Innumerables autores, poetas y escritores han tratado el tema del amor desde el principio de los tiempos. Los que vivimos en y desde la espiritualidad de Schoenstatt conocemos el tema; no en vano vivimos en la fuerza de la alianza de amor. Nuestro padre y fundador habló del amor en muchísimas ocasiones. Hoy quiero compartir con mis lectores un bellísimo y profundo capítulo del pensar, sentir del Padre Kentenich al respecto. Está tomado del estudio sobre el principio paternal que él mismo escribió en Milwaukee en 1964 titulado “Hacia la casa paterna va nuestro camino”. (Disculpen la extensión, pero no he querido prescindir de ninguna frase del capítulo).
Naturaleza y actuación
del amor (en general)
“Lo que se puede decir
del amor en general, lo damos aquí más o menos por conocido. La literatura
schoenstattiana trata el proceso de vida al que no referimos de tal forma
amplia y profunda que podemos, con razón, abstenernos de traer aquí una
repetición completa del mismo. Dado que la espiritualidad de alianza es el
fundamento de nuestra espiritualidad tridimensional, espera todo el mundo que
nuestra preocupación central sea una pronunciada pedagogía de los vínculos y
del amor en el sentido de una teoría equilibrada del organismo, y que podamos
encontrar una respuesta clara a todas las preguntas relevantes al respecto.
Sin embargo, si destaco
a pesar de ello y de nuevo algunos momentos, debo seleccionar para ello
aquellos que nos permitan más adelante comprender mejor las expresiones
concretas de vida de las Hermanas.
Esencia del amor
Todos estos momentos
giran en torno a la esencia del amor.
(El amor como misterio;
ley divina y humana fundamental del universo)
El amor, en todas sus
formas justificadas y auténticas, quiere ser entendido como un misterio: ya se
trate del nivel natural o del nivel sobrenatural. El mismo adquiere una
posición clave en el plan divino de gobierno del mundo. Se denomina también por
ello la ley fundamental divina del universo. Esto significa: la razón de todas
las razones, el último motivo o razón para toda la creación y actividad divina
y humano divina es el amor. Todo lo que Él hace, ocurre por amor, mediante el
amor y para el amor. De esto se desprende: la ley fundamental divina del mundo
exige como respuesta humana la ley fundamental de educación del amor. Todo lo
que nosotros hacemos, debe hacerse consecuentemente por amor, mediante el amor
y para el amor. El libro de la “Santidad de la vida diaria” trata a fondo en su
parte tercera ambos temas: sobre la ley fundamental divina del mundo y sobre la
ley fundamental de educación humana.
El amor es y será
siempre un misterio – también en la esfera natural. Es por ello que será
difícil, también en esta forma, descifrarlo, circunscribirlo y representarlo.
Sólo con mucho esfuerzo será posible acercarse a él. El lenguaje humano nunca
se cansará de mostrar y anunciar una y otra vez aspectos nuevos sobre el mismo.
Ya hemos intentado
anteriormente denominar su carácter atemporal como una unión de amor o un
intercambio de corazones y una fusión de corazones. A nuestra literatura le
gusta mostrarlo como vinculación personal. Lo interpreta como una vinculación
interior profunda de las almas entre persona y persona.
Según esto, el amor en todas sus formas justificadas
rompe el estrecho círculo de la autoconciencia egocéntrica; experimenta
consecuentemente al amado como su mitad, no pocas veces como la mitad mejor de
su propia alma. A través de este tipo de entrega y pérdida de la propia alma en
un tú personal, es como la persona accede a la plena posesión de su propia
personalidad en sí misma y como miembro de la comunidad. Sólo en esta biunidad
misteriosa y en el sentimiento de identidad con un tú, el individuo se
convierte en un ser humano pleno y en un ser humano comunitario. Así está en
camino de poder vivir y mostrar el hombre nuevo que proclamamos con tanto
cariño y por el que luchamos en la nueva comunidad, capaz de superar ese estar
anímico impersonal del uno frente al otro, por medio de un estar uno en el
otro, con el otro y para el otro con toda el alma. Así es como entendemos las
palabras de nuestro Redentor: quien pierde su alma, ese la gana.
La relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo
la presentamos por lo general de la siguiente forma: un auténtico amor al
prójimo es un estar espiritualmente uno en el otro, con el otro y para el otro
como expresión, protección y medio para el estar en, con y para el otro con
Dios. Ambas formas de amor fluyen gradualmente la una hacia la otra de acuerdo
con la ley de transferencia y transmisión orgánica; ambas se condicionan, se
aprecian y se aseguran y promueven mutuamente.
Poetas y artistas cantan y nos dicen hasta qué punto
el noble amor humano provoca y asegura la conciencia de identidad entre la pareja.
Beethoven comienza su única carta a la “amada inmortal” de su corazón con las
palabras: “¡Mi ángel, mi todo, mi yo!”. Richard Wagner deja que Isolda y
Tristán digan en el dúo del segundo acto: “Isolda tú, Tristán yo, no más
Isolda!, ¡Tristán tú, Isolda yo, no más Tristán! ….. Sin nombrarnos, sin
separarnos, reconocernos de nuevo; por una eternidad sin fin, una sola
consciencia ….”
(Desde la filosofía)
Los filósofos resumen todas las experiencias de este
tipo y las reducen, como último principio, a un denominador común general.
Llaman al amor una vis unitiva, una vis assimilativa y una vis
transformativa, es decir, una fuerza psíquica unificadora, asemejadora y
una fuerza del alma creadora y transformadora, que siempre apunta a la
transmisión de vida mutua lo más perfecta posible.
(Desde la teología)
Los teólogos definen el
amor como un vínculo perfecto, es decir: como un vínculo que une lo más
perfectamente posible a Dios y al hombre, a la persona con la persona, y a todas
las virtudes en la persona. Francisco de Sales escribe así a santa Johanna
Franziska de Chantal: “Deseamos pertenecer a Dios, usted como si fuera yo, y
yo como si fuera usted”. Es fácil probar hasta qué altura ha repercutido la
ley de transferencia y transmisión orgánica en esta relación extremadamente
pura de dos santos.
Francisco aclara:
“La verdadera esencia
del amor consiste en el encuentro y desahogo del corazón, que surge inmediatamente
después de la complacencia, y que llega a su zenit en la unión.”
Así es cómo podemos interpretar las palabras del Redentor:
“Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”.
Juan dice al respecto:
“Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”
Y el apóstol de los
gentiles explica:
“Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él.”
Francisco de Sales
destaca lo siguiente:
“El amor es el vínculo
de la perfección, porque en él y a través de él se juntan y unen todas las
perfecciones del alma.” “El amor de Dios es la meta, la perfección y coronación
del universo. En eso reside la grandeza y la primacía del mandamiento del amor
a Dios, que el Redentor denomina como el mayor y primer mandamiento. Este
mandamiento es como un sol, que otorga su lugar y su dignidad a todas las
santas leyes, a todas las ordenanzas divinas y a todas las sagradas escrituras.
Todo fue hecho para este amor celestial, todo se relaciona con el mismo. Todos
los consejos, exhortaciones e inspiraciones y todos los demás mandamientos
penden como flores del árbol sagrado de este mandamiento. Su fruto, sin
embargo, es la vida eterna.”
Considerando el objetivo
de este estudio, no creo necesario traer a la memoria, aquí y ahora, más sobre
la esencia del amor.”
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