El texto que hoy me sirve de meditación y propuesta de reflexión en el Blog está tomado del libro “Niños ante Dios”, Págs. 147-150 (capítulo “Escuchar a Dios en la vida misma”), volumen que recoge las charlas que el Padre Kentenich dio a los Padres Betlemitas en Immensee, Suiza, durante sus ejercicios espirituales del año 1937. Era una comunidad de sacerdotes misioneros sin votos, pero con vida comunitaria. Recomendaciones y pensamientos acertados, que podemos y debemos hacer nuestros con independencia de nuestra pertenencia o no a una comunidad religiosa.
“No aspiremos a volar por sabe Dios cuán sublimes
regiones celestes; y menos nosotros, que luchamos en medio de la vida
cotidiana. Tenemos que ejercitarnos en un caminar activo en y con Dios, vale
decir, escuchar a Dios que nos habla en la vida. ¿Acaso no debemos estar bien
plantados en la vida? No podemos vivir en continuo repliegue, agregando aquí
una hora más de adoración del Santísimo y allá otra hora más a la meditación,
etc. No; así no puede ser.
Detectemos los golpes que Dios da a nuestra puerta en
medio de la vida cotidiana. Dios llama a mi puerta en la vida de todos los
días. Creo que hay muchas personas, también entre ustedes, que llegarían a ser
santos mucho más rápidamente en la vida cotidiana que en un monasterio de
adoración perpetua. Estar en permanente adoración puede sumirnos en la laxitud.
Nosotros adoramos la voluntad de Dios en la vida diaria y por lo tanto formamos
parte de la adoración perpetua. A través de su unión con la vida, el apóstol
recibe un fuerte estímulo para desplegar su vuelo hacia Dios; y eso es parte de
su vocación misionera.”
Adorar la
voluntad de Dios en la vida diaria, sí, pero cuidando de mantener también un
diálogo permanente con Dios a través de las oraciones de todos los días y de
algunos momentos especiales de oración que cada uno determine según el ritmo
particular de su vida diaria, construyendo así lo que el Padre Kentenich llama
“los muros conventuales”.
“Estas son cosas muy simples, pero que entrañan un hondo
significado. En nuestro caminar en y con Dios hay que mantener "los muros
conventuales"; de lo contrario, al final de nuestra vida sufriremos una
gran desilusión.
No piensen que se ingresa a la comunidad para pasar una
vida cómoda. Su comunidad no tiene votos al estilo tradicional, pero no tomó
esa opción para llevar una vida más confortable; de ser así no durará mucho.
Toda comunidad religiosa debe ser portadora de los principios de la santidad.
Si no ocurre así, si no puede alumbrar santos, ¿qué hombre noble consagrará su
vida a una comunidad tal? La consigna es la generosidad. Soy libre, y porque
soy libre, recorreré con mayor empeño y constancia el camino hacia la santidad.
Reparemos en otros momentos donde Dios llama a nuestra
puerta suscitando en nosotros el impulso a remontarnos hacia Él. Suele suceder
a las personas de particular nobleza espiritual, que cuando una alegría
embarga sus corazones se sienten elevadas raudamente hacia Dios. Según mi
manera de ver, nosotros, hijos de nuestro tiempo, somos terriblemente
"proletarios" en esta área: nos parece evidente que Dios nos dé
alegrías; ¡es una lástima! Un temperamento noble tiene siempre un
"¡Gracias, Señor!" a flor de labios. Les propongo esta consigna:
"Acabar con las ’evidencias’". …..
Saber, como
dice en otra de sus charlas, que la fe en la Divina Providencia enseña que nada
es casual, que todo proviene de Dios. Un hombre sencillo ve detrás de todo al
Padre del cielo y sabe dar gracias. Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo
lo que Él hace.
“La meditación de las cosas que nos va presentando la
vida puede ser a veces más eficaz para ponernos y permanecer en la presencia de
Dios que los tiempos ordinarios de oración. Aparentemente Dios nos exige una santidad
activa. Cuanto más se nos arroje a la vida, cuanto más luchas nos envíe el
Señor, tanto mejor.
El punto clave de nuestra ascética es dejarse impulsar
hacia Dios por la vida…., porque nuestros "muros conventuales"
son el caminar permanente y profundo en la presencia de Dios. Cuanto más débiles
los muros conventuales exteriores, tanto más fuertes los muros interiores,
tanto más fervorosa la relación de amor con Dios. Quien quiera educar en la
comunidad, no debe cejar en el empeño de hacer que estos pensamientos calen
hasta los huesos en los integrantes del Instituto.
"Un temperamento noble tiene siempre un "¡Gracias, Señor!" a flor de labios. Les propongo esta consigna: "Acabar con las ’evidencias’" ¡qué fuerte! Acaba con las evidencias implica asombrarse que las cosas se den de esa manera y no de otra y además agradecer al Dios Providente.
ResponderEliminarQUé lindos textos, Paco! Gracias!!! Un gran abrazo...