Al reflexionar sobre la relación paterno filial, el Padre Kentenich nos ha brindado en el “Estudio” de 1964, en primer lugar, una detallada explicación sobre la esencia del amor y los efectos que ese amor produce o puede producir en varios ámbitos problemáticos de nuestro tiempo, como son los vínculos y el amor en el matrimonio y los vínculos y el amor y sus repercusiones en el ejercicio de la autoridad, deteniéndose con una mirada experimentada en la tarea de la autoridad paternal respecto a los hijos.
Aquí pone su mirada – (lo hemos venido leyendo en las ‘entradas’ al Blog de las últimas semanas) - en recordar la problemática en el desarrollo histórico de esta autoridad en los últimos siglos, pasando desde la vida rural y el patriarcado, con la familia como comunidad productiva jerárquicamente ordenada, a los cambios en el orden social de los últimos tiempos, con la huida de los hijos respecto a los padres, llegando a un nuevo anhelo por el padre y por su verdadera figura en la historia moderna, lo que se demuestra en el afán por una nueva imagen del padre como educador de los hijos en el amor, considerando como meta el ideal de la paternidad en “alcanzar una indisoluble comunidad de vida de amor con la esposa y los hijos, partiendo de una profunda comunidad de vida y de amor con Dios.”
Finalmente hemos podido reflexionar sobre el papel de la madre como parte de esa bi-unidad indestructible que deben formar los padres en el ámbito de la educación de los hijos, porque “ambos, unidos, con sus fuerzas básicas congénitas y cuidadosamente desarrolladas en lo paternal y maternal, regalan al alma del hijo la primera vivencia fundamental esencialmente humana y cristiana: la experiencia de ser aceptado, la experiencia de la aceptación primigenia como persona y la experiencia de cobijamiento.”
En las siguientes páginas del “Estudio” nuestro fundador, como buen pedagogo, nos lleva a considerar las tareas principales del padre como educador. Nosotros lo vamos a ver en esta y en las próximas semanas con algunos textos del mismo. El Padre escribe al respecto:
“La tarea educativa del padre comienza principalmente cuando el niño empieza a confrontarse con su ambiente y con el mundo desconocido y comienza a conquistarlos.
Mediante la palabra y la vida, el padre transmite al hijo, sin que se note,
- la conciencia social básica,
- un luminoso sentido por y para el orden,
- a la vez que determina para su subconsciente, principal e indisolublemente, la imagen humana y divina de padre.
El padre previve al hijo el dominio de la vida en comunidad con sus ineludibles durezas y aristas, con sus tensiones y expansiones y sus interminables oleajes, y que se han de dominar en todas las circunstancias. En todo caso, un presupuesto para ello es que se pueda generar un valor férreo para superar los miedos y temblores ante todas las decisiones y consecuencias osadas, y que continúe recorriendo su camino derecho e incólume – sin prestar atención a todos los impedimentos.
“El hijo debe experimentar en su padre que esto
es posible, de qué forma es posible y que es posible confiar en uno mismo y en
los demás. De alguna manera, el hijo necesita este modelo y ejemplo de un
enfrentamiento masculino activo con el mundo. En esta etapa reclama también un
padre que pueda y sepa todo, que logre salir adelante en todo, que ingrese en
su vida (la del hijo) como una fuerza que lo protege. En esta fuerza protectora
deben tornarse experimentables todas las cualidades primigenias de la
paternidad: la sabiduría, el poder, la autoridad, el amor, la voluntad de
servicio, la virilidad responsable. En él deben tornarse experiencia todas las
funciones originales del padre que aquí se llaman mandato, ley, orden, juicio,
premio, castigo, ayuda, previsión, construcción, dominio, poderío. En todo
esto, el padre se vuelve un factor decisivo para la gestación de la futura
imagen del mundo, para el pensar ordenado, para la capacidad de establecer
relaciones sociales y para el acceso a los logros culturales humanos.”
El corazón receptivo del hijo se impresiona de manera especialmente profunda y sostenida cuando el padre –sin hacer mucho aspaviento– previve cómo se dominan religiosamente los duros golpes del destino en la vida; es decir, cómo uno puede inclinarse dócil y sin amarguras ante la mano paternal de Dios. El padre no necesita hablar mucho al respecto. Generalmente tampoco lo hace si es un varón auténtico y está profundamente arraigado en Dios. Basta su ejemplo. Éste posee un mayor efecto que largas explicaciones”.
(Nota al margen: de lo acertado de todo esto puedo dar testimonio por las experiencias que yo mismo tuve con mi propio padre. Así fue, lo que agradezco de todo corazón al Dios de mi vida. También lo deseo para todos mis lectores.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario