(Nota previa: pido disculpas a mis lectores
por lo extenso de mis apuntes. Es difícil encerrar toda una vida en menos de
mil palabras. Gracias por vuestro interés.)
Las raíces de Emilie Engel, nuestra hermana Emilie,
tenemos que buscarlas en una zona rural del centro de Alemania, la región de Westfalen. Nació
en el año 1893 y creció, arraigada en su familia, junto a sus padres, como
cuarta hija de doce hermanos. Sus padres le regalaron una fe sólida y un gran
amor y cuidado por los demás. Sin embargo, desde su más tierna infancia le
atormentó la idea del Dios justiciero, amable para los buenos y duro para los
malos, algo propio de aquellos tiempos. Allí se fue formando su personalidad,
encontrando luz y tinieblas y experimentando sombras y tormentas, como escribe
una de sus biógrafas, Margareta Wolff.
Niña miedosa y sensible. Lloraba a menudo, sus padres
pidieron incluso ayuda al médico. Se cuenta que un día, a la edad de seis años,
entró en su casa llorando y gritando, a la vez que decía: “Papá se va a
ir al infierno; ¡le ha pegado a un hombre!” Resulta que su padre
acababa de vender a un vecino una de sus vacas, y para cerrar el trato, como
era costumbre, se dieron unas recias palmadas entre los dos, lo que hizo que la
pequeña Emilie temiera por la salvación de su padre. La vida siguió. Frecuentó
la escuela de su pueblo y al terminar esa fase pidió a los padres poder
estudiar pedagogía.
Estudió en una ciudad cercana y se graduó en el año 1914;
fue profesora, junto a dos hermanas suyas, en un instituto de su región. Fue
maestra y pedagoga, con toda su alma y corazón. Su labor en este ámbito iba
unida a una intensa preocupación social y apostólica en su ambiente. Incansable
en la acción, preocupada por los más pobres de su tiempo.
Precisamente la ayuda a un joven necesitado le llevaría a
conocer el lugar de Schoenstatt en el año 1918. Emilie necesitaba la ayuda de
un hermano Palotino para su acción caritativa con el joven. Sus contactos con
los Palotinos la llevarán a conocer la expansión de la Federación Apostólica de
Schoenstatt y a su fundador el Padre Kentenich.
Éste, por prudencia pastoral,
no había querido comenzar actividad alguna con mujeres y comunidades femeninas
hasta cumplir los treinta y cinco años. Sabemos que justo en el año 1921 se
organiza en Schoenstatt un ciclo de conferencias para profesoras y maestras que
dirigiría el Padre Kentenich. Los amigos Palotinos invitaron a Emilie a
participar en este evento. Una señal de la divina Providencia. En 1922 asiste a
otra jornada, lo que la lleva a entregarse de corazón al ideal de la Federación
de mujeres de Schoenstatt que se formaría en breve. Consecuentemente llevará después
el movimiento de Schoenstatt a su diócesis de origen.
Dios condujo a Emilie a sellar la alianza de amor con
María en Schoenstatt en octubre de 1926. Su total entrega a Schoenstatt y a sus
fines hacen que se ponga a disposición del Padre Kentenich para la fundación de
las Hermanas de María y los anhelos de santidad de esta comunidad.
El encuentro con el Padre Kentenich será para Emilie
providencial. Él será su confesor y padre espiritual. Tuvo la fuerza y la osadía
necesarias para ponerse bajo su sabia conducción, y así fue cómo creció en un
mundo espiritual distinto al de su infancia y juventud. Corregirá su imagen del
Dios legislador severo, al Dios padre misericordioso. Sabiéndose amada
personalmente por Él, llegaría a sentirse hija de Dios como había sido desde su
bautismo. Poco a poco desaparecieron los miedos, y la alianza de amor con María
le llevará también a dar una nueva y definitiva orientación a su vida:
Schoenstatt será su vida. Y con María será Hermana de María.
El fundador de Schoensatt pone a Emilie al frente de la
comunidad de las hermanas, entregándole la responsabilidad de la formación de
las nuevas hermanas. Maestra de novicias desde 1929, fueron más de 400 las
jóvenes que bajo la conducción de la hermana Emilie llegarían a consagrase a
los ideales y fines de esta joven comunidad religiosa. Simultáneamente sigue
atendiendo a las mujeres de la Federación de su diócesis de origen. Dirigente
de su curso y maestra de terciado en 1931, se la pide dirigir la comisión que
redactaría los estatutos definitivos de las Hermanas, trabajo que concluiría
durante un terciado dirigido por el Padre Kentenich en 1935.
La divina Providencia tenía sus planes: durante los años
1935 al 1946 la hermana Emilie estará obligada a participar en una escuela
superior de santidad. Su tarea será la de ser y estar enferma, y por su
enfermedad apartada de toda actividad. Una tuberculosis y sus secuelas la harán
visitar hospitales y casas de cura en distintas localidades alemanas. Su
proceso de curación será doloroso y dramático, su cuerpo quedará deformado, y aprenderá
de nuevo a decir con todo el corazón: “¡Sí, Amen, Padre!”. En la
víspera de una de sus múltiples operaciones escribirá en su diario: “No
Emilie, sino Dios! ¡No la hija, sino el Padre! ¡Hoy, mañana, siempre y eternamente!” ¡El Padre Kentenich, en contacto epistolar
continuo con ella, le entregará el cuidado de las enfermas de su comunidad! Algunas hermanas conocidas mueren también de
tuberculosis, y entonces resucitarán sus miedos y sus preguntas al cielo. A
pesar de todo, ella las ayudará en sus dificultades y dolores.
En el año 1946, y a pesar de sus limitaciones de salud,
el fundador le entrega una nueva responsabilidad, será la superiora de una de
las provincias de la comunidad. Ella acepta, porque así lo quería el Padre; sus
miedos y recuerdos están ahí, pero su “sí, Padre” permanece inalterable.
A principios del año 1954 viaja a Roma para participar en el capítulo general
de la Hermanas de María; se la elegirá madre-jefa general de cursos. De regreso
a Schoenstatt tendrá que ser internada en el hospital, su salud empeora por
momentos. Fallece el 20 de noviembre de 1955 en la Casa Providentia de
Koblenz-Metternich/Alemania. Sus restos mortales descansan en el cementerio de la casa
en la misma localidad.
La vida de Emilie Engel nos enseña que la santidad tiene
que ver también con la sanación de la persona, con la restauración de la salud
del alma. No porque fuera tan aplicada y capaz, sino porque tuvo el coraje y la
honestidad de entregar a Dios sus limitaciones, sus heridas, sus males y
desgracias. Así se nos muestra una nueva imagen de santo de la vida diaria.
Debilidades, miedos, pecados, enfermedad, puntos de ruptura en su cuerpo, en su
espíritu y en su alma, no son obstáculos para la actuación de Dios. Son, más
bien, un incentivo y desafío para creer en la misericordia y el gran amor del
buen Padre Dios.
Emilie Engel resistió con la ayuda de Dios la tentación
de disculparse o buscar compensaciones, ella aprendió a entregarse como un niño
en las manos del Padre, a poner en evidencia sus limitaciones para experimentar
así la gran misericordia del Dios providente.
Estos son los motivos por los que la hermana Emilie Engel
es un ejemplo de santidad para el hombre de hoy, para ti y para mí.
(Fuentes: "Emilie Engel, Zeugnisse - Briefe - Tagebuchnotizen, Margareta Woll, Editorial Schoenstatt-Verlag, Schoenstatt / Alemania // Fotos: archivo SM-S / www.schoenstatt.de)
Gracias Paco... sin la aspiración a la santidad, no entiendo el sentido del dolor...
ResponderEliminarMe gustó mucho lo que escribiste...
Como siempre, Paco, me ha encantado leerte. Esta muy bien este texto de la hermana Emile.
ResponderEliminarQue alta la meta ...pero que bueno es estar acompañados! Gracias Paco
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