía de Jesús, pero, repito, el Espíritu Santo dispuso las cosas de tal manera que hoy no sabemos mucho sobre la apariencia exterior del Hijo de Dios.

Creo que lo expuesto se podría resumir en tres puntos:

a. La persona de Jesús irradiaba una gran fuerza. Recuerden, a modo de ejemplo, aquel pasaje del Evangelio cuando el Señor encuentra a un joven, a quien lisa y llanamente le dice: "¡Sígueme…!" (Jn 1,43). Y el muchacho dejó todo y fue tras él. Por supuesto, la impresión recibida por el nuevo discípulo había sido preparada de alguna manera por el contacto anterior con los apóstoles y lo que éstos le habían relatado sobre Jesús. Pero, sea como fuere, el Señor ejercía un dominio y una atracción especial sobre los corazones de los hombres.

b. Miremos un poco más en lo profundo, tratemos de vislumbrar la esencia de su personalidad. Si bien Jesús demostraba continuamente una gran cercanía a la gente, ello no quitaba que estuviera revestido de una gran majestad. Contemplemos la majestad de su persona. «Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: ’Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’» (Lc 5,8). ¿De qué nos está hablando esta escena? De una extraordinaria tensión entre cercanía y lejanía, entre la línea que va al otro y la que vuelve.

c. En la mirada se expresa toda la persona; y esto lo sabe todo aquel que tenga experiencia en el trato humano. Los ojos del Señor irradiaban una fuerza especial; su mirada expresaba la esencia de su personalidad, era su símbolo. Recordemos el pasaje evangélico de la negación de Pedro (Lc 22,54-62). Aquello era el pecado más grande que uno se pueda imaginar, mucho más que los pecados contra la santa pureza. Simón Pedro tenía que caer para que se convirtiese de una vez, para que abandonase su orgullo solapado. Y fíjense que digo a propósito solapado. Bajo capa de un pretendido amor a Jesús ¡en el fondo Pedro se buscaba a sí mismo! Así, pues, el Señor permitió que Pedro cometiese el pecado más grave. Sí; Pedro pecó. Pero he aquí que luego Jesús pasa a su lado y lo mira a los ojos. Y esa mirada logró lo que toda una educación no había podido conseguir: Pedro llora amargamente y reconoce su miseria y debilidad. Ahora sí que está en condiciones de ser la roca de la Iglesia, de ser declarado sucesor de Cristo.

Estos son sólo algunos rasgos exteriores de la persona de Jesús. Nosotros queremos dar a luz a Cristo, ser portadores de Cristo y llevar a Cristo a todos los hombres. ¿No debería entonces nuestra apariencia exterior parecerse un poco a él? ¿No debería irradiarse de nosotros una gran fuerza que alcanzase a los demás? No una fuerza que sea simulada, sino que brote de la desbordante riqueza de nuestra vida interior.

Tomado de: "Retiro para las Hermanas de María", 25-27 de Agosto de 1950.

 

  

viernes, 2 de mayo de 2025

COBIJADO EN EL PADRE

 ¿A qué se debe que el niño esté tan cobijado, que viva tan espontáneamente su propia vida? En parte, porque tiene una sana fe y confianza en las propias fuerzas, pero también porque sabe que lo rodea un poder fuerte, bondadoso y fiel: el padre y la madre. El niño se siente asegurado en ese poder y esto siempre se realiza felizmente, aún cuando los padres solo con muchos desvelos puedan alimentar y vestir al niño. El niño no mira muy lejos; así crece en él la conciencia de que puede confiar en sus propias fuerzas y que lo está rodeando un poder fuerte, bondadoso y fiel. Por eso vive su vida tan silenciosamente contento.

El amor filial implica un cobijamiento sumamente fuerte, esto es: el cobijamiento de la voluntad y el cobijamiento de la afectividad.

Empeñémonos en no abandonar la mano del Padre con una confianza sencilla, simple e iluminada. Sabemos que el Padre eterno tiene el poder de protegernos y de conducirnos: solamente precisamos asir firmemente la mano bondadosa.

En la expresión: "Abbá, querido Padre" resuena un cobijamiento, una tranquilidad y una paz sumamente profundos.

Todo hombre necesita su nido. Pero jamás tendrá tranquilidad hasta que no haya hallado su nido primero en el corazón de Dios.

El hombre tiene apego a su nido, es decir, tiene un fuerte impulso de tener un nido propio. Si el buen Dios nos deja caer de varios nidos de segundo o tercer rango —y ciertamente que a veces lo hace— ¿qué busca entonces? Quiere llevarnos al nido último, al nido primero de su sacratísimo corazón.

En toda inseguridad y descobijamiento Dios quiere brindarnos mayor seguridad y cobijamiento en su mano y su corazón. Esto vale para la vida individual tanto como para la vida de los pueblos.

Tenemos que cuidarnos de no identificar primariamente filialidad con cobijamiento. Más bien tenemos que identificar filialidad con entrega de sí mismo. Lo secundario, el efecto de esta entrega de sí mi es el cobijamiento.

Si buscamos a Dios desinteresadamente viene por sí mismo el descanso, la felicidad y el cobijamiento.

El sentido del desamparo es alcanzar un grado más alto de sencilla filialidad. Por lo tanto, debemos rezar mucho y fervorosamente pidiendo un grado muy elevado de filialidad ante Dios. Esta filialidad es la hazaña de la vida, nuestra mayor hazaña. Por eso la filialidad no puede ser nada blando. Quien hoy día es un niño sencillo, es realmente un héroe.

La filialidad confiere la fuerza de soportar convenientemente todos los estados de angustia y —en gran parte— también de vencerlos.

Quien no emplea el desamparo para inclinarse vigorosamente ante Dios, seguirá siempre siendo débil.

En el desamparo y abandono interior, el niño aguarda sosegada y ecuánimemente hasta que el Padre eterno, habiéndolo previamente purificado, lo atraiga tanto más hacia Él.

Quien en su descobijamiento no aprende a hallar el canino hasta el supremo punto de descanso, Dios, no podrá llegar a ser grande y vigoroso.

Si ya —en parte— nos hemos hecho niños, entonces nuestra alma crecerá tanto más si las dificultades son grandes que si son de poca monta.

Cuanto más filialmente me comporte con Dios, tanto más riquezas volcará Él en mi alma.

El buen Dios quiere aumentar su honor de un modo original mediante mi vida. Pero el honor de Dios implica siempre, simultáneamente, mi felicidad. Si mediante mi vida glorifico a Dios como Él lo quiere, seré tan feliz como Él lo tiene previsto.

Padre José Kentenich, Aforismos, 1970

viernes, 25 de abril de 2025

EL PADRENUESTRO, UNA ESCUELA DE ORACIÓN

"Padre nuestro…" Me encuentro aquí ante Dios como Dios Padre, como Dios Trino. "Padre", Padre del Hijo, Padre del Unigénito, pero también Padre de nosotros. Sí, Padre nuestro. Yo estoy como hijo, como hijo adoptivo ante Dios, mi Padre. Por eso es tan importante meditar nuevamente sobre el "tú" que tengo frente a mí. ¿Acaso no perciben cómo la luz que se irradia de este tú ilumina mi pequeño yo, ennobleciéndolo, haciéndome levantar los ojos hacia lo alto, elevando todo mi ser? Y yo, por mi parte, me apoyo en él, en Dios Padre.

"Padre nuestro"… nuestro Padre… Estas palabras me hacen sentir espontáneamente miembro de la gran familia de Dios, y no tanto como individuo aislado.

«Padre nuestro que estás en los cielos». Popularmente sabemos bien lo que significan estas palabras ¿no es cierto? Ellas nos recuerdan la omnipotencia de Dios. Dios se nos aparece como la bondad y la amabilidad personificadas. Pero esta frase "que estás en los cielos" nos llama además la atención sobre la omnipotencia divina. De ahí que ante Dios debamos mantener una actitud de respeto y a la vez de amor. Con toda nuestra alma, desde lo más hondo, acogemos, abrazamos al otro polo, al tú divino, con un movimiento en el que se observa una línea que va y otra que vuelve.

Traten de profundizar más en esta introducción del Padrenuestro. No se precipiten en sacar enseguida consecuencias éticas, sino dediquen más tiempo a sentir y gustar esta gran realidad de la inhabitación divina, de la santísima Trinidad morando en el alma, de nuestra propia entrega al Dios Trino que habita en nosotros. Esta vinculación al Dios que está en nosotros es ya oración en el sentido más eminente del término.

En efecto, necesitamos vincularnos a Dios. Procuremos por lo tanto que ese proceso de vinculación sea siempre lo esencial, lo excelso, en nuestra oración. No pongamos enseguida la mira en las exigencias éticas, sino más bien procuremos lograr una honda vinculación que cale en nuestro ser. Busquemos pues a Dios en las moradas más recónditas del alma. He aquí la oración por excelencia. Quizás no podemos orar porque tenemos una concepción equivocada de lo que es oración.

Pasemos a la parte central del Padrenuestro, a las principales peticiones. "Santificado sea tu nombre". Aquí se trata de honrar la majestad divina, de glorificar a Dios. Lo importante no es que me vaya bien a mí; lo único que cuenta es que le vaya bien a Dios, que Dios sea reconocido por los hombres. He aquí el sentido y el fin último de la creación. Que esta consigna dé alas y remonte hacia lo alto todo nuestro corazón, toda nuestra vida.

Sólo una es la meta a alcanzar: "Santificado sea tu nombre". Consumámonos por ese objetivo, trabajando, orando, haciendo sacrificios día y noche. Que Tú, Dios de majestad, seas reconocido y glorificado. Y si Tú quieres alcanzar esa glorificación a través de las circunstancias políticas… "santificado sea tu nombre".

Pero a este objetivo se agrega un segundo: que Tú seas santificado en mí mismo. "Venga a nosotros tu reino". Venga también a mí tu reino, a nuestra familia, a fin de que seas glorificado por nosotros.

Enfoquemos ahora los grandes medios. "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". En este punto se trata de la conformidad con la voluntad divina. La gloria de Dios aumenta en la medida en que mi propia voluntad asuma la forma de la voluntad divina. "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".

"Danos hoy nuestro pan de cada día". Aquí se hace referencia tanto al pan sobrenatural como a los medios naturales necesarios de subsistencia. Sabemos muy bien que para el hombre es tan peligroso vivir en la abundancia como sufrir miseria. El ser humano debe disponer de lo necesario, para que así le resulte más aliviado vivir, y pueda elevar su corazón y sus ojos hacia Dios con mayor facilidad.

"Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en tentación, líbranos del mal. Amén".

Fíjense que en cada una de estas frases se nos ofrece un nuevo medio, de valor secundario, que debemos aplicar a fin de alcanzar, con el transcurso del tiempo, la meta de nuestra vida.

Por todo esto es aconsejable que cuando no puedan orar bien, cuando se sientan fatigados, en el tren, de viaje, etc., recen calmadamente el Padrenuestro. Porque es una escuela de oración de primera categoría. Cuando lo que nos transmite el Padrenuestro se haya convertido realmente en parte de nuestro pensamiento y en forma concreta de vida, entonces creceremos orientándonos hacia la grandeza misma de Dios. Quedaremos libres de ese continuo girar en torno de nuestro yo y participaremos de las cualidades de Dios, de la grandeza de Dios y del ser de Dios.

Tomado de: "Vortrag bei Marienschwestern", 8 de Marzo de 1933, pág. 205-208. 

viernes, 11 de abril de 2025

IMAGEN PATERNAL DE DIOS (2)

 

(continuación de lo apuntado la semana pasada)

 

«Vuestro Padre sabe lo que necesitáis, antes de pedírselo» (Mt 6,8) …….

Otras formulaciones van aún más lejos. Acentúan intensamente algo que a los oyentes de aquel entonces también les era extraño: Dios no se preocupa sólo del pueblo elegido. Sus oyentes estaban convencidos de este solo pensamiento: Israel es el pueblo elegido. Esta fe iba tan lejos que los israelitas pensaban que los demás pueblos no eran objeto de su Providencia y de su amor. ¡Pueblo elegido! Pero el pueblo en su conjunto, no cada uno en particular. Esto deben tenerlo presente como telón de fondo y entonces comprenderán lo que significa: el Padre no sólo se preocupa del pueblo de Israel en su conjunto, no sólo de cada israelita en particular, no sólo se preocupa de cada miembro del pueblo de Israel, de cada pequeñez, sino que, aún más allá, se preocupa de todo lo creado, y especialmente de todos los hombres. No hay nada en mi vida, ni lo más mínimo, que no esté contemplado en este plan.

Él se preocupa de cada pequeñez en lo que nos atañe a cada uno y en cada uno. Presupongamos esto y entenderemos de inmediato las enseñanzas que el Señor nos quiere impartir.

Dos gorriones por una moneda

Cristo se expresa en forma práctica (él es, por lo demás, muy popular en sus descripciones, se adapta al pueblo, es decir, a sus oyentes) y dice: «¿No se venden dos gorriones por unas monedas?» (Mt 10,29). No es difícil trasladarnos a las circunstancias de entonces. Evidentemente, para la mentalidad de esa época, si no nos equivocamos, y quizás más que en la actualidad, el mundo de los pájaros tenía muy escasa importancia. No se trata sólo de que se pueda comprar dos gorriones por una moneda, sino que lo más importante, lo más esencial, es que «ninguno de los gorriones cae al suelo sin el consentimiento del Padre». ¿Puede expresarse esto en forma más sencilla? De modo que de estos seres insignificantes, de los que nadie se preocupa, se preocupa el Padre, y ninguno cae al suelo sin que así esté en el plan del Padre. «¡Cuánto más se preocupará de vosotros!»

Todos los cabellos están contados

«Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados» (Mt 10,30). ¿Qué significa esto? Dios debe ser un estupendo contador. Él conoce, por lo tanto, todos y cada uno de los cabellos de mi cabeza. Los exégetas acostumbran a explicar la frase: "Todos los cabellos de vuestra cabeza", diciendo que se trata de esos pequeños vellos que tenemos comúnmente en el cuello, es decir, ni siquiera los cabellos de la cabeza, sino que esos pequeños vellos en el cuello; de eso se trata. Si esto es así… así parece ser… ¿o será solamente una imagen cualquiera? Y si fuera sólo una imagen, entonces la imagen es en verdad suficientemente explícita. Si esta imagen tiene un valor simbólico, entonces nuevamente, en la práctica, sólo puede significar: Él se preocupa de mí, él sabe de mí. Y todo lo que se realiza en mi vida, él lo previó y lo planificó. Pero todo por amor, para el amor y a través del amor. Todo esto debe reforzar mi vinculación amorosa a él.

Los lirios del campo

Una última enseñanza va en la misma dirección: se nos llama la atención con un nuevo ejemplo de la vida práctica. Dice que observemos cómo se viste a los lirios del campo y cómo se cuida de los pájaros del cielo. Salomón, en todo su esplendor, no se vestía como los lirios del campo (cf. Mt 6,28-29) Los pájaros del cielo no siembran ni cosechan; están solamente entregados a la divina Providencia, y el Padre se preocupa de todos ellos, sin excepción.

Tomado de: "Texte zum Vorsehungsglauben", Patris-Verlag, pág. 93-99.

 

viernes, 4 de abril de 2025

IMAGEN PATERNAL DE DIOS

 

Marcados rasgos de padre en la imagen de Dios que predica Jesús

Imagen paternal de Dios en el Nuevo Testamento

La imagen neotestamentaria de Dios tiene marcados rasgos de padre. De ello nos hemos convencido con tanta frecuencia y profundidad a lo largo de decenios, que basta con hacer una mención. Se ha hecho carne y sangre en nosotros la tarea del Señor de revelar esos rasgos a sus atónitos oyentes y a su séquito y sumergirlos, de una manera misteriosa, en su propia filialidad. En su oración sacerdotal, repasa toda su vida y da testimonio ante su Padre celestial: Yo he proclamado tu nombre a los hombres (cf Jn 17,6), tu nombre de Padre. Tal como él siempre y en todo giró en torno al Padre —en la oración, en el trabajo y en el sufrimiento— así también atrae a todos los que le siguen hacia esa corriente de amor al Padre. Así lo hizo durante el transcurso de su vida. Así también lo hace ahora en la liturgia y a través de mociones interiores. Nadie llega al Padre si no es por él. Sólo entonces ha cumplido su misión, cuando todos los elegidos encuentren vitalmente, en su ser, en su actuar, el camino hacia el Padre. Él pone el nombre del Padre en los labios y en el corazón de los suyos y les enseña a rezar: Padre nuestro…

Por eso, con un entusiasmo arrebatador y mediante coloridas imágenes, anuncia no sólo el mensaje de la Providencia general del Padre, sino también, y sobre todo, de su Providencia especial. La Providencia general era conocida por sus oyentes, que habían pasado por la escuela del Antiguo Testamento. No era novedad para ellos que Yahveh se preocupara de toda la creación, que alimentara las aves del cielo y vistiera los lirios del campo. Ellos sabían que Israel era el favorito de Yahveh, su pueblo elegido. También conocían suficientes casos de su historia, en los cuales había actuado una Providencia especialísima de Dios. Sólo tenían que pensar en los patriarcas y en los profetas. Con cuánta frecuencia se había repetido en el curso de los siglos pasados, de una u otra forma, lo que la Sagrada Escritura cuenta de Moisés: «que el Señor le hablaba cara a cara, como un hombre le habla a sus amigos» (Ex 33,11).

Novedad era para ellos que el Padre está personalmente interesado al máximo por cada ínfima pequeñez de cada persona en particular, que se preocupa paternalmente de ello, de tal modo que no se cae ni un cabello de la cabeza sin que él lo sepa, sin su conocimiento ni voluntad, sin su quehacer (Mt 10,30). Este es el mensaje de la divina Providencia especial o individual. Nos hace prestar atención al hecho que Dios no sólo abarca todo el gran acontecer mundial con sus leyes inherentes y activas y que lo conduce sabiamente a una gran meta planeada; al hecho que con ello no sólo tiene ante su mirada a algunos grandes jefes del pueblo, sino que, simultáneamente y de igual modo, se preocupa solícito por cada uno en particular.

¿Qué nos dice Jesús sobre la fe en la Providencia, tal como la bosquejamos? Primero, escuchamos un par de enseñanzas de Jesús y tratamos luego de condensarlas en una doctrina general sintetizándola en pocas frases.

«Vuestro Padre sabe lo que necesitáis, antes de pedírselo» (Mt 6,8). ¿Qué debemos presuponer al escuchar estas palabras? Toda la doctrina de la divina Providencia. Dicho de modo más exacto, se trata de la doctrina que nos dice que el Padre Dios ha proyectado un plan —expresado en forma humana— que lo ha sopesado todo en forma cuidadosa… ¿De qué modo he sido creado? ¿Cómo son los distintos caminos del destino en mi vida? Todo esto está previsto. Si yo digo: "predeterminado", entonces, de todos modos, debo decir "predeterminado en un recto sentido". Todo previamente planeado, todo previsto, todo predeterminado; pero también, y al mismo tiempo, pre-calculadas las gracias que se pondrán a mi disposición para tener la capacidad de descubrir este plan en detalle. Pero no sólo para descubrirlo, sino también para realizarlo. Entonces, escuchen nuevamente: "El Padre sabe…" Y es así porque él lo planeó todo por sí mismo, porque todo lo previó y porque tiene en su mano la realización hasta en el menor detalle. Él conduce mi vida. Pienso que deberíamos grabarnos la frase: "conducción de mi vida". Él la conduce y la ha conducido. Y por eso —cuando esto así sucede, como consta teológicamente— podemos comprender la frase: "El Padre sabe lo que ustedes necesitan". Él lo sabe, él ha establecido que yo necesito tal cosa y él está dispuesto a dármelo todo. Es por eso que agrega: "sin que se lo pidan". Por lo tanto, yo no necesito decirle que me falta algo; no debo hacerle ver que ahora lo necesito. Esto es algo evidente en sí mismo…

                                                        (Continuará el próximo viernes)

viernes, 21 de marzo de 2025

JESÚS ANUNCIA QUE DIOS ES PADRE

El mensaje de Cristo sobre Dios Padre

Jesús nos habla sobre su Padre, sobre el sentir paternal de su Padre. Ser padre y ser paternal no es lo mismo. ¡Cuántos padres desnaturalizados existen hoy! Pensemos, por ejemplo, en un padre alcohólico… Pues bien, Dios no puede ser así. En su caso, ser padre y tener un sentir paternal constituyen una sola realidad.

Escuchemos con atención lo que nos cuenta el Hijo sobre su Padre. Es la Buena Nueva de Jesús. Dios es nuestro Padre. Él viene a su pueblo elegido, a Israel. ¿Y qué imagen de Dios halla en él? El fariseísmo se había difundido ampliamente y quería destacarse a toda costa en el cumplimiento de la Ley. En alas de ese legalismo había creado nuevas leyes. Los judíos fueron modelando así un Dios que estuviese en consonancia con la imagen que ellos tenían de sí mismos.

¿Cómo concebían los judíos a su Dios en tiempos de Jesús? Como un Dios tan ligado a la Ley como ellos. Como si este Dios tuviese en el cielo su propio Sanedrín, y cavilase con él todo el día sobre la Ley, sobre lo que aún podía permitirse o no. Un Dios que observa con exactitud la Ley, que cumple con el sábado. En el cielo tiene además un Templo. Allí celebra su sábado con sus filacterias.

En la concepción que se tenía de Dios en tiempos del Señor no se había dejado ya lugar para la bondad divina. En el antiguo Dios judío hallamos todavía rasgos de bondad. Pero luego la imagen de Dios se fue anquilosando y pasó a ser figura de un severo Dios legislador y terrible. Y llega entonces Jesús, y enseña la noción de padre, si bien contemplando en el ser de Dios ese aspecto de seriedad y severidad. El concepto que Jesús tiene de Dios es simplemente el concepto de padre o bien una concepción fuertemente impregnada de la idea de la paternidad divina. «Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). Queremos conocer al Padre, por eso queremos ir a Jesús. Porque el concepto de Dios que tiene el Señor es sustancialmente un concepto de padre. De ahí que cuando Jesús habla de Dios, en su discurso encontramos casi continuamente el nombre padre.

Los israelitas comenzaban su oración diciendo: Señor, Dios de Israel, de Abraham, de Jacob, Dios todopoderoso, etc. Cristo nos enseña a orar: "Padre nuestro…" «Padre, yo les he dado a conocer tu nombre» (Jn 17,6). Así habla Jesús. ¿Qué nombre emplea entonces para dirigirse a Dios? El de padre. He aquí la Buena Nueva. Por eso, a la servidumbre del Antiguo Testamento, san Pablo le contrapone, y con énfasis, la filialidad del Nuevo Testamento. En efecto, "siervo de Yahveh" era el término del Antiguo Testamento que definía la relación del creyente con Dios.

Dios es nuestro Padre. He aquí —repito— la Buena Nueva. Y por eso Dios está colmado de un auténtico sentir paternal. Jesús habla sobre el Padre de una manera que contagia entusiasmo, al punto que uno de sus discípulos exclama: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14, 8).

¿Dónde pone de manifiesto el Padre su sentir paternal? En todo, simplemente en todo. Por eso no hace falta pedir nada, ya que él sabe lo que necesitan. Pidan y se les dará. Llamen y se les abrirá. ¿Qué hombre le dará una piedra a su hijo que le pida pan? Si ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan…! (cf. Mt 6,32).

A la hora de referirse al Padre, Jesús sabe hacerlo con acentos poéticos, brindándonos una imagen muy distinta de Dios. Ya no se trata del Dios que sólo quiere leyes. Él es mi Padre y su paternidad no se ve perturbada por su justicia. Es justo y castiga a los pecadores porque ellos no se pliegan a sus designios paternales; él no premia ateniéndose con criterio rigorista a determinadas medidas o méritos, sino que da la recompensa plena, da el ciento por uno.

Dios quiere ser el Padre de todos, sin excepción. Y este concepto de Dios es muy distinto de aquél del judaísmo, tanto del judaísmo temprano como del tardío. He aquí la nota dominante de la religión de Jesús: entregarse filialmente al Padre, plegarse amorosamente a sus designios de Padre. Esta concepción de Dios habrá de transfigurar la cosmovisión humana.

Tomado de: "Gotteskindschaft", 1 de junio de 1922, págs. 17-18.

 

viernes, 14 de marzo de 2025

PEREGRINAR ES SUPERAR LAS DIFICULTADES DE LA VIDA

La peregrinación es la historia de nuestra vida, nuestro drama, ese drama que Dios protagoniza en nosotros, con nosotros y a través de nosotros. […] ¿Fue una peregrinación difícil la que hemos hecho? En parte, ustedes me dirán, presumiblemente: en su momento sentimos que era terriblemente difícil, pero ahora es casi como si lo hubiésemos olvidado todo. Ahora ya casi ni sabemos qué difícil fue todo. Primero tenemos que traerlo de nuevo reflexivamente a la memoria. […]

Desde luego, es un proceso de vida sumamente hermoso que hayamos crecido hasta adentrarnos tanto en el plan [de Dios], que hayamos intervenido de tal manera como actores o dejado que el Dios eterno haya sido protagonista en nosotros que, a posteriori, lo consideremos casi como evidente. Pero ahora creo poder decir que deberíamos llenar de contenido y regustar cada palabra, también las que provienen de las vivencias pasadas. Es decir, valdría la pena preguntarse: ¿Cómo fueron las dificultades que hasta ahora hemos podido superar en este drama? ¿Cómo fueron las dificultades que pesaron sobre nuestras espaldas como cargas tremendas? Sería realmente una pena que lleváramos o arrojáramos todo eso tan fácilmente al abismo del pasado. […]

Por eso: regustar esas dificultades no para quedarse enganchados en ellas, sino para ver en esas dificultades y detrás de ellas a Dios, para que, gustando, degustando y regustando las dificultades, experimentemos también al mismo tiempo toda la grandeza de la intervención divina. […] En efecto, nos hemos acostumbrado a regustar todos los acontecimientos y las vivencias del día que termina. […] ¿Por qué debemos regustarlo? Es siempre lo mismo: para descubrir en nuestra vida y en la vida de la familia el dedo de Dios, la mano de Dios, y besarla. […] ¿A qué Dios se hace aquí referencia? Al Dios que ha diseñado mi peregrinación como un plan, al Dios que ha ayudado a realizarlo y que, a través de esa peregrinación, ha querido guiarme, llevarme, conducirme a su propio corazón.

¿Perciben qué es lo importante para mí? […] Es siempre, siempre, siempre, la tarea central que creo haber recibido de Dios: anunciar en todas partes el Dios de la vida. ¿Se hace aquí referencia al Dios de la vida? ¡En verdad, eso está suficientemente claro! […]

Dios se ha mostrado grande y sabio en la guía, dirección y conducción de esa peregrinación. Él es el Dios de la vida. […] Él ha tenido siempre de alguna manera mi peregrinación en sus manos, él la ha planeado y ha peregrinado conmigo.

No quedarse enganchado, sino regresar a casa. ¿Por qué fue difícil la peregrinación? Vista más desde fuera, pudimos decir: De alguna manera, Dios nos ha enviado desde su corazón al mundo y quiere acogernos nuevamente en su corazón. Venimos del corazón de Dios como nuestra morada. Dios nos ha enviado al mundo, pero, peculiarmente, lo ha hecho de tal manera que debamos llevar con nosotros esa morada. Debemos llevar con nosotros a Dios como «morada», pero, en última instancia, de una forma inimaginable, él quiere hacernos entrar de nuevo en la morada eterna, en su propio corazón.

Ahora bien, a causa de la índole sensible, así como de la rotura de nuestra naturaleza, existe el peligro de que confundamos los hospedajes aquí en la tierra con el hogar primordial; de que tendamos a quedarnos pegados, a apegarnos a puestos y a personas. Debemos apegarnos, pero no esclavizarnos: ni a personas ni a cosas ni a cargos y cosas semejantes. Ahora bien, Dios es sabio. […] ¡Qué sabio es Dios! Él conoce nuestras debilidades, por eso hace su juego, pero un juego del desapego para ganar el juego de la vinculación. ¡El juego del desapego! Él me desapega, yo solo no puedo. Ahora ustedes tienen que ver la naturaleza rota que, en sí, tiene la tarea de, proviniendo del corazón de Dios, estar en el corazón de Dios y regresar al corazón de Dios. Creo que si ustedes lo toman de ese modo comprenderán las expresiones. Esa es nuestra tarea central. Resumiendo, entonces: Dios quiere facilitamos el no confundir las cosas terrenas, los bienes terrenos, las moradas terrenas, con el hogar eterno, con el Eterno, el Infinito. […] Lo que he dicho ahora con validez general tienen que aplicarlo ustedes a nuestras dificultades. Y preguntarse: ¿ha alcanzado Dios el objetivo?

J. Kentenich, 26.11.1965, en Rom-Vorträge, 108 ss.

 


viernes, 7 de marzo de 2025

LA VIDA, UNA PEREGRINACIÓN

1) La vida es una única gran peregrinación;

2) planeada por Dios, guiada por Dios y conducida hacia Dios. […]

3) La vida es una peregrinación en la que Dios se muestra infinitamente grande y sabio,

4) una peregrinación que Dios planea y lleva a cabo de forma totalmente original. […]

[Cristo dice:] «Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16,28). Lo que él dice ahí de sí mismo significa, sin duda, lo mismo que «peregrinación». Por donde voy o donde estoy no tengo un hogar último. Aunque posea un terreno maravilloso, aunque experimente en mi entorno una atmósfera paradisíaca, el sentido de la vida no es permanecer aquí. Salí del Padre, vine al mundo, regreso al Padre. Regreso: es decir, no es aquí mi última meta. Piensen en el viejo patriarca: «Muchos han sido los años de mi peregrinación en la tierra, pero muy pecaminosos y pobres» (cf. Gn 47,9). El concepto de «peregrinación» es algo enormemente grande y significa para nosotros algo evidente. […]

Somos peregrinos. ¿Por qué ha cuidado Dios en su sabiduría de que la peregrinación se hiciese difícil? […] ¿Cómo fue el pasado? ¿Fue una peregrinación? ¿Conservamos [en aquel momento] la consciencia de que no debíamos apegarnos a la tierra, a las circunstancias, de que todo no es más que un paso, pero transitus Domini, paso del Señor?

¡Una peregrinación difícil! ¿Cuál es la intención profunda que Dios asocia a ello? Quien sepa qué rápido se esclaviza nuestro corazón creado, en última instancia, para lo más alto que pueda imaginarse, para el mismo Dios vivo sabrá que es difícil comportarse correctamente en esta peregrinación. Dios nuestro Señor sabe cómo es eso. Habiéndonos creado como seres sensitivos y colocado en un mundo sensible, sabe que, muy pronto, la vinculación [] se vuelve servil, que a menudo confundimos a la criatura con Dios, que nos colocamos nosotros mismos en el lugar de Dios, que nos vinculamos a nosotros mismos. Y a fin de facilitamos el reconocimiento de su intención cuida de que, si bien en las distintas estaciones de nuestra vida durante esta peregrinación las cosas pueden ser a menudo bien bonitas, se tornen difíciles cuando desde los más distintos frentes llegan dificultades tras dificultades.

Estas nos recuerdan siempre de nuevo: este no es tu último hogar. No debes quedarte enganchado aquí; Dios nuestro Señor llama. Del mismo modo como dijimos antes mediante la imagen de la procesión: Procedamus. Sigamos, sigamos, sigamos [caminando].

La última estación es siempre Dios, el eterno, el infinito. […] En definitiva, todo lo terreno, también todo amor puramente terreno, tiene que decepcionarnos. ¿Por qué? Hacia el hogar, hacia el Padre va el camino. Para que no olvidemos jamás que somos peregrinos.

J. Kentenich, 24.11.1965, en Rom-Vorträge, 85-94

 

¿Por qué peregrinar? [Al peregrinar] se abre paso con fuerza y de forma plástica una gran tendencia […]: ¡Fuera de las meras ideas! ¡Hacia lo vigoroso, lo vital, lo sacrificado!

Ya he insinuado un par de veces lo que hace ahora nuestra joven generación […] cuando pone en primer plano la peregrinación. ¡Una caminata tras otra! Muy rápidamente los pies están llagados. […] Viven pobremente, muchas veces de macarrones, algo de leche y pan.

Libres para Dios. Se trata de llegar a estar completamente libres para Dios. Y no podemos estarlo si no estamos vacíos de nosotros mismos: vacíos de la criatura y vacíos de nosotros. […] Permítanme que les cuente con qué reciedumbre se realiza aquí el camino de peregrinación a fin de recordarse a sí mismo y de recordarnos que la vida es un camino de peregrinación, un camino de sacrificio, que no tenemos aquí un lugar permanente.

Si lo tienen claro y después intentan averiguar intelectualmente qué impulsos primordiales de la naturaleza humana se están retomando, pienso que tendrían que decir lo siguiente:

En la peregrinación se retoman impulsos primordiales de la naturaleza humana

El impulso itinerante. En el hombre anida un impulso itinerante. En última instancia, es un itinerario que va desde Dios hacia Dios.

El impulso religioso. Tienen ustedes que escuchar cómo se hacen esas caminatas. Yo personalmente habría considerado casi imposible que sacerdotes modernos lo lograran. Están juntos en clave religiosa, y con toda alegría. De que nuestra religiosidad nos hace naturalmente alegres, de que nos hace nuevamente capaces de alegrarnos de verdad por pequeñas alegrías, estamos teniendo en estos días la prueba concluyente. […]

[Los peregrinos] se unen religiosamente no solo en la calle, sino también cuando rezan el rosario mientras peregrinan por Roma. […] También realizan constantemente la meditación juntos; cada uno tiene que presentar una meditación: expone lo que él mismo ha meditado. […] Muchas cosas no son solamente reflexión personal, sino que ellos se encienden mutuamente.

Ellos han intentado realizar por lo menos para ellos mismos un tipo totalmente nuevo de ejercicios espirituales. Ven la vida entera bajo el concepto de peregrinación. Rezan juntos como lo hacen los niños. Como he dicho, ¿dónde encuentran ustedes eso todavía hoy? Yo tampoco lo habría considerado posible. [] Sin duda, eso implica también peligros, pero ¿notan ustedes cómo, de ese modo, se capta y colma a la persona entera? Esto es naturalidad espontánea, vitalidad. []

El impulso comunitario. Esta vez había entre ellos un participante al que se consideraba hipercrítico. Primeramente, no quería tener nada que ver con ello, pero después se decidió a participar y, más tarde, se convirtió en el mayor panegirista de las peregrinaciones. Se sintió unido a los demás. Lo que antes trajo el movimiento juvenil ha revivido aquí de nuevo, solo que con un ropaje más fuertemente religioso.

J. Kentenich, 25.11.1965, en Rom-Vorträge, 88-92

 

 

viernes, 28 de febrero de 2025

ACEPTARME Y CONQUISTARME

 

En la semana pasada ofrecimos un texto del Padre Fundador sobre la necesidad de liberar el alma de todas las cosas que la oprimen. Hoy añadimos textos que complementan lo hasta ahora publicado.

Dejar que entre en juego el auténtico yo.

Por lo demás, cuando se trata de cosas prácticas, suelo decir, haciendo uso de una imagen sencilla: distingan, por favor, en su propia vida anímica, allá en el fondo, en el rincón más recóndito, al pequeño Moisés, que se encuentra en la cestilla de juncos. El pequeño Moisés es el verdadero yo. Si me quiero educar, debo educar a ese pequeño ser, al pequeño Moisés, allá abajo, que necesita aún del biberón, y no al hombre adherido. A veces digo pero en esto exagero también un poco: el yo que arrastró conmigo y que manifiesto hacia fuera es, exagerando un poco, un «muslo de rana galvanizado». Es decir, […] no brota de la fuente prístina de mi yo. Está adherido, y siempre se le adhieren más y más cosas. En realidad, el pequeño Moisés debería ahogarse bien pronto allá en el fondo, con tanta cosa adherida, sea de tipo religioso o ético.

J. Kentenich, 25.07.1966, en Ein Durchblick in Texten, t. 1, 167

Aceptarme y conquistarme a mí mismo.

Si me permiten que utilice una comparación sencilla, quisiera decir lo siguiente: tenemos que distinguir entre un yo adherido y el yo originario. Quisiera comparar el yo originario con el pequeño Moisés que yace en la cestilla de juncos. Nuestro yo natural, espontáneo, tal como Dios lo ha depositado como fundamento en nosotros y tal como él quiere verlo realizado, es pequeño e insignificante en grado sumo, está alojado abajo, en la vida inconsciente del alma, como en una cestilla de juncos. En realidad, lo que vive en nosotros, lo que emana de nosotros, también cuando somos adultos, es mucho menos ese yo que un misterioso «ello». Ni siquiera puedo decir que sea un misterioso «tú»: [no,] es un misterioso «ello». Es el yo adherido. Y con ese yo artificialmente adherido renunciamos a la borboteante fuente de fuerzas creadoras propia de la ley natural. No en vano se lamenta la carencia de originalidades en la vida cristiana actual. ¡Queremos conquistar nuestro verdadero yo!

J. Kentenich, 12.12.1966, en Exerzitien für Schönstattpriester

Experimentar el amor misericordioso de Dios.

Tómense el tiempo si me permiten decirlo de este modo para componerse una letanía de la misericordia. ¡Una letanía de la misericordia, y no una letanía de pobre pecador! Ya veré cómo la letanía de misericordia se convertirá en una letanía de pobre pecador: te agradezco por esto y por esto y por esto. Pero no debemos hacerlo de forma fugaz, mecánica, sino adentrarnos en ello con el sentimiento, con la vida, para que nuestro sentimiento de vida se vea transformado, para que adquiramos con fuerza la consciencia de que soy la pupila de los ojos de Dios. ¡No me contesten que eso me hace orgulloso! ¡Eso me hace humilde! Soy la pupila de los ojos de Dios. ¡Verán qué fuerzas se despiertan en ustedes, fuerzas sanas! […]

J. Kentenich, 11.10.1934, en Exerzitien für Schönstattpriester in der Marienau, 16