viernes, 27 de agosto de 2021

El poder del amor

Me llegan noticias de Schoenstatt/Alemania sobre la salud del Padre Herbert King, conocido y citado en este Blog por nuestra amistad personal y por su dedicación a sistematizar y publicar textos de nuestro Padre fundador. Su salud se ha deteriorado seriamente. El Padre King nació en el año 1939, estudió teología en Tübingen y München/Alemania, así como en Buenos Aires/Argentina. Pertenece a la comunidad de los Padres de Schoenstatt: fue ordenado sacerdote por Mons. Plaza en Argentina en el año 1964 y dedicó diez años de su vida (1968-1978) a la docencia, siendo profesor de Dogmática en el Seminario Mayor de La plata y en la Universidad Católica de Buenos Aires. Su gran labor de investigación en los escritos y material didáctico y pedagógico del Padre Kentenich, unido a su amor a él, nos ha facilitado a los hijos de Schoenstatt el acceso a la vida y enseñanzas del fundador. Este Blog tiene mucho que agradecerle.

Hoy iniciamos en esta plataforma una nueva temática: después de habernos detenido durante algunos meses en el tema del padre, pasamos ahora a la lectura y meditación de textos del fundador que nos hablan del AMOR. Y lo hacemos justamente de la mano del Padre Herbert King. En el prólogo del tomo 2 de su presentación del pensamiento del Padre en textos podemos leer la siguiente reflexión:

“De todos los temas considerados centrales por el padre J. Kentenich, incluidos el mariano y el patrocéntrico, el amor es el que ocupa el lugar más importante y central. J. Kentenich llama al amor “la ley fundamental del mundo”. El amor es el fundamento de todo fundamento. El “hombre nuevo” que él quiere crear es el hombre “animado por el amor”. La meta queda formulada en los últimos años de su vida de la siguiente manera: “Comunidad lo más perfecta posible sobre la base de personalidades lo más perfectas posible, y ambas fundadas en el principio fundamental del amor” (Ejercicios para sacerdotes de la Federación [1967], 91), o bien, como dice en otro texto: “ambas impulsadas por la fuerza fundamental y elemental del amor” (Conferencias 1963, VI, 31). ….

El enfrentamiento con las autoridades eclesiásticas que el mismo padre Kentenich iniciara en 1949 se centró principalmente en la correcta comprensión integral del amor. En ese entonces se trataba del “amor orgánico” ‒como él mismo lo expresara programáticamente de forma reiterada‒. Al servicio de un amor comprendido de forma orgánica e integral, quería formular al mismo tiempo de manera nueva el pensar y el vivir en su verdadera importancia y en su modalidad correcta (pensar y vivir orgánicos). Convoca así a una “cruzada” por el amor orgánico (Conferencias VI [1966], 253). …..

Al padre Kentenich importa sobre todo la integridad del amor a Dios, a los hombres y a sí mismo en el marco de un único amor. Este es el primer significado que tiene para él “amar orgánicamente”. J. Kentenich subraya que, desde una perspectiva psicológica, el “proceso de vida del amor” es siempre el mismo, trátese del amor a Dios, a los hombres o a sí mismo. En efecto: en general es algo típico de su pensamiento ver en unidad y compenetración mutua lo divino, lo humano y lo mundano. En los diferentes momentos concretos hay siempre algún aspecto del conjunto “Dios-hombre-uno mismo” que se encuentra de forma “orgánicamente unilateral” en el primer plano de la conciencia y del amor, mientras que a los demás aspectos se los considera y ama junto a ese aspecto principal. Pero, no obstante ello, siempre nos encontramos ante una totalidad.”

Para terminar nuestra reflexión de hoy traigo unas palabras del Padre Kentenich que nos animan a desarrollar la fuerza del amor. Las tomo del Terciado de EEUU (1952), I, Págs 123-124:

“En general, debo decir que todos nosotros somos inexpertos profesionales en el campo del amor. Amamos las ideas, pero es una miseria lo que tenemos en cuanto a profunda vinculación personal. Y por eso, si lo reflexionan en silencio en su interior, tendrán que decirse: mi naturaleza, también mi naturaleza masculina, no llega a plenitud primariamente por la entrega a una idea sino por la entrega a una persona. Sin una profunda vinculación personal, mi naturaleza nunca llegará a realizar su sentido ni a alcanzar su plenitud interior en una medida suficiente. Y realmente, a pesar de todo, en este sentido hemos seguido siendo en general inexpertos profesionales. ¿De dónde proviene que así sea? Dejemos esa pregunta de lado. Pero es preciso que aprendan a amar. Y si no lo he aprendido, no entenderé absolutamente nada del mundo del amor. Cuando san Juan nos dice: “Quien no ama permanece en la muerte” (1Jn 3,14), deben tomarlo literalmente. Si no amo, es decir, si no se ha despertado en mí el mundo del amor, todo lo que se diga del mismo seguirá siendo para mí un asunto vago y nebuloso. No lo entenderé. […] Aquel en quien se haya despertado el mundo del amor entenderá lo que quiere decir: “Quien no ama permanece en la muerte”.

  

viernes, 20 de agosto de 2021

María, nuestra madre

Con majestuosa calma suena en la aurora de la creación la voz de la omnipotencia, sabiduría y bondad de Dios sobre el caos de la creación: "hágase la luz" Y la luz se hizo.

Por segunda vez la tierra había llegado a estar yerma, vacía y envuelta en tinieblas. Entonces llegó la plenitud de los tiempos: el pecado de Adán había acumulado un inmenso caudal de suciedad y fango, imposibilitando la mirada hacia arriba, hacia el Dios vivo… Y por segunda vez habló la omnipotencia, la sabiduría y la bondad de Dios: "Hágase la luz". Más precisamente: "Hágase María". Y la luz se hizo. Se hizo María. Claramente resplandece la estrella de la salvación —María— anunciando el Sol ya próximo: Cristo Jesús.

Las palabras "Ecce mater tua" guardan para todos los siglos esta segunda expresión creadora… Cada vez que se acumulan en el horizonte oscuros nubarrones, todas las veces que la tierra comienza nuevamente a ser yerma y vacía, la omnipotencia, la sabiduría y el amor misericordioso de Dios repiten sobre el abismo: "¡Hágase la luz! ¡Hágase María! ¡He aquí a tu Madre!" Así acontece también ahora cuando la tierra, cubriéndose de negras tinieblas se lanza vertiginosamente hacia el abismo. Tan potentes y audibles como nunca lo fueron, se oyen hoy día surcando este valle de lágrimas en todas las latitudes, las palabras pronunciadas por la omnipotencia, la sabiduría y el amor de Dios: "¡Hágase la luz! ¡Hágase María! ¡He aquí a tu Madre!"… Así nos habla mediante las manifestaciones de los últimos papas, por medio de las apariciones de los últimos tiempos y no en último término por el fracaso y la ineficacia de todos los medios puramente humanos empleados hasta ahora.

¿No huelga decir entonces que dirijamos ininterrumpidamente el corazón y la mirada hacia arriba, para acoger en nosotros la figura luminosa de María, hasta que nos arrodillemos, y llenos de emoción recemos y que nuestra vida diaria, audaz y osadamente traduzca en realidad las palabras: "María, Tú eres nuestra Madre"?

Siempre que la Iglesia estuvo en peligro ha acudido a refugiarse en la mediación maternal de María sellando con Ella, conscientemente, una alianza de amor. El éxito no se hizo esperar, lo prueban innumerables hechos en la historia universal y eclesiástica. Hoy la nave de Pedro se agita castigada por recios huracanes, por eso los papas señalan firmemente a María como la única salvación y apremian a la cristiandad a consagrarse a Ella, a sellar con Ella una alianza de amor.

(Aforismos - "Dios mi padre" - José Kentenich - Nuevo Schoenstatt, Argentina)

viernes, 13 de agosto de 2021

María, la 'niña' del Padre

María – Hija

Sabemos —nos lo dice el dogma de la Inmaculada Concepción— que la Madre de Dios estaba exenta del pecado original y por eso —en el sentido positivo— singularmente colmada de la gracia, de la participación en la vida de Dios, en la vida del Salvador. Ya sólo por eso, es Ella de un modo singular la Hija, la niña del Padre.

La fe nos dice que después del hombre-Dios no hay alma tan llena de gracia como la de María. Es por eso que los Padres de la Iglesia la llaman con agrado "la Hija del Padre".

Si consultamos a los Padres griegos sobre su posición respecto a la Madre de Dios, escuchamos la simple, clara y vigorosa frase: Ella es sencillamente la Hija del Padre. Diríamos en nuestro lenguaje: Ella es sencillamente la niña del Padre. ¿Qué quiere decir esto? Su filialidad supera tota la filialidad posible en un ser creado.

Todo el ser de la Madre de Dios está ordenado hacia Cristo, pero en Cristo y por Cristo al Padre.

Desde un principio hemos de suponer que la Madre de Dios posee no solamente un marcado ser filial, sino también una mentalidad filial ejemplar e incomparable.

La Madre de Dios era hija, no solamente en el ser, sino también en toda la actitud de su alma. Ella poseía lo que constituye la esencia del niño: la completa entrega en total humildad, una confianza abismal y un amor muy elevado.

La Madre de Dios es el modelo de la auténtica filialidad; Ella aprendió la filialidad del Hijo Unigénito de Dios.

Así como el Salvador gira en torno al Padre, se sobreentiende que también lo hace la Madre de Dios, porque a través de Cristo, está ordenada totalmente hacia el Padre.

Si estamos de rodillas ante la Madre de Dios viendo cómo su vida fluye únicamente hacia Dios, nos sentimos tocados en nuestras ansias más profundas.

El amor de María al Padre celestial tiene una doble cualidad: por un lado es servicial, y por otro, extraordinariamente tierno y filial.

El fundamento de la vivencia de pequeñez en María es la convicción de su carácter creatural. Frente al increado, al infinito, Ella misma se experimenta vitalmente como la humilde esclava, de un modo sumamente tierno y profundo.

María hizo suya la voluntad de Dios, y por consiguiente Jesús pudo gozar continuamente de la gran realidad: la voluntad del Padre reina sobre la voluntad de su bendita Madre.

Toda la vida de la Madre de Dios es una cristalización de la voluntad de Dios, una constante y absoluta entrega al deseo y la voluntad del Padre.

"Ecce Ancilla Domini! Fiat…"[2] (Lc 1,38). Aquí podemos intuir la entrega ilimitadamente sencilla y filial de todo su ser a la voluntad del eterno Dios. ¡Sencillez acabada, simplicidad acabada! ¡Filialidad en sumo grado, filialidad heroica!

El Espíritu Santo ha irrumpido sobre la Madre de Dios en la anunciación. Y más tarde, en el cenáculo, lo ha recibido una vez más. Así comprendemos como Ella ha podido encarnar el ideal de la filialidad de un modo espléndido y heroico. Es una pena que se nos refiera tan poco de su vida posterior.

Si el ser determina el obrar de la Madre de Dios y si Ella ha sido la Hija del Padre de un modo profundamente eficaz, entonces —de acuerdo a la ley de la transmisión de la ida— dará a sus hijos un profundo amor filial al Padre. El ser y el sentido filial cimentado profundamente en el plano psicológico de la querida Madre de Dios fue afirmado y desarrollado por la actividad de la gracia; de allí que su función mediadora signifique para nosotros un hondo enlazamiento a esa su ilimitada conciencia filial.

Si llevo a los míos a la Madre de Dios, Ella, a su modo, se encarga de regalarles una amplia receptividad frente al Padre, una profunda capacidad para la vivencia filial.

(Aforismos recopilados en el libro “Dios es mi Padre” – Manuscrito Nuevo Schoenstatt, Argentina, 1977)

 

viernes, 6 de agosto de 2021

La filialidad, don del Espíritu

La filialidad es un instinto natural esencialmente vinculado a la naturaleza humana. Ser hombre es ser niño. Tener una naturaleza humana significa tener dentro de sí el instinto filial. La profunda razón filosófica está en nuestra limitación creatural… No hay ser que se satisfaga a sí mismo: sólo Dios se basta, porque Dios es el increado. Ninguna creatura puede bastarse, por tanto, para la perfección de su ser depende de otros. Nuestros límites, basados en nuestra creatureidad, solo pueden ser superados por la adhesión a otros seres, y este desvalimiento, basado en nosotros mismos, es la primera filialidad.

Las necesidades, capacidades y dotes naturales están íntimamente unidos a las dádivas sobrenaturales de la gracia.

La filialidad es una necesidad natural, pero la filialidad es más aún un don del Espíritu Santo.

Si mi filialidad ha da ser profunda y perdurable, si debe persistir en las pruebas de la vida, entonces es absolutamente necesario que me la dé el Espíritu Santo, pues si solamente me esfuerzo con las virtudes y gracias ordinarias, no lograré mucho. La filialidad tal cual la aspiramos nosotros, presupone una actividad eminente del Espíritu Santo en nuestra alma, ya que la sola predisposición natural, por muy fuerte que sea, no basta. Para que la filialidad se desarrolle de un modo duradero y profundo, fácil, rápido y heroico, y logre salir victoriosa en las pruebas más difíciles, es necesario que el Espíritu Santo viva en el alma.

Solamente si el Espíritu Santo interviene en la vida de nuestra alma, lograremos vivir sencillamente el "Abbá, querido Padre". ¡Qué dignidad ha de llenar entonces nuestra alma! Entonces no somos esclavos sino que comprendemos desde el punto de vista sobrenatural la conocida expresión: "En la nave del amor no hay galeotes, sino únicamente remeros voluntarios" (San Francisco de Sales).

En la historia de mi filialidad sobrenatural veo dos etapas; la primera tendría que describirla así: "Ego cum gratia Dei", yo con la gracia de Dios. Ahí están en el centro el propio querer, las propias luchas. La segunda época tendría que describirla así: "Gratia Dei mecum", la gracia de Dios conmigo. Se refiere a mi estar bajo la influencia de los dones del Espíritu Santo.

Mientras la filialidad es una virtud, dependemos de un permanente ensayo, pero cuando es un don del Espíritu Santo, hemos de luchar por la humildad, por el espíritu de oración y de confianza.

(Aforismos del P. Kentenich, tomados de "Dios mi padre", Hermanas de María de Schoenstatt, Argentina)