viernes, 8 de septiembre de 2023

EDUCACIÓN SEXUAL (2)

Respeto y amor

Me permitirán agregar, tal vez, que todo tipo de educación, tanto la del niño pequeño como la del adulto, presupone siempre esta doble función: respeto y amor. Podrá ser que unas veces los afectos estén acentuados más de un lado o del otro, que una vez pase más a primer plano el respecto y otras, el amor, pero siempre tienen que estar ambos. O sea, también en la relación con el niño pequeño, con el bebé. Ambas cosas tienen que estar presentes en el educador: no solamente el amor, sino también el respeto; y no solamente un cierto respeto: al niño corresponde darle el mayor de los respetos.

Los expertos en psicología individual afirman haber observado que muchas personas arrastran consigo inhibiciones en el ámbito de los afectos en fases posteriores de vida porque en su infancia fueron tratados con inferioridad. En la valoración que tienen de sí mismas se sienten inferiores —no consciente, sino instintivamente—, porque no se les permitió dar y recibir aquello que solamente un niño en esa edad puede dar y recibir: la correspondiente ternura maternal o filial. Así pues, los padres también tienen que darle al niño esas expresiones de ternura, que, por un lado, son expresión de amor y, por el otro, signo de respeto.

Con ello no se ha dicho que debiéramos inducir a los padres a estar siempre besuqueando al niño. Ese sería un amor carente del rigor que da el respeto. Es decir, ambas cosas tienen que estar presentes en todo momento: respeto y amor.

Y eso vale también para el período de la vida del que hablamos ahora: la adolescencia. También en ese tiempo hay que brindarles a los adolescentes ambas cosas: tanto respeto como amor. Y si logramos recibir como respuesta ese doble afecto —nuevamente, respeto y amor—, entonces la educación está garantizada. Entonces, en toda circunstancia alcanzaremos algo grande y profundo en nuestros hijos.

¿Qué significa educar? Servir desinteresadamente a la vida ajena. Este es el arte de las artes: educar a seres humanos, formar y plasmar almas humanas. Dios ha implantado en cada vida humana una de sus ideas. A través de cada ser humano individual Dios quiere encarnar y realizar un pensamiento. Y mi tarea como educador consiste en encontrar ese pensamiento de Dios y en empeñar mis fuerzas para que ese pensamiento de Dios se encarne y realice en la vida del ser humano. ¿Comprenden lo que quiero decir? Cuanto más me compenetre interiormente del verdadero sentido de la educación, tanto más fuerte se hará mi respeto.

 

J. Kentenich, 28 al 31 de mayo de 1931, en Ethos und Ideal in der Erziehung, 234 ss.

 

El niño absorbe todo

Probablemente, a partir de aquí ustedes comprenderán también mejor que no es como suele decirse: un niño todavía no lo comprende. Permítanme que lo exprese de la siguiente manera: «el niño que ahora corretea por ahí desnudo no lo percibe» —piensan algunos padres—. ¡Oh, no se confundan! El niño lo absorbe en su sentimiento. Posteriormente pierde el respeto por su propio cuerpo.

A veces se oye decir que la educación estadounidense es distinta. Que los estadounidenses están tan embotados, tan acostumbrados, que no les hace nada, tampoco todo lo que ven por la televisión. No lo creo. El ser humano sigue siendo eternamente ser humano. Y lo que el sentimiento ha absorbido tiene sus efectos solo más tarde. […] Por eso no deben decir, por ejemplo, como madre: «La forma en que yo me visto en casa no la ve nadie más. Mi hijo, bueno, todavía es inmaduro». ¡No se confundan! El niño registra impresiones. Por eso, la forma como se practica muchas veces entre nosotros en Europa es una obviedad: los padres se presentan ante sus hijos de tal manera que un extraño pueda entrar en cualquier momento.

J. Kentenich, 15 de febrero de 1953, en Familie – Dienst am Leben, 80 s.

 
Dios habita en mi hijo

Por eso tienen que meditar este pensamiento: mi hijo es una pequeña iglesia de la Trinidad. ¿Lo es? […] Todo ser humano que lleva en sí la vida divina es una pequeña iglesia de la Trinidad. Y cuando los ojos resplandecen —también los ojos de mi hijo— se trata de la lámpara del Santísimo. La lámpara del Santísimo en la capilla privada de casa, ¿a qué nos remite? Nos remite a la presencia del Señor. Así también brilla la luz del Santísimo desde los ojos resplandecientes del ser humano cuando se trata de seres humanos nobles e hijos de Dios. Ellos son una indicación de la presencia de Dios, pequeñas iglesias de la Trinidad andantes.

Por favor, grábense las expresiones. Entonces, el mundo de los niños y el mundo que los rodea adquirirá un cuño profundo, sobrenatural. Aparte de toda la actividad económica a la que deben aspirar, ustedes viven al mismo tiempo en un mundo nuevo, sobrenatural, que está vivo y adquiere vida en la vida cotidiana. A partir de aquí comprenderán un principio que tenemos que grabarnos profundamente para la educación de nuestros hijos, aunque también para la relación entre nosotros: […] el mayor respeto se lo debemos al niño, al bebé al que debo darle el pecho porque, de otro modo, no puede existir. Él es un trozo de mi propia vida. Le debo el mayor de los respetos. Y cuanto más pequeño y desvalido es el niño, con tanto mayor respeto hay que tratarlo. […]

¿Quieren saber, una vez más, cuál es la razón de este gran respeto? Entonces quiero señalarles de nuevo lo dicho anteriormente desde otro punto de vista: ¿qué es el niño tal como lo veo ahora, sobre todo el cuerpo del niño? También el cuerpo del niño, del niño inmaduro, también el cuerpo de mi semejante, también el cuerpo de mi cónyuge: maxima reverentia [máximo respeto].

J. Kentenich, 29 de marzo de 1953, en Familie – Dienst am Leben, 152 s.

  

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