¿Cómo se lo digo a mis hijos?
Tenemos que explicarles a nuestros hijos estas cosas en el momento oportuno […]. Como padres no [debemos] dejarlo en manos de otras personas. No tengo por qué avergonzarme de enseñar sobre estas cosas a mi hijo. Si me avergüenzo, es una prueba de que yo mismo no tengo conceptos claros. Así pues, no [debo] dejarlo en manos de otros, tampoco de la escuela, ni siquiera del sacerdote confesor. Esa es mi tarea como madre.
Tendría que ser una de mis tareas
más hermosas. Y digo «madre», pero me refiero a los padres. De modo que tengo
que pensar cómo y cuándo [ha de ocurrir esto]. […]
Pienso que ustedes tienen
suficiente bibliografía (…) sobre el modo en que se ha de explicarles estas
cosas a los niños. Pero ustedes mismos tienen que estar libres de inhibiciones,
pues, naturalmente, de otro modo no surte efecto.
El ideal de la información
sexual —si ustedes quieren, también, de la transfiguración de lo sexual—
consiste en mostrar caminos acerca del modo en que se puede procurar que el
instinto del cuerpo permanezca siempre en relación con el instinto del alma.
[…] Ahora les puedo indicar ya la ley de la información sexual. Cuando un niño
pregunta tengo que darle la respuesta de tal modo que el niño piense que lo
sabe todo.
¿Comprenden la respuesta? No
comenzar, pues, a revolver todo o a exponer todo lo que podría decirse al
respecto, sino solamente hasta donde el niño tiene un problema, hasta donde
quiere saber. Pero tengo que hacerlo con una gran serenidad. No [debo]
mostrarme extrañado y la explicación [tiene que] hacerse de tal modo de que,
una vez dada la respuesta, el niño piense que lo sabe todo. […]
Lo importante es siempre
[esto]: con serenidad y con una gran sencillez, simpleza, sin inhibiciones. […]
No deben salir corriendo frente a la pregunta [o sea, no eludirla]. Es que el
niño tiene que recibir alguna vez una respuesta. Y más tarde tiene que saber
que las respuestas las recibirá de su madre o de su padre, no de fuera, en la
calle. Es un momento solemne cuando la madre y el niño aclaran esas cosas. […]
Solamente decir lo que el niño quiere saber, pero de una forma transfigurada.
[…]
Como padre y madre yo no dejaría esto en manos de otros. En su lugar, yo lo haría siempre de forma personal, y ello aunque haya varios niños. Es algo demasiado solemne como para hacerlo en común. […] Si queremos tener una atmósfera pura en el grupo de nuestros hijos tenemos que buscar la forma y el modo correctos para exponerles la vida sexual de forma transfigurada. Pienso que esto sería suficiente por esta noche. Ahora vamos a pedirle a la Santísima Virgen que haga de nosotros artistas de la educación y que, por eso, nos muestre también el camino correcto para poder introducir a nuestros hijos de la forma correcta en ese mundo.
Respeto y amor
Los expertos en psicología individual afirman haber observado que muchas personas arrastran consigo inhibiciones en el ámbito de los afectos en fases posteriores de vida porque en su infancia fueron tratados con inferioridad. En la valoración que tienen de sí mismas se sienten inferiores —no consciente, sino instintivamente—, porque no se les permitió dar y recibir aquello que solamente un niño en esa edad puede dar y recibir: la correspondiente ternura maternal o filial. Así pues, los padres también tienen que darle al niño esas expresiones de ternura, que, por un lado, son expresión de amor y, por el otro, signo de respeto.
Con ello no se ha dicho que debiéramos inducir a los padres a estar siempre besuqueando al niño. Ese sería un amor carente del rigor que da el respeto. Es decir, ambas cosas tienen que estar presentes en todo momento: respeto y amor.
Y eso vale también para el período de la vida del que hablamos ahora: la adolescencia. También en ese tiempo hay que brindarles a los adolescentes ambas cosas: tanto respeto como amor. Y si logramos recibir como respuesta ese doble afecto —nuevamente, respeto y amor—, entonces la educación está garantizada. Entonces, en toda circunstancia alcanzaremos algo grande y profundo en nuestros hijos.
¿Qué significa educar? Servir desinteresadamente a la vida ajena. Este es el arte de las artes: educar a seres humanos, formar y plasmar almas humanas. Dios ha implantado en cada vida humana una de sus ideas. A través de cada ser humano individual Dios quiere encarnar y realizar un pensamiento. Y mi tarea como educador consiste en encontrar ese pensamiento de Dios y en empeñar mis fuerzas para que ese pensamiento de Dios se encarne y realice en la vida del ser humano. ¿Comprenden lo que quiero decir? Cuanto más me compenetre interiormente del verdadero sentido de la educación, tanto más fuerte se hará mi respeto.
J. Kentenich, 28 al 31 de mayo de 1931, en Ethos und Ideal in der Erziehung, 234 ss.
"Cuanto más me compenetre interiormente del verdadero sentido de la educación, tanto más fuerte se hará mi respeto." Se nos suele escapar la finalidad de la educación, y en el fondo, es que nuestros hijos puedan llegar a Dios... Gracias por los textos, Paco... muy actuales y necesarios!
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