Aunque el tema central del ‘Estudio’ que he venido comentando en las últimas semanas sea la figura del padre, encontramos también en el mismo alusiones a la madre. Por ejemplo, en el siguiente pasaje:
“Como educador de sus hijos, el padre debe llevar a cabo una doble función: puede engendrarlos espiritualmente y mantener contacto permanente con ellos. En ambos sentidos es complementado esencialmente por la madre. Ambos forman una bi – unidad indestructible en el ámbito de la educación. Cada uno a su manera, ambos comprenden y realizan las palabras: No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayudante semejante a él.
Una ayudante no es una esclava... Ambos, unidos, con sus fuerzas básicas congénitas y cuidadosamente desarrolladas en lo paternal y maternal, regalan al alma del hijo la primera vivencia fundamental esencialmente humana y cristiana: la experiencia de ser aceptado, la experiencia de la aceptación primigenia de índole personal y la experiencia de cobijamiento. Todas ellas constituyen experiencias que quieren ser consideradas como expresión y seguro y medio para la misma vivencia en un plano superior ante Dios. Por este motivo, ambos aliados no se cansarán de rezar implorando, conforme a su idiosincrasia, el espíritu del amor desinteresado, creador.
Puede suceder algo similar a lo que aconseja Monseñor Sailer en su “Devocionario completo para la lectura y oración”. Según este devocionario, primero los novios y después los esposos rezan:
Oh Espíritu del Amor, Espíritu de fortaleza,
hálito que destruyes, animas, creas.
Para honra de Jesucristo
transfórmanos en imágenes de Cristo.
Pero el varón debe implorar para sí mismo:
¿Quién, quién purifica mi amor
de instintos pecaminosos, impuros?
¿Quién me reviste de santidad
para que yo pueda decir a mi esposa:
Tú eres para mí, la Iglesia de Dios
y yo soy para ti, la imagen de Cristo?
Mientras que la mujer reza para ella:
¿Quién, quién purifica mi amor
de instintos pecaminosos, impuros?
¿Quién me reviste de santidad
para que yo pueda decir a mi esposo:
Tú eres para mí la imagen de Cristo,
y yo para ti, la Iglesia de Dios?
Tomando como ejemplo a su
madre, Sailer describe en concreto la tarea de la madre así:
“¡Gracias te sean dadas, querida mamá! Seré tu
deudor eternamente. Tantas veces como ante mis ojos ... se presentan tu mirada,
tu comportamiento, tus movimientos, tu amor, tu silencio, tu oración, tus
trabajos, tus manos que bendicen, tu oración constante, silenciosa... desde la
más temprana infancia, por así decirlo, volvió a nacer en mí la vida eterna, el
sentimiento de la religión y más tarde, no pudo matar este sentimiento ningún
concepto, ninguna duda, ninguna atracción, ningún ejemplo opuesto, ningún sufrimiento,
ninguna felicidad, incluso ningún pecado. Aún vive en mí esa vida eterna que
ahora, pronto, hará cerca de 40 años me regalaste en lo temporal.”
En la tarde del lunes 15 de
junio de 1964 el Padre Kentenich se lo explica así a los matrimonios de la
parroquia de Milwaukee:
“Ahí tienen ustedes el ejemplo clásico de cómo la
madre se da a través de su vida y no de sus palabras. Repito:
“Tantas veces como ante mis ojos se presentan tu
mirada, tu comportamiento ….”
Tal como tú me trataste de niño, tal como tú te
diste, tu amor, tus silencios … Todo lo que ha hecho la madre ha tenido su
influencia en el hijo, también los silencios; o sea, todo:
“tu amor, tus trabajos, tus manos que bendicen …”
Vean ustedes, antiguamente existía la costumbre
de que los padres, especialmente la madre, bendecían a menudo a sus hijos, por
ejemplo, al anochecer.
“Tu oración constante y silenciosa, … aún vive
en mi esa vida eterna”
Y más aún:
“desde la más temprana infancia volvió a nacer
en mí la vida eterna, el sentimiento de la religión”.
Miren, esto es así: la oración de la madre, la entrega
de la madre, todo su ser estaba de tal manera inmerso en lo religioso, que el
hijo tenía con ello una experiencia religiosa. Prácticamente quiere decir que
la madre no ha dicho cosas para la mente, para la cabeza, ella vivía
sencillamente de forma femenina la vida religiosa. Y ese ejemplo le impresionó
de tal manera que en el futuro estuvo preparado y asegurado contra toda
tentación.
Ustedes saben que cuando se está estudiando,
especialmente si eres de un entorno humilde, se enfrenta uno a muchas
tentaciones. Ese puede ser el caso hoy también. Él (el joven Sailer) pasó
también por todo tipo de tentaciones. Pero esta experiencia religiosa tenida
con su madre le hizo resistente a todo. No fue lo que aprendió para la cabeza
en la universidad, eso no aguantó. Escuchen cómo lo explica:
“Y este sentimiento, o sea la experiencia de lo divino
que yo he experimentado en mi madre, nunca jamás pudo ser eliminado por nada.
Ninguna duda que se adueñara de mí; ningún atractivo, indiferentemente de quien
procediera; ni el ejemplo de mis profesores, que fue todo lo contrario; ni ningún
dolor que me sobreviniera; sí, ni ninguna buena suerte, incluso ni ningún pecado
pudieron hacer tambalear esa experiencia.”
Si hay una complementación esencial, entonces la paternidad y la maternidad se necesitan mutuamente y no se puede excluir una a la otra. Ahora bien, para ver el asunto desde las relaciones que quieren esa complementación esencial, lo sucedáneo en definitiva termina por poner una máscara a la maternidad y a la paternidad. La formación de las nuevas generaciones va a requerir adentrarse en lo profundo de este misterio de reciprocidad y complementación.
ResponderEliminarPaco, insisto que estos textos son ideales para la educación de nuestras comunidades!