En la conciencia de la Familia está presente, con mayor fuerza aún que la estructura del ser de las cosas, la cuarta fuente instrumental de conocimiento por la cual discernir el deseo y voluntad de Dios: las corrientes de la época y el acontecer mundial, las providencias y disposiciones en la propia vida y en la vida de la Familia. No resulta difícil demostrar cómo la Familia, en su origen y desarrollo, se nutre hasta hoy de esa fuente. Y lo hace de manera muy notable.
Hemos escuchado y declarado muchas veces que la fundación
y construcción de la Familia no se apoyó en visiones ni sueños visionarios,
sino lisa y llanamente en la fe práctica en la divina Providencia. Una fe que
detrás de las crisis y necesidades de la época, detrás del acontecer mundial y
detrás de la conducción y disposiciones en el ámbito más personal, supo ver y
reconocer, siempre con claridad y nitidez, la mano paternal de Dios y el deseo
de Dios. Y supo responder a ese deseo. Hablamos de la mano paternal de Dios,
una mano que va atando y tejiendo, una mano bondadosa y poderosa. Por eso no
nos cabe a nosotros el reproche de Jesús: "Sabéis interpretar el
aspecto de la tierra y el cielo ¿cómo entonces no sabéis interpretar el momento
presente? (Lc 12,56).
La base del contrato y del Acta de Fundación es el deseo y la voluntad de
Dios, tal como los percibimos, con fe en la divina Providencia, en la historia
de la congregación mariana. Reparemos en el pasaje que dice: "¡Cuántas
veces en la historia del mundo lo pequeño e insignificante fue la fuente de
cosas grandes, magníficas! ¿Por qué no habría de suceder lo mismo en nuestro
caso? A quien conozca el pasado de nuestra congregación no le resultará difícil
creer que la divina Providencia tiene un designio especial para con ella".
En los albores de la historia de nuestra Familia no está por lo tanto el
hombre, sino Dios; no la voluntad humana sino el plan y el deseo de Dios. El
pequeño hombre trató y trata de descubrir respetuosamente los planes de Dios y
hacerlos suyos.
Desde entonces existe entre nosotros la costumbre, una
costumbre que se fue ahondando y ampliando, de preguntarse ante todas las
situaciones y acontecimientos: ¿Qué quiere Dios con esto? ¿Cuál es el plan de
la divina Providencia? Somos "hijos de la guerra" a quienes se
sacudió y zamarreó fuertemente; de ahí que tengamos incorporada esa pregunta
hasta la médula, al punto de convertirse para nosotros casi en una segunda
naturaleza. Para profundizar lo dicho léase lo que se dice en "Bajo la
protección de María". Y obsérvese especialmente las frases centrales
sobre la fe en la divina Providencia en el Acta de Fundación.
Quien conozca la historia y el alma de nuestra Familia,
sabrá que también nuestra victoriosa fe en la misión hunde sus raíces en la fe
en la divina Providencia. La fe en la misión, en todos sus grados, hasta la
pasión por la misión, es parte de la esencia del cristianismo, y con mucho
mayor razón es parte de la esencia del sacerdocio. Por el bautismo y el orden
sagrado, como también por la confirmación, se nos marca con un character
indelebilis que nos sumerge de manera misteriosa y profunda en la corriente
de la misión del Dios hecho hombre. Como él, así también nosotros hemos de
estar apasionados por esa misión y su victoriosidad.
Que san Pablo nos sirva de ejemplo. Lo que dice san Pablo sobre su misión de apóstol deberíamos poder decirlo también de nuestra misión de cristianos y sacerdotes: vivir y actuar en alas del "missus sum". Los primeros cristianos estaban tan entusiasmados por su misión y convencidos de ella que, a pesar de su escaso número, se animaban a decir: "Somos el alma del mundo". Lamentablemente la cristiandad actual ha perdido en gran medida esta victoriosa fe en la misión. De ahí que haya tanto cansancio, tristeza, parálisis.
Kentenich Reader, Tomo 2
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