viernes, 30 de julio de 2021

Pérdida del sentido filial

(Texto tomado de los aforismos entresacados de escritos y conferencias del Padre Kentenich, y recopilados en el libro “Dios mi padre”, Nuevo Schoenstatt, Argentina 1977)

“El pensamiento de un filósofo moderno puede y debe ser nuestra norma de vida "Dios quiere que en santa sabiduría recuperemos nuestra filialidad" (Rabindranath Tagore).

Pestalozzi opina que la caída más grande de la humanidad actual es la pérdida del sentido filial, porque Dios puede desplegar su paternidad solo cuando el hombre es niño ante Él. Dios no puede educar a su criatura si ella no se le abre filialmente.

Si la expresión de Pestalozzi es cierta, también podemos invertirla, entonces no habrá gracia más grande para la humanidad actual que presentarse ante Dios con un sentido filial recuperado. Por eso no existe una misión más grande que la de reconquistar para todos los hombres la filialidad perdida.

Quien no posee una sencilla fe en la Providencia, así como la tiene un niño, quien no está convencido de que detrás de todo el acontecer mundial obra una mano paternal bondadosa, no hallará soluciones en el oscuro laberinto de la vida actual.

¡Qué difícil se hace a veces soportar la vida! No podemos dar al hombre moderno algo más importante que esa fe sencilla, esa confianza simple en la Providencia: Dios es Padre, Dios es bueno…

La época actual se caracteriza por una angustia universal que sólo será superada mediante una sencilla y auténtica filialidad.

La esencia de la angustia es el sombrío sentimiento de impotencia e inferioridad frente a una despótica omnipotencia o una oscura superpotencia.

La angustia es un afecto innato, universal, radical. La angustia invade la naturaleza humana desde el instante en que comienzan a existir sus hermanos: el pecado, la culpa y la muerte, el dolor y la fragilidad. Desde que existe el pecado original podemos hablar de una angustia innata que es un versal. Es decir, que toda naturaleza afectada por el pecado original se halla impregnada por ella. Al mismo tiempo es un afecto radical, es fuente de un sinnúmero de afectos secundarios. Así como un árbol nace de la raíz, así innumerables sentimientos —ostensibles o no— emanan de la angustia.

El hombre actual cree haber vencido el miedo, pero no es el miedo sino el asombro lo que ha perdido. El respeto ha sido sustituido por un miedo que hace temblar.

La angustia es un síntoma del tiempo actual, un afecto de la época. Ninguno de nosotros está libre de ella, pues vivimos en medio de un poderoso terremoto espiritual que afecta todas las rea1idades. El ambiente en el cual hemos crecido está vacilando. Lo que ayer tuvo forma fija, mañana se habrá diluido. Ignoramos que nos traerá el futuro, frente al cual estamos en una inseguridad total. Solo reina la preocupación y la angustia.

Tenemos que aprender a reconocer con alegría la propia impotencia, pero al mismo tiempo volcarnos en un ser que es todo omnipotencia y bondad. Sin filialidad no superaremos la angustia, no alcanzaremos nada sin la sencilla fe en el Padre celestial.

En las consultas psiquiátricas se interpretan muchas veces las imágenes oníricas. Ahí observamos la profunda angustia psíquica por el Dios vivo; vemos qué poco se ha experimentado a Dios como Padre.

¡Qué pocos católicos han experimentado vitalmente la realidad: "Dios es mi Padre"!

El objeto de la soledad es volver a encontrar cobijamiento por la filialidad absoluta.

Si no estamos íntimamente unidos al Dios personal, la vida nos enfermará. Necesitamos descansar en Dios.

Cuanto más desvalido es el hombre, tanto más se lanza en busca de cobijamiento; sin embargo, todo refugio que no sea Dios, solo le proporcionará un desamparo mayor. Cuanto más descubramos esto, tanto más comprenderemos que la filialidad es la salvación para la angustia actual.

La religión nos brinda hogar porque nos muestra a Dios como Padre y en María nos regala una Madre.”

 

 

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