viernes, 7 de junio de 2019

Vivir como hijos de la divina Providencia


En mi comentario de la semana pasada me refería a la imagen de Dios que el Padre Kentenich tenía, vivía y enseñaba a sus hijos espirituales: junto al Dios de la Biblia y de los altares, valoraba especialmente la verdad y la experiencia del Dios de la vida y de la historia. En la charla que hoy comentamos se reitera en sus pensamientos sobre este mismo asunto y lo explica así a los matrimonios presentes:

Hay que discernir, en primer lugar, un Dios de los libros, vale decir, el Dios que se nos revela en la Sagrada Escritura; en segundo lugar, un Dios de los altares, Cristo en la santa eucaristía; en tercer lugar, el Dios Trino en nuestro corazón; y cuarto y último lugar, el Dios que nos sale al encuentro en los acontecimientos de nuestra vida diaria.
Queremos ser niños e hijos auténticos, y serlo con la mayor perfección posible. Por eso es necesario aprender más sobre Dios, tal cual él se revela en la Sagrada Escritura. También aprender a hablar con Dios que está en el sagrario. Le ofreceremos espontáneamente nuestros sacrificios y le regalaremos todo lo que poseamos. Y aprender a ver a Dios en cada persona que encontremos. Reconocer la mano paternal de Dios detrás de todas las tormentas, de todas las dificultades y alegrías de la vida.”

En la tarde de este día 29 de enero de 1956 intenta explicar a sus oyentes el camino de la filialidad como la vía más útil y certera para todos aquellos que hoy desean aspirar a la santidad. Se sirve para ello de abundantes ejemplos de la historia y cita también al sabio indio Tagore cuando dijo: “Dios quiere que, con santa sabiduría, reconquistemos el sentido filial.”

Ser y vivir como hijos de la divina Providencia en nuestra época trae consigo esa primera exigencia, la de reconquistar como adultos la santidad de un auténtico niño. Este esfuerzo irá unido a una protesta eficaz contra el fatalismo, contra el deísmo y contra el determinismo que campan hoy por el mundo en que vivimos.   

El fatalista dice que todo en el mundo es fruto de la casualidad. El deísta cree que Dios ha creado el mundo y le ha fijado sus leyes, pero, más allá de eso, no se preocupa por el mundo. Dios está cómodo en el cielo; de cuando en cuando se despierta de su sueño y se ocupa de los que llegan allá arriba. Muchas personas, incluso católicos, viven lo que enseña el deísmo. …… No nos engañemos. Muchos católicos viven y obran hoy como si no existiese un Dios personal.”

Nosotros por el contrario sostenemos que existe un Dios personal con un plan de amor para todos y para cada uno de nosotros, un plan de amor incluso para el más pequeño bebé que yace en su cuna.

Saberse hijos y vivir como hijos, esa será nuestra tarea más importante. El padre Kentenich les insiste a sus oyentes a que hagan suyas las cualidades que tiene un hijo de la divina Providencia, comenzando por ver todo a la luz de Dios, pues en todas las personas que nos rodean y en las cosas más pequeñas e insignificantes se nos muestra el Dios de la vida, sobre todo si las mismas se han hecho por amor a Él. La otra cualidad de nuestro esfuerzo será la de saber decir “Si, Padre” (Ita, Pater) a todos los acontecimientos del día, también al sufrimiento, las dificultades y las alegrías de nuestro acontecer diario. Y también, y no menos importante, la de saber de la vida divina que habita en nosotros.

En la homilía del domingo anterior los presentes habían escuchado unas palabras del evangelista San Juan, aquellas en las que él les dice a los suyos: escuchen, hijitos, el mensaje que tiene para nosotros el Padre del cielo: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” Recordando las mismas, el padre Kentenich insiste en pedir a los matrimonios que recuerden su bautismo y la realidad de la vida divina recibida en el mismo, una vida que nos capacita para vivir como hijos y poder actuar en consecuencia. Especialmente en la vida matrimonial y familiar:

“La mayoría de la gente sabe muy poco sobre la vida divina en su alma, sobre lo que significa ser hijo de Dios. Estudiemos esas verdades, dejemos que se nos enseñe sobre ellas. Y así se nos abrirá un mundo nuevo y extraordinariamente hermoso. Aún no podemos imaginarnos en absoluto cómo es esa vida; nos es totalmente desconocida.
Si lográramos ver en nuestro cónyuge un hijo de Dios y no sólo un cónyuge que satisface nuestros instintos, se nos abriría un mundo nuevo. Ese conocimiento tendría sobre nosotros un efecto más grande que el estallido de una bomba atómica. …..
Entonces nuestro amor mutuo crecerá. Amaremos a nuestros hijos como Dios lo quiere, con un amor sobrenatural y, sin embargo, también natural.”

Para finalizar la reflexión apunto que en el transcurso del texto de esta charla leemos una referencia a San Agustín que nos ayuda a reflexionar sobre el tema; es aquella en la que el santo dice que si queremos tener un conocimiento claro tenemos que amar, porque el amor nos prepara para conocer.

Y, por último, para todos aquellos que hemos sellado la alianza de amor con la Santísima Virgen es un consuelo saber que la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt cuidará de que lleguemos a ser y sigamos siendo hijos de la divina Providencia. Ella nos pide nuestro esfuerzo para ello.
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Para leer o escuchar la charla completa haz 'clic' en el siguiente "Enlace":

Charla del 29 de enero de 1956 - Vivir como hijo de la divina Providencia (Lunes por la tarde, Tomo 1, Editorial Schoenstatt)

2 comentarios:

  1. El Dios de la vida y de la historia... el cristianismo es genuino cuando se vive "cum historiam", no rechazando la historia, ni rebelándonos contra ella. Somos hijos de ese profeta de la historia que supo ver en ella la mano providente del Padre... gracias Paco por estos textos....

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  2. Muchas gracias, Paco, por este magnifico blog. Desde EEUU te mando un fuerte abrazo y un beso para Anneliese.

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