El tema de esta semana ha traído a mi memoria mi primera experiencia consciente de “lo divino”, de Dios. Invito a mis lectores a recordar cómo fue este camino en sus vidas.
¡Permitidme que lo cuente! Era yo un niño de pocos años;
vivía largas temporadas con mis abuelos maternos; eran tiempos de postguerra en
España. Ellos fueron personas piadosas hasta la médula, vivían su día a día unidos
al Dios de sus vidas y al Dios de los altares. Visitaban a menudo las iglesias
(¡no había televisión!). Y a mí, su primer nieto, me llevaban siempre a los
actos religiosos. Tengo en mi mente y en mi corazón la Iglesia de ‘Los
Hospitalicos’, llamada también del ‘Corpus Christi’, en la calle Elvira de
Granada. Era la iglesia de los padres Agustinos. Allí acudían mis abuelos los
jueves por la tarde a la exposición del Santísimo. Yo, de la mano de la abuela,
medio asustado, niño de pocos años, veía en el altar una custodia radiante, iluminada,
era todo luz, en medio de un templo oscuro de piedras centenarias, escuchando
a la abuela decirme por lo bajito: “¡Paquito, ahí está el Señor, míralo!”
Y yo veía sólo luz ….. ¡El Señor, mi Dios, luz, solo luz, todo luz!
Después aprendí de mi padre el catecismo, y entonces supe
que hay “un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible,
todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres personas y un solo
Dios …..” Y ahí estaba mi LUZ, la de los jueves por la tarde, el Señor de
mi abuela. El Dios trascendente, tan otro, que no podemos hablar de Él,
el que está en los cielos, pero también el que aún hoy brilla en mi corazón (¡gracias
a mi abuela!).
Más tarde, pasados bastantes años, me encontré con el Padre
José Kentenich que me hablaba en sus escritos de la inmanencia divina, del
“pensar, vivir y amar orgánicos”, de un Dios que viene a mi encuentro en el
otro, en mi esposa, que se hace transparente en las cosas y acontecimientos. Una nueva
imagen de Dios. Lo explica, por ejemplo, en la carta al Padre Menningen, de la
que me hice eco ya hace dos semanas en este Blog. Escribe así:
“Empiezo con la imagen de
Dios. La imagen de Dios, desde el punto de vista bíblico y dogmático, nos
muestra objetivamente a Dios bajo un doble aspecto: Dios en las alturas y en el
inmenso infinito por encima de su creación (trascendencia divina), y
Dios en su creación (inmanencia divina) ….
La piedad contemplativa, que
descarta dentro de lo posible todas las instancias y valores intermedios entre
Dios y el hombre, busca, contempla y ama a Dios principalmente bajo el primer
aspecto; le ama en la medida que deja atrás todo lo creado, ya sean personas o
cosas, o cuando lo contempla feliz en su realidad intra-trinitaria por encima
de todo lo terrenal, en otras palabras, cuando se trata del Dios ‘tan otro’.
El hombre apostólico, cuyo
ámbito vital está repleto de muchas personas y cosas, está necesitado de forma
natural de este espacio como el lugar preferido para el encuentro con Dios. Él
no puede ni debe abstenerse y olvidarse de las personas y las cosas para tener
ante sus ojos al Dios trascendente. Al contrario, ansía – utilizando unas
palabras de san Ignacio – buscar, ver, encontrar y amar a Dios en todas partes,
o lo que es lo mismo en todas las cosas y en todas las personas.
Acostumbramos a decir desde
el principio: él gira, con todas las fibras de su corazón y con sus ojos claros
y resplandecientes de fe, especialmente alrededor del Dios de la vida, esto es,
del Dios que viene a nuestro encuentro en la vida diaria con sus disposiciones
y conducciones, alrededor del Dios de nuestros altares, del Dios de nuestros
corazones y del Dios de nuestros libros ascéticos.
O sea, en todas partes
alrededor del Dios que está íntimamente ligado con nuestra realidad, con el
acontecer de nuestro día a día. Por eso nos esforzamos siempre por hacer
trascendente piadosa y creyentemente todo lo terrenal, todo lo creado. Deseamos
encontrar a Dios siempre en el culmen de todo lo creado. Pensamos que nuestra
tarea de vida consistiría – hablando en imágenes – en poner una escalera para
la cabeza y el corazón, para ver a Dios creyentemente en todas partes, para
conversar desde el amor con él en tanto en cuanto sea posible, y por fe y amor
traer sacrificios para él de forma esclarecida.”
Hoy agradezco especialmente lo que escribiste, querido Paco... Un Dios que se encuentra presente en cada momento de la vida cotidiana es un regalo tan inefable como misterioso. Y hoy lo necesitamos muchísimo. De la mano de ti abuela caminamos todos también!
ResponderEliminarEncontrei-me neste texto, pois as atitudes e fé da sua avó pareciam muito com as da minha avó.
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