viernes, 30 de abril de 2021

Amor y autoridad paternal - la "muerte del padre" (1)

Como nos cuenta el P. Hernán Alessandri (+18.12.2007) en su libro “La propuesta Evangelizadora de Schoenstatt”, el Padre Kentenich captó un “mal de fondo” de nuestro tiempo, al que detectó como la última raíz de las múltiples convulsiones de tipo cultural y social que nos sacuden. A dicho mal lo llamó ‘colectivismo mecanicista’. En su propia vida, el Padre Kentenich enfrentaría, personal y dolorosamente, este drama del hombre contemporáneo. Recordemos, por ejemplo, sólo su infancia. Sabemos que a menudo Dios prepara así a quienes escoge para una misión, les hace experimentar previamente los mismos males que mediante ellos propone curar.

Como uno de los problemas más destacados de este ‘colectivismo mecanicista’ está la cuestión el padre. En múltiples retiros y charlas habló nuestro fundador de ello. Recuerdo, por ejemplo, la jornada que conocemos con el título “Que surja el hombre nuevo”.

Quiero traer a este Blog un texto del Padre sobre el tema citado, que me ha parecido digno de estudio y reflexión en estos tiempos que nos ha tocado vivir a la generación ‘post fundatoris’. Es parte del Estudio que vengo mencionando en las semanas pasadas, y que por su extensión distribuiré en varias entregas (para mantener la estructura del Blog). Una observación previa: los subtítulos en negrita que contiene el texto han sido incluidos por el P. Heinrich M. Hug en su revisión del texto original para facilitarnos la lectura y comprensión del mismo. Recordamos que se trata del escrito de 1964 titulado “Heimwärts zum Vater geht unser Weg”, tratado sobre el “principio paternal” tal como se vivió en la comunidad de las Hermanas de María – con la presencia del Padre y Fundador - hasta 1951.

El texto que sigue es continuación del que transcribí la semana pasada. Dice así:

 “Tercer ámbito problemático:

Vinculación y amor y autoridad – 200 años de historia del problema del padre

El tercer problema que se puede y se debe resolver mediante el misterio del amor es el problema de la autoridad.

Desde hace aproximadamente 200 años se viene experimentando un desarrollo complejo, que hoy ha alcanzado un momento culminante, sobre todo en la rebelión de los hijos. Evidentemente que no es sólo un fenómeno alemán y centroeuropeo, sino que es también internacional.

La culpa de los hijos – su rebelión contra los padres

En este tema es probable que Estados Unidos desempeñe un papel de liderazgo. El inglés Geoffrey Gorer caracteriza a América como verdaderamente el ‘país hijo’, que se rebeló contra la despótica Inglaterra y se separó de ella. Según Gorer, ‘la gestación de un estadounidense requiere que el padre sea rechazado como modelo a seguir y como fuente de autoridad’. Con el tiempo, esta actitud básica y fundamental penetró tan profundamente en su sentir vital que él mismo de forma espontánea claudicó en su calidad de padre, y ahora se resigna y se da por satisfecho con ser despreciado y rechazado por sus hijos. Ha llegado tan lejos que ahora él espera simplemente que sus hijos se rían de él, y a que, si se atreve a apelar a su autoridad, lo corregirán con las palabras: tú presumes de ti mismo.

En Alemania, el padre, que fue venerado y reconocido allí como un patriarca en los siglos pasados, parece haber desaparecido prácticamente desde el punto de vista de esta función.

A la búsqueda de razones para la rebelión de los hijos – motivos internos y externos

Los sociólogos aducen como razón para ello el cambio radical de todo el orden social como consecuencia del desarrollo tecnológico y económico, por lo cual la familia

“de una comunidad de producción ha llegado a ser una cooperativa de consumidores, y de la jerarquía ordenada y orgánica familiar se ha pasado a una comunidad de techo y mesa poco cohesionada, en casos aislados en una comunidad ocasional de intereses …”

Al hacerlo, no se pase por alto lo que las guerras mundiales y revoluciones, a través de las circunstancias trágicas que las acompañaron, contribuyeron a la erosión de la estructura jerárquica del núcleo de la sociedad humana.

Pero se cometería un error si se quisiera responsabilizar principal o exclusivamente a las circunstancias externas la rebelión surgida históricamente de los hijos contra los padres y del consecuente “parricidio” o “muerte del padre”.

La culpa de los padres – su fracaso

Los sociólogos demuestran que la culpa de los padres no es menor que la de los hijos. El alejamiento de los padres del ideal de una paternidad creativa y desinteresada, en parte como causa, en parte como efecto, acompañó el ritmo de renuncia de las obligaciones de los hijos. En lugar de que los padres se exigieran a sí mismos, se exigieran un espíritu de sacrificio desinteresado e inspirado por el amor y el coraje en la confianza, es decir, la actitud básica que es la fuente de una autoridad espiritual interior, se endurecieron a menudo con exigencias externas que ellos mismos no cumplían, requirieron sólo obediencia externa y se contentaron con el uso de disciplinas sin alma para que se cumpliera su voluntad. Como resultado de esta constante insistencia en la autoridad puramente externa, a menudo degeneraron en déspotas desenfrenados”.

(Continuará)

 

viernes, 23 de abril de 2021

El amor y su acción

El amor, su acción en ámbitos problemáticos de la época

Una vez descrita la esencia del amor, el Padre Kentenich pasa en el estudio mencionado la semana pasada a reflexionar sobre la actuación o el obrar de ese amor en áreas problemáticas de nuestra época, proponiendo a sus lectores al comienzo la siguiente tesis de trabajo:

“El principal medio para superar los desafíos centrales del tiempo estaría en el cultivo más cuidadoso del aquí esbozado estar espiritualmente en, con y para el otro en un sentido auténticamente cristiano según las leyes de la transferencia y transmisión orgánicas”. 

Lo que esto significa lo muestra o explica en tres ámbitos concretos de nuestra época: la ‘espiritualidad’ del bolchevismo, los vínculos y el amor en el matrimonio y el problema de la falta de autoridad con la ‘desaparición’ del padre en los últimos siglos.

Vinculación y amor en la ‘espiritualidad’ bolchevique

Explico a mis lectores previamente que para el Padre Kentenich la palabra bolchevismo significa colectivismo con su visión de futuro; el colectivismo promociona o procura un nuevo orden social del mundo y de la humanidad, en donde se despersonaliza a Dios, al hombre y a la propia persona, creando un “impersonalismo” generalizado, o lo que es lo mismo, formando al “hombre masa” que vive sin vinculación alguna y que fomenta una forma de pensar mecanicista, “atomizada”, que impregna todo su estilo de vida.

En el estudio que venimos comentando dice el Padre:

“En primer lugar, estoy pensando en la inmunización contra la espiritualidad bolchevique y en la forma de superarla. Es bien sabido cuánto he escrito sobre este punto a lo largo de los años. Más aún: con qué frecuencia y con qué franqueza he hablado de ello en las diferentes jornadas y conferencias durante las últimas décadas. Como ejemplo de estas fuentes me refiero, por ejemplo, a todo lo relacionado con el 20 de enero de 1942 y con el 31 de mayo de 1949. Como fuente importante al respecto podrían tomar mi “respuesta” oficial al “informe” oficial del visitador episcopal”.

Para ilustrar de forma clara todo lo que sabemos sobre los fundamentos de esta visión, el fundador aporta un texto esclarecedor tomado de una conferencia que un general estadounidense, Major Dr. William E. Mayer, pronunció en una universidad de California en el año 1958 sobre el método que los chinos utilizaban con éxito para “infectar” en un tiempo relativamente corto con el espíritu bolchevique a los soldados estadounidenses capturados en la guerra. El método era bastante sencillo dado que los vínculos personales emocionales de los estadounidenses eran extremadamente débiles, por lo que los chinos lograban en poco tiempo eliminar del todo los vínculos afectivos y someter a los soldados a ellos y a sus ideas.

Las ‘limitaciones’ de este Blog me impiden reproducir aquí el texto mencionado. Ahora paso al segundo ámbito problemático que cita el Padre:

Vinculación y amor en el matrimonio

Sobre este tema escribe lo siguiente:

“El segundo de los problemas que se pueden resolver mediante el cultivo de una personal y profunda vinculación orgánica en el sentido querido por Dios de un estar espiritual de uno en el otro, con el otro y para el otro, es el tan controvertido problema del matrimonio.

En una alocución a recién casados del 23 de octubre de 1940 el Papa Pio XII dice al respecto:

“Este encanto del amor humano ha sido por siglos el tema inspirador de admirables obras del genio, en la literatura, en la música, en las artes plásticas; tema siempre antiguo y siempre nuevo, sobre el cual los siglos han bordado, sin agotarlo jamás, las más elevadas y poéticas variaciones. ¡Pero con qué nueva e indecible belleza aumenta este amor de dos corazones humanos, cuando con su cántico se armoniza el himno de dos almas vibrantes de vida sobrenatural! También aquí se verifica el mutuo cambio de dones; y entonces, con la ternura sensible y sus sanas alegrías, con el afecto natural y sus lances, con la unión espiritual y sus delicias, los dos seres que se aman se identifican en todo lo que tienen de más íntimo, desde la profundidad inconcusa de sus creencias hasta el vértice insuperable de sus aspiraciones”.

El 29.10.1951 el mismo Papa amplía este pensamiento a los miembros del ‘Congreso de la Unión católica de obstétricas y de colegios de comadronas católicas de Italia’ con esta observación:

“El acto conyugal, en su estructura natural, es una acción personal, una cooperación simultánea e inmediata de los cónyuges que, por la naturaleza misma de los agentes y la propiedad del acto, es la expresión del don recíproco que, según la palabra de la Escritura, efectúa la unión "en una sola carne".”

El fundador completa su reflexión en este ámbito citando un artículo de Dietrich von Hildebrand del año 1961 titulado “El sentido del matrimonio y el problema de la superpoblación”, del que traigo aquí las siguientes frases:

“Solo podremos captar el verdadero sentido y valor del matrimonio, si partimos realmente de la enorme y profundamente significativa realidad del amor entre el hombre y la mujer. Seamos sinceros: aquí nos encontramos con una contrariedad (escándalo) en la tradición católica sobre el matrimonio. Se habla demasiado sobre los apetitos de la carne, sobre el remedio contra la lujuria, sobre la ayuda mutua, pero muy poco sobre el amor. Nos referimos al amor entre el hombre y la mujer, esta fuente de felicidad tan profunda en la vida humana, este amor grande y radiante del que el ‘Cantar de los cantares’ (8,7) dice: "Si alguien ofreciera todos los bienes de su casa por el amor, se granjearía desprecio”.

………….

“Hay otro error fundamental que bloquea la comprensión del auténtico sentido y valor del matrimonio: mientras que se considere la esfera sexual en la persona como una mera subárea de los instintos y de las pasiones biológicas, que no tienen una relación esencial con la esfera espiritual (tal como la sed o la necesidad de dormir), y cuyo sentido radica en un sentido externo al que sirven, se anula el camino al conocimiento de la verdadera esencia y sentido de lo sexual. Si se considera esta esfera como una realidad exclusivamente biológica, se permanece ciego para reconocer el misterio que en ella prevalece: por un lado, el sentido y valor que puede tener, y por otro lado la terrible ofensa moral de la impureza”.

(Continuaré la semana que viene con el tercer ámbito de acción del amor: el de la autoridad) 

viernes, 16 de abril de 2021

El amor, su esencia y su actuación

Innumerables autores, poetas y escritores han tratado el tema del amor desde el principio de los tiempos. Los que vivimos en y desde la espiritualidad de Schoenstatt conocemos el tema; no en vano vivimos en la fuerza de la alianza de amor. Nuestro padre y fundador habló del amor en muchísimas ocasiones. Hoy quiero compartir con mis lectores un bellísimo y profundo capítulo del pensar, sentir del Padre Kentenich al respecto. Está tomado del estudio sobre el principio paternal que él mismo escribió en Milwaukee en 1964 titulado “Hacia la casa paterna va nuestro camino”. (Disculpen la extensión, pero no he querido prescindir de ninguna frase del capítulo).

 

Naturaleza y actuación del amor (en general)

“Lo que se puede decir del amor en general, lo damos aquí más o menos por conocido. La literatura schoenstattiana trata el proceso de vida al que no referimos de tal forma amplia y profunda que podemos, con razón, abstenernos de traer aquí una repetición completa del mismo. Dado que la espiritualidad de alianza es el fundamento de nuestra espiritualidad tridimensional, espera todo el mundo que nuestra preocupación central sea una pronunciada pedagogía de los vínculos y del amor en el sentido de una teoría equilibrada del organismo, y que podamos encontrar una respuesta clara a todas las preguntas relevantes al respecto.

Sin embargo, si destaco a pesar de ello y de nuevo algunos momentos, debo seleccionar para ello aquellos que nos permitan más adelante comprender mejor las expresiones concretas de vida de las Hermanas.

 

Esencia del amor

Todos estos momentos giran en torno a la esencia del amor.

(El amor como misterio; ley divina y humana fundamental del universo)

El amor, en todas sus formas justificadas y auténticas, quiere ser entendido como un misterio: ya se trate del nivel natural o del nivel sobrenatural. El mismo adquiere una posición clave en el plan divino de gobierno del mundo. Se denomina también por ello la ley fundamental divina del universo. Esto significa: la razón de todas las razones, el último motivo o razón para toda la creación y actividad divina y humano divina es el amor. Todo lo que Él hace, ocurre por amor, mediante el amor y para el amor. De esto se desprende: la ley fundamental divina del mundo exige como respuesta humana la ley fundamental de educación del amor. Todo lo que nosotros hacemos, debe hacerse consecuentemente por amor, mediante el amor y para el amor. El libro de la “Santidad de la vida diaria” trata a fondo en su parte tercera ambos temas: sobre la ley fundamental divina del mundo y sobre la ley fundamental de educación humana.

El amor es y será siempre un misterio – también en la esfera natural. Es por ello que será difícil, también en esta forma, descifrarlo, circunscribirlo y representarlo. Sólo con mucho esfuerzo será posible acercarse a él. El lenguaje humano nunca se cansará de mostrar y anunciar una y otra vez aspectos nuevos sobre el mismo.

Ya hemos intentado anteriormente denominar su carácter atemporal como una unión de amor o un intercambio de corazones y una fusión de corazones. A nuestra literatura le gusta mostrarlo como vinculación personal. Lo interpreta como una vinculación interior profunda de las almas entre persona y persona.

Según esto, el amor en todas sus formas justificadas rompe el estrecho círculo de la autoconciencia egocéntrica; experimenta consecuentemente al amado como su mitad, no pocas veces como la mitad mejor de su propia alma. A través de este tipo de entrega y pérdida de la propia alma en un tú personal, es como la persona accede a la plena posesión de su propia personalidad en sí misma y como miembro de la comunidad. Sólo en esta biunidad misteriosa y en el sentimiento de identidad con un tú, el individuo se convierte en un ser humano pleno y en un ser humano comunitario. Así está en camino de poder vivir y mostrar el hombre nuevo que proclamamos con tanto cariño y por el que luchamos en la nueva comunidad, capaz de superar ese estar anímico impersonal del uno frente al otro, por medio de un estar uno en el otro, con el otro y para el otro con toda el alma. Así es como entendemos las palabras de nuestro Redentor: quien pierde su alma, ese la gana.

La relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo la presentamos por lo general de la siguiente forma: un auténtico amor al prójimo es un estar espiritualmente uno en el otro, con el otro y para el otro como expresión, protección y medio para el estar en, con y para el otro con Dios. Ambas formas de amor fluyen gradualmente la una hacia la otra de acuerdo con la ley de transferencia y transmisión orgánica; ambas se condicionan, se aprecian y se aseguran y promueven mutuamente.

Poetas y artistas cantan y nos dicen hasta qué punto el noble amor humano provoca y asegura la conciencia de identidad entre la pareja. Beethoven comienza su única carta a la “amada inmortal” de su corazón con las palabras: “¡Mi ángel, mi todo, mi yo!”. Richard Wagner deja que Isolda y Tristán digan en el dúo del segundo acto: “Isolda tú, Tristán yo, no más Isolda!, ¡Tristán tú, Isolda yo, no más Tristán! ….. Sin nombrarnos, sin separarnos, reconocernos de nuevo; por una eternidad sin fin, una sola consciencia ….”

 

(Desde la filosofía)

Los filósofos resumen todas las experiencias de este tipo y las reducen, como último principio, a un denominador común general. Llaman al amor una vis unitiva, una vis assimilativa y una vis transformativa, es decir, una fuerza psíquica unificadora, asemejadora y una fuerza del alma creadora y transformadora, que siempre apunta a la transmisión de vida mutua lo más perfecta posible.

 

(Desde la teología)

Los teólogos definen el amor como un vínculo perfecto, es decir: como un vínculo que une lo más perfectamente posible a Dios y al hombre, a la persona con la persona, y a todas las virtudes en la persona. Francisco de Sales escribe así a santa Johanna Franziska de Chantal: “Deseamos pertenecer a Dios, usted como si fuera yo, y yo como si fuera usted”. Es fácil probar hasta qué altura ha repercutido la ley de transferencia y transmisión orgánica en esta relación extremadamente pura de dos santos.

Francisco aclara:

“La verdadera esencia del amor consiste en el encuentro y desahogo del corazón, que surge inmediatamente después de la complacencia, y que llega a su zenit en la unión.”

Así es cómo podemos interpretar las palabras del Redentor:

“Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”.

Juan dice al respecto:

“Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”

Y el apóstol de los gentiles explica:

“Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él.”

Francisco de Sales destaca lo siguiente:

“El amor es el vínculo de la perfección, porque en él y a través de él se juntan y unen todas las perfecciones del alma.” “El amor de Dios es la meta, la perfección y coronación del universo. En eso reside la grandeza y la primacía del mandamiento del amor a Dios, que el Redentor denomina como el mayor y primer mandamiento. Este mandamiento es como un sol, que otorga su lugar y su dignidad a todas las santas leyes, a todas las ordenanzas divinas y a todas las sagradas escrituras. Todo fue hecho para este amor celestial, todo se relaciona con el mismo. Todos los consejos, exhortaciones e inspiraciones y todos los demás mandamientos penden como flores del árbol sagrado de este mandamiento. Su fruto, sin embargo, es la vida eterna.”

Considerando el objetivo de este estudio, no creo necesario traer a la memoria, aquí y ahora, más sobre la esencia del amor.”

  

viernes, 9 de abril de 2021

Amar al Padre

Seguimos reflexionando y haciendo nuestros los pensamientos de nuestro fundador, tomados del librito “Dios mi Padre”:

"El gran Dios infinito nos ama como un padre ama a sus hijos. Nunca podremos nadar bastante en el mar de las misericordias de Dios para convencernos de cómo nos ama.

No en vano el amor eterno dice de sí mismo: "Te llevo inscrito en mis manos. Y si una madre se olvidase de su hijo, yo no te olvidaré" (Is 49,15). Es, pues, el amor, el motivo que impulsa al buen Dios a ponernos, como gran Educador, serias exigencias.

Sólo si estamos convencidos de que Dios nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos, somos capaces de darle las riendas de nuestra vida. Él se preocupa de nuestro bienestar más que nosotros mismos.

Se aprende a amar en la medida en que uno mismo se sabe amado. Valdría la pena, pues, dejar obrar sobre sí todo lo grande, bueno y hermoso que el buen Dios nos ha regalado, a fin de que podamos nadar totalmente en el mar de las misericordias, de los beneficios del amor divino.

Queremos habituarnos a concebir las cosas más pequeñas de la vida diaria como un don del amor, como una solicitud de amor del eterno Padre-Dios, que busca una respuesta de amor.

Los santos se han hecho santos desde el momento en que comenzaron a amar. Y esta verdad es del mismo valor que aquella otra: han comenzado a amar cuando se creían, sabían y sentían amados.

El amor es el compendio de todo lo que Dios espera de sus hijos.

Si queremos llegar a ser hombres maduros, totalmente divinizados y de una moral elevada, hemos de comenzar a amar tan pronto como sea posible y seguir amando mientras respiremos aún.

Estamos en la tierra para amar sin límites al Padre Dios, con un amor íntimo, duradero, sacrificado; para amarlo en todas las situaciones, estemos sanos o enfermos, tengamos o no un puesto que satisfaga nuestras ansias, seamos reconocidos o no.

¿Para qué estamos en la tierra? Llevamos nuestra cruz, gozamos de las alegrías de la vida, nos exponemos al sol en los éxitos y fracasos de nuestras actividades, pero lo último es siempre lo mismo: para amar al Padre Dios con intimidad, vigor y perseverancia.

La verdadera grandeza es totalmente independiente de las circunstancias, y consiste en que todo mi ser le pertenezca filialmente a Dios.

La verdadera santidad no radica en el saber, sino en la entrega filial al Padre eterno; es el continuo girar en torno a Dios, es el amor filial que entrega todo al Padre: la voluntad y el corazón. El hijo vive totalmente en el corazón del Padre.

El amor filial tiene una doble modalidad: hay un amor egoísta y un amor desinteresado; un amor iluminado y un amor ciego. El amor ciego gira siempre en torno a sí mismo; el amor iluminado gira siempre en torno al Padre eterno y se orienta solamente por el deseo y la voluntad del Padre.

No hay nada que nos haga madurar tanto interiormente, que desarrolle tanto nuestras más nobles dotes interiores, que el regalarse sin reservas y el ser aceptado.

Regalarse no es dejarse arrastrar. Regalarse en forma agradable a Dios, no solamente es un enriquecerse mediante el tú, sino que es también un descubrirse a sí mismo de un modo original, un reencontrarse consigo mismo. Es un constante poseerse de nuevo.

Dice Jesús: "Quien pierda su vida la ganará" (Jn 12,25). Esto quiere decir que si me regalo totalmente, volveré a recuperarme en forma tan purificada, tan acrisolada, tan original como no la lograría de otro modo.

Todo cuanto hace el buen Dios, todo cuanto permite, sea agradable o desagradable, tiene solamente un fin: hacia el hogar, al Padre, va el camino. "Hacia el Padre", esta es la finalidad que persigue el Dios vivo en todos sus designios y permisiones. ¡Hacia el Padre! Esta debería ser la nota fundamental de nuestro propio pensar, buscar, hallar y amar.

¡Hacia el hogar, hacia el Padre va el camino! Por más que el camino esté bordeado de zarzales, por más que a derecha e izquierda amenacen los abismos más peligrosos: ¡Hacia el hogar, hacia el Padre, va el camino!

Hacia el hogar, hacia el Padre va el camino por el que nos conduce la divina Sabiduría. Queremos ver todo en esta luz, acoger todo con esta finalidad y dejarlo obrar sobre nosotros.

La alegría, el contento como expresión de una entrega interior a lo eterno, a lo divino; la alegría como expresión de un eterno cobijamiento en el corazón misericordioso del Padre Dios, debe ser la nota fundamental de toda nuestra vida."

  

viernes, 2 de abril de 2021

La forma de Cristo (2)

 

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Te adoramos, Señor Jesucristo, que has muerto por nosotros en la cruz.

Ahora estás suspendido entre cielo y tierra

para que surja una nueva creación de amor.

Tú, el Dios omnipotente, estás allí tan inefablemente pobre,

porque tu amor es tan hondo y es tan cálido.

……

Mirar con amor tu cruz me sirva cada vez

para no confiar más en el dinero y en los bienes materiales,

y poder así con facilidad, entregarme totalmente a ti y a María Madre,

con el corazón y el pensamiento.     (“Hacia el Padre”, Pág. 102)

 

Continuamos reflexionando sobre “La forma de Cristo” con las palabras de nuestro Padre fundador tomadas del librito “Dios mi padre”.

"Padre, glorifica a tu hijo" (Jn 17,1), así reza el Salvador. ¿Cuál es la gloria que el Padre ha dado al Unigénito? Aquí en la tierra fue la gloria de una paz inmutable en medio del sufrimiento, esa profunda conciencia de la dualidad con el Padre en medio de todas las dificultades. ¡Qué paz infinitamente profunda anida en esa convicción! Cristo ha podido tenerla siempre porque sólo vio el deseo del Padre. Esta paz era infinitamente grande, porque su alma tenía permanentemente la visión beatífica. Jesús quiso hacernos participes de su paz y su alegría, pero exige de nosotros que no bebamos en todos los riachuelos de alegría que conoce el mundo, sino que lo busquemos sólo a Él.

Ser santo es estar configurado según Cristo y esto significa adoptar la forma de Cristo, hacer propia la entrega filial al Padre. Ser santo no es saber, sino entregarse filialmente como lo hizo el Salvador. Esto vale para el hombre como para la mujer. Naturalmente la entrega filial debe ser profunda, y si es profunda, abarca también la voluntad y la vida afectiva.

Seremos tanto más perfectos y grandes cuanto más elijamos como modelo para nuestra vida y aspiraciones, ese hacerse niño, ese ser y sentir filial del hombre-Dios. Entonces el niño más grande entre nosotros ha de ser el santo más grande.

Ontológicamente somos miembros de Cristo. ¿Lo somos también vitalmente? ¿Representamos al Salvador? ¿Somos también trasuntos de Cristo?

Queremos tomar conciencia plena e íntegra de nuestra misión de ser crucificados con Cristo, y esta misión la queremos abrazar, cumplir, con todo nuestro amor. Estamos orgullosos cuando con Cristo crucificado podemos tener una vivencia del fracaso de las fuerzas humanas y de la irrupción de la fuerza divina, para gloria del Padre y para la salvación de las almas inmortales.

El hombre nuevo no conoce sólo una unión de ser, de vida y de mentalidad con el Cristo doliente y crucificado, sino también con la vida transfigurada del Salvador (cf. Rom 8,17).

Toda nuestra alma se enardece cuando decimos con Pablo: "Estoy crucificado con Cristo; ya no vivo mi vida, mi vida es Cristo" (Gal 2,20). ¡Qué hondo habrá sido en Pablo la vivencia de la misteriosa dualidad con Cristo!

En la medida en que le demos nuestro corazón al Salvador nos haremos en Él singularmente niños.

Cristo será nuestra ruta hacia el Padre en la medida en que lo amemos a Él mismo de corazón.

El Padre me ama a causa de Cristo, por eso jamás debo separarme de Él.

Queremos hacernos uno con el Salvador, no solo para poder ser niños con Él, sino también para que el Padre pueda mirar con complacencia a su Hijo, porque estamos insertados en la filiación del Unigénito.

La filialidad ha de ser para nosotros siempre algo grande; debe ser un testimonio de esa maravillosa entrega de sí mismo, así como la encontramos en la vida del Salvador.

Cristo dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). No sólo es camino hacia el Padre por su sacrificio, por su vigor al soportar las persecuciones, no. Es también el camino hacia el Padre por el resplandor de sus virtudes filiales, ellas deben ser la norma de nuestra modalidad filial.

Cristo ¡Cabeza del mundo entero! En Él y por Él todo debe alabar y ensalzar al Padre (cf. Ef 1,10-12). Esta idea elevó a Pablo; le dio fuerzas sobrehumanas. Los estrechos conceptos judaicos debían ser destruidos, porque ellos impedían que Cristo reinara en todo. Todo el mundo debía ser incluido, por consiguiente, el apóstol de las gentes se vio impulsado a ir de lugar en lugar, de continente en continente.”