viernes, 27 de noviembre de 2020

Incorporar lo positivo del mundo en nosotros

En el texto que hoy ofrezco para la reflexión leemos sobre el valor propio del mundo. En los textos del Padre Kentenich sobre esta materia no se trata tanto del mundo y de la Iglesia, sino más bien de la relación entre el mundo, Dios y el hombre. La terminología del fundador, como dice el P. King en su libro, no es tanto “Iglesia y mundo”, sino ‘teología, filosofía y psicología de la causa primera y de las causas segundas’ y sus relaciones mutuas. También la relación entre naturaleza y gracia. Leemos en una charla a los miembros de su “Pars motrix” del 10 de febrero de 1968:

“Ustedes saben lo que hoy se dice a menudo y se predica sobre la relación entre la Iglesia y el mundo. Ustedes saben que a la Iglesia de otros tiempos se le echa en cara que sólo y siempre veía en el mundo lo que Juan destacó: ‘todo en el mundo es concupiscencia de la carne, jactancia de las riquezas, concupiscencia de los ojos’. Todo esto es verdad. ¿Pero cómo desea la Iglesia ver al mundo en la actualidad? ¿Cómo debe ser aquí el cambio de acentuación?

Debemos contemplar en principio que el mundo y la Iglesia están entrelazados mutuamente. El mundo es también una porción de iglesia, y la Iglesia es una parte del mundo. Por ello debemos ocuparnos del mundo. Debemos por ello también captar cada vez más y mejor lo positivo y lo propio del mundo, e incorporarlo a nuestro sentido de vida.

¿Qué significa esto? ¿Qué misión tiene la Iglesia respecto al mundo? Naturalmente, si dijéramos: la iglesia tiene la tarea de decir sí a lo que quiere el mundo, comprenderán que todos nosotros mañana o pasado mañana estaríamos ahogados en una dicha mundana. La Iglesia tiene una doble misión respecto al mundo: por de pronto, decir sí al mundo. ¡Y con cuánto esmero lo hemos hecho nosotros en el transcurso del tiempo! Recientemente, con ocasión de la toma de hábito de unas Hermanas, traje a colación lo siguiente: antiguamente se transmitía la leyenda de que existían pájaros del paraíso que tenían la propiedad de flotar continuamente en el aire, no tenían pies.

En nuestras filas fue siempre completamente distinto. Permítanme que lo explique de forma resumida, entre nosotros brillaba el ideal: los más sobrenaturales, o sea, los que viven siempre en el otro mundo, éstos son entre nosotros los más naturales. Como verán, nosotros no conocemos pájaros del paraíso sin pies, sino que – yo diría – exclusivamente pájaros del paraíso semejantes a los ciempiés.  

Esto significa, prácticamente, que nuestro gran ideal fue siempre entrelazar cuidadosamente la naturaleza y la gracia, en tanto en cuanto humanamente posible. Tanto si hablábamos del “humanista cristiano”, o si lo denominábamos “el santo de la vida diaria”, se trata simplemente de que tengamos de nuevo claro, cómo el buen Dios nos ha preparado en todo momento, cómo nos ha llevado a un mundo en un tiempo en el que no se contemplaban ni se tenían en cuenta de forma adecuada tales aspectos.

Sí, debemos comprender y decir sí al mundo. ….. Y debemos preocuparnos de que el mundo se transforme. Tal como dice Juan XXIII, que se transforme según sus propias leyes. ….

Coincide en parte con nuestro modo de pensar. ¿Qué nos dicen las primeras páginas del Antiguo Testamento? Debemos multiplicarnos. ¿Y qué más? Debemos transformar el mundo. Esta inmensa tarea es también la nuestra. Debemos pues imprimir al mundo también un rostro más perfecto.

¿Qué significa esto para nosotros? Una sintonía mucho más libre ante el mundo. ¿Y qué exige esto de nosotros? No solamente ser religiosos, sino también preocuparse de que profesionalmente intervengamos de forma perfecta en el engranaje del pensamiento y del trabajo científico de hoy.

En verdad, no voy a extenderme en mi explicación. Pero añado un segundo aspecto. Naturalmente el acento estará en lo religioso. No solamente debemos transformar el mundo, sino – casi me atrevo a decir – dejar que el mundo nos transforme a nosotros. Dicho de otra forma: Nuestra tarea consiste en utilizar el mundo con todo lo que hay en este mundo, con todo lo que hemos transformado del mismo, utilizarlo como una escalera que nos lleva al Dios vivo, eterno e infinito.”


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