viernes, 28 de junio de 2019

¿Filialidad? - Una curiosidad o anomalía lingüística


En mis últimas reflexiones, de la mano del Padre Kentenich, vengo escribiendo sobre temas relacionados con la filialidad. Como saben mis amigos, aquellos que usen el programa de ‘Microsoft Word’ para escribir, la herramienta citada revisa la ortografía y la gramática del texto que vas produciendo. Cuando cometes errores al escribir aparece un subrayado de color rojo, llamándote así la atención sobre un posible error ortográfico. Y eso es lo que pasa cada vez que escribo la palabra filialidad.

Cuando esto ocurre, y para informarme sobre la palabra correcta, suelo consultar el diccionario de la lengua de la Real Academia Española (www.rae.es). Pues resulta que los de Microsoft tienen razón: al escribir nuestra palabra “filialidad” en la Web de la RAE, recibo la contestación siguiente: ‘La palabra filialidad no existe en el diccionario”.

Intento buscar una explicación y me ‘refugio’ en la palabra alemana original que usaba nuestro Padre Fundador: “Kindlichkeit”. Busco en el diccionario adecuado y resulta que me informan de que ese término se traduce al español con la palabra “infantilismo”. ¡Pues acabo de hacer un pan como unas tortas! Para mi consuelo recuerdo que el mismo Padre Kentenich nos dice que no debemos confundir filialidad con infantilismo (ver “La filialidad en un cambio de época”). Así que este camino no me sirve.

Me toca seguir buscando, y tengo suerte: esta otra fuente me informa que la palabra filialidad es un sustantivo femenino y que es un término de uso obsoleto. Me dice además que este vocablo hace referencia a la característica, cualidad, índole o la propiedad fundamental de lo filial.

¿Obsoleto? Luego en algún momento tuvo su validez y significado. ¿Obsoleta la palabra? ¿O peor, obsoleto lo que la misma encierra en sí y nos revela? ¿O ya no se lleva porque su mensaje está anticuado o es inadecuado para las circunstancias actuales? Se me ocurre pensar que esta curiosidad lingüística nos muestra que vamos por el mundo despistados y confundidos, y que no queremos ver y no le damos importancia a nuestros propios males, a las corrientes negativas del tiempo de las que somos auténticos protagonistas.

Justamente por ese motivo quiso el fundador de Schoenstatt, nuestro padre, destacar y poner en el punto de mira de nuestra atención el valor de la filialidad en este mundo de nuestros días. El Padre Kentenich anuncia el valor de la filialidad como respuesta a las peligrosas corrientes que han surgido en los últimos tiempos y que socavan nuestra fe y el verdadero sentido del ser humano. Porque la filialidad es una respuesta a la importancia unilateral que le damos a la autonomía de la persona. Corrige, según él, el “virilismo” extremo (Ejercicios para sacerdotes, 1941) y el “espíritu del racionalismo exagerado” (Carta ‘Epístola perlonga’ del 31.5.1949) que hoy domina nuestras filas.

El Padre nos recuerda que en la predicación de Jesús la filialidad es una condición para entrar en el reino de los cielos y cita el pasaje de Marcos 10: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.»  

En el escrito “Mi filosofía de la educación” de 1961 cita al gran pedagogo suizo Pestalozzi que nos dice: “La mayor desgracia para la humanidad actual es la pérdida del sentir filial (o actitud filial) del mundo, pues esto hace imposible la actividad paternal de Dios”. En la ‘Epistola perlonga’ del 31 de mayo de 1949, citada anteriormente, asegura contundentemente que la filialidad es por ello “la medicina por antonomasia para la catástrofe actual”, y se apropia de las palabras del filósofo indio Rabindranat Tagore cuando expresa que “Dios quiere que, con santa sabiduría, reconquistemos nuestro ser niño que hemos perdido”.

A pesar de la Real Academia Española de la lengua y del subrayado en rojo de Microsoft Word me quedo con la célebre palabra, porque sé que la filialidad es parte constitutiva de nuestra espiritualidad schoenstattiana, y como el Padre Kentenich escribe, es también “tanto a nivel individual como comunitario, raíz viva y motriz de hombres mansos, llenos de alma, intrépidos, y también de mujeres con espíritu de servicio, con disposición a servir”.

Yo, por mi parte, seguiré escribiendo sobre el tema de la filialidad en todas las ocasiones que el padre fundador me lo proponga.


viernes, 21 de junio de 2019

Emilie Engel, notas de una vida


(Nota previa: pido disculpas a mis lectores por lo extenso de mis apuntes. Es difícil encerrar toda una vida en menos de mil palabras. Gracias por vuestro interés.)

Las raíces de Emilie Engel, nuestra hermana Emilie, tenemos que buscarlas en una zona rural del centro de Alemania, la región de Westfalen. Nació en el año 1893 y creció, arraigada en su familia, junto a sus padres, como cuarta hija de doce hermanos. Sus padres le regalaron una fe sólida y un gran amor y cuidado por los demás. Sin embargo, desde su más tierna infancia le atormentó la idea del Dios justiciero, amable para los buenos y duro para los malos, algo propio de aquellos tiempos. Allí se fue formando su personalidad, encontrando luz y tinieblas y experimentando sombras y tormentas, como escribe una de sus biógrafas, Margareta Wolff.

Niña miedosa y sensible. Lloraba a menudo, sus padres pidieron incluso ayuda al médico. Se cuenta que un día, a la edad de seis años, entró en su casa llorando y gritando, a la vez que decía: “Papá se va a ir al infierno; ¡le ha pegado a un hombre!” Resulta que su padre acababa de vender a un vecino una de sus vacas, y para cerrar el trato, como era costumbre, se dieron unas recias palmadas entre los dos, lo que hizo que la pequeña Emilie temiera por la salvación de su padre. La vida siguió. Frecuentó la escuela de su pueblo y al terminar esa fase pidió a los padres poder estudiar pedagogía.

Estudió en una ciudad cercana y se graduó en el año 1914; fue profesora, junto a dos hermanas suyas, en un instituto de su región. Fue maestra y pedagoga, con toda su alma y corazón. Su labor en este ámbito iba unida a una intensa preocupación social y apostólica en su ambiente. Incansable en la acción, preocupada por los más pobres de su tiempo.

Precisamente la ayuda a un joven necesitado le llevaría a conocer el lugar de Schoenstatt en el año 1918. Emilie necesitaba la ayuda de un hermano Palotino para su acción caritativa con el joven. Sus contactos con los Palotinos la llevarán a conocer la expansión de la Federación Apostólica de Schoenstatt y a su fundador el Padre Kentenich. 

Éste, por prudencia pastoral, no había querido comenzar actividad alguna con mujeres y comunidades femeninas hasta cumplir los treinta y cinco años. Sabemos que justo en el año 1921 se organiza en Schoenstatt un ciclo de conferencias para profesoras y maestras que dirigiría el Padre Kentenich. Los amigos Palotinos invitaron a Emilie a participar en este evento. Una señal de la divina Providencia. En 1922 asiste a otra jornada, lo que la lleva a entregarse de corazón al ideal de la Federación de mujeres de Schoenstatt que se formaría en breve. Consecuentemente llevará después el movimiento de Schoenstatt a su diócesis de origen.

Dios condujo a Emilie a sellar la alianza de amor con María en Schoenstatt en octubre de 1926. Su total entrega a Schoenstatt y a sus fines hacen que se ponga a disposición del Padre Kentenich para la fundación de las Hermanas de María y los anhelos de santidad de esta comunidad.

El encuentro con el Padre Kentenich será para Emilie providencial. Él será su confesor y padre espiritual. Tuvo la fuerza y la osadía necesarias para ponerse bajo su sabia conducción, y así fue cómo creció en un mundo espiritual distinto al de su infancia y juventud. Corregirá su imagen del Dios legislador severo, al Dios padre misericordioso. Sabiéndose amada personalmente por Él, llegaría a sentirse hija de Dios como había sido desde su bautismo. Poco a poco desaparecieron los miedos, y la alianza de amor con María le llevará también a dar una nueva y definitiva orientación a su vida: Schoenstatt será su vida. Y con María será Hermana de María.  

El fundador de Schoensatt pone a Emilie al frente de la comunidad de las hermanas, entregándole la responsabilidad de la formación de las nuevas hermanas. Maestra de novicias desde 1929, fueron más de 400 las jóvenes que bajo la conducción de la hermana Emilie llegarían a consagrase a los ideales y fines de esta joven comunidad religiosa. Simultáneamente sigue atendiendo a las mujeres de la Federación de su diócesis de origen. Dirigente de su curso y maestra de terciado en 1931, se la pide dirigir la comisión que redactaría los estatutos definitivos de las Hermanas, trabajo que concluiría durante un terciado dirigido por el Padre Kentenich en 1935.

La divina Providencia tenía sus planes: durante los años 1935 al 1946 la hermana Emilie estará obligada a participar en una escuela superior de santidad. Su tarea será la de ser y estar enferma, y por su enfermedad apartada de toda actividad. Una tuberculosis y sus secuelas la harán visitar hospitales y casas de cura en distintas localidades alemanas. Su proceso de curación será doloroso y dramático, su cuerpo quedará deformado, y aprenderá de nuevo a decir con todo el corazón: “¡Sí, Amen, Padre!”. En la víspera de una de sus múltiples operaciones escribirá en su diario: “No Emilie, sino Dios! ¡No la hija, sino el Padre!  ¡Hoy, mañana, siempre y eternamente!”  ¡El Padre Kentenich, en contacto epistolar continuo con ella, le entregará el cuidado de las enfermas de su comunidad! Algunas hermanas conocidas mueren también de tuberculosis, y entonces resucitarán sus miedos y sus preguntas al cielo. A pesar de todo, ella las ayudará en sus dificultades y dolores.

En el año 1946, y a pesar de sus limitaciones de salud, el fundador le entrega una nueva responsabilidad, será la superiora de una de las provincias de la comunidad. Ella acepta, porque así lo quería el Padre; sus miedos y recuerdos están ahí, pero su “sí, Padre” permanece inalterable. A principios del año 1954 viaja a Roma para participar en el capítulo general de la Hermanas de María; se la elegirá madre-jefa general de cursos. De regreso a Schoenstatt tendrá que ser internada en el hospital, su salud empeora por momentos. Fallece el 20 de noviembre de 1955 en la Casa Providentia de Koblenz-Metternich/Alemania. Sus restos mortales descansan en el cementerio de la casa en la misma localidad.

La vida de Emilie Engel nos enseña que la santidad tiene que ver también con la sanación de la persona, con la restauración de la salud del alma. No porque fuera tan aplicada y capaz, sino porque tuvo el coraje y la honestidad de entregar a Dios sus limitaciones, sus heridas, sus males y desgracias. Así se nos muestra una nueva imagen de santo de la vida diaria. Debilidades, miedos, pecados, enfermedad, puntos de ruptura en su cuerpo, en su espíritu y en su alma, no son obstáculos para la actuación de Dios. Son, más bien, un incentivo y desafío para creer en la misericordia y el gran amor del buen Padre Dios.

Emilie Engel resistió con la ayuda de Dios la tentación de disculparse o buscar compensaciones, ella aprendió a entregarse como un niño en las manos del Padre, a poner en evidencia sus limitaciones para experimentar así la gran misericordia del Dios providente. 

Estos son los motivos por los que la hermana Emilie Engel es un ejemplo de santidad para el hombre de hoy, para ti y para mí.

(Fuentes: "Emilie Engel, Zeugnisse - Briefe - Tagebuchnotizen, Margareta Woll, Editorial Schoenstatt-Verlag, Schoenstatt / Alemania // Fotos: archivo SM-S / www.schoenstatt.de)


viernes, 14 de junio de 2019

La hermana Emilie y la filialidad


¿Quién fue la hermana Emilie, aquella mujer a la que el Padre Kentenich pone como ejemplo de santidad a sus oyentes, los matrimonios de Milwaukee? Intentaré dar una visión reducida en ésta y en la entrada de la semana que viene. Adelanto, resumiendo, que fue una mujer excepcional, marcada por la cruz en su cuerpo y en su espíritu, una hermana de María de Schoenstatt, una hija del Padre, una santa de una filialidad heroica probada, un ejemplo para el hombre de hoy.

En todas las charlas de los lunes de este periodo que vamos leyendo – primeros meses del año 1956 – aparecen referencias a ella y a su ejemplo de vida. En la charla del 22 de enero de 1956, por ejemplo, leemos lo siguiente:

“La hermana Emilie nos ha invitado a viajar con ella al cielo en el compartimento "Providencia" del tren expreso de la filialidad, en el cual rige la consigna: "Ita Pater, ita Mater". Aceptemos su invitación y seremos verdaderos hijos de Dios y nuestra santidad estará asegurada. Nuestra meta debería ser poner nuestra mano en la mano del Padre, y la otra, en la mano de María.”   

Algunos días más tarde, el 2 de febrero, en el transcurso de la plática en el Santuario durante la ceremonia en que sellan su alianza de amor los matrimonios, les dice a sus oyentes:

“¿Qué significa la alianza de amor? Recordemos en este contexto algo que hemos escuchado a menudo. Pensamos mucho en la hermana Emilie, en el tren especial sobre el cual habla en sus escritos. En ese tren elegimos el compartimiento que tiene el cartel: "Divina Providencia", y dentro del cual rige la consigna: "Ita Pater, ita Mater". Hoy, al sellar la alianza de amor recibimos el pasaje para ese tren.
¿Qué acontece en ese tren? ¿Qué escuchamos? "Sí, Padre; sí, Madre". No es un tren común. No sólo hablan los pasajeros, sino también los conductores del tren. ¿Quiénes conducen el tren? Nuestro Padre del cielo y la santísima Virgen. Ellos dicen: "Sí, hijo; sí, hija".”  (Plática del 2 de febrero de 1956)

Al ojear la biografía de Emilie me llama la atención que su fallecimiento ocurre el veinte de noviembre del año 1955, justo unas semanas antes del inicio de este periplo de charlas en la tarde de los lunes. Fallece en Alemania, lejos de Milwaukee, donde residía por obligación canónica nuestro Padre Fundador.(¡!) Aunque en sus charlas no aparece ninguna referencia a esta circunstancia, me tomo la libertad de imaginar los sentimientos que inundarían el corazón del Padre, al saber que una de sus hijas más queridas de la comunidad de las Hermanas había fallecido y él no podía estar presente junto a toda su comunidad y al resto de la Familia de Schoenstatt alemana en el entierro y funeral de la hermana Emilie.

Es cierto que para él valía también aquello que su querida hija, la hermana Emilie, había escrito en su cuaderno personal y que él aconsejaba ahora a los matrimonios. ”Dijimos ya varias veces que hay que orar con la hermana Emilie: "Dios eterno y omnipotente, no me ahorres sufrimientos. Y ayúdame a que tampoco yo los ahorre a mi pobre y débil naturaleza." (Charla del 13 de febrero de 1956)

Y también es cierto que su cruz y su dolor por la lejanía y la separación de su familia de Schoenstatt en aquellos momentos tan importantes debían quedar ocultos y no visibles para los demás. Así se lo explica en esa misma charla a sus oyentes:

“La hermana Emilie decía que quería ser grande en su fuero íntimo, pero seguir siendo exteriormente pequeña y modesta. La verdadera santidad no habla de sí misma. Cuando suframos, que nuestra cruz, por así decirlo, quede oculta como debajo de un velo, que no sea visible para los demás. No hay persona que se esfuerce en el plano ascético que no tenga que cargar con su cruz. Se dice que los indios aprietan los dientes cuando sufren dolor, porque pretenden aparecer como hombres fuertes. Nosotros no debemos hacer eso, porque sofocaríamos nuestra afectividad.
Toda cruz es expresión del amor divino. Vista y sobrellevada así, la cruz se convertirá para nosotros en una bendición.”

Meditando las palabras del fundador en estas charlas de los lunes, y reflexionando sobre la persona de la hermana Emilie, quiero resumir mi reflexión con las palabras “filialidad heroica”, palabras que tomo del título de una de las conferencias que el Padre Kentenich dictó en Santiago de Chile a un grupo de hermanas y profesoras el día 8 de marzo de 1951, y cuya lectura aconsejo a mis lectores (Ver ‘Enlace’).

Me he propuesto referirme en mi próxima entrada a algunos hechos y circunstancias de la vida de la hermana Emilie, especialmente aquellos relacionados con nuestro Padre Fundador.

Y para terminar hoy, quiero avanzar que el Papa Benedicto XVI reconoció con un decreto del día 10 de mayo del año 2012 las “virtudes heroicas” de la sierva de Dios, hermana Emilie Engel (1893-1955), abriendo así una puerta importante en su proceso de canonización. Este decreto afirma que esta sierva de Dios vivió de forma heroica y ejemplar las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, así como las virtudes cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza, humildad y mansedumbre, junto a los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.

Desde su fallecimiento en Alemania han sido muchas las personas que se han encomendado a la hermana Emilie con sus problemas y dificultades, recibiendo de ella ayuda y apoyo. Esperamos que pronto se de el milagro necesario para su definitiva canonización.
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Para leer o escuchar la conferencia mencionada haz 'clic' en el siguiente "Enlace":


viernes, 7 de junio de 2019

Vivir como hijos de la divina Providencia


En mi comentario de la semana pasada me refería a la imagen de Dios que el Padre Kentenich tenía, vivía y enseñaba a sus hijos espirituales: junto al Dios de la Biblia y de los altares, valoraba especialmente la verdad y la experiencia del Dios de la vida y de la historia. En la charla que hoy comentamos se reitera en sus pensamientos sobre este mismo asunto y lo explica así a los matrimonios presentes:

Hay que discernir, en primer lugar, un Dios de los libros, vale decir, el Dios que se nos revela en la Sagrada Escritura; en segundo lugar, un Dios de los altares, Cristo en la santa eucaristía; en tercer lugar, el Dios Trino en nuestro corazón; y cuarto y último lugar, el Dios que nos sale al encuentro en los acontecimientos de nuestra vida diaria.
Queremos ser niños e hijos auténticos, y serlo con la mayor perfección posible. Por eso es necesario aprender más sobre Dios, tal cual él se revela en la Sagrada Escritura. También aprender a hablar con Dios que está en el sagrario. Le ofreceremos espontáneamente nuestros sacrificios y le regalaremos todo lo que poseamos. Y aprender a ver a Dios en cada persona que encontremos. Reconocer la mano paternal de Dios detrás de todas las tormentas, de todas las dificultades y alegrías de la vida.”

En la tarde de este día 29 de enero de 1956 intenta explicar a sus oyentes el camino de la filialidad como la vía más útil y certera para todos aquellos que hoy desean aspirar a la santidad. Se sirve para ello de abundantes ejemplos de la historia y cita también al sabio indio Tagore cuando dijo: “Dios quiere que, con santa sabiduría, reconquistemos el sentido filial.”

Ser y vivir como hijos de la divina Providencia en nuestra época trae consigo esa primera exigencia, la de reconquistar como adultos la santidad de un auténtico niño. Este esfuerzo irá unido a una protesta eficaz contra el fatalismo, contra el deísmo y contra el determinismo que campan hoy por el mundo en que vivimos.   

El fatalista dice que todo en el mundo es fruto de la casualidad. El deísta cree que Dios ha creado el mundo y le ha fijado sus leyes, pero, más allá de eso, no se preocupa por el mundo. Dios está cómodo en el cielo; de cuando en cuando se despierta de su sueño y se ocupa de los que llegan allá arriba. Muchas personas, incluso católicos, viven lo que enseña el deísmo. …… No nos engañemos. Muchos católicos viven y obran hoy como si no existiese un Dios personal.”

Nosotros por el contrario sostenemos que existe un Dios personal con un plan de amor para todos y para cada uno de nosotros, un plan de amor incluso para el más pequeño bebé que yace en su cuna.

Saberse hijos y vivir como hijos, esa será nuestra tarea más importante. El padre Kentenich les insiste a sus oyentes a que hagan suyas las cualidades que tiene un hijo de la divina Providencia, comenzando por ver todo a la luz de Dios, pues en todas las personas que nos rodean y en las cosas más pequeñas e insignificantes se nos muestra el Dios de la vida, sobre todo si las mismas se han hecho por amor a Él. La otra cualidad de nuestro esfuerzo será la de saber decir “Si, Padre” (Ita, Pater) a todos los acontecimientos del día, también al sufrimiento, las dificultades y las alegrías de nuestro acontecer diario. Y también, y no menos importante, la de saber de la vida divina que habita en nosotros.

En la homilía del domingo anterior los presentes habían escuchado unas palabras del evangelista San Juan, aquellas en las que él les dice a los suyos: escuchen, hijitos, el mensaje que tiene para nosotros el Padre del cielo: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” Recordando las mismas, el padre Kentenich insiste en pedir a los matrimonios que recuerden su bautismo y la realidad de la vida divina recibida en el mismo, una vida que nos capacita para vivir como hijos y poder actuar en consecuencia. Especialmente en la vida matrimonial y familiar:

“La mayoría de la gente sabe muy poco sobre la vida divina en su alma, sobre lo que significa ser hijo de Dios. Estudiemos esas verdades, dejemos que se nos enseñe sobre ellas. Y así se nos abrirá un mundo nuevo y extraordinariamente hermoso. Aún no podemos imaginarnos en absoluto cómo es esa vida; nos es totalmente desconocida.
Si lográramos ver en nuestro cónyuge un hijo de Dios y no sólo un cónyuge que satisface nuestros instintos, se nos abriría un mundo nuevo. Ese conocimiento tendría sobre nosotros un efecto más grande que el estallido de una bomba atómica. …..
Entonces nuestro amor mutuo crecerá. Amaremos a nuestros hijos como Dios lo quiere, con un amor sobrenatural y, sin embargo, también natural.”

Para finalizar la reflexión apunto que en el transcurso del texto de esta charla leemos una referencia a San Agustín que nos ayuda a reflexionar sobre el tema; es aquella en la que el santo dice que si queremos tener un conocimiento claro tenemos que amar, porque el amor nos prepara para conocer.

Y, por último, para todos aquellos que hemos sellado la alianza de amor con la Santísima Virgen es un consuelo saber que la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt cuidará de que lleguemos a ser y sigamos siendo hijos de la divina Providencia. Ella nos pide nuestro esfuerzo para ello.
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Para leer o escuchar la charla completa haz 'clic' en el siguiente "Enlace":

Charla del 29 de enero de 1956 - Vivir como hijo de la divina Providencia (Lunes por la tarde, Tomo 1, Editorial Schoenstatt)