viernes, 16 de octubre de 2020

Atentos y dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo

En estas últimas semanas venimos ocupándonos de la vocación universal a la santidad, y más en concreto de algunos aspectos y características de la escuela de santidad que el fundador de Schoenstatt regaló a sus hijos espirituales. Son varias las fuentes que ya hemos citado. Hoy quiero fijarme en uno de los primeros documentos que tenemos a nuestra disposición, y que recoge las charlas del Padre Kentenich a varios grupos en los años 1927/1929. Su título: “Principios generales del Movimiento Apostólico de Schoenstatt”, traducido del alemán y editado como manuscrito por nuestras Hermanas de María de la provincia de Argentina (1983). En esta jornada encontramos respuesta (una más) a la pregunta sobre qué es la santidad. Leemos:

“¿Qué es la santidad? Para orientar nuestras reflexiones actuales podemos definir la santidad como la capacidad de percibir las inspiraciones interiores del Espíritu Santo y corresponder a ellas. Se puede definir la santidad de diversas maneras. Existe una santidad ética y una santidad ontológica. Toda vida tiende a manifestarse. Por eso la santidad ontológica debe convertirse en santidad ética. O, expresado de otra manera, la vinculación con Dios debe transformarse en semejanza con Dios (ver Mt 5,48). Yo debo asemejarme a Dios para mejorar moralmente. Ambas cosas resuenan en este concepto.

Hacemos bien en tomar nota de ésta u otras definiciones semejantes para que, junto con San Francisco de Sales podamos terminar con el error de que solamente es posible alcanzar la santidad en el estado religioso, como si solamente los sacerdotes o religiosos pudieran llegar a ser santos. Nuestros padres también pueden ser santos, los matrimonios también. Si Dios ha dispuesto para alguien el estado matrimonial se aplicarán a este estado las leyes de ser de la aspiración a la santidad. Santo se puede ser en toda profesión, en todas partes donde se corresponde a las inspiraciones del Espíritu Santo. Y se será santo en la medida en que se cumplan las obligaciones de estado por amor a Dios.

¡Por amor a Dios! Esto incluye la vinculación con Dios. Yo creo que haríamos bien si contribuyésemos para que estos pensamientos se hagan propiedad del pueblo: en la escuela, desde el púlpito, entre los estudiantes, etc., en todas partes debemos propagar el auténtico concepto de santidad.”

 

Y lo debemos hacer en primer lugar para nosotros mismos en un tiempo en que, como entonces (años treinta del siglo pasado), experimentamos un derrumbe de la cultura propia, hoy mediante la globalización de la misma a través del consumo, la publicidad incesante y la masificación consiguiente, un mundo inestable y dinámico sin guía ni norte (salvo el llamado “American way of life”…..). Ante este estado de cosas el Padre Kentenich destaca la importancia del individuo, de la persona revestida desde toda la eternidad con un plan amoroso de Dios y capaz de “construir”, si quiere, un nuevo orden social cristiano. Eso sí, estando atento y correspondiendo a las insinuaciones del Espíritu.   

“Sigamos analizando la definición del concepto de santidad que hemos dado más arriba: la santidad es la sensibilidad y la capacidad de percibir las inspiraciones interiores del Espíritu Santo.  ¿Se dan cuenta de que esa definición corresponde a un sano sentimiento, a un sano individualismo? Desde toda la eternidad Dios tiene una idea determinada de mí; desde toda la eternidad Él ha previsto una determinada misión para mí. El Espíritu Santo es el que me conduce y me prepara para esta gran misión. En la medida en que yo cumpla con esta singular misión seré santo. De allí que el sentido y la misión de la aspiración a la santidad consista en la capacidad para percibir las inspiraciones del Espíritu Santo y corresponder a ellas.

Quien posea una sana aspiración a la santidad reflexionará para saber dónde radican los impedimentos y obstáculos para la santidad, para las inspiraciones del Espíritu Santo. La naturaleza y la gracia deben construir juntas. Y cuando encuentro en qué consiste el impedimento debo decir: ¡Fuera con él! Todos los impedimentos deben ser apartados para que el Espíritu de Dios pueda actuar sin obstáculos. Expresándolo en el lenguaje de la antigua ascética: ¿Cuáles son los criterios para discernir si una inspiración proviene del demonio, de la carne o de Dios? Esta es la antigua forma ascética del discernimiento de los espíritus.”

Recuerdo ahora las reglas de discernimiento elaboradas por san Ignacio de Loyola en el libro de sus Ejercicios Espirituales. Necesitamos avanzar en el ejercicio del discernimiento de la voluntad de Dios, sabiendo que, aunque todos nosotros estamos llamados a tener a Cristo como criterio permanente en las decisiones de nuestra vida, la llamada de Dios es personal e intransferible. ¡Atentos, pues, a las insinuaciones del Espíritu!

En el camino ascético de Schoenstatt contamos para ello con el ‘ideal personal’, sabiendo por la experiencia, que el mismo refleja el impulso fundamental de mi alma, y que mediante su desarrollo cotidiano y paciente llegará a ser la disposición fundamental de la misma, y con ello mi camino hacia Dios.


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