En estas últimas semanas venimos ocupándonos de la vocación universal a la santidad, y más en concreto de algunos aspectos y características de la escuela de santidad que el fundador de Schoenstatt regaló a sus hijos espirituales. Son varias las fuentes que ya hemos citado. Hoy quiero fijarme en uno de los primeros documentos que tenemos a nuestra disposición, y que recoge las charlas del Padre Kentenich a varios grupos en los años 1927/1929. Su título: “Principios generales del Movimiento Apostólico de Schoenstatt”, traducido del alemán y editado como manuscrito por nuestras Hermanas de María de la provincia de Argentina (1983). En esta jornada encontramos respuesta (una más) a la pregunta sobre qué es la santidad. Leemos:
“¿Qué es la santidad? Para
orientar nuestras reflexiones actuales podemos definir la santidad como la
capacidad de percibir las inspiraciones interiores del Espíritu Santo y
corresponder a ellas. Se puede definir la santidad de diversas maneras. Existe
una santidad ética y una santidad ontológica. Toda vida tiende a manifestarse.
Por eso la santidad ontológica debe convertirse en santidad ética. O, expresado
de otra manera, la vinculación con Dios debe transformarse en semejanza con
Dios (ver Mt 5,48). Yo debo asemejarme a Dios para mejorar moralmente. Ambas
cosas resuenan en este concepto.
Hacemos bien en tomar nota
de ésta u otras definiciones semejantes para que, junto con San Francisco de
Sales podamos terminar con el error de que solamente es posible alcanzar la
santidad en el estado religioso, como si solamente los sacerdotes o religiosos
pudieran llegar a ser santos. Nuestros padres también pueden ser santos, los
matrimonios también. Si Dios ha dispuesto para alguien el estado matrimonial se
aplicarán a este estado las leyes de ser de la aspiración a la santidad. Santo
se puede ser en toda profesión, en todas partes donde se corresponde a las
inspiraciones del Espíritu Santo. Y se será santo en la medida en que se
cumplan las obligaciones de estado por amor a Dios.
¡Por amor a Dios! Esto incluye la vinculación
con Dios. Yo creo que haríamos bien si contribuyésemos para que estos
pensamientos se hagan propiedad del pueblo: en la escuela, desde el púlpito,
entre los estudiantes, etc., en todas partes debemos propagar el auténtico
concepto de santidad.”
Y lo debemos hacer en primer lugar para nosotros mismos en
un tiempo en que, como entonces (años treinta del siglo pasado), experimentamos
un derrumbe de la cultura propia, hoy mediante la globalización de la misma a
través del consumo, la publicidad incesante y la masificación consiguiente, un
mundo inestable y dinámico sin guía ni norte (salvo el llamado “American way
of life”…..). Ante este estado de cosas el Padre Kentenich destaca la
importancia del individuo, de la persona revestida desde toda la eternidad con
un plan amoroso de Dios y capaz de “construir”, si quiere, un nuevo orden
social cristiano. Eso sí, estando atento y correspondiendo a las insinuaciones
del Espíritu.
“Sigamos analizando la
definición del concepto de santidad que hemos dado más arriba: la santidad es
la sensibilidad y la capacidad de percibir las inspiraciones interiores del
Espíritu Santo. ¿Se dan cuenta de que
esa definición corresponde a un sano sentimiento, a un sano individualismo? Desde
toda la eternidad Dios tiene una idea determinada de mí; desde toda la
eternidad Él ha previsto una determinada misión para mí. El Espíritu Santo es
el que me conduce y me prepara para esta gran misión. En la medida en que yo
cumpla con esta singular misión seré santo. De allí que el sentido y la misión
de la aspiración a la santidad consista en la capacidad para percibir las
inspiraciones del Espíritu Santo y corresponder a ellas.
Quien posea una sana
aspiración a la santidad reflexionará para saber dónde radican los impedimentos
y obstáculos para la santidad, para las inspiraciones del Espíritu Santo. La
naturaleza y la gracia deben construir juntas. Y cuando encuentro en qué
consiste el impedimento debo decir: ¡Fuera con él! Todos los impedimentos deben
ser apartados para que el Espíritu de Dios pueda actuar sin obstáculos.
Expresándolo en el lenguaje de la antigua ascética: ¿Cuáles son los criterios
para discernir si una inspiración proviene del demonio, de la carne o de Dios?
Esta es la antigua forma ascética del discernimiento de los espíritus.”
Recuerdo ahora las reglas de discernimiento elaboradas
por san Ignacio de Loyola en el libro de sus Ejercicios Espirituales.
Necesitamos avanzar en el ejercicio del discernimiento de la voluntad de Dios,
sabiendo que, aunque todos nosotros estamos llamados a tener a Cristo como
criterio permanente en las decisiones de nuestra vida, la llamada de Dios es
personal e intransferible. ¡Atentos, pues, a las insinuaciones del Espíritu!
En el camino ascético de Schoenstatt contamos para ello con el ‘ideal personal’, sabiendo por la experiencia, que el mismo refleja el impulso fundamental de mi alma, y que mediante su desarrollo cotidiano y paciente llegará a ser la disposición fundamental de la misma, y con ello mi camino hacia Dios.
Qué textos tan fuertes, Paco! Gracias!!!
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