¿Cuál es la razón más profunda del culto que los hijos de la Iglesia profesan a la santísima Virgen? María misma nos lo señala al proclamar: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada "(Lc 1,48). Es evidente que ella sabe e intuye que en su ser se manifiesta algo extraordinario. De esta manera nos da a conocer lo que los teólogos más tarde llamarían hyperdulia (veneración sobresaliente). ¿Cuál es esa razón que ella misma conoce y reconoce? "El poderoso ha hecho maravillas en mí".
¿Cuál es la causa última de su dignidad y de su grandeza?
Haber sido la Madre corporal de Jesús. Simultáneamente es su colaboradora
ministerial en toda la obra de la redención.
María es más que la madre corporal de Jesús.
Simultáneamente es su colaboradora ministerial en toda la obra de la redención.
Él no quiere hacerse hombre sin su fiat libre y
voluntario. No quiere morir en la cruz sin su consentimiento. Sin ella, es
decir sin su colaboración, no quiere repartir ninguna gracia. Por ese motivo
quiso que ella estuviera a su lado en todos los momentos importantes de su
vida, de su obra redentora. Esto no sólo se refiere a la anunciación y a la
situación del Calvario. El primer milagro de gracias manifiesto, cuando san
Juan Bautista fue santificado en el seno de su madre, lo obró Jesús unido a
ella. También el primer milagro de orden físico: la transformación del agua en
vino. En ambos aparece evidentísima la colaboración de María… Pensemos en el
momento en que la Iglesia es perfeccionada en el Cenáculo. ¿Quién es la
representante viviente de la Iglesia, la colaboradora de Cristo?
En los Evangelios nos encontraremos siempre con que,
aparentemente, la Madre de Dios se retira sin llamar la atención, y, sin
embargo, en todos los momentos esenciales está al lado de Cristo. Durante toda
su vida dio pruebas evidentes como su singular colaboradora ministerial en la
obra que él debió realizar como cabeza de la humanidad.
María fue la permanente compañera en la gran misión que
él debía realizar.
Con mayor exactitud: debía formar una permanente
comunidad vital con Él, más aún, una permanente comunidad de tareas. Debía
participar en la gran obra del Salvador, pero también en toda la posición del
Salvador. Quizás intuyamos un poco cuál es la grandeza de la Madre de Dios.
María fue absorta en todo momento y en todas las
circunstancias de su vida por la persona y los intereses del Salvador. Ella
existe exclusivamente para él y su obra redentora. Exclusivamente por esa causa
fue asunta al cielo y coronada como reina del cielo y de la tierra. Ella no
quiere nada para sí misma: lo único que le interesa en cada momento es la
persona del Señor y su obra. Esta preocupación es ahora su felicidad y su
gloria en el cielo.
¡Qué grandeza la de María! Es verdaderamente reina, es
corregente. Gobierna con el rey. Ella no sólo es reina como lo es la esposa de
un rey que, por ser su esposa, lo acompaña, colabora con él, pero en segundo
plano. No, ella es corregente, es la permanente colaboradora ministerial de
Cristo en su tarea de gobierno, la redención del mundo.
Cristo tiene también hoy la tarea de redimir. En el cielo
es el mediador ante el Padre, y desde allí quiere formar y modelar a los
hombres. María santísima es su colaboradora ministerial. No fue solamente
colaboradora del Salvador, al darle la vida; sino que siguió siéndolo también
más adelante. De ahí que su maternidad sea parte de su tarea: ser colaboradora
permanente… También ahora sigue estando a disposición de Cristo como Madre y
colaboradora ministerial.
María hizo suya la misión de Cristo, y por encargo divino
puede ayudar permanentemente para que esta misión se realice en plenitud en
todas sus dimensiones.
El poder de María sobre el corazón divino tiene una doble
raíz. Por ser Madre de Dios puede estar segura que sus deseos y peticiones
serán siempre considerados. Por ser la permanente colaboradora de Cristo en
toda la obra de la redención, o por ser nuestra Madre en todo el sentido de la
palabra, tiene la posición y el poder de una reina que participa del gobierno
de su Hijo, el rey del cielo y de la tierra.
De todo esto se deduce que, según los planes divinos, el
Salvador y su bendita Madre han de estar unidos por tiempo y eternidad, en la
comunión más íntima de amor, de vida, de destino y de misión.
María, signo de luz / Aforismos
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