¡Feliz y santo año 2021! En estos días pasados, de intimidad familiar en el ambiente navideño del misterio de Belén y de recogimiento obligado por las circunstancias sanitarias conocidas, he tenido la ocasión de reflexionar sobre el año que pasó. Los hijos del Padre Kentenich, su Familia de Schoenstatt en todo el mundo, han tenido que hacer frente no sólo a la pandemia del Covid sino a las noticias que sobre el Fundador han aparecido en la prensa y su repercusión en el proceso de canonización del mismo.
Justo en este contexto he recordado las palabras que el amado
Papa Juan Pablo II nos dijo a los miembros de la Familia de Schoenstatt
reunidos con él en el Aula Pablo VI el veinte de septiembre de 1985. Mi esposa
y yo estábamos allí, era un viernes. Recuerdo perfectamente sus palabras:
“La experiencia secular de
la Iglesia nos enseña que la íntima adhesión espiritual a la persona del
fundador y la fidelidad a su misión – una fidelidad que está siempre de nuevo
atenta a los signos de los tiempos – son fuente de vida abundante para la
propia fundación y para todo el pueblo de Dios … Vosotros habéis sido llamados
a ser partícipes de la gracia que recibió vuestro fundador y a ponerla a
disposición de toda la Iglesia.”
En una reflexión del P. Juan Pablo Catoggio sobre el
misterio interior del Fundador podemos leer que “la medida de la misión
determina la medida de la cruz. …. Su camino es un largo via crucis, lleno de
renuncia, dolor y sacrificio. Una constante que se repite en los grandes santos
y fundadores, a lo largo de toda la historia de la Iglesia”. Como ejemplo y
muestra de esta actitud de fe y entrega, el P. Catoggio cita parte de una carta
que el Padre Kentenich escribiera desde el exilio a uno de sus compañeros de
Dachau, el P. Fischer:
“Usted cree que sufrí muchas
y enormes desilusiones en mi vida. Es un gran error. Cuando uno se dispone a no
esperar nada y a regalar todo, la vida se llena de sorpresas. Si observa cuánto
amor me rodea - a pesar de los terribles golpes de parte de la autoridad - y
cuánta fidelidad se me brindó en todas las situaciones, entonces deberá admitir
que quizás no haya ningún hombre en el mundo - al menos no muchos - que hayan
sido y sean tan mimados como yo. Cruz y dolor pertenecen a toda vida. Y
tratándose de una obra de tal envergadura como la nuestra, me parece que el
precio del rescate pagado es sumamente bajo, por lo menos en lo que a mí
concierne.
Nunca me confundí o me sentí
inseguro frente al camino a seguir, nunca estuve agriado o amargado. Incluso una
y otra vez, tuve oportunidad de tener algo de consideración con mi cuerpo, a
pesar de las continuas ocupaciones que me tomaban hasta parte de la noche. Cuanto
menos necesidades se tiene, con más gratitud se recibe cada amabilidad, y
cuanto más libre se es ante los hombres, tanto más se los atrae hacia sí,
aunque uno no se lo proponga.
Usted se asombra además de
que yo esté todavía en pie, y que - en tanto los decretos así lo permitan - sostenga
firmemente las riendas en mis manos y dé indicaciones estratégicas en todas
direcciones, como si viviésemos en perfecta paz. No debe olvidar que Schoenstatt
es un hijo de la guerra, nacido en la guerra, nutrido y criado en la guerra, y
destinado a encender en todas partes la antorcha de la guerra y a guerrear. Las
expresiones de este tipo no deben ser consideradas como frases huecas. Reflejan
realidades. Quien conoce su vida según la ley ordo essendi est ordo agendi (el
orden de ser determina el orden de actuar) es feliz cuando las balas silban en
sus oídos o, expresado de manera moderna, cuando estalla la bomba atómica. Usted
conoce la frase de Nietzsche, que uno debería poder construir su casa junto al Vesubio.
Yo tuve que hacerlo desde mi infancia, por eso no me molesta la lava que el
cráter expulsa abruptamente. Si el alma reposa en total santa indiferencia, se
siente tan bien como cuando reina buen tiempo.”
Sabemos que el Vesubio sigue en actividad – lo hemos experimentado en el año que pasó -, y que la lava intenta destruir nuestro hogar. Una gracia pido al Señor para el año que acaba de comenzar: “que, como hijos del Padre, nuestra alma repose en total y santa indiferencia”. Así nos sentiremos tan bien como cuando reina el buen tiempo.
En total y santa indiferencia... Que no es lo mismo que indiferencia como la conoce el mundo...!
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