Para finalizar este ciclo de reflexiones sobre el “hombre nuevo” en Schoenstatt, quiero hoy reproducir (sin comentarios) algunos pensamientos del Padre Kentenich sobre el amor a María del hombre nuevo. Son palabras de una de sus últimas charlas en esta jornada pedagógica de 1951 a la que vengo haciendo referencia (Ver: ¡Que surja el hombre nuevo!, Editorial Schoenstatt - Amazon)
“Hay
distintos tipos de amor a María: un amor corriente, un gran amor y un amor
extraordinario a María. Permítanme hablar de este último. Es el amor a María de
Grignon de Montfort, determinado por el pensamiento: debo llegar a Cristo en
la santísima Virgen y no sólo con y por Ella (“Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen”).
No lograremos hacer entender este uno en el
otro, si no tenemos personas que hayan aprendido a amar sanamente, tanto
naturalista, como natural y sobrenaturalmente; que hayan gozado interiormente
el amar a una persona, y en la persona amar a Dios. Doy mi amor filial a mi
padre, lo amo como hijo y estoy en mi padre; y este estar-en-mi-padre
significa, a la vez, estar en el Padre celestial. Recuerden todo lo que hemos
leído sobre santa Teresita. ¡Qué espontáneo era todo aquello! Al entregarse a
su padre, se entregaba a la vez al Padre celestial, no reflexivamente sino con
auténtica espontaneidad.
Si no he
vivido tales contextos en forma humanamente auténtica, jamás entenderé y jamás
lograré pensar que debo estar en la santísima Virgen, en Dios y en Cristo. El
pensar mecanicista perturba estos procesos vitales espontáneos. Con ello nos
sometemos a una cantidad inmensa de desventajas. El pensar mecanicista nos daña
hasta la médula. No entiende cómo puede ser compatible este profundo e íntimo
estar-en-la-santísima Virgen con el estar-en-Dios. Les puedo explicar esto
filosóficamente, pero sólo lo aceptará y entenderá aquel que ha aceptado en sí
"el reino del amor" y que tiene una firme sensibilidad en este
sentido. Muchos dicen, entre ellos doctos hombres, que este profundo uno en el
otro afectivo es posible, pero que hay sólo algunas águilas que logran gustar
de ello. Por eso queremos regalar nuestra poca fuerza sólo a Cristo. Esto es
pensar mecanicistamente. No es correcto sicológicamente. Se habla de estrechez
de conciencia. Mi conciencia es tan estrecha que no puedo aceptar a dos
personas en ella: Cristo y la santísima Virgen. A esto tendría que decir, en
primer lugar, que si fuera así, tampoco podrían llegar de Cristo al Padre. Son
también dos personas. Puede ser que este "uno en el otro"
afectivo no se realice de la noche a la mañana, pero no debe ser rechazado en
principio.
Si
queremos educar hombres sanos o sanar a enfermos, es evidente que vivimos,
entonces, uno en el otro y que estamos en conjunto en un tercero. Hoy en día,
destrozamos este organismo afectivo. Estoy convencido de que, si queremos
salvar las regiones superiores de la religión, sólo lo podremos hacer, a la
larga, en nuestro tiempo, si estamos como en casa en las regiones inferiores.
Debo estar como en casa en los hombres para que pueda estar también cobijado en
Dios y en la santísima Virgen.
Les
señalo cosas que ya he expuesto: para estar seguro en Dios, tengo que procurar
estar en la santísima Virgen. Muchos se quieren saltar las regiones inferiores.
Por eso, la separación de los espíritus. Hay muchas águilas que quieren estar
en Dios, pero dan un salto. Estoy convencido de que hay hombres sexualmente
enfermos, también en algunas comunidades religiosas, porque son demasiado
sobrenaturales y, por lo mismo, antinaturales. El hombre no aguanta ese separar
mecanicistamente una región de otra, que le impulsa acalambradamente al mundo
sobrenatural. La venganza de lo conocido, de lo naturalista-natural llega
luego. Piensen en los ermitaños y en las tentaciones que tuvieron y,
ciertamente, que también les sobrevinieron porque eran demasiado sobrenaturales
y por eso antinaturales. Todo el organismo de ser debe ser considerado y
respetado.
Lo que les leí ayer, les señaló una imagen: que santa Teresita no se quedó apegada a la letra. Otra imagen: escribo mi nombre. Si soy un principiante, me quedo pegado a la letra. Pero si soy práctico y sé escribir bien, cierro los ojos y mientras escribo pienso no en las letras sino en la persona. Apliquemos la imagen a la santísima Virgen: al decir "santísima Virgen", "María" es como una palabra que he escrito. De esa palabra están ritualmente excluidos Cristo y el Dios trino. Se nos reprocha a los schoenstatianos que nos quedaríamos pegados en la piedad mariana. ¿Les puedo recordar que comparamos lo mariano con un velo, tal como lo tenían en el cristianismo primitivo? En el velo, tras el velo, está Dios vivo e infinito. Al aproximarme a la santísima Virgen, me aproximo a Cristo. Es un error pensar que por el amor a María me separaría de Cristo. Al decir Cristo, digo Padre; al decir María, digo Cristo. El amor a María no impide que cultive el amor a Cristo.”
¡Qué texto tan poderoso y rico en contenido! Gracias, Paco!
ResponderEliminarQue possamos viver nesta realidade um no outro!
ResponderEliminarMuito obrigado por trazer este pensar claro, tão necessário a todos nós!
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