Y una consideración final, a modo de corolario de nuestras reflexiones: cultivemos de manera similar el santuario del corazón. Suena un poco extraño, como algo en cierto sentido contradictorio. Con unilateralidad orgánica, a lo largo de los años hemos venido anunciando a Dios como el "Dios de la vida". Y ahora nos referimos al "Dios del corazón", que es también esencial para los tiempos que corren.
Recuerden lo que declararon los astronautas rusos con
tono triunfal: "No hemos encontrado a Dios en ninguna parte". Lo han
leído en la prensa y quizás les arrancó una sonrisa: nuestro mundo está
confundido en lo que hace a las cosas del espíritu…
En un futuro lejano será un gran problema para las masas
del pueblo: ¿Dónde está el cielo? Antaño nuestros abuelos se lo representaban
ingenuamente: cuando llovía era porque los ángeles allá arriba derramaban la
tina. El mundo está acá abajo. Se lo imaginaban todo. ¿Dónde estaba el cielo?
Siempre "arriba"; "abajo" está el infierno. Hay que
entender estas cosas.
Pero Dios permite que la Iglesia sea zarandeada. Esto es
un serio problema para el pueblo. Nosotros quizás no sentimos la conmoción
porque estamos sólidamente formados en dogmática, pero la masa del pueblo sufre
esa agitación. Cuando se aplaque la tempestad, cuando se pueda reflexionar
sobre la revolución ideológica que cunde por el mundo de hoy, verán qué grave
es la situación. ¿Dónde está en realidad el cielo? Respuesta: mi alma en gracia
es el cielo para mí, es el cielo para el Dios Trino.
Hasta ahora nos hemos anticipado en todo a nuestra época,
porque Dios nos regaló la gracia de leer sus deseos y voluntad en el acontecer
del tiempo. Y en este tema nos está hablando nuevamente el tiempo. Porque se
trata de nuevos problemas que están surgiendo. Trabajemos por lo tanto en
nuestra educación a fin de que todos nos experimentemos mucho más fuertemente
como una iglesia de la Trinidad, como un santuario de la Trinidad. De ahí la
importancia de que en nuestros santuarios tengamos ahora un símbolo de Dios
padre, o la paloma como símbolo del Espíritu Santo. Pero no olviden que para
nosotros el símbolo clásico del Espíritu Santo ha sido hasta hoy la santísima
Virgen. Pero no me detendré ahora en este punto.
Nuestro corazón es entonces un santuario de la Trinidad.
Ahora sólo tenemos que contemplar nuestros santuarios en su relación con la
santísima Virgen.
Desde el comienzo la santísima Virgen fue para nosotros
la balanza del mundo. De ella parte la línea hacia el Dios Trino. Esto no fue
querido así desde el principio sino algo que se fue gestando gradualmente como
todas las demás cosas. Cuando considerábamos haber detectado una raíz, por
modesta y delicada que fuese, siempre la cultivábamos con fidelidad. Así
ocurrió con la devoción mariana, más allá de su encuadramiento dogmático.
Cuando contemplo este proceso desde el punto de vista sociológico y psicológico,
debo decir: la santísima Virgen es la balanza del mundo. He aquí un núcleo, una
raíz. En ella el más allá y el más acá se unen ejemplarmente de acuerdo con la
ley de los casos preclaros. Observen con qué rapidez surgieron en nosotros
estas formulaciones. No son fruto de cálculo humano, sino de lo que Dios ha ido
señalando a través del tiempo y del orden mundial.
¿Qué significa entonces ser un pequeño templo de la
santísima Trinidad? Mi santuario, nuestro santuario, tiene que convertirse
también en un pequeño templo de la Trinidad. Si somos un pequeño templo de la
Trinidad, en nuestro corazón llevaremos a toda la Iglesia, a todo el orden
salvífico. Dicho concretamente, esto significa estar habitado por la Trinidad y
entregado a la Trinidad.
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