sábado, 30 de septiembre de 2023

RELACIÓN CON DIOS PADRE - FE EN LA PROVIDENCIA

El problema más difícil para la cristiandad actual es la fe práctica en la Providencia […] A muchas personas no les cuesta creer en la divina Providencia tal como ha actuado en los siglos pasados.

La dificultad […] comienza cuando, aquí y ahora, es decir, en el acontecer mundial actual, se trata de [creer en] una planificación del amor, la sabiduría y la omnipotencia divinas o de [creer en] un Padre Dios que tiene en sus manos las riendas del acontecer mundial y que conduce todas las cosas hacia una meta claramente reconocida y querida. Esto es lo que llamamos fe práctica en la Providencia.

J. Kentenich, 1952-53, en

Texte zum Vorsehungsglauben, 26

Este tanteo y esta búsqueda del plan divino, la escucha atenta de los deseos de Dios y la obediencia alegre son siempre la nota característica de la Familia [de Schoenstatt]. Por eso decimos también que el mensaje de la fe en la Providencia es el mensaje de Schoenstatt sin más.

J. Kentenich, 1952, en

Texte zum Vorsehungsglauben, 60

Es muy valioso que nos acostumbremos a examinar retrospectivamente en el pasado cómo Dios nos ha marcado el rumbo en cada caso; que yo mantenga firmemente solo esto: ¡Dios me quiere!, y yo quiero regalarle mi amor […]; que yo responda a la cruz y al sufrimiento solamente con amor: [la cruz y el sufrimiento] son un saludo de Dios.

Esto vale también para las comunidades religiosas cuando sobrevienen dificultades. Dios tiene con ellas intenciones determinadas. Mi propia visión no llega lejos, pero Dios ha diseñado un plan universal y también el pequeño plan de vida [individual]. Él conduce día tras día la vida del individuo y de las comunidades. Solo es preciso que hagamos una cosa: querer a Dios.

J. Kentenich , 28-11-1937, en

Das Lebensziel des Christen, 37

Detrás de todas las cosas está la voluntad paterna de Dios. Me sé amado; el destino de mi vida no se ve arrojado ciegamente de un lado a otro: detrás de ese destino se encuentra el Padre Dios […] Pero yo quiero estar también convencido de que Dios pronuncia un sí personal a mi destino. El Dios que pronuncia ese sí es un Dios personal. Eso es importante.

J. Kentenich, 28-11-1937, en Das Lebensziel des Christen, 42 s..

 

DECIR SÍ A DIOS Y A SUS DESEOS

Superar la angustia

Si como psicólogo analizo la condición humana y cristiana pienso tener que decir que está llena de tensiones, y estas tensiones se ven constantemente alimentadas por un temor y una angustia muy profundos. Así pues, el psicólogo ve asociados a la condición humana un temor y una angustia implacables. No estará de más que descorramos ahora el misterioso velo de nuestra alma. También nosotros nos vemos mucho más torturados por el temor y el miedo de lo que lo admitimos […].

¿Qué entendemos por angustia? La angustia es un malestar psicofísico enormemente fuerte a causa de la inferioridad frente a algo indeterminado, de la impotencia que sentimos en nosotros frente a una oscura omnipotencia […].

Aprender a decir sí de forma filial

Si me permiten […] decir algo sobre los remedios […], notarán que los remedios contra [la angustia] no son conducentes si no se agrega a ellos el arrojo de la filialidad […].

Hasta el fin de la vida tendríamos que esforzarnos por grabar en los sentimientos, el corazón y la voluntad el arrojo de la filialidad. […] Otra expresión para ello es: el arrojo de decir sí. Cristo también pronunció este sí en una difícil situación de su vida: ¡Sí, Padre! Decir sí con audacia. […]

Observen la vida de grandes hombres, observen su propia vida: ¿acaso no llegamos periódicamente a un cierto límite, a una cierta barrera [ante la cual nos preguntamos] «y ahora qué»? En cualquier caso, sentimos el corte, notamos que saltar por encima de esa barrera es, en cierto sentido, un acto de arrojo; sentimos que las cosas ya no son tan tranquilas, tan confortables y sosegadas: hay que pasar a un plano más alto. Antes habíamos sentido los límites: ahora hay que hacerlos saltar […].

Todos nosotros […], que nos encontramos en la vida moderna, deberíamos movernos constantemente en estas consideraciones. ¿Qué quiere Dios? Si el ser humano necesita arrojo ya en su desarrollo puramente natural, ¡qué arrojo será necesario para entrar en la oscuridad de la fe! […]

¿Sienten ahora la grandeza que anida en nuestra filialidad? No tenemos que pronunciar un sí desesperado, sino un sí audaz y alegre —aunque asociado a una gran opresión—.

J. Kentenich, 1937, en Kindsein vor Gott, 236, 241, 291 s.

Siga siendo siempre el niño despreocupado

¿Qué he de responder a sus afectuosas líneas? Dios lo ha conducido a través de la noche oscura del alma. Fue bueno que así fuese. Ahora volverá a resultarle más fácil regresar a la antigua sencillez, simpleza y derechura de la aspiración a la virtud. Hágalo pronto. Dicho concretamente: no se deje atomizar más por lo que escucha o lee. Y después, siga siendo, como era antes, el niño despreocupado tomado de la mano de nuestra Madre del cielo.

J. Kentenich, 10-06-1920, en Brief an Fritz Esser

  

viernes, 22 de septiembre de 2023

¿DÓNDE SALIÓ DIOS A MI ENCUENTRO EL DÍA DE AYER?

Dios es un Dios personal. No está sentado en el cielo donde hace «un calor agradable» mirando a los seres humanos que estamos abajo. Tampoco contempla indolente las atrocidades que se cometen en esta tierra, las guerras entre las naciones, los terribles sufrimientos de la humanidad. Nada de eso le es indiferente. Los seguidores del deísmo anuncian un Dios así, impersonal. Dicen: sí, hay un Dios en el cielo, pero no se preocupa por los hombres en este mundo. Son los hombres los que causan su propio sufrimiento, sus propias preocupaciones, y tienen que ver cómo se las apañan con ellas. Dios tiene allá arriba suficiente que hacer. La tierra está para los hombres. Sabemos que hay un Dios trino que reina en el cielo y se preocupa personalmente por cada uno de nosotros. Sabemos también que nada sucede sin su conocimiento. Él ha diseñado el gran plan universal y tiene también un plan y un lugar para cada uno de nosotros. 

Él sabe por qué

Hay muchas cosas de las que no sabemos por qué Dios las permite. Pero él es omnisciente: él sabe por qué. Él tiene en sus manos las riendas del acontecer universal y de nuestro destino personal, él guía y dirige todo lo que sucede.

Nosotros creemos en un Dios verdadero, el creador y conductor del universo. Esto se denomina teísmo. El comunismo enseña que no existe ningún Dios creador. Según el comunismo, el mundo, tal como es, ha surgido a través de un proceso. Así como el agua, cuando se la calienta, se convierte en vapor [y a la inversa], así se formó la materia; de la misma manera surgió después el ser humano con su alma espiritual, dicen ellos.

Los comunistas enseñan también que la religión es opio para el pueblo. Según ellos, el que enseña religión adormece la mente de los hombres. Según su postura, vivimos una sola vez y, mientras se pueda, tenemos que trabajar y luchar por lo que necesitamos. Para ellos no hay diferencias de clase: todas las personas son iguales. El trabajo es su dios, y tiran abajo todo lo que tiene que ver con la vida después de la muerte.

Miremos a una gallina cuando bebe. Inclina la cabeza hacia el agua, después la levanta lentamente y deja que el agua corra hacia abajo por el cuello; disfruta cada gota. Así deberíamos saborear nosotros también la bondad de Dios: de alguna manera elevar nuestros ojos hacia el cielo y agradecer al Dios trino por todos los beneficios.

J. Kentenich, 22 de enero de 1955, en

Am Montagabend, t. 1, 93 ss.

 

Libro de meditación: la vida práctica

Me preguntaron cómo se puede meditar. El mejor libro de meditación debería ser para nosotros la vida práctica. Abro el libro del día de ayer, recorro el día entero desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche y me pregunto: ¿Dónde salió Dios a mi encuentro el día de ayer? Él nos sale al encuentro con mucha más frecuencia de lo que sabemos. Dios nuestro Señor es extraordinariamente noble. Él nos prepara para cada pequeñez. Pero las más de las veces no estamos preparados, porque no le hemos prestado atención. Por eso: ¿Dónde salió Dios a mi encuentro el día de ayer?

¿Dónde me demostró amor? ¿Le he dado una respuesta? No debemos pasar por alto ningún acontecimiento en la vida de nuestra familia, pues ni siquiera un cabello cae de nuestra cabeza sin que Dios lo quiera; tengo que atribuir el origen de todo en el plan de Dios, interpretar el plan de Dios.

¿Qué me quiere decir con eso?

Comprendo cada acontecimiento como una catedral. Pongo la escalera para [que asciendan por ella] el entendimiento y el corazón. En la cúspide de cada acontecimiento veo a Dios, incluso si alguien me ha hecho sufrir [ejemplo de la bola de nieve]. Detrás de cada sufrimiento se encuentra en última instancia nuestro mejor amigo, el buen Dios. He ahí una fe sencilla en la Providencia. Tenemos que ver mucho más al Dios de la vida. Dios nuestro Señor está detrás de todas las cosas. A mí se me agría el rostro, pero también se me dulcifica. Con ello habré puesto la escalera para el entendimiento y veo a Dios en su misericordia divina. ¿Dónde me ha salido Dios al encuentro en mi vida? Pongo también la escalera para el corazón. Entonces tengo que decirle a Dios nuestro Señor que lo he visto, que sé que todo proviene de él, y darle gracias por ello. Esto es verdadera religiosidad, verdadera piedad. Esta es la realización de la frase que dice: «Sed constantes en orar» (1 Tes 5,17). Es mantener un contacto constante con Dios. Tenemos que adquirir esto. No tenemos que medir nuestra piedad por las prácticas exteriores: así, podremos no hacer muchas cosas, pero sí estar constantemente en contacto con Dios, poner la escalera para el entendimiento y el corazón. ¿Acaso no lo hacían también nuestros abuelos?

 

J. Kentenich, junio de 1950, en Familientagung 31.5-4.6.1950, 81 s. 

viernes, 15 de septiembre de 2023

«MI PADRE LLEVA EL TIMÓN»

 LA FE EN LA PROVIDENCIA

Hoy dejamos el tema de la sexualidad y nos adentramos en algunos textos referidos a nuestra “VIDA CON DIOS”. El Padre Kentenich enseñó a los suyos a cultivar y crecer en la “fe práctica en la Divina Providencia”, o sea en el convencimiento de que Dios guía nuestros pasos, de que lleva en sus manos el volante. Con ello nos anima a poner toda nuestra confianza en que Dios como buen padre nos ama y cuida de nosotros. En una charla a los matrimonios del mes de enero de mil novecientos cincuenta y cinco decía lo siguiente:

“En la vida cotidiana tenemos que ver a Dios detrás de todas las cosas, en nuestras alegrías y sufrimientos. Dios no es un tirano, sino un padre amoroso que nos ama como a la niña de sus ojos. Nos ama como si fuésemos su único hijo, como si no existiera nadie más fuera de nosotros. Dios cuida de forma totalmente personal de nosotros. Pensemos siempre que todo lo que nos ocurre está en el plan [de Dios], que tiene un motivo determinado, aunque momentáneamente nos duela. En todo momento tenemos que sostener con firmeza que Dios es nuestro padre amoroso y pronunciar con disposición nuestro «sí, Padre», independientemente de que él nos envíe una cruz o una alegría. Tenemos que depositar toda nuestra confianza en la Providencia de Dios.

Debemos hacerlo como el niño cuyo padre es médico. Ya conocemos el ejemplo: el niño está muy enfermo; el padre le dice que tiene que ser operado, y de inmediato, sin anestesia. El niño tiene mucho miedo, pero sabe que su padre tiene conocimiento de lo que es mejor para él y que salvará su vida. Gime de dolor, pero se somete a la voluntad del padre, porque sabe: papá me ama y hará todo lo que esté en su poder para salvarme.

También el Salvador se lamentó en el Monte de los Olivos cuando previó su pasión. Pero también él dijo: «Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Tal vez nosotros también tengamos que cargar una pesada cruz. No hay problema en que le digamos al padre qué pesada es la cruz y le pidamos ayuda. Solo tenemos que agregar siempre: «No se haga mi voluntad, sino la tuya».

Vamos a depositar toda nuestra confianza en la Providencia de Dios.

 

Él reconoce a su mejor amigo

Les cuento otra pequeña historia. Imagínense: es invierno. Alguien está fuera rezando el rosario, está feliz meditando qué bueno es Dios. De pronto, una bola de nieve le golpea por detrás la cabeza. El señor se vuelve indignado: quiere ver quién se ha permitido semejante cosa. Entonces reconoce a su mejor amigo, parado frente a él con rostro sonriente. ¿Qué hace entonces? Antes de percatarse, ya se está riendo con él. Aun cuando la bola de nieve duela en el momento, él perdona gustosamente a su amigo, porque este no tenía mala intención. El ejemplo podemos aplicarlo a Dios. Todo viene de una amorosa mano paterna, aun cuando duela mucho. Tenemos que llegar a ser personalidades, no ser hombres masa. Debemos poner la escalera para el entendimiento y el corazón y ver a Dios detrás de todas las cosas. Ya sabemos: en el mundo nada sucede sin Dios. Él lo ve todo. Él lo dispone o lo permite para que, a través de ello, lleguemos al cielo.”

J. Kentenich 22.01.1955 en “Am Montagabend, Tomo 1

viernes, 8 de septiembre de 2023

EDUCACIÓN SEXUAL (2)

Respeto y amor

Me permitirán agregar, tal vez, que todo tipo de educación, tanto la del niño pequeño como la del adulto, presupone siempre esta doble función: respeto y amor. Podrá ser que unas veces los afectos estén acentuados más de un lado o del otro, que una vez pase más a primer plano el respecto y otras, el amor, pero siempre tienen que estar ambos. O sea, también en la relación con el niño pequeño, con el bebé. Ambas cosas tienen que estar presentes en el educador: no solamente el amor, sino también el respeto; y no solamente un cierto respeto: al niño corresponde darle el mayor de los respetos.

Los expertos en psicología individual afirman haber observado que muchas personas arrastran consigo inhibiciones en el ámbito de los afectos en fases posteriores de vida porque en su infancia fueron tratados con inferioridad. En la valoración que tienen de sí mismas se sienten inferiores —no consciente, sino instintivamente—, porque no se les permitió dar y recibir aquello que solamente un niño en esa edad puede dar y recibir: la correspondiente ternura maternal o filial. Así pues, los padres también tienen que darle al niño esas expresiones de ternura, que, por un lado, son expresión de amor y, por el otro, signo de respeto.

Con ello no se ha dicho que debiéramos inducir a los padres a estar siempre besuqueando al niño. Ese sería un amor carente del rigor que da el respeto. Es decir, ambas cosas tienen que estar presentes en todo momento: respeto y amor.

Y eso vale también para el período de la vida del que hablamos ahora: la adolescencia. También en ese tiempo hay que brindarles a los adolescentes ambas cosas: tanto respeto como amor. Y si logramos recibir como respuesta ese doble afecto —nuevamente, respeto y amor—, entonces la educación está garantizada. Entonces, en toda circunstancia alcanzaremos algo grande y profundo en nuestros hijos.

¿Qué significa educar? Servir desinteresadamente a la vida ajena. Este es el arte de las artes: educar a seres humanos, formar y plasmar almas humanas. Dios ha implantado en cada vida humana una de sus ideas. A través de cada ser humano individual Dios quiere encarnar y realizar un pensamiento. Y mi tarea como educador consiste en encontrar ese pensamiento de Dios y en empeñar mis fuerzas para que ese pensamiento de Dios se encarne y realice en la vida del ser humano. ¿Comprenden lo que quiero decir? Cuanto más me compenetre interiormente del verdadero sentido de la educación, tanto más fuerte se hará mi respeto.

 

J. Kentenich, 28 al 31 de mayo de 1931, en Ethos und Ideal in der Erziehung, 234 ss.

 

El niño absorbe todo

Probablemente, a partir de aquí ustedes comprenderán también mejor que no es como suele decirse: un niño todavía no lo comprende. Permítanme que lo exprese de la siguiente manera: «el niño que ahora corretea por ahí desnudo no lo percibe» —piensan algunos padres—. ¡Oh, no se confundan! El niño lo absorbe en su sentimiento. Posteriormente pierde el respeto por su propio cuerpo.

A veces se oye decir que la educación estadounidense es distinta. Que los estadounidenses están tan embotados, tan acostumbrados, que no les hace nada, tampoco todo lo que ven por la televisión. No lo creo. El ser humano sigue siendo eternamente ser humano. Y lo que el sentimiento ha absorbido tiene sus efectos solo más tarde. […] Por eso no deben decir, por ejemplo, como madre: «La forma en que yo me visto en casa no la ve nadie más. Mi hijo, bueno, todavía es inmaduro». ¡No se confundan! El niño registra impresiones. Por eso, la forma como se practica muchas veces entre nosotros en Europa es una obviedad: los padres se presentan ante sus hijos de tal manera que un extraño pueda entrar en cualquier momento.

J. Kentenich, 15 de febrero de 1953, en Familie – Dienst am Leben, 80 s.

 
Dios habita en mi hijo

Por eso tienen que meditar este pensamiento: mi hijo es una pequeña iglesia de la Trinidad. ¿Lo es? […] Todo ser humano que lleva en sí la vida divina es una pequeña iglesia de la Trinidad. Y cuando los ojos resplandecen —también los ojos de mi hijo— se trata de la lámpara del Santísimo. La lámpara del Santísimo en la capilla privada de casa, ¿a qué nos remite? Nos remite a la presencia del Señor. Así también brilla la luz del Santísimo desde los ojos resplandecientes del ser humano cuando se trata de seres humanos nobles e hijos de Dios. Ellos son una indicación de la presencia de Dios, pequeñas iglesias de la Trinidad andantes.

Por favor, grábense las expresiones. Entonces, el mundo de los niños y el mundo que los rodea adquirirá un cuño profundo, sobrenatural. Aparte de toda la actividad económica a la que deben aspirar, ustedes viven al mismo tiempo en un mundo nuevo, sobrenatural, que está vivo y adquiere vida en la vida cotidiana. A partir de aquí comprenderán un principio que tenemos que grabarnos profundamente para la educación de nuestros hijos, aunque también para la relación entre nosotros: […] el mayor respeto se lo debemos al niño, al bebé al que debo darle el pecho porque, de otro modo, no puede existir. Él es un trozo de mi propia vida. Le debo el mayor de los respetos. Y cuanto más pequeño y desvalido es el niño, con tanto mayor respeto hay que tratarlo. […]

¿Quieren saber, una vez más, cuál es la razón de este gran respeto? Entonces quiero señalarles de nuevo lo dicho anteriormente desde otro punto de vista: ¿qué es el niño tal como lo veo ahora, sobre todo el cuerpo del niño? También el cuerpo del niño, del niño inmaduro, también el cuerpo de mi semejante, también el cuerpo de mi cónyuge: maxima reverentia [máximo respeto].

J. Kentenich, 29 de marzo de 1953, en Familie – Dienst am Leben, 152 s.

  

viernes, 1 de septiembre de 2023

EDUCACIÓN E INFORMACIÓN SEXUAL

¿Cómo se lo digo a mis hijos?

Tenemos que explicarles a nuestros hijos estas cosas en el momento oportuno […]. Como padres no [debemos] dejarlo en manos de otras personas. No tengo por qué avergonzarme de enseñar sobre estas cosas a mi hijo. Si me avergüenzo, es una prueba de que yo mismo no tengo conceptos claros. Así pues, no [debo] dejarlo en manos de otros, tampoco de la escuela, ni siquiera del sacerdote confesor. Esa es mi tarea como madre.

Tendría que ser una de mis tareas más hermosas. Y digo «madre», pero me refiero a los padres. De modo que tengo que pensar cómo y cuándo [ha de ocurrir esto]. […]

Pienso que ustedes tienen suficiente bibliografía (…) sobre el modo en que se ha de explicarles estas cosas a los niños. Pero ustedes mismos tienen que estar libres de inhibiciones, pues, naturalmente, de otro modo no surte efecto.

 J. Kentenich, 10 de febrero de 1964, en Am Montagabend, t. 29, 307 s.

 

El ideal de la información sexual —si ustedes quieren, también, de la transfiguración de lo sexual— consiste en mostrar caminos acerca del modo en que se puede procurar que el instinto del cuerpo permanezca siempre en relación con el instinto del alma. […] Ahora les puedo indicar ya la ley de la información sexual. Cuando un niño pregunta tengo que darle la respuesta de tal modo que el niño piense que lo sabe todo.

¿Comprenden la respuesta? No comenzar, pues, a revolver todo o a exponer todo lo que podría decirse al respecto, sino solamente hasta donde el niño tiene un problema, hasta donde quiere saber. Pero tengo que hacerlo con una gran serenidad. No [debo] mostrarme extrañado y la explicación [tiene que] hacerse de tal modo de que, una vez dada la respuesta, el niño piense que lo sabe todo. […]

Lo importante es siempre [esto]: con serenidad y con una gran sencillez, simpleza, sin inhibiciones. […] No deben salir corriendo frente a la pregunta [o sea, no eludirla]. Es que el niño tiene que recibir alguna vez una respuesta. Y más tarde tiene que saber que las respuestas las recibirá de su madre o de su padre, no de fuera, en la calle. Es un momento solemne cuando la madre y el niño aclaran esas cosas. […] Solamente decir lo que el niño quiere saber, pero de una forma transfigurada. […]

Como padre y madre yo no dejaría esto en manos de otros. En su lugar, yo lo haría siempre de forma personal, y ello aunque haya varios niños. Es algo demasiado solemne como para hacerlo en común. […] Si queremos tener una atmósfera pura en el grupo de nuestros hijos tenemos que buscar la forma y el modo correctos para exponerles la vida sexual de forma transfigurada. Pienso que esto sería suficiente por esta noche. Ahora vamos a pedirle a la Santísima Virgen que haga de nosotros artistas de la educación y que, por eso, nos muestre también el camino correcto para poder introducir a nuestros hijos de la forma correcta en ese mundo.

 J. Kentenich, 17 de febrero de 1964, en Am Montagabend, t. 29, 319-327

 

Respeto y amor

 Me permitirán agregar, tal vez, que todo tipo de educación, tanto la del niño pequeño como la del adulto, presupone siempre esta doble función: respeto y amor. Podrá ser que unas veces los afectos estén acentuados más de un lado del otro, que una vez pase más a primer plano el respecto y otras, el amor, pero siempre tienen que estar ambos. O sea, también en la relación con el niño pequeño, con el bebé. Ambas cosas tienen que estar presentes en el educador: no solamente el amor, sino también el respeto; y no solamente un cierto respeto: al niño corresponde darle el mayor de los respetos.

Los expertos en psicología individual afirman haber observado que muchas personas arrastran consigo inhibiciones en el ámbito de los afectos en fases posteriores de vida porque en su infancia fueron tratados con inferioridad. En la valoración que tienen de sí mismas se sienten inferiores —no consciente, sino instintivamente—, porque no se les permitió dar y recibir aquello que solamente un niño en esa edad puede dar y recibir: la correspondiente ternura maternal o filial. Así pues, los padres también tienen que darle al niño esas expresiones de ternura, que, por un lado, son expresión de amor y, por el otro, signo de respeto.

Con ello no se ha dicho que debiéramos inducir a los padres a estar siempre besuqueando al niño. Ese sería un amor carente del rigor que da el respeto. Es decir, ambas cosas tienen que estar presentes en todo momento: respeto y amor.

Y eso vale también para el período de la vida del que hablamos ahora: la adolescencia. También en ese tiempo hay que brindarles a los adolescentes ambas cosas: tanto respeto como amor. Y si logramos recibir como respuesta ese doble afecto —nuevamente, respeto y amor—, entonces la educación está garantizada. Entonces, en toda circunstancia alcanzaremos algo grande y profundo en nuestros hijos.

¿Qué significa educar? Servir desinteresadamente a la vida ajena. Este es el arte de las artes: educar a seres humanos, formar y plasmar almas humanas. Dios ha implantado en cada vida humana una de sus ideas. A través de cada ser humano individual Dios quiere encarnar y realizar un pensamiento. Y mi tarea como educador consiste en encontrar ese pensamiento de Dios y en empeñar mis fuerzas para que ese pensamiento de Dios se encarne y realice en la vida del ser humano. ¿Comprenden lo que quiero decir? Cuanto más me compenetre interiormente del verdadero sentido de la educación, tanto más fuerte se hará mi respeto.

 

J. Kentenich, 28 al 31 de mayo de 1931, en  Ethos und Ideal in der Erziehung, 234 ss.