Seguimos reflexionando y haciendo nuestros los pensamientos de nuestro fundador, tomados del librito “Dios mi Padre”:
"El gran Dios
infinito nos ama como un padre ama a sus hijos. Nunca podremos nadar bastante
en el mar de las misericordias de Dios para convencernos de cómo nos ama.
No en vano el
amor eterno dice de sí mismo: "Te llevo inscrito en mis manos. Y si una
madre se olvidase de su hijo, yo no te olvidaré" (Is 49,15). Es, pues, el
amor, el motivo que impulsa al buen Dios a ponernos, como gran Educador, serias
exigencias.
Sólo si estamos
convencidos de que Dios nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos, somos
capaces de darle las riendas de nuestra vida. Él se preocupa de nuestro
bienestar más que nosotros mismos.
Se aprende a
amar en la medida en que uno mismo se sabe amado. Valdría la pena, pues, dejar
obrar sobre sí todo lo grande, bueno y hermoso que el buen Dios nos ha
regalado, a fin de que podamos nadar totalmente en el mar de las misericordias,
de los beneficios del amor divino.
Queremos
habituarnos a concebir las cosas más pequeñas de la vida diaria como un don del
amor, como una solicitud de amor del eterno Padre-Dios, que busca una respuesta
de amor.
Los santos se
han hecho santos desde el momento en que comenzaron a amar. Y esta verdad es
del mismo valor que aquella otra: han comenzado a amar cuando se creían, sabían
y sentían amados.
El amor es el
compendio de todo lo que Dios espera de sus hijos.
Si queremos
llegar a ser hombres maduros, totalmente divinizados y de una moral elevada,
hemos de comenzar a amar tan pronto como sea posible y seguir amando mientras
respiremos aún.
Estamos en la
tierra para amar sin límites al Padre Dios, con un amor íntimo, duradero,
sacrificado; para amarlo en todas las situaciones, estemos sanos o enfermos,
tengamos o no un puesto que satisfaga nuestras ansias, seamos reconocidos o no.
¿Para qué
estamos en la tierra? Llevamos nuestra cruz, gozamos de las alegrías de la
vida, nos exponemos al sol en los éxitos y fracasos de nuestras actividades,
pero lo último es siempre lo mismo: para amar al Padre Dios con intimidad,
vigor y perseverancia.
La verdadera
grandeza es totalmente independiente de las circunstancias, y consiste en que
todo mi ser le pertenezca filialmente a Dios.
La verdadera
santidad no radica en el saber, sino en la entrega filial al Padre eterno; es
el continuo girar en torno a Dios, es el amor filial que entrega todo al Padre:
la voluntad y el corazón. El hijo vive totalmente en el corazón del Padre.
El amor filial
tiene una doble modalidad: hay un amor egoísta y un amor desinteresado; un amor
iluminado y un amor ciego. El amor ciego gira siempre en torno a sí mismo; el
amor iluminado gira siempre en torno al Padre eterno y se orienta solamente por
el deseo y la voluntad del Padre.
No hay nada que
nos haga madurar tanto interiormente, que desarrolle tanto nuestras más nobles
dotes interiores, que el regalarse sin reservas y el ser aceptado.
Regalarse no es
dejarse arrastrar. Regalarse en forma agradable a Dios, no solamente es un
enriquecerse mediante el tú, sino que es también un descubrirse a sí mismo de
un modo original, un reencontrarse consigo mismo. Es un constante poseerse de
nuevo.
Dice Jesús:
"Quien pierda su vida la ganará" (Jn 12,25). Esto quiere decir que si
me regalo totalmente, volveré a recuperarme en forma tan purificada, tan
acrisolada, tan original como no la lograría de otro modo.
Todo cuanto
hace el buen Dios, todo cuanto permite, sea agradable o desagradable, tiene
solamente un fin: hacia el hogar, al Padre, va el camino. "Hacia el
Padre", esta es la finalidad que persigue el Dios vivo en todos sus
designios y permisiones. ¡Hacia el Padre! Esta debería ser la nota fundamental
de nuestro propio pensar, buscar, hallar y amar.
¡Hacia el
hogar, hacia el Padre va el camino! Por más que el camino esté bordeado de
zarzales, por más que a derecha e izquierda amenacen los abismos más
peligrosos: ¡Hacia el hogar, hacia el Padre, va el camino!
Hacia el hogar,
hacia el Padre va el camino por el que nos conduce la divina Sabiduría.
Queremos ver todo en esta luz, acoger todo con esta finalidad y dejarlo obrar
sobre nosotros.
La alegría, el
contento como expresión de una entrega interior a lo eterno, a lo divino; la
alegría como expresión de un eterno cobijamiento en el corazón misericordioso
del Padre Dios, debe ser la nota fundamental de toda nuestra vida."
Gracias Paco por estos textos!
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