viernes, 18 de diciembre de 2020

Cristo, sentido de la historia

Nos encontramos en la víspera de Navidad, y con ello finalizando el año actual. Como última reflexión del año 2020 quiero fijarme con el Padre Kentenich en la figura de Cristo, señor de la historia y presente en todo lo creado. El texto escogido es un extracto de una carta que el fundador escribiera desde Buenos Aires a su Familia de Schoenstatt, con ocasión del 18 de octubre de 1949 (Ver: Cristo es mi vida, J.K.).

Son palabras que nos recuerdan la visión cristológica de todo lo creado. Se trata de descubrir y representar a Cristo en todas las situaciones. Esto ocurre entre los cristianos de forma consciente y expresa. Podríamos decir, por ejemplo, que el nacimiento de un niño es una indicación al nacimiento de Jesús de su madre María. La foto de una familia, y principalmente la familia misma, es una imagen de la Sagrada Familia. Cristo está presente en la vida de los cristianos, presente en la vida “natural”, en la vida “terrenal”, aunque muy a menudo en una “envoltura misteriosa”. Y no es sólo de forma sobrenatural.

Pero también en los no cristianos, en los paganos, se hace Cristo presente como “logos spermatikós” (como semilla de la Palabra). Es ésta una expresión de los antiguos Padres de la Iglesia que nos está diciendo, que el Logos, Cristo, se ha esparcido, está presente, como semillas por todas partes, incluso fuera de la Iglesia.

También debemos interpretar los “signos de los tiempos” como señales de Cristo. Hay acontecimientos y corrientes de vida que son especialmente unos “transparentes” de Cristo, son una señal que nos marcan el camino hacia Él. Veamos cómo lo expresa el Padre Kentenich:  

El sentido de la historia es la preparación, continuación, perfeccionamiento y consumación de la historia de vida de Jesús, orientada a alcanzar una perfecta unión de amor con Dios Padre. El tiempo que precedió a Cristo es el tiempo de preparación a su venida, anunciada ya con claridad en el protoevangelio (Gen 3,15). El tiempo que lo siguió es el de la misteriosa repetición de cada una de las etapas de su vida, tanto en determinadas personas como en generaciones enteras.

Unas veces es la imagen de Jesús Niño la que predomina en el plano del individuo y de la sociedad, imprimiéndoles sus rasgos; otras veces se trata del Señor que enfrenta a sus adversarios y lucha. Ora se repite de manera palpable el espanto del Gólgota, ora el júbilo de la mañana de Pascua.

El primer hombre debió abandonar el paraíso y encaminarse hacia el destierro, llevando consigo, en el corazón, el anhelo del paraíso perdido. Ya en ese momento se le unió Cristo, con el protoevangelio en su mano, y no habría de abandonarlo nunca más, ni a ese primer hombre ni a toda la posteridad que surgiría de su simiente. Como "logos spermatikós" (semillas de la Palabra) sigue a los paganos, y acompaña a los cristianos envuelto en un misterioso velo. Aquí prepara el Adviento o la Navidad, aunque sean pocos los que vengan a adorarlo, aunque sean pocos los que estén dispuestos a ofrecerle oro, incienso y mirra. Allá vuelve a vivir sus años de Nazaret. Lo hace en todo lugar donde haya familias cristianas que lo reciban en su seno. En los sacerdotes y en los laicos, Jesús recorre el mundo predicando y curando. En todas partes su palabra y obra exigen en forma inexorable una decidida opción.

El Señor revive misteriosamente su pasión en todos los que, como san Pablo, completan en su carne lo que le falta a las tribulaciones de Cristo (cf. Col 1,24); en aquellos que guardan silencio cuando la turba les grita con salvaje insistencia a los Pilatos de turno: "¡Crucifícalo!"; en los que no desmayan cuando otros Judas los traicionan y los venden por treinta monedas de plata. Día tras día, el Señor celebra la Pascua aunque sólo haya un puñado de testigos fieles de su resurrección y de su glorioso triunfo. Y les envía el Espíritu Santo a todos los que oran y parten el pan con perseverancia.

Todas las tribulaciones de la vida y del acontecer del tiempo se resuelven en Cristo. Hablamos de tribulación cuando las débiles fuerzas humanas entran en conflicto con poderes más fuertes y superiores y se derrumban en la lucha, pero de tal manera que de la derrota fluye bendición abundante. En este sentido, los teólogos dicen que en Cristo el "mysterium iniquitatis", el misterio de iniquidad, se transforma en "mysterium gratiae", en misterio de gracia.”

Aprovecho la oportunidad para saludar y agradecer a todos mis lectores, deseándoles una feliz y santa Navidad y un nuevo año 2021 muy bendecido. En estos tiempos de incertidumbre que nos ha tocado vivir, rezo con el Padre Kentenich una oración que él escribió en el campo de concentración de Dachau al saber de la destrucción de la ciudad de Koblenza por los bombardeos de la guerra en el año 1944 (Ver: Libro de oraciones ‘Hacia el Padre’, pág. 176):

En grandes pesares y amargos dolores,

no obstante mis faltas y culpas,

benigna escuchaste mi oración,

mi súplica filial.

…..

Aunque se desplome el mundo,

lleno de confianza,

mi único norte

será cumplir con fidelidad

el querer del Padre.

 

A través de tinieblas

y tiempos de caos,

de tu mano, Madre,

Él me guiará

hacia el hogar,

la patria del cielo.

 

1 comentario:

  1. Gracias por estos textos, por tus reflexiones, por tu enorme profundidad, querido Paco... Te mando un abrazo enorme y otro a Anneliese...

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