La filialidad es un instinto natural esencialmente vinculado a la naturaleza humana. Ser hombre es ser niño. Tener una naturaleza humana significa tener dentro de sí el instinto filial. La profunda razón filosófica está en nuestra limitación creatural… No hay ser que se satisfaga a sí mismo: sólo Dios se basta, porque Dios es el increado. Ninguna creatura puede bastarse, por tanto, para la perfección de su ser depende de otros. Nuestros límites, basados en nuestra creatureidad, solo pueden ser superados por la adhesión a otros seres, y este desvalimiento, basado en nosotros mismos, es la primera filialidad.
Las necesidades, capacidades y dotes naturales están
íntimamente unidos a las dádivas sobrenaturales de la gracia.
La filialidad es una necesidad natural, pero la
filialidad es más aún un don del Espíritu Santo.
Si mi filialidad ha da ser profunda y perdurable, si
debe persistir en las pruebas de la vida, entonces es absolutamente necesario
que me la dé el Espíritu Santo, pues si solamente me esfuerzo con las virtudes
y gracias ordinarias, no lograré mucho. La filialidad tal cual la aspiramos
nosotros, presupone una actividad eminente del Espíritu Santo en nuestra alma,
ya que la sola predisposición natural, por muy fuerte que sea, no basta. Para
que la filialidad se desarrolle de un modo duradero y profundo, fácil, rápido y
heroico, y logre salir victoriosa en las pruebas más difíciles, es necesario
que el Espíritu Santo viva en el alma.
Solamente si el Espíritu Santo interviene en la vida
de nuestra alma, lograremos vivir sencillamente el "Abbá, querido
Padre". ¡Qué dignidad ha de llenar entonces nuestra alma! Entonces no
somos esclavos sino que comprendemos desde el punto de vista sobrenatural la
conocida expresión: "En la nave del amor no hay galeotes, sino únicamente
remeros voluntarios" (San Francisco de Sales).
En la historia de mi filialidad sobrenatural veo dos
etapas; la primera tendría que describirla así: "Ego cum gratia Dei",
yo con la gracia de Dios. Ahí están en el centro el propio querer, las propias
luchas. La segunda época tendría que describirla así: "Gratia Dei mecum",
la gracia de Dios conmigo. Se refiere a mi estar bajo la influencia de los
dones del Espíritu Santo.
Mientras la filialidad es una virtud, dependemos de un
permanente ensayo, pero cuando es un don del Espíritu Santo, hemos de luchar
por la humildad, por el espíritu de oración y de confianza.
(Aforismos del P. Kentenich, tomados de "Dios mi padre", Hermanas de María de Schoenstatt, Argentina)
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