En el texto que hoy ofrezco para la reflexión leemos sobre el valor propio del mundo. En los textos del Padre Kentenich sobre esta materia no se trata tanto del mundo y de la Iglesia, sino más bien de la relación entre el mundo, Dios y el hombre. La terminología del fundador, como dice el P. King en su libro, no es tanto “Iglesia y mundo”, sino ‘teología, filosofía y psicología de la causa primera y de las causas segundas’ y sus relaciones mutuas. También la relación entre naturaleza y gracia. Leemos en una charla a los miembros de su “Pars motrix” del 10 de febrero de 1968:
“Ustedes saben lo que hoy se
dice a menudo y se predica sobre la relación entre la Iglesia y el mundo. Ustedes
saben que a la Iglesia de otros tiempos se le echa en cara que sólo y siempre veía
en el mundo lo que Juan destacó: ‘todo en el mundo es concupiscencia de la
carne, jactancia de las riquezas, concupiscencia de los ojos’. Todo esto es
verdad. ¿Pero cómo desea la Iglesia ver al mundo en la actualidad? ¿Cómo debe
ser aquí el cambio de acentuación?
Debemos contemplar en
principio que el mundo y la Iglesia están entrelazados mutuamente. El
mundo es también una porción de iglesia, y la Iglesia es una parte del mundo. Por
ello debemos ocuparnos del mundo. Debemos por ello también captar cada vez
más y mejor lo positivo y lo propio del mundo, e incorporarlo a nuestro sentido
de vida.
¿Qué significa esto? ¿Qué misión
tiene la Iglesia respecto al mundo? Naturalmente, si dijéramos: la iglesia tiene
la tarea de decir sí a lo que quiere el mundo, comprenderán que todos nosotros
mañana o pasado mañana estaríamos ahogados en una dicha mundana. La Iglesia
tiene una doble misión respecto al mundo: por de pronto, decir sí al mundo. ¡Y
con cuánto esmero lo hemos hecho nosotros en el transcurso del tiempo! Recientemente,
con ocasión de la toma de hábito de unas Hermanas, traje a colación lo
siguiente: antiguamente se transmitía la leyenda de que existían pájaros del
paraíso que tenían la propiedad de flotar continuamente en el aire, no
tenían pies.
En nuestras filas fue siempre
completamente distinto. Permítanme que lo explique de forma resumida, entre
nosotros brillaba el ideal: los más sobrenaturales, o sea, los que viven siempre
en el otro mundo, éstos son entre nosotros los más naturales. Como verán,
nosotros no conocemos pájaros del paraíso sin pies, sino que – yo diría – exclusivamente
pájaros del paraíso semejantes a los ciempiés.
Esto significa, prácticamente,
que nuestro gran ideal fue siempre entrelazar cuidadosamente la naturaleza y la
gracia, en tanto en cuanto humanamente posible. Tanto si hablábamos del “humanista
cristiano”, o si lo denominábamos “el santo de la vida diaria”, se trata
simplemente de que tengamos de nuevo claro, cómo el buen Dios nos ha preparado
en todo momento, cómo nos ha llevado a un mundo en un tiempo en el que no se contemplaban
ni se tenían en cuenta de forma adecuada tales aspectos.
Sí, debemos comprender y
decir sí al mundo. ….. Y debemos preocuparnos de que el mundo se
transforme. Tal como dice Juan XXIII, que se transforme según sus propias
leyes. ….
Coincide en parte con nuestro
modo de pensar. ¿Qué nos dicen las primeras páginas del Antiguo Testamento?
Debemos multiplicarnos. ¿Y qué más? Debemos transformar el mundo. Esta inmensa
tarea es también la nuestra. Debemos pues imprimir al mundo también un
rostro más perfecto.
¿Qué significa esto para nosotros?
Una sintonía mucho más libre ante el mundo. ¿Y qué exige esto de nosotros? No
solamente ser religiosos, sino también preocuparse de que profesionalmente intervengamos
de forma perfecta en el engranaje del pensamiento y del trabajo científico de
hoy.
En verdad, no voy a extenderme
en mi explicación. Pero añado un segundo aspecto. Naturalmente el acento estará
en lo religioso. No solamente debemos transformar el mundo, sino – casi me
atrevo a decir – dejar que el mundo nos transforme a nosotros. Dicho de
otra forma: Nuestra tarea consiste en utilizar el mundo con todo lo que hay en
este mundo, con todo lo que hemos transformado del mismo, utilizarlo como una
escalera que nos lleva al Dios vivo, eterno e infinito.”
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