viernes, 25 de septiembre de 2020

La santificación de la Vida Diaria - el libro

 

En mis primeros tiempos de vida schoenstattiana recuerdo que nuestro querido Padre Jorge Zegers (+21.5.2020) me aconsejó comprara el libro “La santificación de la vida diaria” de la editorial Herder, pues allí encontraría una propuesta de formación ascética, que por otra parte era materia de nuestras conversaciones privadas. Me llamó la atención que un libro de una autora schoenstattiana alemana se encontrara a la venta en las librerías de Madrid (eran los tiempos de la fundación de Schoenstatt en España). El ejemplar que adquirí era parte de la séptima edición (¡la primera edición española data del año 1958!!). Hoy está a la venta la novena edición.

Después supe que la editorial Herder, fundada en Alemania hace más de doscientos años, se trasladó a Barcelona en 1948, y que al principio de su trayectoria en España divulgaba, sobre todo, libros publicados por la misma Herder y por otras editoriales alemanas en traducción española. Algún colaborador alemán tuvo que sugerirle a la dirección de la editorial que tradujera también el libro “Werkstagsheiligkeit”, una propuesta para la conformación religiosa del día a día, puesto en el mercado alemán por una editorial de Limburgo, ciudad cercana a Schoenstatt, en el año 1937. Un conocido escritor y traductor español, Constantino Ruiz Garrido, realizó un trabajo excelente, traduciendo del alemán y haciendo asequible al lector español el texto del que hoy disponemos. En su prólogo escribe que con esta obra la editorial Herder presenta a los lectores de habla española una auténtica joya de la “Espiritualidad schoenstattiana”, teniendo que aclarar en nota a pie de página que Schoenstatt (Alemania) es la sede de un “Movimiento Apostólico”, de honda repercusión espiritual en Alemania y en otros países …. .

Se sabe que la autora del libro mencionado, la Hna. M. Annette Nailis, del Instituto de las Hermanas de María de Schoenstatt, recibió del Padre Kentenich el encargo de recoger en un libro los apuntes de diversos retiros de los años 1932-1933.

En su libro “Schoenstatt’s Everyday Spirituality” (“Santidad, ¡Ahora!, Editorial Nueva Patris) el Padre Jonathan Niehaus, en un intento de hacer más asequible al lector de nuestros días los textos originales, publica ‘una valiosa selección de los pasajes más significativos …. del libro “La santificación de la Vida diaria”, texto clásico de la enseñanza del Padre Kentenich’, según apuntan en la contraportada. También nos habla de los orígenes del libro que hoy nos ocupa. Dice así:

“Pareciera que el P. Kentenich usó por primera vez la expresión santidad de la vida diaria en 1932, año en que predicó el retiro Santidad sacerdotal de la vida diaria, para sacerdotes (3 al 13 de agosto de 1932, el que repitió en un ciclo de retiros en los años 1932-1933). En este retiro expuso los principales elementos de la espiritualidad de Schoenstatt desde la perspectiva de la santidad. Fue el primer intento por entregar una visión de conjunto de la ascética schoenstattiana. Este curso también se dio en forma adaptada a la joven comunidad de las Hermanas de María de Schoenstatt, fundada en 1926.

Uno de los frutos del ciclo de retiros de 1932-1933 fue el libro basado en ese retiro. Fue éste un proyecto mamut que demoró cuatro años en completarse (y en el que el P. Kentenich participó activamente, escribiendo incluso personalmente partes del libro). …. Mucho podría decirse acerca de este libro y de su impacto. Uno de los comentarios más interesantes acerca de su importancia proviene del mismo P. Kentenich, quien, en una carta al P. Menningen de marzo de 1956, señaló lo siguiente:

“Desde un comienzo se concibió la Santificación de la Vida Diaria como un libro que abarcaría dimensiones fundamentales [de la espiritualidad de Schoenstatt]. Esto explica su tono y estructura. Por esto, enfoca principalmente los puntos de referencia fundamentales (….) en el orden natural y en el orden de la gracia. Lo describe cuidadosamente, y da sólo una breve descripción de sus interrelaciones.

Se pensó que serviría de base a publicaciones posteriores sobre estudios especiales [escritos] para uso de la familia (….). Se necesitaría uno sobre el Ideal Personal, otros sobre nuestro estilo de Examen Particular, sobre la humildad y caminos hacia la humildad, la obediencia y estilo de obediencia, la pureza y la prudencia. Podría seguir y seguir enumerando temas. En todo caso, su fundamento serían los principios dados en la Santificación de la Vida Diaria. De ellos habría de emerger gradualmente una colección de material unificada y sólida, junto a una forma coherente de pensar y de vivir; una base firme que nos ayudaría a atravesar con seguridad las tormentas de nuestros tiempos modernos.”

Me llama la atención que, en esta carta, el P. Kentenich avisaba de que hay muchos en nuestras filas, que con las convulsiones de los tiempos no son conscientes de nuestra propia identidad y características, sobre todo aquellos que, como él dice, “cuecen en todas las cacerolas”, calmando sus necesidades en la literatura que se ofrece en el momento, olvidando toda la fuerza que las luchas de la Familia durante tantos años nos han regalado para nuestras propias formas de piedad y religiosidad.

 

viernes, 18 de septiembre de 2020

Las pequeñas virtudes

Al plantearme en estos días escribir algo sobre las pequeñas virtudes como instrumentos en el camino de la santidad, me acordé de San José de Calasanz (1557-1648), santo aragonés, pedagogo y fundador de los Escolapios, y en cuyo colegio de Granada estudié en los primeros años de mi adolescencia. Él aconsejaba a sus hermanos de comunidad – se lo oí decir a un padre escolapio – que “quien desee la paz no contradiga a nadie”. ¡Cuántos disgustos podríamos evitarnos en el día a día de nuestro matrimonio si practicáramos esta pequeña virtud!

Otro pedagogo, en este caso fundador de la Congregación de los Hermanos Maristas, el santo francés Marcelino Champagnat (1789-1840), hablaba doscientos años más tarde de las pequeñas virtudes. Estudiosos de su obra ponen en sus labios esta reflexión:

“Puede uno ser regular, piadoso y tener afán de santificación; puede uno, en una palabra, amar a Dios y al prójimo sin tener la perfección de la caridad, a saber, las “pequeñas virtudes”, que son como los frutos, el adorno y corona de la caridad. El descuido o la carencia de las virtudes pequeñas es la causa principal, y tal vez la única, de las disensiones, división y discordia entre los hombres.”

Y las enumeraba así: indulgencia, disimulación caritativa, compasión, alegría santa, tolerancia, solicitud caritativa, afabilidad, urbanidad y decoro, condescendencia, abnegación y paciencia, ecuanimidad y buen talante.

Se sabe que el padre Champagnat se inspiró en la obra de san Francisco de Sales (1567-1622), contemporáneo de san José de Calasanz, y que fue el que inspiró también a nuestro padre Fundador en esta materia. En su conocida obra “Introducción a la vida devota” (1619) que contiene las célebres cartas a una tal “Filotea”, nos regala una esmerada espiritualidad, y enumera así las once “pequeñas virtudes”: paciencia, bondad, mortificación, humildad, obediencia, pobreza, castidad, dulzura con el prójimo, tolerancia de imperfecciones, diligencia y santo fervor.

¿Qué son las “pequeñas virtudes” para el Padre Kentenich? En una conferencia del año 1963 lo explica así:

“¿Qué entendemos nosotros bajo las “pequeñas virtudes”? En una respuesta abstracta, diría yo así: son extraordinariamente grandes virtudes, pero que practicadas en el día a día, no muestran hacia afuera ningún rasgo de heroísmo. Es lo cotidiano, lo ordinario. Es lo que acostumbramos a decir en la Familia de Schoenstatt cuando hablamos de la santificación de la vida diaria: ordinaria extraordinarie, lo ordinario, lo cotidiano de forma extraordinaria.”

Y para ampliar la explicación nos invita a leer en el libro “La santificación de la vida diaria” el siguiente pasaje:

Las virtudes a que nos referimos se llaman pequeñas virtudes porque apenas se estiman y aprecian a los ojos del mundo. Pero el santo de la vida diaria les concede particular atención porque son buenas ayudas para santificar la vida ordinaria de cada día. Voy a enumerarlas brevemente: Indulgencia con las faltas de los demás y prontitud para perdonarlas, aun cuando no haya derecho a pedir semejantes miramientos; cierto disimulo, que parece no ver ciertas deficiencias notables; disimulo que es lo opuesto de aquella triste perspicacia que tienen algunos para ver defectos ocultos.

Cierta compasión, que hace suyos los sufrimientos de los infortunados y afligidos; una alegría, que comparte las alegrías de los que son felices, para acrecentarlas; Cierta flexibilidad de espíritu, que sabe ver lo que hay de razonable y cierto en las opiniones de los demás, aunque no lo haya comprendido al momento, y que sabe pagar, sin envidia, el tributo de reconocer que las ideas de otros son más acertadas. 

Cierta solicitud por prevenir las necesidades de los demás, para evitarles la molestia de sentirlas y la vergüenza de pedir ayuda.

La bondad del corazón, que en todo momento hace lo más posible por ser útil y agradable a los demás y, aunque sólo pueda hacer poco, su deseo sería hacer mucho más; una finura atenta, que sabe escuchar a los que no nos agradan, sin dar muestras de displicencia, e instruye a los ignorantes sin que ellos lo adviertan sensiblemente.

Cierta cortesía, que al cumplir con los modales de buena educación no lo hace con la falsa amabilidad del mundo, sino con sincera y cristiana cordialidad.” (A. Nailis, La santificación de la vida diaria, p. 264).

Como escribiera el Padre Champagnat: “Ahora me arrepiento de haberlas llamado “pequeñas”, pero no es mía esa expresión, es de san Francisco de Sales. Son pequeñas porque apuntan, por su objeto, a cosas menudas: una palabra, un gesto, una mirada, un detalle de cortesía; pero son muy grandes, si uno examina el principio que las informa y el fin que tienen.”

 

viernes, 11 de septiembre de 2020

Santidad en (y de) la vida diaria

 

Como muchos de mis lectores conocen, el P. Herbert King de la comunidad de los Padres de Schoenstatt ha venido publicando en los últimos años una colección ordenada de textos con una amplia presentación del pensamiento del Padre Kentenich. El tomo 1 de la colección se publicó en español bajo el título “En libertad ser plenamente hombres”, y se puede adquirir en la Editorial Patris de Chile. En los últimos meses he venido recogiendo en mi Blog algunos textos de este primer tomo. Me propongo ahora seguir haciéndome eco, en esta ocasión, del índice de los textos que el tomo 6 de la serie propone al lector. Su título en alemán: “Heiligkeit im Alltag” – ‘Santidad en el día a día’. Aún no se ha editado en español (que yo sepa).

Según apunta el P. King, ya desde el principio de su actividad pastoral el ideal de santidad fue un anhelo central para el Padre Kentenich. Lo que conocemos como ‘Primera acta de fundación’ lleva precisamente como título este ideal. Sabemos también que la pequeña capilla del cementerio en Schoenstatt (la que sería el Santuario original de Schoenstatt) debería llegar a ser la “cuna de la santidad”.  Desde entonces la historia de la familia de Schoenstatt quiere ser la historia “de un esfuerzo y de una vida de santidad”. Desde el último Concilio cada cristiano está llamado a una auténtica y verdadera santidad, ocupando el núcleo del pensamiento cristiano la exigencia de Jesús: “Vosotros, pues, sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48).

Comienzo hoy la nueva serie de reflexiones en el Blog del Padre, y lo hago con la definición de la santidad de la vida diaria:

“La armonía santa entre la vinculación hondamente afectiva con Dios, con la obra del hombre y con el prójimo a través de todas las situaciones de la vida.”

Esta es nuestra definición de santidad, el término conceptual de la santidad que el Padre Kentenich nos ha regalado. La encontramos en las primeras páginas del conocido libro “La santificación de la vida diaria” (Ver: Editorial Herder). Son dos las expresiones que caracterizan profundamente este concepto, dándole su perfil original dentro de los ideales tradicionales de santidad en la Iglesia. Las expresiones son “vinculación” y “hondamente afectiva”.

La persona humana puede y debe vincularse. No solo a Dios, sino a su obra y al prójimo. Y lo puede y lo debe hacer con sus afectos, con su corazón. Es así cómo se actualiza el principal mandamiento del antiguo y del nuevo testamento, ampliándolo incluso a todos los ámbitos de la vida humana. Nótese que se acentúa de forma especial el amor afectivo.

Recordamos también una modalidad que el Padre Kentenich destaca: llevar a cabo lo ordinario de forma extraordinaria. En uno de sus escritos (Studie 1952/53, 19) lo describe así:

“Ella (la santidad) ha escrito en su bandera lo ordinario, lo común de la vida diaria. Nosotros nos permitimos describirlo con estas palabras, “ordinaria extraordinarie”. En cualquier caso, no siente ningún anhelo por lo extraordinario, ni en la vida de oración ni en la vida de sacrificio.”

Es evidente que no se trata de una pedantería, ni tampoco de hacer de cualquier nimiedad de la vida un acontecimiento extraordinario. Queremos tener los pies en el suelo, también en nuestro camino de santidad.

 

viernes, 4 de septiembre de 2020

El amor a María del hombre nuevo

Para finalizar este ciclo de reflexiones sobre el “hombre nuevo” en Schoenstatt, quiero hoy reproducir (sin comentarios) algunos pensamientos del Padre Kentenich sobre el amor a María del hombre nuevo. Son palabras de una de sus últimas charlas en esta jornada pedagógica de 1951 a la que vengo haciendo referencia (Ver: ¡Que surja el hombre nuevo!, Editorial Schoenstatt - Amazon)

“Hay distintos tipos de amor a María: un amor corriente, un gran amor y un amor extraordinario a María. Permítanme hablar de este último. Es el amor a María de Grignon de Montfort, determinado por el pensamiento: debo llegar a Cristo en la santísima Virgen y no sólo con y por Ella (“Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen”).  No lograremos hacer entender este uno en el otro, si no tenemos personas que hayan aprendido a amar sanamente, tanto naturalista, como natural y sobrenaturalmente; que hayan gozado interiormente el amar a una persona, y en la persona amar a Dios. Doy mi amor filial a mi padre, lo amo como hijo y estoy en mi padre; y este estar-en-mi-padre significa, a la vez, estar en el Padre celestial. Recuerden todo lo que hemos leído sobre santa Teresita. ¡Qué espontáneo era todo aquello! Al entregarse a su padre, se entregaba a la vez al Padre celestial, no reflexivamente sino con auténtica espontaneidad.

Si no he vivido tales contextos en forma humanamente auténtica, jamás entenderé y jamás lograré pensar que debo estar en la santísima Virgen, en Dios y en Cristo. El pensar mecanicista perturba estos procesos vitales espontáneos. Con ello nos sometemos a una cantidad inmensa de desventajas. El pensar mecanicista nos daña hasta la médula. No entiende cómo puede ser compatible este profundo e íntimo estar-en-la-santísima Virgen con el estar-en-Dios. Les puedo explicar esto filosóficamente, pero sólo lo aceptará y entenderá aquel que ha aceptado en sí "el reino del amor" y que tiene una firme sensibilidad en este sentido. Muchos dicen, entre ellos doctos hombres, que este profundo uno en el otro afectivo es posible, pero que hay sólo algunas águilas que logran gustar de ello. Por eso queremos regalar nuestra poca fuerza sólo a Cristo. Esto es pensar mecanicistamente. No es correcto sicológicamente. Se habla de estrechez de conciencia. Mi conciencia es tan estrecha que no puedo aceptar a dos personas en ella: Cristo y la santísima Virgen. A esto tendría que decir, en primer lugar, que si fuera así, tampoco podrían llegar de Cristo al Padre. Son también dos personas. Puede ser que este "uno en el otro" afectivo no se realice de la noche a la mañana, pero no debe ser rechazado en principio.

Si queremos educar hombres sanos o sanar a enfermos, es evidente que vivimos, entonces, uno en el otro y que estamos en conjunto en un tercero. Hoy en día, destrozamos este organismo afectivo. Estoy convencido de que, si queremos salvar las regiones superiores de la religión, sólo lo podremos hacer, a la larga, en nuestro tiempo, si estamos como en casa en las regiones inferiores. Debo estar como en casa en los hombres para que pueda estar también cobijado en Dios y en la santísima Virgen.

Les señalo cosas que ya he expuesto: para estar seguro en Dios, tengo que procurar estar en la santísima Virgen. Muchos se quieren saltar las regiones inferiores. Por eso, la separación de los espíritus. Hay muchas águilas que quieren estar en Dios, pero dan un salto. Estoy convencido de que hay hombres sexualmente enfermos, también en algunas comunidades religiosas, porque son demasiado sobrenaturales y, por lo mismo, antinaturales. El hombre no aguanta ese separar mecanicistamente una región de otra, que le impulsa acalambradamente al mundo sobrenatural. La venganza de lo conocido, de lo naturalista-natural llega luego. Piensen en los ermitaños y en las tentaciones que tuvieron y, ciertamente, que también les sobrevinieron porque eran demasiado sobrenaturales y por eso antinaturales. Todo el organismo de ser debe ser considerado y respetado.

Lo que les leí ayer, les señaló una imagen: que santa Teresita no se quedó apegada a la letra. Otra imagen: escribo mi nombre. Si soy un principiante, me quedo pegado a la letra. Pero si soy práctico y sé escribir bien, cierro los ojos y mientras escribo pienso no en las letras sino en la persona. Apliquemos la imagen a la santísima Virgen: al decir "santísima Virgen", "María" es como una palabra que he escrito. De esa palabra están ritualmente excluidos Cristo y el Dios trino. Se nos reprocha a los schoenstatianos que nos quedaríamos pegados en la piedad mariana. ¿Les puedo recordar que comparamos lo mariano con un velo, tal como lo tenían en el cristianismo primitivo? En el velo, tras el velo, está Dios vivo e infinito. Al aproximarme a la santísima Virgen, me aproximo a Cristo. Es un error pensar que por el amor a María me separaría de Cristo. Al decir Cristo, digo Padre; al decir María, digo Cristo. El amor a María no impide que cultive el amor a Cristo.”