Hemos venido leyendo pasajes destacados del capítulo 3 – ‘Sobre la esencia de la relación paterno filial’ – del “ESTUDIO” que nuestro Padre fundador redactó en Milwaukee en el año 1964 sobre el principio paternal y un movimiento orgánico sobre la paternidad a la sombra de las reformas postconciliares del momento.
Justo antes del descanso estival (en España), presento los últimos apuntes de este capítulo, dando por terminada por ahora mi labor en este tema.
El Padre Kentenich basa su reflexión en el mundo de los ideales, de metas altas por conseguir, y anima a sus hijos espirituales a luchar en esa tarea en el día a día y en la fuerza de la alianza de amor con nuestra Señora.
También lo hace con el maravilloso ideal de padre, que lo fundamenta en la capacidad y actividad engendradora, a su vez imagen de la actividad engendradora del Padre Dios. Desde esta perspectiva nos pide hoy que comprendamos la labor del padre, apuntando dos ámbitos de esa tarea: por una parte, la forma original de ejercer la autoridad, y por otra la necesidad de educar a los hijos en la audacia. Recuerdo a mis lectores que estos textos los toma el Padre de la jornada titulada “Pedagogía para educadores católicos” del año 1950. Leemos:
“Decíamos que la paternidad es la “forma
original” de la autoridad. Vale decir, que donde haya autoridad en la vida
familiar, allí estará el padre como forma original y viviente de autoridad.
De ahí que el padre debe dirigirse a su hijo como encarnación de la autoridad
divina. No basta con que el hijo se sujete a determinadas leyes. El padre es la
encarnación de la ley, su encarnación viva: para el hijo, la voluntad del padre
y la ley deben ser, en esencia, una misma cosa.
Apenas podemos imaginarnos cuánto perjudicamos
la psiquis del niño y la de la sociedad toda, cuando exigimos el sometimiento a
una ley detrás de la cual no hay un Dios Padre que sea persona y una voluntad
paternal que emane de un padre que sea persona. Cuando falta esto se produce
desarmonía y disonancia en el alma del niño, porque él experimenta la ley, pero
no quién está detrás de ella, sustentándola. No debe ocurrir así, sino que el
amor a la ley debe significar, al mismo tiempo, amor a quien promulga esa ley.
El niño necesita de los límites que le fija la
autoridad del padre. No es como suele decirse hoy en día, que en el niño sólo
hay cosas buenas, sino que en él hay también instintos que pujan por imponerse.
El niño necesita experimentar una autoridad que esté por encima de él y que,
llegado el caso, le pueda “hacer doler”. Naturalmente, es muy importante que
cuando esa autoridad intervenga para fijarle límites (especialmente cuando lo
hace por primera vez) lo haga de la manera correcta. ………. El padre debe
procurar que su hijo tome conciencia de la autoridad paterna y, por último, de
la autoridad divina. Pero lo importante es que lo haga de la manera correcta. …
Agere sequitur esse! A través de toda mi persona de padre debo motivar y
estimular la conducta del niño.”
Y más adelante, refiriéndose a la educación en
la audacia escribe lo siguiente:
“El padre tiene también la tarea de educar en la
audacia; y realiza esta educación a través del testimonio de todo su ser y
de su vida, aún en momentos en los que se enfrenta a dificultades pequeñas o
grandes. El padre tiene abundantes ocasiones para educar en la audacia,
especialmente en el área de lo religioso. Contemplen la crisis económica que
sufre nuestra clase media. El padre ejercita la audacia en este punto cuando,
en medio de las penurias materiales, sabe arrojarse al corazón de Dios. El
padre educa a sus hijos –varón o mujer– para que sepan abordar con audacia los
trabajos que deben llevar a cabo. El padre auténtico siempre les recuerda a sus
hijos los ideales, les plantea exigencias y los introduce en el cultivo de la
obediencia y de la audacia a la hora de asumir responsabilidades. ...”
Quiero terminar esta reflexión con las mismas
palabras con las que termina el capítulo citado. El Padre fundador nos anima así:
“Encaucémonos todos en el organismo del ser
objetivo de la realidad y de esa manera nos resultará fácil observar las leyes
de vida de Dios.
Hoy por la mañana hablamos de las leyes de las
compensaciones y las represiones. Aplíquenlas, por favor, al proceso vital del
cual nos estamos ocupando ahora. Digo nuevamente mi exhortación: ¡Padres, sean
santos!
Estamos escuchando estas grandes verdades
católicas sobre la paternidad auténtica en un lugar y sitio santos (el
Santuario de Schoenstatt). Si nos sentimos agradecidos por ello y creemos que
así lo dispuso la Divina Providencia, entonces recordemos que una de las más
importantes gracias de peregrinación que se ofrecen en este Santuario es la de
la transformación interior. ¡Que muera en nosotros el animal depredador y que
reviva el padre que llevamos dentro! ¡Que desaparezca el salvaje en nosotros y
se forme y desarrolle la imagen y semejanza del eterno Padre Dios!”
Querido Paco, la semana pasada escribí un comentario pero se me borró. Y quise volver a leer estos textos porque me parece que tocan el núcleo vital de lo que necesitamos en nuestra época: la humildad y la audacia. Me conmovió especialmente el tema de la audacia, porque poco se dice del "silencio de los buenos", y se contrapone ese silencio al grito inmisericorde de "los buenos". Entre ambos media un Dios que nos impulsa a buscar las nuevas playas, pero a su vez empatizando con el otro. No simpatizando ni siendo condescendientes. Para tener autoridad necesitamos de empatía y de audacia. Gracias por este texto especialmente!!
ResponderEliminar