viernes, 15 de enero de 2021

Principio paternal

Como vimos la semana pasada, nuestro querido Santo Padre Juan Pablo II nos recordaba a los miembros de la Familia de Schoenstatt que “la íntima adhesión espiritual a la persona del fundador y la fidelidad a su misión” son una fuente de vida para el propio Movimiento y para toda la Iglesia. Es evidente que tal adhesión espiritual a una persona pasa por tener un conocimiento de la misma. Conocer es amar y amar es conocer.

El Padre Kentenich tuvo “a lo largo de toda su vida un único gran ideal: Dios y las almas.” El P. Juan Pablo Catoggio en la reflexión sobre el ‘misterio interior’ del Fundador nos dice al respecto: “El P. Kentenich vivió su tarea sacerdotal como servicio paternal a los suyos. Condujo a muchos hombres y mujeres al Padre Dios haciéndoles transparente algo de su sabiduría y amor. Ser padre, como reflejo de la paternidad divina, es el camino necesario para que los hombres recuperen su ser filial y superen la angustiante horfandad de nuestra época.” Y esto se reflejó en su programa pedagógico: la aplicación del principio paternal.

Hoy invito a mis lectores a profundizar en el conocimiento del Fundador a través de la lectura de un artículo que el Prof. Dr. Rudolf K. Weiland, de la Universidad Católica de Eichstätt/Alemania escribiera para el “Schoenstatt Lexikon” (Patris Verlag) sobre el principio paternal. Tengamos en cuenta que, como dice el Dr. Weiland, el principio paternal fue un asunto no muy entendido en su tiempo y que jugó además un papel importante en las visitaciones de la Jerarquía eclesiástica a Schoenstatt en los años cuarenta y cincuenta el siglo pasado. Aquí el texto:

“Partiendo de la paternidad natural, el P. Kentenich observa que las realidades de paternidad y maternidad y las consecuencias que se deducen de ello en la familia natural tienen un significado que va más allá de la propia familia. Por eso funda sus comunidades en analogía con la familia natural y promueve en ellas el espíritu familiar.

Y elabora esto de manera particularmente clara en la posición del padre, que es y debería ser un transparente del Padre Dios. Psicológicamente, esto se constata en el hecho de que la imagen de Dios de cada creyente está formada normalmente por sus propias experiencias paternales, por lo que las experiencias paternales negativas suelen ser un obstáculo para una imagen positiva y sana de Dios.

El P. Kentenich habla del principio paternal en un sentido amplio y en un sentido más estricto y especial.

1. En la Jornada pedagógica de 1951 (Ver: “Que surja el hombre nuevo” – Una psicopedagogía religiosa) se ocupa de la experiencia de una auténtica filialidad (experiencia a posteriori, experiencia antagónica, experiencia de complementación). Entre otras cosas habla de la “vivencia a posteriori de una auténtica filialidad, en un gustar a posteriori la vivencia del padre y de la madre”, que “se concretiza prácticamente” en la “vivencia paternal”. “Esto supone, que Dios me regala un padre, una madre, en quienes pueda vivir a posteriori todo lo que, como niño, no pude vivir o no lo viví en forma satisfactoria.” (Jornada 1951)

Esto requiere mucha paciencia por parte del educador paternal. De manera análoga se aplica al sacerdote, que se ve a sí mismo como un buen pastor y padre, y que debe tener un conocimiento suficiente de las leyes que son válidas en estos procesos. La responsabilidad en todo esto es particularmente grande para el sacerdote, para que sea y pueda ser realmente un transparente del Padre Dios para los que le han sido confiados. Esta mentoría o paternidad espiritual será cada vez más importante y decisiva como actitud responsable del sacerdote en la pastoral del futuro.

2. En sentido estricto y propio, el P. Kentenich habla del principio paternal en relación con los institutos seculares que fundó para mujeres (Hermanas de María, Señoras de Schoenstatt). Durante los largos años de fundación y desarrollo de las estructuras internas y oficiales de los mismos, se dio cuenta de que estas comunidades y su fecundidad solo pueden sobrevivir si el principio materno común a las comunidades de mujeres se complementa con el principio paterno. Sólo así, de acuerdo con la convicción y el deseo del Fundador, se puede materializar plenamente el carácter familiar y asegurar la existencia de estas comunidades sin votos, cuyos miembros sólo están vinculados por un contrato-consagración. La posición de padre que tiene el "director general" o "director espiritual" tiene un efecto vital y legal en diferentes niveles.

El principio paternal, en su novedad y significado, no se entendió fácilmente. También jugó un papel importante en las visitaciones de la jerarquía eclesiástica a Schoenstatt en los años 1949 y 1951-1953.”

  

3 comentarios:

  1. Todos los seres humanos necesitan un padre y una madre. ¿Por qué el P. Kentenich no vio la necesidad de que las comunidades masculinas tuvieran también un "transparente" de la maternidad en una persona de carne y hueso, como sí vio la necesidad de un padre de carne y hueso para las mujeres?

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    1. Qué buena pregunta! Sería bueno investigarlo. Quizás pesaba la época, donde la autoridad era ejercida por el padre y la madre era la que daba la calidez de hogar y por la tanto María podría reemplazarla. Esa dicotomía hoy ya no corre: el calor del hogar es responsabilidad de los dos en la reciprocidad. Y quizás en nuestros Institutos célibes falte todavía esa reciprocidad...

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  2. Agradezco a mi lector Gonzalo Génova su observación. En una de las próximas semanas abordaré el tema que propone. Necesito algo de tiempo para investigar. Como adelanto, deseo recordarle que para nuestro Padre Fundador “las voces del tiempo” tuvieron una gran importancia en su actividad pastoral y espiritual. Era de la opinión fundada en la fe de que Dios nos habla “a través de todos los golpes del destino, a través de las circunstancias y de todas las situaciones vitales”. Tenía en mente la conocida palabra del cardenal Faulhaber (1869-1952) “Vox temporis vox Dei”. Y no olvidemos además que los años de actividad de nuestro Padre se extienden en la primera mitad del siglo pasado. ¡Qué tiempos aquellos, tan distintos de los nuestros!

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