En mi comentario de la semana pasada me refería a la
imagen de Dios que el Padre
Kentenich tenía, vivía y enseñaba a sus hijos espirituales: junto al Dios de la
Biblia y de los altares, valoraba especialmente la verdad y la experiencia
del Dios de la vida y de la historia. En la charla que hoy
comentamos se reitera en sus pensamientos sobre este mismo asunto y lo explica
así a los matrimonios presentes:
“Hay que discernir, en primer lugar, un Dios de los libros, vale decir, el
Dios que se nos revela en la Sagrada Escritura; en segundo lugar, un Dios de
los altares, Cristo en la santa eucaristía; en tercer lugar, el Dios Trino en
nuestro corazón; y cuarto y último lugar, el Dios que nos sale al encuentro en
los acontecimientos de nuestra vida diaria.
Queremos ser
niños e hijos auténticos, y serlo con la mayor perfección posible. Por eso es
necesario aprender más sobre Dios, tal cual él se revela en la Sagrada
Escritura. También aprender a hablar con Dios que está en el sagrario. Le
ofreceremos espontáneamente nuestros sacrificios y le regalaremos todo lo que
poseamos. Y aprender a ver a Dios en cada persona que encontremos. Reconocer la
mano paternal de Dios detrás de todas las tormentas, de todas las dificultades
y alegrías de la vida.”
En la tarde de este día 29 de enero de 1956 intenta
explicar a sus oyentes el camino de la filialidad como la vía más útil y
certera para todos aquellos que hoy desean aspirar a la santidad. Se sirve para
ello de abundantes ejemplos de la historia y cita también al sabio indio Tagore
cuando dijo: “Dios quiere que, con santa sabiduría, reconquistemos el sentido
filial.”
Ser y vivir como hijos de la divina Providencia en
nuestra época trae consigo esa primera exigencia, la de reconquistar como
adultos la santidad de un auténtico niño. Este esfuerzo irá unido a una
protesta eficaz contra el fatalismo, contra el deísmo y contra el determinismo
que campan hoy por el mundo en que vivimos.
“El fatalista dice que todo en el mundo es fruto de la casualidad. El deísta
cree que Dios ha creado el mundo y le ha fijado sus leyes, pero, más allá de
eso, no se preocupa por el mundo. Dios está cómodo en el cielo; de cuando en
cuando se despierta de su sueño y se ocupa de los que llegan allá arriba.
Muchas personas, incluso católicos, viven lo que enseña el deísmo. …… No nos
engañemos. Muchos católicos viven y obran hoy como si no existiese un Dios
personal.”
Nosotros por el contrario sostenemos que existe un
Dios personal con un plan de amor para todos y para cada uno de nosotros, un
plan de amor incluso para el más pequeño bebé que yace en su cuna.
Saberse hijos y vivir como hijos, esa será nuestra
tarea más importante. El padre Kentenich les insiste a sus oyentes a que hagan
suyas las cualidades que tiene un hijo de la divina Providencia, comenzando por
ver todo a la luz de Dios, pues en todas las personas que nos rodean y en las
cosas más pequeñas e insignificantes se nos muestra el Dios de la vida, sobre
todo si las mismas se han hecho por amor a Él. La otra cualidad de nuestro
esfuerzo será la de saber decir “Si, Padre” (Ita, Pater) a todos los
acontecimientos del día, también al sufrimiento, las dificultades y las
alegrías de nuestro acontecer diario. Y también, y no menos importante, la de saber
de la vida divina que habita en nosotros.
En la homilía del domingo anterior los presentes habían
escuchado unas palabras del evangelista San Juan, aquellas en las que él les
dice a los suyos: escuchen, hijitos, el mensaje que tiene para nosotros el
Padre del cielo: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de
Dios, pues ¡lo somos!” Recordando las mismas, el padre Kentenich insiste en
pedir a los matrimonios que recuerden su bautismo y la realidad de la vida
divina recibida en el mismo, una vida que nos capacita para vivir como hijos y
poder actuar en consecuencia. Especialmente en la vida matrimonial y familiar:
“La mayoría de
la gente sabe muy poco sobre la vida divina en su alma, sobre lo que significa
ser hijo de Dios. Estudiemos esas verdades, dejemos que se nos enseñe sobre
ellas. Y así se nos abrirá un mundo nuevo y extraordinariamente hermoso. Aún no
podemos imaginarnos en absoluto cómo es esa vida; nos es totalmente
desconocida.
Si lográramos
ver en nuestro cónyuge un hijo de Dios y no sólo un cónyuge que satisface
nuestros instintos, se nos abriría un mundo nuevo. Ese conocimiento tendría
sobre nosotros un efecto más grande que el estallido de una bomba atómica. …..
Entonces
nuestro amor mutuo crecerá. Amaremos a nuestros hijos como Dios lo quiere, con
un amor sobrenatural y, sin embargo, también natural.”
Para finalizar la reflexión apunto que en el
transcurso del texto de esta charla leemos una referencia a San Agustín que nos
ayuda a reflexionar sobre el tema; es aquella en la que el santo dice que si
queremos tener un conocimiento claro tenemos que amar, porque el amor nos
prepara para conocer.
Y, por último, para todos aquellos que hemos sellado
la alianza de amor con la Santísima Virgen es un consuelo saber que la Madre y
Reina tres veces Admirable de Schoenstatt cuidará de que lleguemos a ser y
sigamos siendo hijos de la divina Providencia. Ella nos pide nuestro esfuerzo
para ello.
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El Dios de la vida y de la historia... el cristianismo es genuino cuando se vive "cum historiam", no rechazando la historia, ni rebelándonos contra ella. Somos hijos de ese profeta de la historia que supo ver en ella la mano providente del Padre... gracias Paco por estos textos....
ResponderEliminarMuchas gracias, Paco, por este magnifico blog. Desde EEUU te mando un fuerte abrazo y un beso para Anneliese.
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