Respeto y amor
Me permitirán agregar, tal vez, que todo tipo
de educación, tanto la del niño pequeño como la del adulto, presupone siempre
esta doble función: respeto y amor. Podrá ser que unas veces los afectos estén
acentuados más de un lado o del otro, que una vez pase más a primer plano el
respecto y otras, el amor, pero siempre tienen que estar ambos. O sea, también
en la relación con el niño pequeño, con el bebé. Ambas cosas tienen que estar
presentes en el educador: no solamente el amor, sino también el respeto; y no
solamente un cierto respeto: al niño corresponde darle el mayor de los
respetos.
Los expertos en psicología individual afirman
haber observado que muchas personas arrastran consigo inhibiciones en el ámbito
de los afectos en fases posteriores de vida porque en su infancia fueron
tratados con inferioridad. En la valoración que tienen de sí mismas se sienten
inferiores —no consciente, sino instintivamente—, porque no se les permitió dar
y recibir aquello que solamente un niño en esa edad puede dar y recibir: la
correspondiente ternura maternal o filial. Así pues, los padres también tienen
que darle al niño esas expresiones de ternura, que, por un lado, son expresión
de amor y, por el otro, signo de respeto.
Con ello no se ha dicho que debiéramos
inducir a los padres a estar siempre besuqueando al niño. Ese sería un amor
carente del rigor que da el respeto. Es decir, ambas cosas tienen que estar
presentes en todo momento: respeto y amor.
Y eso vale también para el período de la vida
del que hablamos ahora: la adolescencia. También en ese tiempo hay que
brindarles a los adolescentes ambas cosas: tanto respeto como amor. Y si
logramos recibir como respuesta ese doble afecto —nuevamente, respeto y amor—,
entonces la educación está garantizada. Entonces, en toda circunstancia
alcanzaremos algo grande y profundo en nuestros hijos.
¿Qué significa educar? Servir
desinteresadamente a la vida ajena. Este es el arte de las artes: educar a
seres humanos, formar y plasmar almas humanas. Dios ha implantado en cada vida
humana una de sus ideas. A través de cada ser humano individual Dios quiere
encarnar y realizar un pensamiento. Y mi tarea como educador consiste en
encontrar ese pensamiento de Dios y en empeñar mis fuerzas para que ese
pensamiento de Dios se encarne y realice en la vida del ser humano. ¿Comprenden
lo que quiero decir? Cuanto más me compenetre interiormente del verdadero
sentido de la educación, tanto más fuerte se hará mi respeto.
J. Kentenich, 28 al 31 de mayo de 1931, en Ethos und
Ideal in der Erziehung, 234 ss.
El
niño absorbe todo
Probablemente, a partir de aquí ustedes
comprenderán también mejor que no es como suele decirse: un niño todavía no lo
comprende. Permítanme que lo exprese de la siguiente manera: «el niño que ahora
corretea por ahí desnudo no lo percibe» —piensan algunos padres—. ¡Oh, no se
confundan! El niño lo absorbe en su sentimiento. Posteriormente pierde el
respeto por su propio cuerpo.
A veces se oye decir que la educación
estadounidense es distinta. Que los estadounidenses están tan embotados, tan
acostumbrados, que no les hace nada, tampoco todo lo que ven por la televisión.
No lo creo. El ser humano sigue siendo eternamente ser humano. Y lo que el
sentimiento ha absorbido tiene sus efectos solo más tarde. […] Por eso no deben
decir, por ejemplo, como madre: «La forma en que yo me visto en casa no la ve
nadie más. Mi hijo, bueno, todavía es inmaduro». ¡No se confundan! El niño
registra impresiones. Por eso, la forma como se practica muchas veces entre
nosotros en Europa es una obviedad: los padres se presentan ante sus hijos de
tal manera que un extraño pueda entrar en cualquier momento.
J. Kentenich, 15 de febrero de 1953,
en Familie – Dienst am Leben, 80 s.
Dios habita en mi hijo
Por eso tienen que meditar este pensamiento:
mi hijo es una pequeña iglesia de la Trinidad. ¿Lo es? […] Todo ser humano que
lleva en sí la vida divina es una pequeña iglesia de la Trinidad. Y cuando los
ojos resplandecen —también los ojos de mi hijo— se trata de la lámpara del
Santísimo. La lámpara del Santísimo en la capilla privada de casa, ¿a qué nos
remite? Nos remite a la presencia del Señor. Así también brilla la luz del
Santísimo desde los ojos resplandecientes del ser humano cuando se trata de
seres humanos nobles e hijos de Dios. Ellos son una indicación de la presencia
de Dios, pequeñas iglesias de la Trinidad andantes.
Por favor, grábense las expresiones.
Entonces, el mundo de los niños y el mundo que los rodea adquirirá un cuño
profundo, sobrenatural. Aparte de toda la actividad económica a la que deben
aspirar, ustedes viven al mismo tiempo en un mundo nuevo, sobrenatural, que
está vivo y adquiere vida en la vida cotidiana. A partir de aquí comprenderán
un principio que tenemos que grabarnos profundamente para la educación de
nuestros hijos, aunque también para la relación entre nosotros: […] el mayor
respeto se lo debemos al niño, al bebé al que debo darle el pecho porque, de otro
modo, no puede existir. Él es un trozo de mi propia vida. Le debo el mayor de
los respetos. Y cuanto más pequeño y desvalido es el niño, con tanto mayor
respeto hay que tratarlo. […]
¿Quieren saber, una vez más, cuál es la razón
de este gran respeto? Entonces quiero señalarles de nuevo lo dicho
anteriormente desde otro punto de vista: ¿qué es el niño tal como lo veo ahora,
sobre todo el cuerpo del niño? También el cuerpo del niño, del niño inmaduro,
también el cuerpo de mi semejante, también el cuerpo de mi cónyuge: maxima
reverentia [máximo respeto].
J. Kentenich, 29 de marzo de 1953,
en Familie – Dienst am Leben, 152 s.
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