viernes, 18 de diciembre de 2020

Cristo, sentido de la historia

Nos encontramos en la víspera de Navidad, y con ello finalizando el año actual. Como última reflexión del año 2020 quiero fijarme con el Padre Kentenich en la figura de Cristo, señor de la historia y presente en todo lo creado. El texto escogido es un extracto de una carta que el fundador escribiera desde Buenos Aires a su Familia de Schoenstatt, con ocasión del 18 de octubre de 1949 (Ver: Cristo es mi vida, J.K.).

Son palabras que nos recuerdan la visión cristológica de todo lo creado. Se trata de descubrir y representar a Cristo en todas las situaciones. Esto ocurre entre los cristianos de forma consciente y expresa. Podríamos decir, por ejemplo, que el nacimiento de un niño es una indicación al nacimiento de Jesús de su madre María. La foto de una familia, y principalmente la familia misma, es una imagen de la Sagrada Familia. Cristo está presente en la vida de los cristianos, presente en la vida “natural”, en la vida “terrenal”, aunque muy a menudo en una “envoltura misteriosa”. Y no es sólo de forma sobrenatural.

Pero también en los no cristianos, en los paganos, se hace Cristo presente como “logos spermatikós” (como semilla de la Palabra). Es ésta una expresión de los antiguos Padres de la Iglesia que nos está diciendo, que el Logos, Cristo, se ha esparcido, está presente, como semillas por todas partes, incluso fuera de la Iglesia.

También debemos interpretar los “signos de los tiempos” como señales de Cristo. Hay acontecimientos y corrientes de vida que son especialmente unos “transparentes” de Cristo, son una señal que nos marcan el camino hacia Él. Veamos cómo lo expresa el Padre Kentenich:  

El sentido de la historia es la preparación, continuación, perfeccionamiento y consumación de la historia de vida de Jesús, orientada a alcanzar una perfecta unión de amor con Dios Padre. El tiempo que precedió a Cristo es el tiempo de preparación a su venida, anunciada ya con claridad en el protoevangelio (Gen 3,15). El tiempo que lo siguió es el de la misteriosa repetición de cada una de las etapas de su vida, tanto en determinadas personas como en generaciones enteras.

Unas veces es la imagen de Jesús Niño la que predomina en el plano del individuo y de la sociedad, imprimiéndoles sus rasgos; otras veces se trata del Señor que enfrenta a sus adversarios y lucha. Ora se repite de manera palpable el espanto del Gólgota, ora el júbilo de la mañana de Pascua.

El primer hombre debió abandonar el paraíso y encaminarse hacia el destierro, llevando consigo, en el corazón, el anhelo del paraíso perdido. Ya en ese momento se le unió Cristo, con el protoevangelio en su mano, y no habría de abandonarlo nunca más, ni a ese primer hombre ni a toda la posteridad que surgiría de su simiente. Como "logos spermatikós" (semillas de la Palabra) sigue a los paganos, y acompaña a los cristianos envuelto en un misterioso velo. Aquí prepara el Adviento o la Navidad, aunque sean pocos los que vengan a adorarlo, aunque sean pocos los que estén dispuestos a ofrecerle oro, incienso y mirra. Allá vuelve a vivir sus años de Nazaret. Lo hace en todo lugar donde haya familias cristianas que lo reciban en su seno. En los sacerdotes y en los laicos, Jesús recorre el mundo predicando y curando. En todas partes su palabra y obra exigen en forma inexorable una decidida opción.

El Señor revive misteriosamente su pasión en todos los que, como san Pablo, completan en su carne lo que le falta a las tribulaciones de Cristo (cf. Col 1,24); en aquellos que guardan silencio cuando la turba les grita con salvaje insistencia a los Pilatos de turno: "¡Crucifícalo!"; en los que no desmayan cuando otros Judas los traicionan y los venden por treinta monedas de plata. Día tras día, el Señor celebra la Pascua aunque sólo haya un puñado de testigos fieles de su resurrección y de su glorioso triunfo. Y les envía el Espíritu Santo a todos los que oran y parten el pan con perseverancia.

Todas las tribulaciones de la vida y del acontecer del tiempo se resuelven en Cristo. Hablamos de tribulación cuando las débiles fuerzas humanas entran en conflicto con poderes más fuertes y superiores y se derrumban en la lucha, pero de tal manera que de la derrota fluye bendición abundante. En este sentido, los teólogos dicen que en Cristo el "mysterium iniquitatis", el misterio de iniquidad, se transforma en "mysterium gratiae", en misterio de gracia.”

Aprovecho la oportunidad para saludar y agradecer a todos mis lectores, deseándoles una feliz y santa Navidad y un nuevo año 2021 muy bendecido. En estos tiempos de incertidumbre que nos ha tocado vivir, rezo con el Padre Kentenich una oración que él escribió en el campo de concentración de Dachau al saber de la destrucción de la ciudad de Koblenza por los bombardeos de la guerra en el año 1944 (Ver: Libro de oraciones ‘Hacia el Padre’, pág. 176):

En grandes pesares y amargos dolores,

no obstante mis faltas y culpas,

benigna escuchaste mi oración,

mi súplica filial.

…..

Aunque se desplome el mundo,

lleno de confianza,

mi único norte

será cumplir con fidelidad

el querer del Padre.

 

A través de tinieblas

y tiempos de caos,

de tu mano, Madre,

Él me guiará

hacia el hogar,

la patria del cielo.

 

viernes, 11 de diciembre de 2020

Seguro contra el espíritu mundano

Invito a mis lectores a reflexionar sobre las palabras que hoy traigo al Blog; son una continuación a las de la semana pasada (Niños ante Dios, Págs. 365 y ss). Pienso que, aunque dichas por el Padre Kentenich a miembros de una comunidad de sacerdotes, son válidas también para todos los que viven en un instituto o comunidad de vida consagrada.

“Al estudiar la historia de la Iglesia, la historia de las órdenes y de la Iglesia primitiva, notamos el afán de huir del mundo, de escapar del lazo del espíritu mundano. Se quería huir del mundo. ¿Por qué razón? Porque se era consciente de lo difícil que es evitar el espíritu mundano. No se deseaba abandonar el mundo por el mero hecho de estar fuera de él, sino para abrazar la sapientia coelestis. ….. Así se explica también el serio empeño de arraigar en las comunidades religiosas la sapientia coelestis. Sabemos que a menudo se fracasa en este intento y que en el convento se vuelve a encontrar, y con mayor intensidad, el mundo que se creía haber abandonado definitivamente. Pregúntense si su Instituto no es también un medio para huir del espíritu mundano. ….

Nuestra tarea: eliminar la raíz de la sabiduría no santa

¿Qué hacer para detectar y excavar el manantial de la sabiduría santa? Permítanme plantearles una serie de imperativos. En primer lugar, tenemos que esforzarnos seriamente por eliminar de nuestra alma la raíz de la sabiduría no santa; y, en segundo lugar, esforzarnos de manera lúcida y efectiva por conquistar la raíz de la sabiduría santa.

Les propongo dos pensamientos, uno a manera de fundamentación de este imperativo y el otro como explicitación de sus efectos.

Fundamentación

¿Por qué hay que eliminar en nosotros la sabiduría no santa? Les doy dos razones para ello. Son plenamente comprensibles, de allí que sólo bastará mencionarlas.

En primer lugar les pregunto si acaso no tendríamos derecho de interpretar las palabras de Jesús: "Si no os convertís…" como: "Si no elimináis la raíz de la sabiduría no santa…". Comprueben desde el punto de vista de la exégesis bíblica por qué nuestra interpretación sería válida.

En segundo lugar les recuerdo la ley de oposición: no puedo considerar a Dios como el sumo bien y al mismo tiempo adorar a la criatura como tal. Si al hacernos niños exigimos de nosotros una entrega total de nuestro ser a Dios, de ese modo queda excluido todo lo que llamamos sabiduría no santa. ….

Creo que en otra oportunidad les decía que la tragedia de la Iglesia de hoy no reside tanto en que los malos sean malos sino en que los buenos no se esfuerzan por ser plenamente buenos. Aplicado ahora a la vida de las comunidades religiosas y de los sacerdotes en general: la tragedia consiste en que nosotros deberíamos ser hombres de élite en virtud de nuestra vocación y sin embargo no tenemos el coraje de ser totalmente buenos, sino que hacemos demasiadas concesiones a la mediocridad o, dicho más concretamente, hacemos demasiadas concesiones al mundo. Así pues, queremos estar sentados en dos sillas, lo que jamás nos resultará cómodo. Sería mucho más simple sentarse en una sola silla, aun cuando ésta fuese "el mundo".

Comprueben cuán peligroso es vivir hoy. ¿Por qué? Porque el mundo intenta atraparnos con miles y millones de tentáculos. Nuestro mundo ha creado un mercado de consumo; pensemos por ejemplo en la radio, el automóvil, etc., cosas que naturalmente pueden ser "bautizadas" y servir a Dios y al espíritu de oración. Pero fíjense cómo en nuestros días en todas partes se nos procura seducir con propaganda en favor del consumo y del consumir. En la actualidad es muy difícil permanecer en el mundo y no ser víctima del espíritu mundano. …… Los santos solían comparar el mundo y el espíritu mundano con una telaraña: quien cae en ella queda atrapado y no sale más, tal como le sucede a la mosca. La hazaña consiste en estar rodeado continuamente por esa telaraña y sin embargo no enredarse en ella. Asuman esa difícil tarea; recuerden que no es posible servir a Dios y a las riquezas (Mt 6,24), ni considerar al Espíritu de Dios y a la vez al espíritu mundano como valor supremo. Debemos ser íntegros: al pan, pan y al vino, vino. Esto no vale sólo para nosotros como comunidad, sino para todo aquel que quiera llegar a la santidad.

¿Quieren además una tercera y cuarta razón por la cual arrancar las raíces de la sabiduría no santa? Somos hijos del Padre y por eso tenemos que hacer nuestros los valores del Padre. ¿Qué dice san Pablo sobre el Padre del cielo? La sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios (1Cor 3,19). Si soy pues hijo del Padre, deberé hacer míos los valores del Padre.

Pero hay una razón más: si soy hermano y miembro de Jesús, sus valores tendrán que ser también los míos. ¿Cómo actuó el Señor frente a ese espíritu mundano? Su vida fue una rotunda, una enorme protesta contra todo lo que significa el término "mundo" en su acepción negativa.”

  

viernes, 4 de diciembre de 2020

Sabiduría celeste y sabiduría mundana

 El Padre Kentenich es lo suficientemente realista cuando nos habla de la vinculación a lo creado. Su postura es crítica pero no ingenua. Después de leer los textos de las últimas semanas, el texto de hoy nos parecerá extraño, pero son palabras que surgen también de lo más íntimo de su alma. Existe una gran tensión en el pensar del fundador. También en lo que dice. Y aunque el texto escogido es parte de unos ejercicios espirituales para sacerdotes (Niños ante Dios, Págs. 365 - 367), lo expresado es válido también para todos aquellos que aspiran a la perfección cristiana, para todos nosotros.

“¿Cuál es la fuente de la filialidad? La sabiduría santa. …. Lean por favor la epístola de Santiago. ¿Cómo caracteriza Santiago la sabiduría? Nos habla de una sapientia coelestis y de una mundana (Ver Sant 3,15; 1Cor 1,24; 2,7; 2Cor 1,12). Pasemos ahora a interpretar lo que nos dice Tagore sobre la sabiduría santa.

Sapientia coelestis

En sentido bíblico, la sabiduría santa es la sapientia coelestis. ¿Cómo tenemos que representárnosla? Es la sabiduría que Dios nos muestra como el sumo bien y que nos da fuerza para aspirar a ese sumo bien con todos los medios y alejar de nosotros todo lo que ofenda o procure una menor alegría a ese sumo bien. …. Jesús nos enseña la sapientia coelestis cuando nos exhorta a buscarla como si fuese un gran tesoro escondido en el campo (Mt 13, 44). San Pablo a su vez nos instruye en esa sapientia coelestis cuando describe su propio pensar y querer: "Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo… y lo tengo como basura para ganar a Cristo" (Flp 3,7ss.). He aquí el sentido amplio y profundo de la simplicidad de la cual mana la fuente de la sabiduría. La entrega total de sí a Dios y a Cristo es una donación total de la persona. Entrego todo. Observen el planteo de san Pablo, cómo él considera a todo lo terrenal como basura; y todo lo que es basura es evidentemente un no valor destinado a ser arrojado. ¿Para qué? Para ganar a Cristo… sapientia coelestis.

Meditemos el caso de san Francisco: despreció las riquezas terrenales para ganar al Padre del cielo y a Cristo. ….

Sapientia mundana

Santiago llama sapientia mundana a la sabiduría no santa. Repasemos lo que nos dice la exégesis sobre el concepto "mundo". … Creo que desde el punto de vista bíblico podemos considerar e interpretar el concepto "mundo" en dos sentidos.

Por "mundo" entendemos en primer lugar los hombres malos y sus principios malos. De ahí que esté escrito: "Nolite conformare huic mundo" (Ver: Rom 12,2: “No os acomodéis al mundo”). No debemos acomodarnos al mundo, ni a los principios malos y ofensivos de Dios que sostienen ese mundo y los hombres de mentalidad mundana.

En segundo lugar, mundo puede significar todo lo creado, lo terrenal, lo creatural, pero sólo en la medida en que ejerzan una influencia negativa sobre nosotros, o bien pretendan esclavizarnos. Por eso mundo significa también todo lo que me quiere y puede ligar a sí de manera desordenada. Y con este sentido lo emplea san Juan: "No améis al mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo —la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas— no viene del Padre, sino del mundo."(1Jn 2,15). En este pasaje mundo se refiere entonces a las cosas terrenas, creadas, en tanto que pueden suscitar y fomentar en nosotros tres apetitos: avaricia, lujuria y ambición de poder.

Ese afán de las cosas mundanas se puede proyectar de tres maneras. Santiago (Ver: Sant 3,15) nos ofrece los siguientes términos: sapientia terrena, sapientia animalis y sapientia diabólica, o bien sabiduría terrena, sensual y diabólica.

Sapientia terrena

¿Qué significa sapientia terrena? Es la dependencia desordenada de bienes materiales económicos. Apegarse a las cosas terrenas, dejarse seducir y atraer por el mundo; es dejarse guiar y conducir por una sabiduría que no es la sapientia coelestis, fundada en la filialidad, sino la sapientia terrena, expresión de puerilidad.

Sapientia animalis

En la Sagrada Escritura aparecen a menudo estas palabras, también en los escritos de san Pablo: el hombre terrenal, carnal, el homo animalis, el que no entiende lo que es el Espíritu de Dios. El homo spiritualis es quien comprende todo (Ver: 1Cor 2,14). La sapientia animalis es una sabiduría que busca ansiosamente los placeres de los sentidos. Vale decir que es un apego desordenado a los placeres sensibles y mundanos y no tanto a las posesiones.

Sapientia diabólica

Es el anhelo desordenado de valer, de dar rienda suelta a la ambición de poder. Repasen personalmente estas ideas y sopesen palabra por palabra; así comprenderán rápidamente los contextos psicológicos. ¿Cuál es el punto de intersección, la encrucijada donde confluyen las distintas ramificaciones de la sapientia mundana? Todas coinciden en considerar como sumo bien no a Dios sino a algo no divino o anti divino, a algo creado; y esto supone una completa inversión de la verdad.”

 

viernes, 27 de noviembre de 2020

Incorporar lo positivo del mundo en nosotros

En el texto que hoy ofrezco para la reflexión leemos sobre el valor propio del mundo. En los textos del Padre Kentenich sobre esta materia no se trata tanto del mundo y de la Iglesia, sino más bien de la relación entre el mundo, Dios y el hombre. La terminología del fundador, como dice el P. King en su libro, no es tanto “Iglesia y mundo”, sino ‘teología, filosofía y psicología de la causa primera y de las causas segundas’ y sus relaciones mutuas. También la relación entre naturaleza y gracia. Leemos en una charla a los miembros de su “Pars motrix” del 10 de febrero de 1968:

“Ustedes saben lo que hoy se dice a menudo y se predica sobre la relación entre la Iglesia y el mundo. Ustedes saben que a la Iglesia de otros tiempos se le echa en cara que sólo y siempre veía en el mundo lo que Juan destacó: ‘todo en el mundo es concupiscencia de la carne, jactancia de las riquezas, concupiscencia de los ojos’. Todo esto es verdad. ¿Pero cómo desea la Iglesia ver al mundo en la actualidad? ¿Cómo debe ser aquí el cambio de acentuación?

Debemos contemplar en principio que el mundo y la Iglesia están entrelazados mutuamente. El mundo es también una porción de iglesia, y la Iglesia es una parte del mundo. Por ello debemos ocuparnos del mundo. Debemos por ello también captar cada vez más y mejor lo positivo y lo propio del mundo, e incorporarlo a nuestro sentido de vida.

¿Qué significa esto? ¿Qué misión tiene la Iglesia respecto al mundo? Naturalmente, si dijéramos: la iglesia tiene la tarea de decir sí a lo que quiere el mundo, comprenderán que todos nosotros mañana o pasado mañana estaríamos ahogados en una dicha mundana. La Iglesia tiene una doble misión respecto al mundo: por de pronto, decir sí al mundo. ¡Y con cuánto esmero lo hemos hecho nosotros en el transcurso del tiempo! Recientemente, con ocasión de la toma de hábito de unas Hermanas, traje a colación lo siguiente: antiguamente se transmitía la leyenda de que existían pájaros del paraíso que tenían la propiedad de flotar continuamente en el aire, no tenían pies.

En nuestras filas fue siempre completamente distinto. Permítanme que lo explique de forma resumida, entre nosotros brillaba el ideal: los más sobrenaturales, o sea, los que viven siempre en el otro mundo, éstos son entre nosotros los más naturales. Como verán, nosotros no conocemos pájaros del paraíso sin pies, sino que – yo diría – exclusivamente pájaros del paraíso semejantes a los ciempiés.  

Esto significa, prácticamente, que nuestro gran ideal fue siempre entrelazar cuidadosamente la naturaleza y la gracia, en tanto en cuanto humanamente posible. Tanto si hablábamos del “humanista cristiano”, o si lo denominábamos “el santo de la vida diaria”, se trata simplemente de que tengamos de nuevo claro, cómo el buen Dios nos ha preparado en todo momento, cómo nos ha llevado a un mundo en un tiempo en el que no se contemplaban ni se tenían en cuenta de forma adecuada tales aspectos.

Sí, debemos comprender y decir sí al mundo. ….. Y debemos preocuparnos de que el mundo se transforme. Tal como dice Juan XXIII, que se transforme según sus propias leyes. ….

Coincide en parte con nuestro modo de pensar. ¿Qué nos dicen las primeras páginas del Antiguo Testamento? Debemos multiplicarnos. ¿Y qué más? Debemos transformar el mundo. Esta inmensa tarea es también la nuestra. Debemos pues imprimir al mundo también un rostro más perfecto.

¿Qué significa esto para nosotros? Una sintonía mucho más libre ante el mundo. ¿Y qué exige esto de nosotros? No solamente ser religiosos, sino también preocuparse de que profesionalmente intervengamos de forma perfecta en el engranaje del pensamiento y del trabajo científico de hoy.

En verdad, no voy a extenderme en mi explicación. Pero añado un segundo aspecto. Naturalmente el acento estará en lo religioso. No solamente debemos transformar el mundo, sino – casi me atrevo a decir – dejar que el mundo nos transforme a nosotros. Dicho de otra forma: Nuestra tarea consiste en utilizar el mundo con todo lo que hay en este mundo, con todo lo que hemos transformado del mismo, utilizarlo como una escalera que nos lleva al Dios vivo, eterno e infinito.”


viernes, 20 de noviembre de 2020

Misión carismática respecto a la creación

Al estudiar y reflexionar sobre el texto que hoy nos ofrece el Padre Kentenich me vino a la mente el día de mi bautismo o, mejor dicho, lo que mis padres me comentaron de aquel acontecimiento. Resulta que el fundador de Schoenstatt al hablar de la belleza de la creación, de lo natural, llama a Santo Tomás de Aquino Tomas a Creatore (Tomás del Creador). Estoy seguro, que en la estantería de su despacho podríamos encontrar el libro de A.K. Chesterton publicado en Londres por Hodder&Stoughton en el año 1933, y titulado “St. Thomas Aquinas”. Al final del capítulo IV podemos leer lo siguiente:

”Hay un tono y un temple general en Aquino tan difícil de evitar como la luz del día en una casa grande con ventanas. Es esa postura positiva de su mente, que se llena y se empapa –como de luz de sol- con el calor del prodigio de las cosas creadas.

Hay cierta audacia privada – entre quienes comparten sus creencias cristianas - cuando las personas añaden a sus nombres particulares los impresionantes títulos de la Trinidad y de la Redención, de suerte que una monja se puede apellidar ‘del Espíritu Santo’, o un hombre llevar semejante carga como el título de San Juan de la Cruz. En este sentido, el hombre a quien estudiamos podría llamarse especialmente Santo Tomás del Creador.” (Ver: Santo Tomás de Aquino - Versión de Juan Carlos de Pablos, Profesor Titular de Sociología de la Universidad de Granada. http://ciudadanoaustral.org/biblioteca/08.-G.K.-Chesterton-Santo-Tomas-de-Aquino.pdf )

Volviendo a lo de mi bautismo: mis amados padres fueron de los que, también, con “cierta audacia privada” – como dice Chesterton -, y siguiendo la tradición familiar, en el día de mi bautizo y en el de mis hermanos después, añadieron al nombre del santo respectivo el título “de la Santísima Trinidad”. Impresionante y sobrecogedor título que nunca sabré valorar y vivir en su verdadero significado. Hoy puedo decir, y doy testimonio de ello, que el Padre Kentenich con su legado me ayuda desde hace unos años en esta tarea.

Y aquí el texto citado, tomado de los ‘Ejercicios para sacerdotes de la Federación’ del año 1967:

“¿Cómo se caracteriza el nuevo tipo de persona? Ya les dije estos días que el hombre moderno, la humanidad moderna, están desarraigados por completo. Tan desarraigados, en realidad, que los vínculos religiosos apenas pueden germinar. Cuántos matrimonios simplemente se rompen, a pesar de que existía el vínculo obligatorio de la fidelidad. De nada sirve que lo hayan coloreado con lo religioso. O si lo desean, tomen a los miembros de las órdenes religiosas que tienen tantos y tantos votos. ¡Cuántos miembros de estas órdenes no se preocupan por ello lo más mínimo! Los vínculos ya no ayudan. Ahora, para encontrar un remedio para ello, podría crear una corriente que vuelva a apreciar los votos.

En su día, mi pensamiento era lo contrario: Claro que tenemos que lograr eso. Pero para lograrlo, lo mejor es permanecer primero en el plano natural. Quiero decir, tendría que repetir una y otra vez: Schoenstatt ha tenido desde el principio una peculiar misión carismática respecto a la creación, respecto a la naturaleza. Recuerden lo que ya he podido recalcar en diversas ocasiones: al contrario, somos tan, casi diría yo, tan descaradamente religiosos. Es decir, tan extraordinariamente religiosos que uno se pregunta cómo podemos estar tan a gusto en el otro mundo. Y aquí, yo creo que difícilmente existe una comunidad que haya enfatizado a la naturaleza tan extensa y fundamentalmente.

Más tarde lo anuncié con estas expresiones: los más sobrenaturales deben ser los más naturales. Y los más naturales deben ser siempre los más sobrenaturales.

Esa es la respuesta al problema de hoy. Ese es precisamente el problema de Dios. ¿Cómo pueden la naturaleza y lo sobrenatural encontrarse tan íntimamente? Esa es justo la expresión de un tipo de persona que pone un gran énfasis en cultivar una naturaleza marcada con lo divino. Yo diría esta mañana, que lo que podemos decir de Santo Tomás, Tomás a Creatore, lo podemos decir también exactamente igual de Schoenstatt. Dios como el gran creador, el creador de la naturaleza, pero también el Padre de lo sobrenatural. Ambos deben tenerse en cuenta en todos los ámbitos. ¿Pueden confirmarme que entienden lo que estoy diciendo?”

  

viernes, 13 de noviembre de 2020

Conversión al mundo - renovación "desde abajo"

Cuando el Padre Kentenich habla del “mundo” puede estar refiriéndose a la naturaleza o a sus leyes, también a la creación entera y/o a todo lo realizado por el hombre y a la cultura.

Miramos al mundo en su propio valor, en su capacidad de relacionarse, así como en su valor religioso. Desde un aspecto positivo o negativo. Sabemos que en la tradición de los caminos y esfuerzos por la santidad se acentuó el aspecto negativo. Sin embargo, el Concilio Vaticano II aportó una porción de optimismo al reconocer la autonomía y el (relativo) valor de las cosas del mundo.

Para el Padre Kentenich el mundo adquiere un papel central en la realización de los ideales cristianos en el camino de santidad, porque el cultivo de las vinculaciones es una tarea específica de la pedagogía y ascética humanas y cristianas. Es por ello que la vinculación al mundo no pueda ser vista como algo indiferente o incluso rechazada o criticada en nombre de Dios y de la verdadera santidad.

En las próximas semanas traeré a este Blog pasajes de sus charlas o conferencias relativas a la vinculación al mundo y/o al desprendimiento del mismo, siguiendo el camino que nos propone el P. Herbert King en su libro “Heiligkeit im Alltag” (Patris Verlag). A continuación, extracto de una charla a la comunidad sacerdotal de Schoenstatt del 24 de mayo de 1966.    

“Si queremos una renovación del mundo (...), puedo comenzar esta renovación desde arriba y puede comenzar desde abajo. Puedo comenzar diciendo algo así como: primero hay que profundizar el fundamento religioso. ...)

Miren, nosotros nos caracterizamos por lo siguiente: comenzamos desde abajo. (....) El énfasis está en la renovación de la naturaleza. (...)

Por supuesto, tengo que decir que no deben tomarlo de la siguiente manera: cinco años de perfección de lo natural, luego dos años y medio de religión. Por supuesto que no es así. Siempre quiere ser visto como un todo. Pero el énfasis principal está en el hecho de que la naturaleza misma vuelva a ser de nuevo más capaz, una naturaleza enferma en proceso de curación, que se capacita nuevamente para todo el mundo religioso. (...)

En nuestro librito de oraciones “Hacia el Padre” tenemos el texto en una oración.  El Señor Dios se encargará de ello: "¡Concédeme, Padre, por fin la conversión total!" Tal como está el texto, significa la conversión de abajo hacia arriba; eso significa la conversión: queremos subir de la primera a la segunda y a la tercera conversión.

Para el hombre de hoy, sin embargo, - y también para muchos en nuestra propia Familia, incluidos muchos sacerdotes -, el significado de la palabra es el siguiente: permíteme finalmente encontrar mi conversión desde el nivel religioso al nivel natural originario. Necesitamos volver a educar personas naturales.

Ese es el reproche que se nos hace hoy en todas partes. ¡De cómo hemos formado naturalezas desgarradas con nuestra religión! ¡De cómo hemos creado ‘artistas del hambre’ en el campo del amor! Vean ustedes, esto es algo tan original. No sé si encontrarán una comunidad en algún lugar que haya tenido esto en cuenta de manera tan consistente, tan sistemática e inquebrantable desde el principio.

Miren, de ahí la palabra que usé tantas veces en el pasado (...): La persona más sobrenatural debe convertirse en la más natural. La ley: gratia non destruit, sed elevat et perficit naturam, gratia prasesupponit naturam.” (La gracia no destruye la naturaleza, sino que la eleva y la perfecciona, la gracia presupone la naturaleza).

 

viernes, 6 de noviembre de 2020

Acentuando la inmanencia divina

 El tema de esta semana ha traído a mi memoria mi primera experiencia consciente de “lo divino”, de Dios. Invito a mis lectores a recordar cómo fue este camino en sus vidas.

¡Permitidme que lo cuente! Era yo un niño de pocos años; vivía largas temporadas con mis abuelos maternos; eran tiempos de postguerra en España. Ellos fueron personas piadosas hasta la médula, vivían su día a día unidos al Dios de sus vidas y al Dios de los altares. Visitaban a menudo las iglesias (¡no había televisión!). Y a mí, su primer nieto, me llevaban siempre a los actos religiosos. Tengo en mi mente y en mi corazón la Iglesia de ‘Los Hospitalicos’, llamada también del ‘Corpus Christi’, en la calle Elvira de Granada. Era la iglesia de los padres Agustinos. Allí acudían mis abuelos los jueves por la tarde a la exposición del Santísimo. Yo, de la mano de la abuela, medio asustado, niño de pocos años, veía en el altar una custodia radiante, iluminada, era todo luz, en medio de un templo oscuro de piedras centenarias, escuchando a la abuela decirme por lo bajito: “¡Paquito, ahí está el Señor, míralo!” Y yo veía sólo luz ….. ¡El Señor, mi Dios, luz, solo luz, todo luz!

Después aprendí de mi padre el catecismo, y entonces supe que hay “un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres personas y un solo Dios …..” Y ahí estaba mi LUZ, la de los jueves por la tarde, el Señor de mi abuela. El Dios trascendente, tan otro, que no podemos hablar de Él, el que está en los cielos, pero también el que aún hoy brilla en mi corazón (¡gracias a mi abuela!).

Más tarde, pasados bastantes años, me encontré con el Padre José Kentenich que me hablaba en sus escritos de la inmanencia divina, del “pensar, vivir y amar orgánicos”, de un Dios que viene a mi encuentro en el otro, en mi esposa, que se hace transparente en las cosas y acontecimientos. Una nueva imagen de Dios. Lo explica, por ejemplo, en la carta al Padre Menningen, de la que me hice eco ya hace dos semanas en este Blog. Escribe así:     

“Empiezo con la imagen de Dios. La imagen de Dios, desde el punto de vista bíblico y dogmático, nos muestra objetivamente a Dios bajo un doble aspecto: Dios en las alturas y en el inmenso infinito por encima de su creación (trascendencia divina), y Dios en su creación (inmanencia divina) ….

La piedad contemplativa, que descarta dentro de lo posible todas las instancias y valores intermedios entre Dios y el hombre, busca, contempla y ama a Dios principalmente bajo el primer aspecto; le ama en la medida que deja atrás todo lo creado, ya sean personas o cosas, o cuando lo contempla feliz en su realidad intra-trinitaria por encima de todo lo terrenal, en otras palabras, cuando se trata del Dios ‘tan otro’.

El hombre apostólico, cuyo ámbito vital está repleto de muchas personas y cosas, está necesitado de forma natural de este espacio como el lugar preferido para el encuentro con Dios. Él no puede ni debe abstenerse y olvidarse de las personas y las cosas para tener ante sus ojos al Dios trascendente. Al contrario, ansía – utilizando unas palabras de san Ignacio – buscar, ver, encontrar y amar a Dios en todas partes, o lo que es lo mismo en todas las cosas y en todas las personas. 

Acostumbramos a decir desde el principio: él gira, con todas las fibras de su corazón y con sus ojos claros y resplandecientes de fe, especialmente alrededor del Dios de la vida, esto es, del Dios que viene a nuestro encuentro en la vida diaria con sus disposiciones y conducciones, alrededor del Dios de nuestros altares, del Dios de nuestros corazones y del Dios de nuestros libros ascéticos.

O sea, en todas partes alrededor del Dios que está íntimamente ligado con nuestra realidad, con el acontecer de nuestro día a día. Por eso nos esforzamos siempre por hacer trascendente piadosa y creyentemente todo lo terrenal, todo lo creado. Deseamos encontrar a Dios siempre en el culmen de todo lo creado. Pensamos que nuestra tarea de vida consistiría – hablando en imágenes – en poner una escalera para la cabeza y el corazón, para ver a Dios creyentemente en todas partes, para conversar desde el amor con él en tanto en cuanto sea posible, y por fe y amor traer sacrificios para él de forma esclarecida.” 

Y termino con mi abuela: estoy seguro de que Dios habitaba en ella, y que por ello, y con su vida de sacrificio, nos legó a todos los de su familia la riqueza de su maternidad que nos hablaba, y nos sigue hablando, de la maternidad y paternidad de Dios.
 

viernes, 30 de octubre de 2020

San Francisco de Sales, pionero de nuestra santidad

Para finalizar el pequeño ciclo sobre la santidad de la vida diaria traigo a modo de colofón unas palabras de nuestro fundador sobre Francisco de Sales. (Ver Carta-estudio de 1949 - Epístola perlonga):

“Lo que decimos hoy sobre la santidad de la vida diaria, ya lo enseñaba san Francisco de Sales en su tiempo. Por entonces era significativamente más difícil que hoy, cuando el terreno se encuentra muy bien preparado en virtud de las tremendas conmociones sufridas en el plano del espíritu.

El movimiento que san Francisco de Sales inició o al menos fomentó fuertemente, halló su definitiva coronación en la Constitución Provida Mater Ecclesia. En una época en la cual la gente común sólo conocía una ascética típica de las órdenes religiosas, fue necesaria su genialidad religioso - pedagógica para desprender con mano segura la piedad de las formas habituales de las órdenes religiosas, remontarlas a lo esencial y supratemporal, al amor perfecto, y adaptarlas cuidadosamente a la individualidad personal y al lugar original que cada uno ocupa en la vida.

De ahí que, en la historia de la espiritualidad de Occidente, san Francisco de Sales sea considerado como pionero de la santidad de la vida diaria para todos los estados de vida; como doctor de la Iglesia y maestro de una ascética expresamente laical; como precursor de la espiritualidad de los Instituta saecularia y todas sus corrientes afines.

Por otra parte, los peritos en la materia consideran como natural que en su manera de enseñar y hablar san Francisco de Sales se haya desprendido de las costumbres de la época y que en su audaz avance haya entrado en conflicto con las teorías y formulaciones de entonces. …… Por entonces sólo a los miembros de las clases privilegiadas les era posible aplicar al mundo laical la ascética monástica. ….

Ahora bien, todo esto era impensable para la gran masa. Por lo cual esta llegó a la convicción de que era imposible vivir en el mundo y ser a la vez piadoso: eso es algo que sólo pueden cultivar frailes y monjes. No estamos llamados a ello. Por eso renunciamos definitivamente a empeñarnos en esa dirección y viviremos nuestro día laboral sin contacto con Dios. A lo sumo el domingo y el tiempo oficial de oración…

Quien quiera hacer un análisis exacto de la época; quien investigue las causas de la secularización de la vida que impera hoy por doquier; quien indague las fuentes del paganismo de los días laborales y del cristianismo del domingo, no puede pasar por alto estos contextos. (……………)

Todo ello nos permite advertir cuán importante es estudiar la espiritualidad de san Francisco de Sales, dejarse introducir por él en la esencia, sentido y finalidad de una santidad de la vida diaria para las vocaciones laicales que esté en consonancia con la época, y cuán importante es también ser elocuentes pregoneros de dicha santidad, mediante nuestras palabras y acciones.

San Francisco acuñó tres principios a los que se ciñó inconmoviblemente y que son de gran importancia para todos los que quieran superar el colectivismo, para todos los que quieran que la vida diaria en el mundo, con todas sus facetas, vuelva a estar vinculada a Dios. Estos principios pueden considerarse como el vademécum de todos los institutos seculares y sus amigos.

….

1º Principio: La espiritualidad monástica no puede practicarse en la profesión que se desempeña en medio del mundo.

2º Principio: La verdadera espiritualidad no va en perjuicio de nada, ni de la profesión, ni de los negocios. Por eso es falsa toda espiritualidad que perjudica la profesión, arruina los negocios, quita prestigio en el mundo, entristece el espíritu y vuelve insoportable el carácter.

3º Principio: En el mundo se puede arribar a la máxima perfección tan bien como se lo puede hacer en un monasterio.

….

Esta clara concepción de una santidad de la vida diaria acorde a la época impulsa por sí misma a una realización concreta en la perfección de estado.

El transcurso y contenido de cada día de trabajo están esencialmente determinados por las tareas inherentes a cada estado y profesión. San Francisco de Sales desarrolló con firme consecuencia la idea que había concebido con tanta claridad. Por eso no se cansaba de advertir sobre exageraciones; de desaconsejar el afán de cosas extraordinarias; de integrar las aspiraciones religiosas en el sobrio contexto de los deberes de estado y dejar que allí se desplegasen con eficacia.

….

En sus escritos podemos leer:

“Por favor, Filotea, ¿acaso sería correcto que un obispo viviese en tanta soledad como un cartujo, que los casados no quisieran adquirir más bienes que los capuchinos, que un obrero quisiera pasar todo el día en la iglesia como los religiosos, o que un religioso pretendiese estar enredado en cuestiones jurídicas como un abogado? ¿Acaso una piedad tal no sería ridícula, desordenada e insoportable? Y sin embargo se detecta muy a menudo este error…”

En cierta oportunidad le escribe también a santa Francisca Chantal:

¿Cómo quiere que sea su alma? ¿Un espíritu agudo, fuerte, firme, constante? Permita usted que su espíritu esté en consonancia con su posición, que sea el espíritu de una viuda, vale decir, pequeño y sometido a todo tipo de humillaciones, excepto lo que sea ofensa a Dios.”

 

viernes, 23 de octubre de 2020

Espiritualidad "contemplativa" y/o "apostólica"

En una carta del Padre Kentenich a su colaborador más estrecho, el Padre Alex Menningen, del 23 de abril de 1956, podemos leer algunas características de estas dos formas de espiritualidad presentes en la Iglesia desde hace muchos siglos, y que el Padre analiza y compara pensando especialmente en los miembros de sus institutos seculares. En su reflexión da la voz también a dos “representantes” de estos dos estilos, los universalmente conocidos Juan de la Cruz y Francisco de Sales.

“Yo destaco dos tipos de santidad, que se diferencian fuertemente en su forma de pensar y de actuar. Permíteme que denomine a una de ellas como contemplativa en el sentido de la antigua vida conventual, y a la otra apostólica.

Fíjate que no comparo el tipo contemplativo con el tipo activo, sino con el apostólico. La espiritualidad orientada apostólicamente une la vida contemplativa con la vida activa. Se atiene al lema: contemplata aliis tradere (transmitir lo contemplado a los demás). Lo que ha colmado hasta lo más profundo al alma en su tranquila meditación, quiere ser transmitido a otros círculos mediante la actividad apostólica. El tipo apostólico pertenece a las órdenes y comunidades apostólicas, así como a los institutos seculares. Es a la vez el ideal de la ascética laical moderna. (…..) Antes de que profundice en el tema, quiero recordarte que ambos tipos coinciden en su concepto sobre la esencia de la santidad. Ambos la saben en la unión de amor con Dios.”

A continuación, nos muestra algunas diferencias entre las dos modalidades y las subraya con algunos textos de los mismos santos citados arriba.

“Las actitudes a menudo divergentes comienzan justamente cuando se trata de aquellas que se refieren a la imagen de Dios, a la imagen del hombre y a la imagen del mundo, y el consecuente desprendimiento y purificación del corazón frente a lo terrenal, que se deriva de esa actitud previa. Precisamente de esa purificación del corazón quiero tratar brevemente. Para ello voy a darle la palabra alternativamente a un representante de cada una de las dos actitudes. 

La orientación contemplativa la muestra el gran maestro Juan de la Cruz, cuando dice que la purificación del corazón exige

“la separación radical de todo lo terrenal, de este mundo en su conjunto, de sus vínculos y juicios. El camino hacia ‘todo Dios’ se da únicamente a través del NADA incondicional de la creatura. Por ello hay que dejar a un lado todo apego del corazón a los bienes de este mundo, porque los mismos impiden al espíritu en su anhelo de Dios”.

San Juan de la Cruz se apoya en la experiencia y sabiduría secular cristiana, el ideal de los anacoretas del inicio de la cristiandad que buscaban una purificación plena a través del desprendimiento total de las cosas terrenales.

Frente a esta postura se encuentra la espiritualidad del tipo apostólico de nuestros días. El Padre Kentenich lo explica así:

“El tipo apostólico moderno piensa en estas cosas de forma totalmente diferente. Uno de sus representantes más reconocido – San Francisco de Sales – escribe así:

“No aprecio a las almas que no aman nada, que permanecen impasibles ante todos los acontecimientos. Una de dos, o les falta fuerza o un corazón amable, o desprecian indiferentemente tanto lo bueno como lo malo.”

Además, profundiza en esta afirmación con un ejemplo que trae en su libro ‘Filotea’:

“Si vosotros os ayudáis a conseguir la caridad, la verdadera devoción y la perfección cristiana, entonces sí, que será perfecta amistad. Será grande, ya que viene de Dios, excelente, ya que tiende a Dios, sublime debido a que su vínculo es Dios, grande como es eterna la amistad en Dios. Es agradable ser capaz de amar en la tierra como se ama en el cielo, y aprender a amarnos unos a otros en este mundo como será eternamente en el otro. No estoy hablando aquí de un simple amor de caridad, porque hay que tenerla para todos los hombres. Hablo de la amistad espiritual, en la cual, dos, tres o más personas intercambian devoción, afectos espirituales, y verdaderamente son un mismo espíritu. Con razón las almas felices pueden cantar: ¡Qué tan bueno y agradable es el habitar unido de los hermanos!”

Quiero terminar hoy estas citas con un texto que el Padre Kentenich incluye en la carta citada, después de destacar las diferencias entre las dos formas de piedad o santidad, mostrando la importancia de Francisco de Sales para el santo de hoy. Y lo hace recordando la Carta-Encíclica ‘Rerum Omnium Perturbationem’ del Papa Pio XI, dedicada a este santo. La cita tomada de esta Encíclica es la siguiente:  

“Además de esto, parece que Francisco de Sales ha sido regalado a la Iglesia con un propósito particular: desmentir el prejuicio, arraigado en muchas personas y aún no superado, que la verdadera santidad, tal como propone la Iglesia, o no se pueda conseguir, o al menos sea una meta muy difícil de alcanzar para la mayoría de los fieles, y que está reservada a unos pocos especialmente magnánimos; y que vaya unida a grandes esfuerzos y dificultades, y que por lo tanto no se pueda adaptar a aquellos que viven fuera de los claustros y conventos.”

 

 

viernes, 16 de octubre de 2020

Atentos y dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo

En estas últimas semanas venimos ocupándonos de la vocación universal a la santidad, y más en concreto de algunos aspectos y características de la escuela de santidad que el fundador de Schoenstatt regaló a sus hijos espirituales. Son varias las fuentes que ya hemos citado. Hoy quiero fijarme en uno de los primeros documentos que tenemos a nuestra disposición, y que recoge las charlas del Padre Kentenich a varios grupos en los años 1927/1929. Su título: “Principios generales del Movimiento Apostólico de Schoenstatt”, traducido del alemán y editado como manuscrito por nuestras Hermanas de María de la provincia de Argentina (1983). En esta jornada encontramos respuesta (una más) a la pregunta sobre qué es la santidad. Leemos:

“¿Qué es la santidad? Para orientar nuestras reflexiones actuales podemos definir la santidad como la capacidad de percibir las inspiraciones interiores del Espíritu Santo y corresponder a ellas. Se puede definir la santidad de diversas maneras. Existe una santidad ética y una santidad ontológica. Toda vida tiende a manifestarse. Por eso la santidad ontológica debe convertirse en santidad ética. O, expresado de otra manera, la vinculación con Dios debe transformarse en semejanza con Dios (ver Mt 5,48). Yo debo asemejarme a Dios para mejorar moralmente. Ambas cosas resuenan en este concepto.

Hacemos bien en tomar nota de ésta u otras definiciones semejantes para que, junto con San Francisco de Sales podamos terminar con el error de que solamente es posible alcanzar la santidad en el estado religioso, como si solamente los sacerdotes o religiosos pudieran llegar a ser santos. Nuestros padres también pueden ser santos, los matrimonios también. Si Dios ha dispuesto para alguien el estado matrimonial se aplicarán a este estado las leyes de ser de la aspiración a la santidad. Santo se puede ser en toda profesión, en todas partes donde se corresponde a las inspiraciones del Espíritu Santo. Y se será santo en la medida en que se cumplan las obligaciones de estado por amor a Dios.

¡Por amor a Dios! Esto incluye la vinculación con Dios. Yo creo que haríamos bien si contribuyésemos para que estos pensamientos se hagan propiedad del pueblo: en la escuela, desde el púlpito, entre los estudiantes, etc., en todas partes debemos propagar el auténtico concepto de santidad.”

 

Y lo debemos hacer en primer lugar para nosotros mismos en un tiempo en que, como entonces (años treinta del siglo pasado), experimentamos un derrumbe de la cultura propia, hoy mediante la globalización de la misma a través del consumo, la publicidad incesante y la masificación consiguiente, un mundo inestable y dinámico sin guía ni norte (salvo el llamado “American way of life”…..). Ante este estado de cosas el Padre Kentenich destaca la importancia del individuo, de la persona revestida desde toda la eternidad con un plan amoroso de Dios y capaz de “construir”, si quiere, un nuevo orden social cristiano. Eso sí, estando atento y correspondiendo a las insinuaciones del Espíritu.   

“Sigamos analizando la definición del concepto de santidad que hemos dado más arriba: la santidad es la sensibilidad y la capacidad de percibir las inspiraciones interiores del Espíritu Santo.  ¿Se dan cuenta de que esa definición corresponde a un sano sentimiento, a un sano individualismo? Desde toda la eternidad Dios tiene una idea determinada de mí; desde toda la eternidad Él ha previsto una determinada misión para mí. El Espíritu Santo es el que me conduce y me prepara para esta gran misión. En la medida en que yo cumpla con esta singular misión seré santo. De allí que el sentido y la misión de la aspiración a la santidad consista en la capacidad para percibir las inspiraciones del Espíritu Santo y corresponder a ellas.

Quien posea una sana aspiración a la santidad reflexionará para saber dónde radican los impedimentos y obstáculos para la santidad, para las inspiraciones del Espíritu Santo. La naturaleza y la gracia deben construir juntas. Y cuando encuentro en qué consiste el impedimento debo decir: ¡Fuera con él! Todos los impedimentos deben ser apartados para que el Espíritu de Dios pueda actuar sin obstáculos. Expresándolo en el lenguaje de la antigua ascética: ¿Cuáles son los criterios para discernir si una inspiración proviene del demonio, de la carne o de Dios? Esta es la antigua forma ascética del discernimiento de los espíritus.”

Recuerdo ahora las reglas de discernimiento elaboradas por san Ignacio de Loyola en el libro de sus Ejercicios Espirituales. Necesitamos avanzar en el ejercicio del discernimiento de la voluntad de Dios, sabiendo que, aunque todos nosotros estamos llamados a tener a Cristo como criterio permanente en las decisiones de nuestra vida, la llamada de Dios es personal e intransferible. ¡Atentos, pues, a las insinuaciones del Espíritu!

En el camino ascético de Schoenstatt contamos para ello con el ‘ideal personal’, sabiendo por la experiencia, que el mismo refleja el impulso fundamental de mi alma, y que mediante su desarrollo cotidiano y paciente llegará a ser la disposición fundamental de la misma, y con ello mi camino hacia Dios.


viernes, 9 de octubre de 2020

Escuchar al Dios que llama a nuestra puerta

 

El texto que hoy me sirve de meditación y propuesta de reflexión en el Blog está tomado del libro “Niños ante Dios”, Págs. 147-150 (capítulo “Escuchar a Dios en la vida misma”), volumen que recoge las charlas que el Padre Kentenich dio a los Padres Betlemitas en Immensee, Suiza, durante sus ejercicios espirituales del año 1937. Era una comunidad de sacerdotes misioneros sin votos, pero con vida comunitaria. Recomendaciones y pensamientos acertados, que podemos y debemos hacer nuestros con independencia de nuestra pertenencia o no a una comunidad religiosa.

“No aspiremos a volar por sabe Dios cuán sublimes regiones celestes; y menos nosotros, que luchamos en medio de la vida cotidiana. Tenemos que ejercitarnos en un caminar activo en y con Dios, vale decir, escuchar a Dios que nos habla en la vida. ¿Acaso no debemos estar bien plantados en la vida? No podemos vivir en continuo repliegue, agregando aquí una hora más de adoración del Santísimo y allá otra hora más a la meditación, etc. No; así no puede ser.

Detectemos los golpes que Dios da a nuestra puerta en medio de la vida cotidiana. Dios llama a mi puerta en la vida de todos los días. Creo que hay muchas personas, también entre ustedes, que llegarían a ser santos mucho más rápidamente en la vida cotidiana que en un monasterio de adoración perpetua. Estar en permanente adoración puede sumirnos en la laxitud. Nosotros adoramos la voluntad de Dios en la vida diaria y por lo tanto formamos parte de la adoración perpetua. A través de su unión con la vida, el apóstol recibe un fuerte estímulo para desplegar su vuelo hacia Dios; y eso es parte de su vocación misionera.”

Adorar la voluntad de Dios en la vida diaria, sí, pero cuidando de mantener también un diálogo permanente con Dios a través de las oraciones de todos los días y de algunos momentos especiales de oración que cada uno determine según el ritmo particular de su vida diaria, construyendo así lo que el Padre Kentenich llama “los muros conventuales”.

“Estas son cosas muy simples, pero que entrañan un hondo significado. En nuestro caminar en y con Dios hay que mantener "los muros conventuales"; de lo contrario, al final de nuestra vida sufriremos una gran desilusión.

No piensen que se ingresa a la comunidad para pasar una vida cómoda. Su comunidad no tiene votos al estilo tradicional, pero no tomó esa opción para llevar una vida más confortable; de ser así no durará mucho. Toda comunidad religiosa debe ser portadora de los principios de la santidad. Si no ocurre así, si no puede alumbrar santos, ¿qué hombre noble consagrará su vida a una comunidad tal? La consigna es la generosidad. Soy libre, y porque soy libre, recorreré con mayor empeño y constancia el camino hacia la santidad.

Reparemos en otros momentos donde Dios llama a nuestra puerta suscitando en nosotros el impulso a remontarnos hacia Él. Suele suceder a las personas de particular nobleza espiritual, que cuando una alegría embarga sus corazones se sienten elevadas raudamente hacia Dios. Según mi manera de ver, nosotros, hijos de nuestro tiempo, somos terriblemente "proletarios" en esta área: nos parece evidente que Dios nos dé alegrías; ¡es una lástima! Un temperamento noble tiene siempre un "¡Gracias, Señor!" a flor de labios. Les propongo esta consigna: "Acabar con las ’evidencias’". …..

Saber, como dice en otra de sus charlas, que la fe en la Divina Providencia enseña que nada es casual, que todo proviene de Dios. Un hombre sencillo ve detrás de todo al Padre del cielo y sabe dar gracias. Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que Él hace.

“La meditación de las cosas que nos va presentando la vida puede ser a veces más eficaz para ponernos y permanecer en la presencia de Dios que los tiempos ordinarios de oración. Aparentemente Dios nos exige una santidad activa. Cuanto más se nos arroje a la vida, cuanto más luchas nos envíe el Señor, tanto mejor.

El punto clave de nuestra ascética es dejarse impulsar hacia Dios por la vida…., porque nuestros "muros conventuales" son el caminar permanente y profundo en la presencia de Dios. Cuanto más débiles los muros conventuales exteriores, tanto más fuertes los muros interiores, tanto más fervorosa la relación de amor con Dios. Quien quiera educar en la comunidad, no debe cejar en el empeño de hacer que estos pensamientos calen hasta los huesos en los integrantes del Instituto.

 

viernes, 2 de octubre de 2020

Nuestra espiritualidad tridimensional

El Padre Kentenich llama a su espiritualidad una espiritualidad tridimensional. En tiempos del Padre no era normal usar la palabra “espiritualidad”, por eso encontraremos en muchos textos la palabra “piedad” o “santidad” en su lugar. Hoy traigo a nuestra atención un texto publicado en “Kentenich reader – tomo 2” en el que el P. Kentenich hace una reflexión sucinta sobre este tema, y “en la cual presenta la relación interna y complementaria existente entre las tres dimensiones de nuestra espiritualidad a modo de definición”. Los autores del “Kentenich-reader” han tomado este texto de una carta al Superior de los Palotinos, el P. General Turowski SAC, del 8 de diciembre de 1952, la así llamada “Turowskibrief”. A continuación, el texto:  

“La originalidad de nuestra espiritualidad está caracterizada por tres términos claves: santidad de la vida diaria, santidad del instrumento y santidad de alianza. ……. ¿Cómo es el entramado interno de la espiritualidad tridimensional?

Quien conozca el desarrollo histórico de las tres facetas de nuestra ascética comprenderá con facilidad y rapidez su entramado interno.

La santidad de la vida diaria marca más fuertemente el rumbo en la vida cotidiana; la espiritualidad del instrumento establece con mayor conciencia el contacto con Dios; y este último, en virtud de la espiritualidad de alianza, cobra con mayor claridad el rasgo de una decidida vinculación de amor entre dos personas que se aman.

…….  ¿Cómo son nuestras formas de santidad? Somos capaces de enumerarlas sin vacilar, pero… ¿conocemos su real envergadura? Santidad de la vida diaria, espiritualidad de alianza y espiritualidad del instrumento. ¿Qué quiere decir todo esto?

En primer lugar, santidad de la vida diaria

Vuelvan a estudiar el libro “La santificación de la Vida Diaria”. ¿De qué se trata en este punto?

Sanctus est qui sancte vivit. Santo no es quien fantasea santamente. Santo es quien vive santamente, reza santamente, trabaja santamente, se mortifica santamente.

O bien recordemos aquellas otras palabras: Deum quaerere, Deum invenire, Deum diligere in omnibus, cum rebus, cum personis. (san Ignacio)

…….. Buscar a Dios… ¿Dónde? Aquí no se trata de buscar a Dios dentro de nosotros mismos, porque eso se da por supuesto, sino que aquí se pone de relieve lo siguiente: ver a Dios en su vinculación: la causa primera en su vinculación con la creatura, la causa segunda. Éste es el problema de la actualidad. Buscar a Dios, hallar a Dios, amar a Dios… en todas las cosas. Detengámonos pues en la creación; no ascendemos directa sino indirectamente a Dios. Se trata siempre de la mediatez de Dios. No como si no se buscase también la inmediatez de Dios. La definición de la santidad de la vida diaria nos ofrece una respuesta en este sentido.

Reitero la idea: si contemplamos directamente a Dios, cara a cara, verán que, tarde o temprano, Dios no será ya nada para nosotros. O ascendemos a Dios a partir de las criaturas o perdemos a Dios. El problema de la época actual es la relación entre causa primera y causa segunda. ……

Volvamos a escuchar la definición de santidad de la vida diaria, para saber cómo nos presenta la santidad: "Armonía entre una vinculación cálida y personal a Dios, al trabajo y a las personas".

En segundo lugar, espiritualidad de alianza

¿Conocen una teoría abarcadora de la espiritualidad de alianza? Nosotros, sacerdotes, hemos de tener continuamente esos conocimientos al alcance de la mano, para dar una respuesta sustentada en la riqueza de nuestros conocimientos y vivencias.

Ahora me limitaré a decirles lo que actualmente reviste importancia para nosotros: integrar todo al contexto contemporáneo. Por ejemplo, hoy se busca un nuevo principio moral. Cuando nosotros éramos más jóvenes (por lo menos en el caso de nosotros, los mayores), sólo se conocía el principio "es pecado" o "no es pecado"; "pecado grave" o "pecado venial". Hoy se buscan principios desde una visión integral de la realidad. Quizás no hayan observado aún cómo los teólogos tienden a lo que nosotros llamamos "espiritualidad de alianza". Ésta no se funda sólo en un principio ascético, más bien el principio ascético pasa a ser aquí principio moral: fidelidad a la alianza de amor. "Yo hago siempre lo que le agrada al Padre" (Jn 8,29).

Naturalmente se corre el peligro, propio de los tiempos modernos, de separar violentamente las cosas y decir: "Por eso ya no hay más pecado; por eso ya no hay más que lo siguiente: sellamos una alianza contigo y queremos ser fieles a esa alianza". Sin embargo debemos mantener ambas cosas, unir ambas cosas. Es así que seguirá vigente el principio "pecado": veniales y graves. Pero desde el punto de vista de la alianza de amor se pueden unir perfectamente ambas cosas. No damos alegría alguna a Dios Padre cuando le volvemos la espalda esporádica o continuamente.

Y, por último, espiritualidad del instrumento. Sí; nuestra espiritualidad es marcadamente una espiritualidad de instrumentos. Cuando se refiere a la nueva manera de realizar el apostolado, el concilio apoya particularmente la espiritualidad del instrumento. ¿A qué apunta ese apostolado? A hacer presente a Dios mediante nuestra persona. Detrás de ello se encuentra toda la teoría de la espiritualidad del instrumento: que el instrumento esté unido al artífice, y que nuestra vida cotidiana sea una ilustración clásica de la fuerza, del ser y de la esencia del artífice.”