viernes, 8 de agosto de 2025

ALIANZA DE DIOS Y ALIANZA DE AMOR (2)

Cuando llegó la plenitud de los tiempos, se encarnó la segunda persona de la Trinidad, consumando así el sentido de la Antigua Alianza. Por su sangre, por su muerte en la cruz, el Esposo crucificado compró a un alto precio y recibió por esposa a la Iglesia. Así se nos aparece la Nueva Alianza, sellada con la sangre del Señor. De ese modo su Iglesia, y también nosotros, hemos sido comprados a un alto precio. El matrimonium ratum sellado en la cruz pasó a ser consummatum en la redención subjetiva. De ese modo el símbolo de la esposa pasó al Nuevo Testamento, pero con la diferencia de que, a partir de entonces, es expresión adecuada de la alianza y relación de amor entre Cristo y la Iglesia y el alma de la persona en gracia; mientras que la "relación padre-hijo" es símbolo de esa misma actitud fundamental de amor, pero ante el Padre. No se olvide que aquí se trata siempre sólo de imágenes, de símbolos; no se permanezca demasiado tiempo adherido a ellos. Por otra parte, no se pase por alto lo que constituye el núcleo: una alianza de amor mutua.

Lo que era la circuncisión para el Antiguo Testamento es el bautismo para el Nuevo Testamento: la integración, la incorporación a la respectiva relación de alianza. Así pues todos los bautizados han sellado una alianza con el Señor. Fueron bautizados en su muerte y están asociados a él en esa muerte. Han de quedar inseparablemente unidos a él en una santa y misteriosa comunidad de ser, de vida y de amor; y en él y con él, integrados a su unidad de amor con el Padre en el Espíritu Santo.

San Pablo tomó esta idea del desposorio y la elaboró con amor. Llama "esposa del Señor" a la comunidad de Corinto. Da por supuesto que todos son miembros de Cristo e hijos del Padre. Por eso escribe: "Tengo celos de vosotros, celos de Dios: porque os he prometido a un solo marido, Cristo, para presentaros a él como virgen intacta".

Por lo tanto toda alma en gracia puede ser llamada "esposa de Cristo" en el sentido amplio del término; en sentido estricto es quien ha elegido libremente esa relación esponsalicia como exclusiva y perpetua. Así entendemos el estado de virginidad en la Iglesia y la tradicional consagración de vírgenes. Basándose en esta idea de la esposa, san Pablo da respuesta a una serie de temas difíciles, como el trato con nuestro cuerpo o bien cuestiones relativas al matrimonio.

Les encarece a los corintios que el cuerpo es templo del Espíritu Santo. La razón es evidente: somos miembros de Cristo, por eso estamos animados por su espíritu, de ahí que no nos pertenezcamos a nosotros mismos. El cuerpo es un santuario. Está para el Señor. Más aún, el cuerpo es miembro de Cristo. Quien se entrega a deshonestidades profana el templo; desacraliza y deshonra los miembros de Cristo haciéndolos miembros de una prostituta. De ahí la grave advertencia: "Si alguien destruye el santuario de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el santuario de Dios, que sois vosotros, es sagrado".

El Apóstol de los Gentiles hace derivar la grandeza y dignidad del matrimonio cristiano de esa semejanza con la unión esponsalicia-conyugal entre Cristo y su Iglesia. Así les enseña a los efesios:

"Las mujeres deben respetar a los maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer como Cristo es cabeza y salvador de la Iglesia, que es su cuerpo. Así, como la Iglesia se somete a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a los maridos. Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para limpiarla con el baño del agua y la palabra, y consagrarla, para presentar una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e irreprochable. Así tienen los maridos que amar a sus mujeres, como a su cuerpo. Quien ama a su mujer se ama a sí mismo; nadie aborrece a su propio cuerpo, más bien lo alimenta y cuida; así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Ese símbolo es magnífico, y yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Del mismo modo vosotros: ame cada uno a su mujer como a sí mismo y la mujer respete a su marido" (Ef 5,22-33).

De modo similar a san Pablo, san Juan emplea la metáfora nupcial para explicar la alianza de Dios. También en san Juan el novio no es simplemente Dios, sino Cristo. Para san Juan el tiempo presente del mundo constituye un único y gran tiempo en que la novia espera al novio. Por eso concluye el Apocalipsis con las palabras:

"Yo, Jesús, envié a mi Ángel a vosotros con este testimonio acerca de las Iglesias. Yo soy el retoño que desciende de David, el astro brillante de la mañana. El Espíritu y la novia dicen: ven. El que escuche diga: ven" (Ap 22,16s).

Y reitera:

"El que atestigua todo esto dice: sí; vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús.

Kentenich Reader. Tomo 2, Pgs. 63 y ss

viernes, 1 de agosto de 2025

ALIANZA DE DIOS Y ALIANZA DE AMOR

El Dios Trino es un ser dialogal. En el fondo tiene que ser así, si es cierto que Dios es amor, porque parte de la esencia del amor es poder regalar y recibir. Se entiende pues la vida intratrinitaria como un continuo intercambio y corriente de amor entre tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

De ello se desprende que la acción de Dios está fundada en el amor. La creación tiene como base la motivación del amor, la "ley fundamental del mundo", tal como queda expuesto en el capítulo anterior.

La esencia de Dios y la esencia del amor suponen, consecuentemente, que toda acción surgida del amor se orienta hacia el otro a quien se ama. Dios creó el mundo y sobre todo seres dotados de espíritu, para tener compañeros con quienes compartir el amor. Por lo tanto la ley fundamental del mundo es a la vez la ley de una alianza de amor.

Dios reveló esta realidad en la historia de salvación. Y lo hizo de manera inequívoca. Sella y quiere sellar con seres humanos una alianza que debe ser cada vez más una alianza de amor, una alianza matrimonial. Así pues el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento constituyen la revelación de la "antigua alianza" y de la "nueva alianza".

La alianza de amor del 18 de Octubre de 1914 es una concreción de esa alianza de Dios.

En la carta del padre Kentenich al prelado José Schmitz (llamada por eso "Carta a José") se halla un texto clave sobre la alianza de amor. En él se expone la estructura de alianza que se aprecia en la historia de salvación, fundamentándola con abundantes citas de las Sagradas Escrituras. Y continúa el trazado de esa línea de alianza desde aquellos tiempos hasta nuestra alianza de amor.

El presente texto está extraído de Das Lebensgeheimnis Schoenstatt, parte II, "Espiritualidad de alianza", Patris Verlag, Vallendar-Schoenstatt, 1972, 43-60.

 

El significado de la alianza de Dios para la historia de la salvación

Quien a la luz de la revelación repase los milenios de historia transcurridos, suscribirá con gusto la afirmación: "La alianza de Dios, la alianza de amor entre Dios y el pueblo, es el sentido, la forma, la fuerza y la norma fundamentales de toda la historia de salvación, comenzando desde Adán hasta el momento cuando aparezca el Señor sobre las nubes del cielo, con gran poder y gloria, para juzgar vivos y muertos".


La alianza de amor es el sentido fundamental de la historia de salvación

El Apocalipsis describe con imágenes dramáticas el transcurso de la historia guiada por Dios. Pero también pinta vivamente su consumación, desvelando el sentido que entraña, el sentido que Dios ha puesto en ella: la plenitud de la comunión de amor entre Dios y el ser humano, expuesta metafóricamente como las bodas del novio y de la novia. En el final de los tiempos ambos están ampliamente abiertos y receptivos el uno para el otro; ambos corren al encuentro con el clamor del anhelo a flor de labios: "¡Ven!" (Ap 22,17). Se unen el uno con el otro y en el otro en una comunión de amor indisoluble: he aquí el sentido último de todo el acontecer mundial y de todo destino.

Relata el autor del Apocalipsis:

"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio. Oí una voz potente que salía del trono: mira la morada de Dios entre los hombres; habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Les secará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado. El que estaba sentado en el trono dijo: mira, yo hago nuevas todas las cosas… Yo seré su Dios y él será mi hijo" (Ap 21,1-17). "¡Aleluya ya reina el Señor, Dios nuestro Todopoderoso! Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios, porque ha llegado la boda del Cordero, y la novia está preparada… Dichosos los convidados a las bodas del Cordero" (Ap 19,6-9).

"Se acercó uno de los siete ángeles… y me habló así: ven que te enseñaré la novia, la esposa del Cordero. Me trasladó en éxtasis a una montaña grande y elevada, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de Dios, resplandeciente con la gloria de Dios… No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero" (Ap 21,9-11.22s.).

 

La alianza de Dios es la forma fundamental de la historia de salvación

La filosofía nos señala que la causa finalis determina la causa formalis. Con razón pues la alianza de amor, que en su plenitud representa el sentido de todo el acontecer mundial, ha de ser también forma fundamental de la historia de salvación en su totalidad y en cada una de sus partes. Vale decir que le da forma y figura de amor a cada acontecimiento: el amor lo preparó y lo envió, el amor lo enciende y profundiza, el amor posteriormente contribuirá a modelarlo y consumarlo con creatividad.

Las Sagradas Escrituras no se cansan de dar prueba, de corroborar esta realidad. Lo hacen de muchas maneras, con relatos y descripciones. El pensamiento de que el Dios de la alianza es el Señor de la historia recorre todo el acontecer a modo de un hilo rojo. Dios sostiene en sus manos todos los hilos y los teje para crear un tapiz artístico. La relación fundamental que mantiene con la humanidad es una relación de alianza. Dicha alianza sella y determina cada acción de Aquél que guía el mundo. Pero es una alianza que exige la colaboración creativa del aliado que es guiado.

En la historia de Adán y de Noé, Dios aparece por excelencia como Dios de la alianza de toda la humanidad; en el caso de Abrahán y de Moisés, se dedica exclusivamente al pueblo elegido, al pueblo de Dios que en el Nuevo Testamento ingresará a la historia como pueblo de la Iglesia. El Nuevo Testamento habla de la alianza del Señor con su Iglesia, alianza que inaugura y garantiza el camino hacia la alianza de amor con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.

En la historia de Adán y Eva no se habla ciertamente de "alianza". Pero la relación de Dios para con ellos, y de ellos para con Dios, tiene la clara impronta de una relación de alianza. La interrelación entre ambas partes es una realización e irradiación ideales de una mutua alianza de amor. Los diálogos son conversaciones de personas que se aman, que pertenecen el uno al otro. Las obligaciones de la alianza están sólo sugeridas, se pueden inferir hasta en todos sus detalles de las consecuencias de la ruptura de la alianza.

Noé es el primero en escuchar la palabra "alianza" de la boca de Dios. Dios le dice:

"Yo hago una alianza con vosotros y con vuestros descendientes… El diluvio no volverá a destruir la vida… Ésta es la señal de la alianza que hago con vosotros y con todos los seres vivientes que viven con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de alianza con la tierra". (Gn 9,9-13)

Dios permanece fiel a su plan. Dios es fiel a la alianza sellada con la humanidad, pero en cierta oportunidad introduce un nuevo método en la historia de salvación: el principio de élite. Escoge a Abrahán y su descendencia de entre los demás pueblos y sella una alianza con él. Dios le promete una tierra que rezuma leche y miel, una descendencia numerosa como las arenas del mar y el nacimiento de un redentor que surgirá de su linaje. A cambio exige plena entrega de su aliado hasta el fin de los tiempos.

Kentenich reader, Tomo 2, Págs. 61 y ss

 

viernes, 25 de julio de 2025

DIOS ES NUESTRO AMIGO

El gran Dios Trino no quiere solamente nuestro amor filial, sino vincular a sí todas las formas de nuestro amor, incluso el amor de amistad. Él es nuestro amigo divino: "Ya no los llamo mis sirvientes, sino mis amigos". Palabras de Dios que han de ser entendidas literalmente. Pero como la amistad presupone igualdad de naturaleza (por ejemplo, entre un animal y un ser humano no puede hablarse de amistad verdadera), Dios nos comunica un poco de su vida divina. Aquí no se trata ciertamente de una igualdad efectiva, de lo contrario seríamos dioses, sino de una cierta semejanza creada, suficiente para posibilitar un trato íntimo.

Como verdadero amigo Dios intercambia bienes con nosotros. Nos da a su Hijo, nos da su Espíritu Santo. Nos hace partícipe de la tarea y misión de su Hijo, cuya madre él nos confía solemnemente en el Calvario.

El amigo divino quiere también tener mis bienes. Yo sólo tengo una única propiedad: mi voluntad, mi amor. Puedo y debo ofrecérselos como regalo de amigo. ¿Qué dice el Señor? "Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo". Jamás habríamos osado desear una tal intimidad si él, el amigo divino, no nos la hubiera ofrecido. Nos invita a su mesa, nos habla aconsejándonos y motivándonos como lo hace un buen amigo.

Así pues a santa Clara, la gran santa del s. XIII, cuando volvía de la meditación a reunirse con sus hermanas en su grupo, éstas solían preguntarle: "¿Qué noticias tienes de Dios?" Ellas sabían que Dios le había hablado.

Quien cultive la amistad con el Dios Trino que vive en su alma, descubrirá ciertos contextos y comprenderá verdades que quedan ocultos a otros. Y como fruto de esa amistad cobrará una y otra vez renovadas fuerzas para esforzarse con seriedad. Lamentablemente la algarabía del mundo invade tanto nuestros oídos que no nos permite percibir la voz del amigo y su llamada a la puerta.

El santo de la vida diaria tiene un oído fino y está abierto a Dios. Las voces de los hombres y el estrépito del trabajo no le impiden escuchar la voz del amigo divino. Él la escucha en todas partes, como un hijo a quien le resulta muy familiar la voz de su madre, y la percibe también en medio del bullicio de la calle.

 

viernes, 18 de julio de 2025

DIOS ES NUESTRO PADRE

En el alma en gracia Dios Trino erige su trono y actúa como padre. Él es nuestro padre y nosotros sus hijos. Así lo subraya una y otra vez san Pablo: "No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos permite llamar a Dios Abbá, padre". Y san Juan nos dice también: "Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamamos hijos de Dios y realmente lo somos". Así pues podemos decir en verdad que Dios es nuestro padre.

Reflexionemos sobre lo que entraña la palabra "padre". Distinguimos tres maneras de ser padre:

"Padre" en sentido estricto es aquél que nos dio la vida a través de la procreación. Por esta vía, nosotros, los seres humanos, recibimos la naturaleza humana a través de la procreación. El Hijo de Dios recibió su naturaleza divina igualmente a través de la procreación. El Padre del cielo lo engendró antes de toda eternidad y lo sigue engendrando por toda la eternidad. El trato de "padre" en este sentido estricto sólo puede ser empleado por el unigénito Hijo de Dios para con su Padre.

Podemos llamar "padre" en sentido amplísimo a aquella persona que con nosotros es tan buena como un padre, que vela por nosotros como un padre. En este sentido Dios es el padre amoroso de todos los hombres, también de los pecadores y no bautizados, incluso de todas sus creaturas. Él viste a los lirios del campo y alimenta a las aves del cielo.

Y existe un "padre" en sentido amplio, el padre adoptivo. Éste toma como propio un hijo ajeno, le da su nombre, lo hace participar de sus bienes y derechos, lo hace heredero de sus posesiones. ¿Somos nosotros de ese modo hijos adoptivos de Dios? Sí; por su gracia nos aceptó como hijos suyos, podemos llevar su nombre y participar de sus bienes; nos hizo herederos del cielo.

Sin embargo somos y tenemos aún más que eso. Y aquí comienza el gran misterio que no podemos sondear con nuestro limitado entendimiento humano. Lo que un padre adoptivo jamás puede dar a su hijo, nos lo da el gran Padre del cielo: un poco de su vida divina. De ese modo nos hace imagen y semejanza sobrenatural suya. Un niño adoptivo en el orden natural jamás podrá ser semejante a su padre en cuanto al ser, porque lleva en sí otra sangre y carga genética. En cambio nosotros, al ser adoptados como hijos por Dios, nos hacemos, de manera admirable, semejantes a Dios; se nos une a Dios, se nos hace capaces de contemplar cara a cara a Dios en la eternidad. "El poder divino nos ha otorgado todo lo que necesitamos para la vida y la piedad, haciéndonos conocer a aquél que nos llamó con su propia gloria y mérito. Con ellas nos ha otorgado las promesas más grandes y valiosas, para que por ellas ustedes participen de la naturaleza divina y escapen de la corrupción que habita en el mundo a causa de los malos deseos". No disponemos en el orden natural de un pleno punto de comparación para este tipo de paternidad.

Por lo tanto somos verdaderamente hijos de Dios, podemos colocarnos junto a Cristo y decirle "¡Padre querido!" al gran soberano del cielo y de la tierra. De todas maneras no somos hijos en virtud de la procreación, como en el caso de Cristo, sino mediante una comunicación totalmente inmerecida.

Y este Padre nos ama paternalmente. A nuestro "¡Abbá, Padre!" responde él con su divino: "¡Fili, filia!" (querido hijo, hija). Él mismo nos dice por boca del profeta que nos ama con la calidez de un padre, con la ternura de una madre:

"¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pero, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada".

Los hombres de hoy, incluso nosotros, los cristianos ¡cuán poco recordamos esta consoladora verdad! Y así, olvidándonos del Padre del cielo, nos sentimos abandonados y solitarios, y vamos mendigando de puerta en puerta. Cuando un hijo tiene una necesidad ¿acaso no acude a su padre? El hijo, especialmente el pequeño y desvalido ¿acaso no suscita en su padre el deseo de ayudarlo, la alegría de brindarse a él? Dios Padre se comunica, quiere regalarse con actitud amorosa, amar con actitud de entrega, porque él es precisamente amor. Su gran deseo de amar lo impulsa a soplar el Espíritu Santo. Esa potente fuerza comunicativa no le da descanso. Por eso unió a su Hijo con una naturaleza humana en gracia. El padre (por decirlo así) no quiere estar sin un hijo, sin la mayor cantidad posible de hijos. Él es amor y por eso quiere comunicarse: "Deus quaerit condiligentes se". Dios busca seres dotados de espíritu a quienes amar y que amen con él lo que él ama y cómo él ama. Y por eso hace que su unigénito se encarne como ser humano, y nos incorpora a él mediante el santo bautismo. En verdad nos hemos convertido en sus hijos.

Dios Padre tiene una "debilidad" peculiar: no puede resistir el desvalimiento conocido y reconocido de su hijo. Filialidad significa "impotencia" del gran Dios y "omnipotencia" del pequeño hombre. He aquí la razón más profunda de la fecundidad de la humildad en el reino de Dios. La santísima Virgen cantó por eso su Magníficat: "Eleva a los humildes", "Quien se humilla será engrandecido" y "Quien entre ustedes quiera llegar a ser grande, que se haga servidor de los demás".


viernes, 4 de julio de 2025

EDUCACIÓN PATERNAL HOY

El padre Kentenich era educador. Acogió muy generosamente la vida concreta. Dispensó la máxima atención y la mayor parte del tiempo a la educación de mujeres, en primer lugar, de las Hermanas de María. En la comunidad de las hermanas desempeñaba un ministerio paternal que le posibilitaba ocuparse intensamente de la vida espiritual de los miembros de la comunidad, permitir vinculaciones personales y, por esa vía, resolver conflictos espirituales, curar enfermedades y unir a las personas, hasta en lo más profundo, con Dios.

El texto que publicamos hoy nos permite echar una mirada profunda sobre la actitud paternal y pedagógica fundamental del padre Kentenich, y hacerlo en el marco del especial desafío pedagógico que se le plantea a la Iglesia en la actualidad.

El siguiente texto fue tomado de esa apología. Se halla en "Zum Goldenen Priesterjubiläum" (En ocasión de las bodas sacerdotales de oro), Monte Sión 1985, 113-115.

 

“En efecto, quien no mantenga un contacto continuo con el alma del hombre actual, enferma en varios aspectos, no tendrá ni idea de cuántas neurosis obsesivas convierten hoy en un infierno, o al menos en un insoportable purgatorio, la vida de incontables personas de todos los estados y clases, sin descontar, por supuesto, sacerdotes y religiosos.

Dar en esos casos la absolución sin procurar un ulterior proceso interno de sanación, es una solución barata. Una paternidad profundamente anclada en Dios piensa y actúa en este punto de una manera radicalmente distinta. En efecto, la paternidad anclada en Dios se inspira en el ideal del Buen Pastor, autorretrato de Jesús: el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No se queda de brazos cruzados en la orilla de un mar azotado por la tempestad, ni se limita a contemplar tranquila e indiferentemente las aguas rugientes, en la cual miles y miles de personas están expuestas al viento y las olas, luchando, desamparadas, por no perecer. Tampoco se contenta con arrojar desde lejos el salvavidas a quienes se están ahogando, sino que él mismo se arroja al agua, arriesgando su vida, para salvar lo que se debe salvar. Así se cumplen aquellas palabras del Señor: el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No debería resultar demasiado difícil aplicar esta imagen a situaciones del tipo mencionado, y hacerlo con adecuación al caso particular y en consonancia con la época en que se vive.

Permítaseme repetir que la eternidad mostrará alguna vez cuán grande y variado es el número de aquellos que pude guiar a través de tales escollos, hacia la plena libertad de los hijos de Dios, hacia el monte de la perfección.

Ya muy temprano tomé contacto teórico y práctico con el problema en cuestión. Se deja aquí expresamente aparte las experiencias del joven director espiritual "detrás de los muros conventuales". En cuanto se le abrieron las puertas y ventanas hacia el exterior, de todas partes vinieron pacientes a verlo, tanto laicos como sacerdotes.

Y así ocurrió ya a comienzos de los años veinte. Por entonces, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el Dr. Bergmann, que tiene su consulta y clínica en Kleve, era considerado un especialista en el área. En mi calidad de sacerdote pude continuar y perfeccionar, desde el punto de vista psicológico, ascético y religioso, lo que el Dr. Bergmann había comenzado desde el punto de vista médico.

No raras veces esa obra suponía un duro trabajo. Hubiese sido más fácil tomar distancia de tales casos recurriendo a algunas frases piadosas generales, tal como suelen hacer muchos sacerdotes. Pero el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas no procede así. Él hace todo lo posible (aunque le exija mucho estudio, nervios y tiempo) para evitar daños a sus ovejas, para devolverles la plena libertad interior de los hijos de Dios, en la medida de lo posible.

Nosotros, los sacerdotes, no somos capaces ni estamos dispuestos a aplicar valiente, lúcida y prudentemente los principios morales y las reglas pastorales tradicionales y probadas; por eso se han ido llenando los consultorios de los psicoterapeutas, mientras que cada vez es menor el número de personas que se acerca a nuestros confesionarios. Esto podemos comprobarlo, lamentablemente, en todas partes.

El pastor conocedor de la época y de las almas es consciente de la crisis de la vida moderna y de los efectos prácticos que produce en aquellos que le fueron confiados. Una crisis profunda y abarcadora. Y tiene el coraje y la valentía de ocuparse del problema, buscando remedios y aplicándolos con prudencia y cuidado. De no hacerlo, se sentirá como un hombre que habla irresponsablemente cosas sin sentido y obra al azar. Y habrá de temer, con razón, que pueda empujar a ciertos grupos de entre sus seguidores (por supuesto, sin quererlo) hacia el otro bando, o bien abandonarlos, lisiados, en el campo de batalla.”

viernes, 20 de junio de 2025

EDUCACIÓN PARA LA LIBERTAD

En la infancia y en la juventud, y en la estructura personal del fundador, observamos ya las bases de su actitud orgánica, de su orientación sobrenatural y, en ella, el descubrimiento de la misión especial de la santísima Virgen; pero también las bases de una postura pedagógica y una imagen de hombre determinadas sobre toda por la libertad y la autonomía.

De estos dos puntos de vista da testimonio el siguiente texto tomado del "Terciado de Brasil" (t. II, 222-239), dado en los meses de Febrero y Marzo de 1952, en Santa María, Brasil, para los padres palatinos de ese país. El padre Kentenich se hallaba ya de camino a Milwaukee, hacia su exilio. Esa circunstancio quizá lo motivase también a hacer más referencias a su propia vida y a sus experiencias personales en el área de la pedagogía. El texto relata desde una perspectiva autobiográfica los pasos pedagógicos del Joven Kentenich en la época de la fundación de Schoenstatt.

 

“Schoenstatt enseñó la superación del hombre masificado. Lo hizo,

• en primer lugar, como un programa,

• en segundo lugar, en la teoría,

• y en tercer lugar, en la práctica.

¿Qué significa que enseñó en la práctica cómo superar al hombre masificado? Seguramente han escuchado hablar sobre la así llamada Acta de Prefundación. En ella tienen el programa que hasta ahora fue (y será hasta el fin de los tiempos) norma de nuestra labor educativa.

Primera pregunta: ¿Cuál es el programa?

Reza así: "Bajo la protección de María queremos educarnos a nosotros mismos para llegar a ser personalidades firmes, libres y sacerdotales". Observen que es un programa de educación de sí mismo que toma como norte el ideal del hombre dotado de una verdadera libertad interior. Es un programa incomparable, grande. Se mantuvo inalterable, más allá de que en una u otra oportunidad se lo formulara con otras palabras.

Les reitero lo que ya les dijera: ser autónomos para ser capaces de actuar por nosotros mismos. De ahí que en el programa se diga además que aspiramos a educarnos a nosotros mismos a fin de actuar después en la educación. Educarse a sí mismo significa no entregarse a la masa, sino tomar uno mismo las riendas en la mano.

Segunda pregunta: ¿Cómo surgió este programa?

En primer lugar, surgió de mi propia estructura psicológica. Y aquí vale lo que en estos días les expuse como las dos formas de la misión carismática ¿las recuerdan? La forma general: el hombre nuevo en la comunidad nueva con un carácter apostólico universal. Y la otra forma: el hombre animado por el espíritu, ligado a ideales, vinculado íntimamente a la comunidad y dedicado al apostolado universal.

Les confieso que desde mi infancia fue ésta mi orientación personal fundamental. Comprenderán entonces que desde el momento en que fuera designado oficialmente educador, no haya podido hacer otra cosa que impulsar la consigna de acabar con todo formalismo. Lo que hay que formar es un hombre ligado a ideales y dedicado al apostolado universal. Acabar con todo formalismo…

[…]

Desde el principio existió en mí el deseo de formar hombres que fuesen autónomos, independientes. Para ilustrarlo me referiré a mi labor docente de aquella época; porque antes de ser director espiritual fui docente.

Y como docente, el objetivo que tuve siempre en la mira fue: conocimiento claro y autónomo, no vinculaciones materiales. El curso que se me asignó por entonces estaba atrasado en seis meses en cuanto a los contenidos de aprendizaje. Por lo tanto yo debía dar en un año los contenidos de un año y medio. Hablando humanamente, tendría que haberme puesto nervioso y aguijonear a los pobres alumnos: "¡Vamos! ¡A estudiar más y más! ¡Sin pausa!" Permítanme exponerles cómo procedí en esa oportunidad. Cuando de aprender se trata, lo importante para mí es subrayar la idea de la autonomía y de la independencia: nada puedo hacer con hombres masificados, sino sólo con personas autónomas, hombres o mujeres; con personas capaces de formarse un juicio propio y defenderlo. ¿Les parece que habría podido fundar un Movimiento de esta magnitud si hubiera procedido de otra manera, si hubiera tolerado la masificación? Les presentaré brevemente el método empleado como docente en aquellos años.

En primer lugar, ante la clase yo no tenía libro alguno en mano.

En segundo lugar, cuando daba latín y alemán, trataba de que los alumnos descubrieran las reglas por sí mismos. Tomaba mucho tiempo, pero no hay que ponerse nervioso por ello, tampoco cuando hay que dar los contenidos de un año y medio. Temo al hombre de una sola idea.

En tercer lugar, cuando yo planteaba una pregunta, y alguien no sabía contestarla, educaba a los alumnos a que ayudaran metódicamente al chico que no sabía contestar para que éste hallara la respuesta. Yo no decía: "¿Cuál es la respuesta?" sino: "A ver… tú… ayuda a tu compañero a encontrar la respuesta correcta". Así pues a menudo se planteaba toda una serie de preguntas auxiliares. Lo importante es educar en la autonomía: ¡Nada de masificación!”

Kentenich reader – Tomo 1, Págs. 37 y ss

 

viernes, 13 de junio de 2025

ENCUENTRO CON EL PADRE FUN DADOR (1)

 "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo, dame almas, y todo lo demás tómalo para ti."

 

El padre Kentenich designa a esta oración "raíz" de la espiritualidad schoenstatiana. La llama asimismo "oración de niño", surgida en su propia niñez. A menudo invitaba a rezar esta oración y vivir fundado en ella. La coloca en el mismo plano de nuestra oración de consagración.

A continuación se presenta varias citas breves tomadas de diferentes conferencias, sobre todo de los años cuarenta, de la época posterior a Dachau. Las citas permiten apreciar claramente cómo en las más diversas situaciones el padre Kentenich menciona espontáneamente esta oración. A primera vista ésta parece algo muy simple, pero el padre Kentenich nos ilumina las distintas dimensiones que ella entraña.

Los textos siguientes invitan no tanto al estudio cuanto a la contemplación. Al leerlos, procúrese seguir el ritmo espiritual del fundador, encontrarse con él en el texto y en la oración.

 

29 de Junio de 1945

Últimamente rezamos con gusto la pequeña oración que recitáramos ayer por la mañana, incluso luego de la conferencia: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Una oración que desde hace mucho tiempo algunos han incorporado a sus oraciones privadas… Si observan con mayor detenimiento, advertirán que en esta pequeña oración se expresan corrientes que movilizan a nuestra Familia desde la inscriptio. ¿Notan cómo en ella se alude claramente a los dos corazones? Pedimos que se nos abra el corazón de Jesús y el corazón de la santísima Virgen; no simplemente que se nos abra, sino que se nos abra ampliamente. "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo".

 

5 de Agosto de 1945

Esta pequeña oración puede ser rezada de manera similar a como rezamos nuestra pequeña consagración, que recitamos muchas veces no sólo por nosotros, sino también por otras personas: "Oh Señora mía, oh madre mía, yo las ofrezco todas a ti…" ¿No podríamos rezar de manera semejante: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia su alma y su cuerpo, ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo"? Sería algo bueno e inteligente hacer de esta pequeña oración objeto de nuestra contemplación: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia mi/su alma y mí/su cuerpo, ábreme/ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo."

 

13 de Julio de 1947

Nos hemos acostumbrado a rezar diariamente la oración: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo…" Les confieso que se trata de una pequeña oración que compuse yo mismo siendo todavía niño. Me arrodillaba y la rezaba.

 

6 de Agosto de 1949

Digámonos ahora unos a otros que deseamos estrechar aún más los lazos que nos unen, y mantener esa unión con mayor fidelidad aún.

Pero la santísima Virgen nos tiene que implorar la gracia de que nosotros, así como nos pertenecemos unos a otros, nos arraiguemos también hondamente en su corazón y en el corazón de Dios.

Es lo que se expresa con suma sencillez en la pequeña oración de la infancia: "Dios te salve, María, por tu pureza…". ¡Qué hermoso es esto! "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Sí; todos queremos estar en esos corazones. Nuestra mutua relación ha de ser de tal naturaleza que cuando pensemos los unos en los otros, pensemos también en Dios. Porque somos como Dios los unos para con los otros. Esta es la gracia que hoy le pedimos que nos implore la santísima Virgen.

 

viernes, 6 de junio de 2025

REPATRIACIÓN VICTORIOSA DEL MUNDO EN CRISTO

El sentido del acontecer del mundo es el retorno del mundo a Dios. El sentido de un acontecer mundial de características apocalípticas es acelerar el retorno a Dios. Detengámonos un poco sobre el término "retorno a Dios". Quizás esta meditación nos dé algunas claves para solucionar cuestiones urgentes.

Al escuchar las palabras "retorno a Dios", advertimos la lucha entre la fe y la incredulidad. La fe en Dios nos impulsa a regresar a Dios. En cambio, la incredulidad nos empuja a acelerar un proceso de rechazo y alejamiento de Dios. Entonces, por un lado observamos un acelerado regreso a Dios y, por otro, una acelerada apostasía.

Pensemos en el acontecer mundial y preguntémonos sobre el significado que Cristo tiene en él. ¿Qué nos dice el Apocalipsis de Cristo? En primer lugar, nos presenta al Padre sentado en su trono (cf. Ap 4,2). De él fluye y hacia él refluye toda vida. Aquel que está sentado en el trono constituye el eje de tranquilidad y reposo en el más allá. Todavía existe un trono que no vacila jamás: el de Dios Padre, quien ha puesto en manos de su Hijo las riendas del acontecer mundial (cf. Ap 5).

El Apocalipsis nos pinta bellamente esta realidad. El apóstol Juan, a quien se le concede estas visiones, desea saber cuál será el destino de la Iglesia. Ve entonces un libro sellado con siete sellos y un ángel le advierte que nadie puede abrirlo. Comprendemos que el apóstol llorara, pues anhelaba que se le revelase el secreto de la historia universal y vio que sus esperanzas se desvanecían. Pero uno de los Ancianos le dice que el Cordero que había sido degollado es Cristo, el Glorioso, pero también el Crucificado. Que él es quien puede abrir el libro de los siete sellos; él es quien conoce y contempla los planes del Padre y ha recibido la misión de llevarlos a cabo. Cristo ocupa, entonces, el centro de la historia.

Hoy se tolera al cristianismo, pero despojándolo de un Cristo vivo. ¿También nosotros hemos dejado a Cristo de lado?

¿Cuál es la actividad de Cristo en el acontecer del mundo, según el Apocalipsis? Él es quien abre los sellos. Vale decir que, sin la permisión divina, obrada a través de Cristo, no hay guerras, epidemias ni revoluciones, etc.

Detrás de todo el acontecer mundial está Cristo que da cumplimiento a todos los planes del Padre. ¿Cuándo derraman los ángeles sobre el mundo la copa de la ira divina? ¿Quién les da la señal para ello? ¡Cristo! (cf. Ap 16).

¿Cuál es el sentido del acontecer mundial, considerado desde el punto de vista de Cristo? ¿Qué papel desempeña Cristo en él? Debo ver en todos los acontecimientos y sucesos una oportunidad más para decidirme nuevamente por Cristo; que, incluso, los acontecimientos más difíciles sean motivo para volver a decidirme por Cristo, con toda mi alma, por libre elección, con libre voluntad.

En este punto distinguimos dos dimensiones de la libertad: por una parte, la capacidad y disposición para decidirse y, por otra, la capacidad de poner en práctica lo decidido. Dios tiene en cuenta mi capacidad de decisión. Cuando llega la hora en que grandes dolores nos quiebran interiormente ¿hacia dónde se dirigen los anhelos del corazón? ¿Acaso habremos de abandonar la bandera y huir del campo de batalla?

El sentido del acontecer mundial, el sentido de mi propia vida y aspiraciones, es que todas las circunstancias y sucesos de mi existencia me lleven a renovar la entrega al Señor, a abandonarme en él.

En medio del acontecer mundial, el Dios vivo ha constituido a Cristo como el gran luchador y vencedor del demonio. En el final de los tiempos, Cristo obtendrá una victoria plena. Y nosotros podemos participar de su valor para luchar, de sus sufrimientos y de su victoria. ¡Qué bienaventuranza saber que, finalmente, alcanzaremos el triunfo! Quizás yo sucumba, pero la causa a la que sirvo saldrá victoriosa.

Cristo vencerá. En el acontecer mundial, Dios aparentemente se deja vencer y doblegar. Se pueden ganar todas las batallas y, sin embargo, perder la guerra. Cristo es desterrado de muchos ambientes y lugares. Pero luego de toda la confusión que genere el demonio, Cristo aparecerá sobre el caballo blanco como Rey y Héroe, triunfante y vencedor de Satanás. Entonces habrá llegado el fin del mundo (cf. Ap 19,11-21). "Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!" ¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera! Nosotros nos entregamos, nos abandonamos a Cristo. Que todo acontecimiento sea para nosotros una oportunidad de decidirse por o contra Cristo. ¡Sí, Señor Jesús! ¡Queremos jurar nuevamente tu bandera!

                                  Tomado de: "Jornada de 1946."

 

viernes, 30 de mayo de 2025

POSEÍDOS POR CRISTO A TRAVÉS DE MARÍA

Llegar a estar poseído por Cristo a través de la santísima Virgen

Al contemplar todo el panorama de lo meditado, comprobamos que hay un pensamiento que se destaca nítidamente: la esencia más profunda de todo el ser de María santísima es su vinculación a Cristo. Si nos hemos entregado a la Madre del Señor, si aceptamos el orden de ser objetivo, entonces nuestro amor a la santísima Virgen y el fervor mariano tienen que estar profundamente vinculados a Cristo. De entre todas las creaturas, es en María santísima en quien la corriente de Cristo fluye con su caudal más puro y original, con su fuerza más arrolladora. Que nuestro fervor mariano esté hondamente vinculado a Cristo significa, por lo tanto, sumergirnos y ser llevados por esta corriente que fluye en ella. Sí; que nuestro amor a la bendita entre las mujeres esté por entero ligado a Cristo. De lo contrario, no estará en armonía con el orden objetivo del ser. Por eso, todo depende de que, en nuestra devoción a la Madre del Señor, ingresemos en la corriente que va hacia Cristo; de que lo hagamos de manera especialísima. Y, naturalmente, por Cristo nos encaminaremos hacia el Padre y el Espíritu Santo.

Detengámonos aquí un poco más y procuremos avanzar hacia una argumentación teológica más fina. Dios permite que María santísima participe de manera sobreabundante en su gloria, especialmente del amor que Dios Padre tiene por su divino Hijo. No es posible imaginar que haya otra creatura que ame tan fervientemente al Señor como su propia Madre santísima. Por eso nuestro amor hacia ella tiene que convenirse, más y más, en un amor que esté unido a Cristo, que cultive la intimidad con Cristo y el estar poseído por Cristo. Si nuestro amor a la santísima Virgen no se desarrolla en este sentido, entonces le faltará algo.

¿Cómo será entonces nuestra vivencia de ser instrumentos de María santísima, nuestra vinculación y amor a ella? Tiene que ser un amor mariano que lleve hacia una vinculación a Cristo viva y vivificante. Poco a poco nos acercamos a un pensamiento muy nuestro y que queremos mucho. ¿Cómo debe ser el amor a la santísima Virgen? Un amor que genere una vinculación a Cristo viva y vivificante. ¿Qué significa esto? Que toda mi persona, llena de vida nueva, ame entrañablemente al Cristo vivo. Si disponen de un poco de tiempo, y creo que todos nuestros sacerdotes deberían hacerlo alguna vez, lean por favor la encíclica de Pío X (Ad diem illum laetissimum, 1904). En ella hallarán una explicación clara y sencilla del término "Vitalis Christi cognitio", un conocimiento vital de Cristo. ¿Qué nos regala nuestro amor a la santísima Virgen? ¡Un conocimiento vital de Cristo!

Permítanme decirles que una de las cosas contra las que, personalmente, siempre lucho es contra el idealismo, también en el campo de la religión. Muchos intentan hoy amar a Jesús separándolo de la santísima Virgen. Y lo hacen porque hoy son millones los que no han aprendido a amar de corazón a otras personas. No conocen ningún organismo de vinculaciones, no aman a los hombres. Dicen que aman a Dios; pero no es cierto. ¿A quién aman entonces? A una idea. He aquí la gran tragedia. Si queremos aprender a amar a María santísima, aprendamos primero a amar a los demás. Así sabremos, algún día, lo que es amar a la santísima Virgen. En realidad no amamos solamente a la persona en sí misma sino que, en ella, amamos a Dios. Y esto hay que haberlo experimentado alguna vez. Que la meta sea vincularse a Cristo que está presente en el prójimo. Este proceso se da con mayor facilidad en el caso de la santísima Virgen. En estos tiempos que corren, la mayoría de la gente, incluso aquellos que son capaces de hablar de Dios con mucho entusiasmo, no aman a Dios como persona sino que aman una idea. Y esto no es devoción. Como filósofo puedo comprender que alguien se entusiasme por una idea y hable de ella con fervor, pero existe una enorme diferencia entre ese entusiasmo y el amor hacia una persona. Por ejemplo, un teólogo descubre un nuevo aspecto fundamental del misterio de la Trinidad… ¡qué grande será su entusiasmo! Pero eso no significa directamente que ame Dios.

No nos engañemos; no hay nada mejor que un profundo amor a María santísima para infundirle calidez a nuestro amor a Cristo. Y ello ocurre así por dos motivos: por una parte, porque nuestro amor a la bendita entre las mujeres y la vinculación vital de ella con su divino Hijo están fundamentados en el orden de ser objetivo: el lugar que ella ocupa en relación con Cristo y con todos nosotros es necesario para nuestra salvación y se cimenta en el orden de ser objetivo.

En segundo lugar, por ser mujer, ella como persona está especialmente orientada al trato con personas. Pero hay un motivo mucho más profundo. La santísima Virgen tiene indudablemente el carisma de establecer vínculos de amor personal y de entregar amor personal. Quien quiera prepararse para afrontar tiempos difíciles tiene la posibilidad de ahondar en la figura de Jesús y, así, puede ser que Dios le conceda el don de una vinculación personal al Señor. Pero si profundiza en la figura de María santísima, accederá a una "vitalis Christi cognitio". La Madre del Señor es la persona que salva a Dios de la despersonalización. Ella nos preserva de la despersonalización en nuestro trato con Dios. ¡No se imaginan cuán despersonalizado es hoy el amor con que se ama a Dios! Medítenlo a fondo.

Quizás desde este punto de vista comprendan mejor aquella otra consigna clásica de la devoción mariana: "El camino que pasa por la santísima Virgen es el más fácil, el más seguro y el más corto para alcanzar una profunda intimidad con Cristo y un profundo estar poseído por Cristo".

Tomado de: "Jornada de Delegados de la Familia de Schoenstatt", 16 al 20 de Octubre de 1950.

 

viernes, 23 de mayo de 2025

CRECER EN LA PASIÓN POR CRISTO

Ser otro Cristo, llegar a ser otro Cristo

En el campo de la educación de uno mismo y de los demás ¿qué meta proponer para la vida y la educación de quien se está formando? Cristo es esa meta. Y Cristo tal cual vive en María santísima.

Hay una fuerza vital que nos ayudará a ser "alter Christus", otro Cristo; a ser imágenes del Señor, no sólo a plasmarlo en nuestro entorno sino a vivir en intimidad con él. Y esa fuerza vital es también Cristo, tal cual vive en su santísima Madre. ¿A qué estilo de vida aspirar de ahora en adelante? La respuesta es idéntica: Cristo. Cristo es a la vez puerto hacia donde ponemos proa y fuente de energías para la empresa; Cristo es la pauta de nuestro estilo de vida interior y exterior. Pero siempre desde el punto de vista de la experiencia crística que tuviera la santísima Virgen. Cristo tal como ha vivido en su bendita Madre, Esposa y Compañera. Se nos abre así un mundo extraordinariamente hermoso, un universo vasto y fecundo; una constelación que nos atrae, que nos ofrece su ayuda y que nos socorrerá efectivamente en la tarea de hacer realidad el gran programa del año, el programa de vida que nos hemos propuesto.

1. Cristo es la gran meta de nuestra vida

Revistámonos de Cristo; que él sea el único y gran objetivo de la educación. Sí, que el Señor sea la meta en el área de la educación del mundo, en la formación de nuestro pueblo y nuestra patria, en la modelación de nuestra gente, de nuestras familias.

Hablamos muy a menudo de la Virgen y destacamos su papel. Lo hacemos contemplándola en todo momento como la "pequeña María", conformada con Cristo. En su persona encontramos al Señor, que se refleja en el espejo de su Madre y Esposa. Es Cristo mismo quien resplandece en la faz de su divina Madre. No olvidemos nunca que la santísima Virgen es siempre la Esposa y Compañera de Cristo.

¿Qué significa que Cristo sea la meta de nuestra educación? Meditemos sobre este interrogante en el silencio del corazón, más allá de los distintos grados de compromiso que tengamos en lo pedagógico. Y espontáneamente nos detendremos en aquellas palabras del Credo: "Et Verbum caro factum est". Y la Palabra se hizo carne. La segunda persona de la santísima Trinidad asumió la naturaleza humana individual que te ofreció la bendita entre las Mujeres con una actitud maternal y esponsalicia. El Verbum Divinum se apropió de esa naturaleza y la Palabra se hizo carne, se hizo hombre. La Sagrada Escritura subraya que la Palabra no se hizo hombre (homo factum est) sino carne (caro factum est). Vale decir que el hombre, en cuanto ser dotado de un cuerpo de carne, celebra su desposorio con la Palabra Eterna en la medida en que ésta asume una naturaleza individual.

Ahora bien ¿qué se desprende de esta realidad? Recordemos el pensamiento que nos sirve continuamente de cimiento y base de nuestras reflexiones: las cosas creadas no sólo son pensamientos encarnados de Dios, sino también deseos encarnados de Dios. En el punto que estamos reflexionando, "cosa creada" es la naturaleza humana de la Palabra de Dios hecha carne. Y en cuanto al deseo divino que se encarna allí, podemos decir que Dios eleva la naturaleza humana por medio de la encarnación de la Palabra. La naturaleza humana divinizada de Cristo es la "causa exemplaris" (causa ejemplar), el modelo de humanidad grato a Dios, del ideal de hombre que Dios quiere encarnar a través de nosotros.

Rememoremos aquel versículo del Génesis: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (cf. Gen 1,26). Las palabras "imagen y semejanza" adquieren ahora una forma muy palpable y perceptible por los sentidos. ¿Cómo es esa semejanza divina? "Et Verbum caro factum est". La Palabra de Dios encarnada es imagen de Dios; es imagen hecha a semejanza del Dios Eterno. Esa es precisamente la imagen que debe encarnarse en nosotros mismos. De ahí que el objetivo de nuestra educación sea sólo uno: ser otro Cristo, revestirse de Cristo.

Adecuándonos a la situación que nos toca vivir en el mundo de hoy, ciertamente podríamos decir que el objetivo de la educación es formar un hombre perfecto. Pero esta meta sola no es suficiente. El objetivo es modelar en nosotros al Cristo perfecto. Por lo tanto nuestro objetivo es siempre un objetivo sobrenatural.

Apuntamos no sólo a un perfeccionamiento de la naturaleza en todos sus aspectos, sino también a una elevación de la misma.

He aquí, pues, nuestro anhelo: revestirnos de Cristo, ser como él, peregrinar por el mundo como otros cristos. Les repito que éste es el ideal a seguir.

¡Cuántos pensamientos vienen a nuestra mente en este campo! Examinemos lo que nos dice el Señor sobre nuestro anhelo de ser como él. Repasemos la hermosa parábola de la vid (Cf Jn 15,1-17). Jesús es la vid y nosotros sus sarmientos. Se nos invita pues a integrar una misteriosa biunidad con el Señor, a ir por la vida conformando una misteriosa biunidad con él. Y a hacerlo en profundidad. De ese modo se cumplirán las palabras del apóstol san Pablo sobre la cabeza y los miembros (Cf. 1Cor 10,14-17; 12,12-31; Rom 12,4-5). .......

En la sociedad actual detectamos la existencia de distintas imágenes y concepciones del hombre, incluso algunas muy nobles. Pero, meditando sobre ellas, advertimos que ninguna posee el grado de nobleza y dignidad de aquella que propone para el hombre "revestirse de Cristo, ser otro Cristo".

                               Tomado de: "Conferencia para las Hermanas de María", 6 de Abril de 1946.

viernes, 16 de mayo de 2025

CRISTO Y LA MUJER

Los Padres de la Iglesia nos llaman la atención sobre una determinada diferencia entre el hombre y la mujer. En alusión a la imagen de Jesús, nos dicen que el hombre representa la cabeza de Cristo, y la mujer, su faz. Pero ¿qué significa representar la faz de Cristo? La vida que bulle en el interior de un hombre se manifiesta en su rostro. La cabeza es la sede de la claridad de pensamiento y voluntad. A través de su conocimiento, el hombre señala caminos y se constituye en guía. La mujer, en cambio, tiene la misión de manifestar el rostro de Cristo. De tal manera que toda vida que alienta en el mundo recibe así la impronta de Cristo.

Reflexionemos un poco sobre la sociedad en la que vivimos hoy. Sin pretender realizar ahora un análisis exhaustivo, podemos afirmar que el mundo de hoy es presa de una gran confusión. La detectamos en todas partes, incluso en nuestra propia familia. Todo parece sumido en el caos y la desolación. Frente a tal estado de cosas es necesario recordar que es ahora cuando se echan los dados; es éste el tiempo en el que se está decidiendo qué rasgos tendrá el rostro del mundo en los próximos —estimativamente— cinco siglos.

La mujer está llamada a representar realmente el rostro de Cristo; todo su ser debe dar un testimonio claro del ideal que Dios ha previsto para ella. Para estar a la altura de esta vocación ¿cuál será entonces la tarea de la mujer? Procurar que los próximos siglos lleven el sello de los rasgos de Cristo. En Schoenstatt se nos ha confiado la misión de salvar la imagen de María santísima, la auténtica imagen de la mujer. Seamos, por lo tanto, guardianes y centinelas de esa maravillosa imagen de la mujer. Que toda nuestra persona lleve siempre sobre sí la impronta del rostro de Cristo, en todo lugar donde estemos o vayamos, tanto en el taller o la fábrica como en la oficina o la familia. Más aún, que a todo lo que realicemos le imprimamos siempre esos divinos rasgos del Señor.

¡Qué importante es este santuario del ideal de la mujer! Hemos sido llamados para ser sus custodios y vigías. Velemos para que sea encarnado con perfección por nosotros mismos y por los que nos hayan sido confiados. Seamos encarnación viviente del ideal de la mujer, porque el ejemplo de vida mueve más que las meras palabras. Y recordemos además aquellos versos de Dante Alighieri: "Contemplar la faz de María santísima y pecar, es imposible".[3]

¡Qué grandeza y qué don del cielo es llevar los rasgos de Cristo estampados sobre nuestro propio rostro, irradiarlos en nuestro entorno y hacer resplandecer a Cristo en cada una de nuestras acciones! De ese modo, Cristo caminará a través de nuestra persona por el mundo y el tiempo actual; naturalmente lo hará entonces en la figura de una mujer y, por lo tanto, en la figura de María santísima.

 

Tomado de: "Conferencia a las dirigentes de la Juventud Femenina de Schoenstatt", 5 de Agosto de 1950.

  

viernes, 9 de mayo de 2025

ACCESOS A LA IMAGEN DE CRISTO JESÚS

1. Imagen exterior de Jesús y actitudes de su alma

¿Qué detalles conocemos de la apariencia exterior de Jesús y de su interioridad? Meditemos sobre la imagen del Señor y contemplemos sus rasgos nobilísimos para saber con mayor certeza cómo tendría que ser nuestro propio rostro. Y así, luego, al reflexionar sobre esos rasgos en lo secreto del corazón, advertiremos cuánto necesitamos una y otra virtud o cualidad que resplandecen en la persona de Cristo.

Este es un tema en el cual podríamos detenernos largamente. Llevamos a Cristo en nosotros, somos sus portadores y servidores; somos aquellos que lo dan a luz para el mundo de hoy y lo ofrecen a los demás hombres. Esta vocación de identificación tan honda con el Señor nos lleva a confrontarnos con la totalidad de su imagen.

I. ¿Cómo era la apariencia exterior de Jesús? Pregunta difícil de responder. Disponemos de muy escasos documentos sobre este asunto. Quizás los apóstoles hayan hablado sobre la fisonomía del Señor pero no dejaron ninguna constancia escrita. Imaginemos que nosotros fuimos testigos oculares de la vida de Jesús y luego escribimos nuestras impresiones de lo que vimos y oímos. Creo que en nuestro relato necesariamente habríamos hecho referencia a la apariencia exterior de Jesús.

¿Cómo eran sus ojos? ¿Era su mirada melancólica o alegre? Nada nos dicen los Evangelios al respecto. ¿Acaso a los apóstoles no les había impresionado la fuerza que se irradiaba del Señor? Sí, por supuesto, pero el Espíritu Santo los guió de tal manera que fueron capaces de pasar de lo exterior a lo interior, y dar así testimonio de lo primordial, de lo más grande, de la interioridad. Los discípulos no pusieron por escrito todo lo que se hablaba entre ellos. Posiblemente dialogaron sobre la fisonomía de Jesús, pero, repito, el Espíritu Santo dispuso las cosas de tal manera que hoy no sabemos mucho sobre la apariencia exterior del Hijo de Dios.

Creo que lo expuesto se podría resumir en tres puntos:

a. La persona de Jesús irradiaba una gran fuerza. Recuerden, a modo de ejemplo, aquel pasaje del Evangelio cuando el Señor encuentra a un joven, a quien lisa y llanamente le dice: "¡Sígueme…!" (Jn 1,43). Y el muchacho dejó todo y fue tras él. Por supuesto, la impresión recibida por el nuevo discípulo había sido preparada de alguna manera por el contacto anterior con los apóstoles y lo que éstos le habían relatado sobre Jesús. Pero, sea como fuere, el Señor ejercía un dominio y una atracción especial sobre los corazones de los hombres.

b. Miremos un poco más en lo profundo, tratemos de vislumbrar la esencia de su personalidad. Si bien Jesús demostraba continuamente una gran cercanía a la gente, ello no quitaba que estuviera revestido de una gran majestad. Contemplemos la majestad de su persona. «Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: ’Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’» (Lc 5,8). ¿De qué nos está hablando esta escena? De una extraordinaria tensión entre cercanía y lejanía, entre la línea que va al otro y la que vuelve.

c. En la mirada se expresa toda la persona; y esto lo sabe todo aquel que tenga experiencia en el trato humano. Los ojos del Señor irradiaban una fuerza especial; su mirada expresaba la esencia de su personalidad, era su símbolo. Recordemos el pasaje evangélico de la negación de Pedro (Lc 22,54-62). Aquello era el pecado más grande que uno se pueda imaginar, mucho más que los pecados contra la santa pureza. Simón Pedro tenía que caer para que se convirtiese de una vez, para que abandonase su orgullo solapado. Y fíjense que digo a propósito solapado. Bajo capa de un pretendido amor a Jesús ¡en el fondo Pedro se buscaba a sí mismo! Así, pues, el Señor permitió que Pedro cometiese el pecado más grave. Sí; Pedro pecó. Pero he aquí que luego Jesús pasa a su lado y lo mira a los ojos. Y esa mirada logró lo que toda una educación no había podido conseguir: Pedro llora amargamente y reconoce su miseria y debilidad. Ahora sí que está en condiciones de ser la roca de la Iglesia, de ser declarado sucesor de Cristo.

Estos son sólo algunos rasgos exteriores de la persona de Jesús. Nosotros queremos dar a luz a Cristo, ser portadores de Cristo y llevar a Cristo a todos los hombres. ¿No debería entonces nuestra apariencia exterior parecerse un poco a él? ¿No debería irradiarse de nosotros una gran fuerza que alcanzase a los demás? No una fuerza que sea simulada, sino que brote de la desbordante riqueza de nuestra vida interior.

Tomado de: "Retiro para las Hermanas de María", 25-27 de Agosto de 1950.

 

  

viernes, 2 de mayo de 2025

COBIJADO EN EL PADRE

 ¿A qué se debe que el niño esté tan cobijado, que viva tan espontáneamente su propia vida? En parte, porque tiene una sana fe y confianza en las propias fuerzas, pero también porque sabe que lo rodea un poder fuerte, bondadoso y fiel: el padre y la madre. El niño se siente asegurado en ese poder y esto siempre se realiza felizmente, aún cuando los padres solo con muchos desvelos puedan alimentar y vestir al niño. El niño no mira muy lejos; así crece en él la conciencia de que puede confiar en sus propias fuerzas y que lo está rodeando un poder fuerte, bondadoso y fiel. Por eso vive su vida tan silenciosamente contento.

El amor filial implica un cobijamiento sumamente fuerte, esto es: el cobijamiento de la voluntad y el cobijamiento de la afectividad.

Empeñémonos en no abandonar la mano del Padre con una confianza sencilla, simple e iluminada. Sabemos que el Padre eterno tiene el poder de protegernos y de conducirnos: solamente precisamos asir firmemente la mano bondadosa.

En la expresión: "Abbá, querido Padre" resuena un cobijamiento, una tranquilidad y una paz sumamente profundos.

Todo hombre necesita su nido. Pero jamás tendrá tranquilidad hasta que no haya hallado su nido primero en el corazón de Dios.

El hombre tiene apego a su nido, es decir, tiene un fuerte impulso de tener un nido propio. Si el buen Dios nos deja caer de varios nidos de segundo o tercer rango —y ciertamente que a veces lo hace— ¿qué busca entonces? Quiere llevarnos al nido último, al nido primero de su sacratísimo corazón.

En toda inseguridad y descobijamiento Dios quiere brindarnos mayor seguridad y cobijamiento en su mano y su corazón. Esto vale para la vida individual tanto como para la vida de los pueblos.

Tenemos que cuidarnos de no identificar primariamente filialidad con cobijamiento. Más bien tenemos que identificar filialidad con entrega de sí mismo. Lo secundario, el efecto de esta entrega de sí mi es el cobijamiento.

Si buscamos a Dios desinteresadamente viene por sí mismo el descanso, la felicidad y el cobijamiento.

El sentido del desamparo es alcanzar un grado más alto de sencilla filialidad. Por lo tanto, debemos rezar mucho y fervorosamente pidiendo un grado muy elevado de filialidad ante Dios. Esta filialidad es la hazaña de la vida, nuestra mayor hazaña. Por eso la filialidad no puede ser nada blando. Quien hoy día es un niño sencillo, es realmente un héroe.

La filialidad confiere la fuerza de soportar convenientemente todos los estados de angustia y —en gran parte— también de vencerlos.

Quien no emplea el desamparo para inclinarse vigorosamente ante Dios, seguirá siempre siendo débil.

En el desamparo y abandono interior, el niño aguarda sosegada y ecuánimemente hasta que el Padre eterno, habiéndolo previamente purificado, lo atraiga tanto más hacia Él.

Quien en su descobijamiento no aprende a hallar el canino hasta el supremo punto de descanso, Dios, no podrá llegar a ser grande y vigoroso.

Si ya —en parte— nos hemos hecho niños, entonces nuestra alma crecerá tanto más si las dificultades son grandes que si son de poca monta.

Cuanto más filialmente me comporte con Dios, tanto más riquezas volcará Él en mi alma.

El buen Dios quiere aumentar su honor de un modo original mediante mi vida. Pero el honor de Dios implica siempre, simultáneamente, mi felicidad. Si mediante mi vida glorifico a Dios como Él lo quiere, seré tan feliz como Él lo tiene previsto.

Padre José Kentenich, Aforismos, 1970

viernes, 25 de abril de 2025

EL PADRENUESTRO, UNA ESCUELA DE ORACIÓN

"Padre nuestro…" Me encuentro aquí ante Dios como Dios Padre, como Dios Trino. "Padre", Padre del Hijo, Padre del Unigénito, pero también Padre de nosotros. Sí, Padre nuestro. Yo estoy como hijo, como hijo adoptivo ante Dios, mi Padre. Por eso es tan importante meditar nuevamente sobre el "tú" que tengo frente a mí. ¿Acaso no perciben cómo la luz que se irradia de este tú ilumina mi pequeño yo, ennobleciéndolo, haciéndome levantar los ojos hacia lo alto, elevando todo mi ser? Y yo, por mi parte, me apoyo en él, en Dios Padre.

"Padre nuestro"… nuestro Padre… Estas palabras me hacen sentir espontáneamente miembro de la gran familia de Dios, y no tanto como individuo aislado.

«Padre nuestro que estás en los cielos». Popularmente sabemos bien lo que significan estas palabras ¿no es cierto? Ellas nos recuerdan la omnipotencia de Dios. Dios se nos aparece como la bondad y la amabilidad personificadas. Pero esta frase "que estás en los cielos" nos llama además la atención sobre la omnipotencia divina. De ahí que ante Dios debamos mantener una actitud de respeto y a la vez de amor. Con toda nuestra alma, desde lo más hondo, acogemos, abrazamos al otro polo, al tú divino, con un movimiento en el que se observa una línea que va y otra que vuelve.

Traten de profundizar más en esta introducción del Padrenuestro. No se precipiten en sacar enseguida consecuencias éticas, sino dediquen más tiempo a sentir y gustar esta gran realidad de la inhabitación divina, de la santísima Trinidad morando en el alma, de nuestra propia entrega al Dios Trino que habita en nosotros. Esta vinculación al Dios que está en nosotros es ya oración en el sentido más eminente del término.

En efecto, necesitamos vincularnos a Dios. Procuremos por lo tanto que ese proceso de vinculación sea siempre lo esencial, lo excelso, en nuestra oración. No pongamos enseguida la mira en las exigencias éticas, sino más bien procuremos lograr una honda vinculación que cale en nuestro ser. Busquemos pues a Dios en las moradas más recónditas del alma. He aquí la oración por excelencia. Quizás no podemos orar porque tenemos una concepción equivocada de lo que es oración.

Pasemos a la parte central del Padrenuestro, a las principales peticiones. "Santificado sea tu nombre". Aquí se trata de honrar la majestad divina, de glorificar a Dios. Lo importante no es que me vaya bien a mí; lo único que cuenta es que le vaya bien a Dios, que Dios sea reconocido por los hombres. He aquí el sentido y el fin último de la creación. Que esta consigna dé alas y remonte hacia lo alto todo nuestro corazón, toda nuestra vida.

Sólo una es la meta a alcanzar: "Santificado sea tu nombre". Consumámonos por ese objetivo, trabajando, orando, haciendo sacrificios día y noche. Que Tú, Dios de majestad, seas reconocido y glorificado. Y si Tú quieres alcanzar esa glorificación a través de las circunstancias políticas… "santificado sea tu nombre".

Pero a este objetivo se agrega un segundo: que Tú seas santificado en mí mismo. "Venga a nosotros tu reino". Venga también a mí tu reino, a nuestra familia, a fin de que seas glorificado por nosotros.

Enfoquemos ahora los grandes medios. "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". En este punto se trata de la conformidad con la voluntad divina. La gloria de Dios aumenta en la medida en que mi propia voluntad asuma la forma de la voluntad divina. "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".

"Danos hoy nuestro pan de cada día". Aquí se hace referencia tanto al pan sobrenatural como a los medios naturales necesarios de subsistencia. Sabemos muy bien que para el hombre es tan peligroso vivir en la abundancia como sufrir miseria. El ser humano debe disponer de lo necesario, para que así le resulte más aliviado vivir, y pueda elevar su corazón y sus ojos hacia Dios con mayor facilidad.

"Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en tentación, líbranos del mal. Amén".

Fíjense que en cada una de estas frases se nos ofrece un nuevo medio, de valor secundario, que debemos aplicar a fin de alcanzar, con el transcurso del tiempo, la meta de nuestra vida.

Por todo esto es aconsejable que cuando no puedan orar bien, cuando se sientan fatigados, en el tren, de viaje, etc., recen calmadamente el Padrenuestro. Porque es una escuela de oración de primera categoría. Cuando lo que nos transmite el Padrenuestro se haya convertido realmente en parte de nuestro pensamiento y en forma concreta de vida, entonces creceremos orientándonos hacia la grandeza misma de Dios. Quedaremos libres de ese continuo girar en torno de nuestro yo y participaremos de las cualidades de Dios, de la grandeza de Dios y del ser de Dios.

Tomado de: "Vortrag bei Marienschwestern", 8 de Marzo de 1933, pág. 205-208. 

viernes, 11 de abril de 2025

IMAGEN PATERNAL DE DIOS (2)

 

(continuación de lo apuntado la semana pasada)

 

«Vuestro Padre sabe lo que necesitáis, antes de pedírselo» (Mt 6,8) …….

Otras formulaciones van aún más lejos. Acentúan intensamente algo que a los oyentes de aquel entonces también les era extraño: Dios no se preocupa sólo del pueblo elegido. Sus oyentes estaban convencidos de este solo pensamiento: Israel es el pueblo elegido. Esta fe iba tan lejos que los israelitas pensaban que los demás pueblos no eran objeto de su Providencia y de su amor. ¡Pueblo elegido! Pero el pueblo en su conjunto, no cada uno en particular. Esto deben tenerlo presente como telón de fondo y entonces comprenderán lo que significa: el Padre no sólo se preocupa del pueblo de Israel en su conjunto, no sólo de cada israelita en particular, no sólo se preocupa de cada miembro del pueblo de Israel, de cada pequeñez, sino que, aún más allá, se preocupa de todo lo creado, y especialmente de todos los hombres. No hay nada en mi vida, ni lo más mínimo, que no esté contemplado en este plan.

Él se preocupa de cada pequeñez en lo que nos atañe a cada uno y en cada uno. Presupongamos esto y entenderemos de inmediato las enseñanzas que el Señor nos quiere impartir.

Dos gorriones por una moneda

Cristo se expresa en forma práctica (él es, por lo demás, muy popular en sus descripciones, se adapta al pueblo, es decir, a sus oyentes) y dice: «¿No se venden dos gorriones por unas monedas?» (Mt 10,29). No es difícil trasladarnos a las circunstancias de entonces. Evidentemente, para la mentalidad de esa época, si no nos equivocamos, y quizás más que en la actualidad, el mundo de los pájaros tenía muy escasa importancia. No se trata sólo de que se pueda comprar dos gorriones por una moneda, sino que lo más importante, lo más esencial, es que «ninguno de los gorriones cae al suelo sin el consentimiento del Padre». ¿Puede expresarse esto en forma más sencilla? De modo que de estos seres insignificantes, de los que nadie se preocupa, se preocupa el Padre, y ninguno cae al suelo sin que así esté en el plan del Padre. «¡Cuánto más se preocupará de vosotros!»

Todos los cabellos están contados

«Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados» (Mt 10,30). ¿Qué significa esto? Dios debe ser un estupendo contador. Él conoce, por lo tanto, todos y cada uno de los cabellos de mi cabeza. Los exégetas acostumbran a explicar la frase: "Todos los cabellos de vuestra cabeza", diciendo que se trata de esos pequeños vellos que tenemos comúnmente en el cuello, es decir, ni siquiera los cabellos de la cabeza, sino que esos pequeños vellos en el cuello; de eso se trata. Si esto es así… así parece ser… ¿o será solamente una imagen cualquiera? Y si fuera sólo una imagen, entonces la imagen es en verdad suficientemente explícita. Si esta imagen tiene un valor simbólico, entonces nuevamente, en la práctica, sólo puede significar: Él se preocupa de mí, él sabe de mí. Y todo lo que se realiza en mi vida, él lo previó y lo planificó. Pero todo por amor, para el amor y a través del amor. Todo esto debe reforzar mi vinculación amorosa a él.

Los lirios del campo

Una última enseñanza va en la misma dirección: se nos llama la atención con un nuevo ejemplo de la vida práctica. Dice que observemos cómo se viste a los lirios del campo y cómo se cuida de los pájaros del cielo. Salomón, en todo su esplendor, no se vestía como los lirios del campo (cf. Mt 6,28-29) Los pájaros del cielo no siembran ni cosechan; están solamente entregados a la divina Providencia, y el Padre se preocupa de todos ellos, sin excepción.

Tomado de: "Texte zum Vorsehungsglauben", Patris-Verlag, pág. 93-99.