Dios es un Dios personal. No está sentado en el cielo donde hace «un calor agradable» mirando a los seres humanos que estamos abajo. Tampoco contempla indolente las atrocidades que se cometen en esta tierra, las guerras entre las naciones, los terribles sufrimientos de la humanidad. Nada de eso le es indiferente. Los seguidores del deísmo anuncian un Dios así, impersonal. Dicen: sí, hay un Dios en el cielo, pero no se preocupa por los hombres en este mundo. Son los hombres los que causan su propio sufrimiento, sus propias preocupaciones, y tienen que ver cómo se las apañan con ellas. Dios tiene allá arriba suficiente que hacer. La tierra está para los hombres. Sabemos que hay un Dios trino que reina en el cielo y se preocupa personalmente por cada uno de nosotros. Sabemos también que nada sucede sin su conocimiento. Él ha diseñado el gran plan universal y tiene también un plan y un lugar para cada uno de nosotros.
Él sabe por qué
Hay
muchas cosas de las que no sabemos por qué Dios las permite. Pero él es
omnisciente: él sabe por qué. Él tiene en sus manos las riendas del acontecer
universal y de nuestro destino personal, él guía y dirige todo lo que sucede.
Nosotros
creemos en un Dios verdadero, el creador y conductor del universo. Esto se
denomina teísmo. El comunismo enseña que no existe ningún Dios creador. Según
el comunismo, el mundo, tal como es, ha surgido a través de un proceso. Así
como el agua, cuando se la calienta, se convierte en vapor [y a la inversa],
así se formó la materia; de la misma manera surgió después el ser humano con su
alma espiritual, dicen ellos.
Los
comunistas enseñan también que la religión es opio para el pueblo. Según ellos,
el que enseña religión adormece la mente de los hombres. Según su postura,
vivimos una sola vez y, mientras se pueda, tenemos que trabajar y luchar por lo
que necesitamos. Para ellos no hay diferencias de clase: todas las personas son
iguales. El trabajo es su dios, y tiran abajo todo lo que tiene que ver con la
vida después de la muerte.
Miremos
a una gallina cuando bebe. Inclina la cabeza hacia el agua, después la levanta
lentamente y deja que el agua corra hacia abajo por el cuello; disfruta cada
gota. Así deberíamos saborear nosotros también la bondad de Dios: de alguna
manera elevar nuestros ojos hacia el cielo y agradecer al Dios trino por todos
los beneficios.
J. Kentenich, 22 de enero de 1955, en
Am Montagabend, t. 1, 93 ss.
Libro de meditación: la
vida práctica
Me
preguntaron cómo se puede meditar. El mejor libro de meditación debería ser
para nosotros la vida práctica. Abro el libro del día de ayer, recorro el día
entero desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche y me pregunto:
¿Dónde salió Dios a mi encuentro el día de ayer? Él nos sale al encuentro con
mucha más frecuencia de lo que sabemos. Dios nuestro Señor es
extraordinariamente noble. Él nos prepara para cada pequeñez. Pero las más de
las veces no estamos preparados, porque no le hemos prestado atención. Por eso:
¿Dónde salió Dios a mi encuentro el día de ayer?
¿Dónde
me demostró amor? ¿Le he dado una respuesta? No debemos pasar por alto ningún
acontecimiento en la vida de nuestra familia, pues ni siquiera un cabello cae
de nuestra cabeza sin que Dios lo quiera; tengo que atribuir el origen de todo
en el plan de Dios, interpretar el plan de Dios.
¿Qué me quiere decir con eso?
Comprendo
cada acontecimiento como una catedral. Pongo la escalera para [que asciendan
por ella] el entendimiento y el corazón. En la cúspide de cada acontecimiento
veo a Dios, incluso si alguien me ha hecho sufrir [ejemplo de la bola de
nieve]. Detrás de cada sufrimiento se encuentra en última instancia nuestro
mejor amigo, el buen Dios. He ahí una fe sencilla en la Providencia. Tenemos
que ver mucho más al Dios de la vida. Dios nuestro Señor está detrás de todas
las cosas. A mí se me agría el rostro, pero también se me dulcifica. Con ello
habré puesto la escalera para el entendimiento y veo a Dios en su misericordia
divina. ¿Dónde me ha salido Dios al encuentro en mi vida? Pongo también la
escalera para el corazón. Entonces tengo que decirle a Dios nuestro Señor que
lo he visto, que sé que todo proviene de él, y darle gracias por ello. Esto es
verdadera religiosidad, verdadera piedad. Esta es la realización de la frase
que dice: «Sed constantes en orar» (1 Tes 5,17). Es mantener un contacto
constante con Dios. Tenemos que adquirir esto. No tenemos que medir nuestra
piedad por las prácticas exteriores: así, podremos no hacer muchas cosas, pero
sí estar constantemente en contacto con Dios, poner la escalera para el
entendimiento y el corazón. ¿Acaso no lo hacían también nuestros abuelos?
J. Kentenich, junio de 1950, en Familientagung 31.5-4.6.1950, 81 s.
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