viernes, 24 de octubre de 2025

RECONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS - en las corrientes de la época y acontecer mundial

En la conciencia de la Familia está presente, con mayor fuerza aún que la estructura del ser de las cosas, la cuarta fuente instrumental de conocimiento por la cual discernir el deseo y voluntad de Dios: las corrientes de la época y el acontecer mundial, las providencias y disposiciones en la propia vida y en la vida de la Familia. No resulta difícil demostrar cómo la Familia, en su origen y desarrollo, se nutre hasta hoy de esa fuente. Y lo hace de manera muy notable.

Hemos escuchado y declarado muchas veces que la fundación y construcción de la Familia no se apoyó en visiones ni sueños visionarios, sino lisa y llanamente en la fe práctica en la divina Providencia. Una fe que detrás de las crisis y necesidades de la época, detrás del acontecer mundial y detrás de la conducción y disposiciones en el ámbito más personal, supo ver y reconocer, siempre con claridad y nitidez, la mano paternal de Dios y el deseo de Dios. Y supo responder a ese deseo. Hablamos de la mano paternal de Dios, una mano que va atando y tejiendo, una mano bondadosa y poderosa. Por eso no nos cabe a nosotros el reproche de Jesús: "Sabéis interpretar el aspecto de la tierra y el cielo ¿cómo entonces no sabéis interpretar el momento presente? (Lc 12,56).

La base del contrato y del Acta de Fundación es el deseo y la voluntad de Dios, tal como los percibimos, con fe en la divina Providencia, en la historia de la congregación mariana. Reparemos en el pasaje que dice: "¡Cuántas veces en la historia del mundo lo pequeño e insignificante fue la fuente de cosas grandes, magníficas! ¿Por qué no habría de suceder lo mismo en nuestro caso? A quien conozca el pasado de nuestra congregación no le resultará difícil creer que la divina Providencia tiene un designio especial para con ella". En los albores de la historia de nuestra Familia no está por lo tanto el hombre, sino Dios; no la voluntad humana sino el plan y el deseo de Dios. El pequeño hombre trató y trata de descubrir respetuosamente los planes de Dios y hacerlos suyos.

Desde entonces existe entre nosotros la costumbre, una costumbre que se fue ahondando y ampliando, de preguntarse ante todas las situaciones y acontecimientos: ¿Qué quiere Dios con esto? ¿Cuál es el plan de la divina Providencia? Somos "hijos de la guerra" a quienes se sacudió y zamarreó fuertemente; de ahí que tengamos incorporada esa pregunta hasta la médula, al punto de convertirse para nosotros casi en una segunda naturaleza. Para profundizar lo dicho léase lo que se dice en "Bajo la protección de María". Y obsérvese especialmente las frases centrales sobre la fe en la divina Providencia en el Acta de Fundación.

Quien conozca la historia y el alma de nuestra Familia, sabrá que también nuestra victoriosa fe en la misión hunde sus raíces en la fe en la divina Providencia. La fe en la misión, en todos sus grados, hasta la pasión por la misión, es parte de la esencia del cristianismo, y con mucho mayor razón es parte de la esencia del sacerdocio. Por el bautismo y el orden sagrado, como también por la confirmación, se nos marca con un character indelebilis que nos sumerge de manera misteriosa y profunda en la corriente de la misión del Dios hecho hombre. Como él, así también nosotros hemos de estar apasionados por esa misión y su victoriosidad.

Que san Pablo nos sirva de ejemplo. Lo que dice san Pablo sobre su misión de apóstol deberíamos poder decirlo también de nuestra misión de cristianos y sacerdotes: vivir y actuar en alas del "missus sum". Los primeros cristianos estaban tan entusiasmados por su misión y convencidos de ella que, a pesar de su escaso número, se animaban a decir: "Somos el alma del mundo". Lamentablemente la cristiandad actual ha perdido en gran medida esta victoriosa fe en la misión. De ahí que haya tanto cansancio, tristeza, parálisis.

                                Kentenich Reader, Tomo 2

No hay comentarios:

Publicar un comentario