viernes, 31 de diciembre de 2021

Hacia los tiempos más nuevos

Vivimos en este final de año tiempos difíciles. Son muchas las familias que han perdido a seres queridos o que albergan en sus hogares a enfermos del ‘Covid’, otras viven en la inseguridad del mañana. Parece que la angustia nos persigue y atosiga a todos nosotros sin excepción.

En una selección de textos del Padre Kentenich titulada “Desafíos de nuestro tiempo” he encontrado algunos párrafos suyos que nos pueden ayudar en estos días. Sabemos que nuestro fundador vivió siempre intensamente su tiempo con una extraordinaria conciencia y responsabilidad histórica. Él se dejaba guiar por el Dios de la vida.

En cierta ocasión después de mostrar un sombrío panorama de nuestra cultura, que ha perdido su fundamento en Dios y que se encamina aceleradamente hacia el caos; un tiempo caótico, con un hombre desintegrado, vitalista y mecanicista, el Padre Kentenich no cedió al pesimismo ni al desaliento. Él decía y nos dice hoy a nosotros lo siguiente:

 Ha sido un cuadro francamente triste, desconsolador; sí, aplastante y desalentador, el que hemos mostrado. ¿No somos presa, a partir de eso, de cierto pesimismo que podría aminorar nuestra capacidad de acción? ¿No tendríamos que responder, moviendo la cabeza, que todo esto significa el fin de esa humanidad tan ricamente dotada por Dios, que él creó según la imagen natural y sobrenatural de sí mismo? ¿No significa, todo lo anterior, el término de la humanidad, de esa humanidad por la cual el Hijo Unigénito de Dios dio hasta la última gota de su sangre?

El pesimismo quisiera embargar nuestra alma y estremecerla profundamente. Quizás podríamos plantearnos más bien la pregunta así: ¿no estamos ante un aniquilamiento, ante un ocaso de la humanidad, como en el tiempo de Noé? ¿No surgirá de este derrumbe un nuevo tiempo, una nueva generación, una nueva familia humana de la cual va a brotar y crecer un árbol nuevo, una nueva primavera? ¿Quién puede darnos una respuesta precisa? ¿Quién de nosotros ha sido el consejero de la sabiduría eterna? (cf. Rom 11,34). ¿Quién ha podido jamás penetrar sus planes? Una cosa, sin embargo, puedo aseverar con seguridad: en este trasfondo oscuro brilla para nosotros un nuevo e inigualable optimismo. Es la simple y vigorosa fe de que está surgiendo un mundo nuevo, un mundo lleno de la luz y del brillo del sol, un mundo en el cual Cristo, el rey del universo, y María, la gran reina, van a obtener una victoria particularmente singular. Nosotros, que caminamos en las tinieblas, debemos comprendernos como los precursores de esta gloriosa nueva época, aunque también nuestro camino deba pasar por oscuridades y tinieblas o nos espere una muerte cruenta (…).”

Recuerdo, para terminar, que el Padre invitaba siempre a vivir con una enorme esperanza. Su último escrito (mensaje final para el Congreso nacional de los católicos en Essen, 1968) tiene la siguiente consigna:

“Alegres por la esperanza, seguros de la victoria, marchemos con María hacia los tiempos más nuevos.”

A los lectores del Blog y a sus familiares les deseo un feliz y muy bendecido año 2022.

viernes, 24 de diciembre de 2021

¡FELIZ NAVIDAD! - VIVENCIA DE LA ALEGRÍA

El Padre en un retiro espiritual del 7 al 13 de octubre de 1934 nos habla de la alegría - Es conocido como "Las fuentes de la alegría".

Ofrezco a mis lectores algunas consideraciones suyas sobre la vivencia de la alegría.

"Consideren cómo surge la vivencia de la alegría. Es una pregunta que nos interesa también en el marco de nuestra vida cotidiana, en la pastoral y en la educación. ¿Cómo será que se suscita la vivencia de la alegría? Una revisión serena del proceso nos mostrará que debemos hacer dos cosas. En primer lugar, debemos despertar el hambre de alegría en nuestra alma. Y, en segundo lugar, debemos esforzarnos por sumergir nuestra alma hambrienta de alegría en la atmósfera de la alegría, en una atmósfera de alegría como la que nos llega desde la Sagrada Escritura, desde la vida de los santos y desde la liturgia. Nuestra primera tarea consistirá en despertar el hambre de alegría.

1. Explicación psicológica

Una sana psicología a la vez que nuestra vida concreta nos permiten alcanzar una clara comprensión de la relación psicológica que existe entre esos dos momentos del hambre de alegría y del sumergirse en la atmósfera de alegría. Si estoy sufriendo hambre y entro a un recinto en el que me llega un aroma de alimentos asados ¿no es acaso evidente que me lance con avidez sobre los mismos? ¿Cuál es el sentido de la educación, psicológicamente hablando? Suscitar un movimiento espiritual de bienes, un movimiento espiritual de alegría. Ahora bien, para que esos bienes se capten en forma correcta es necesaria una correspondiente perspectiva de intereses o receptividad para los valores. Hay que generar ambas cosas: la receptividad para los valores y el movimiento de alegría. Esto mismo es lo que hemos expresado al decir que debemos despertar el hambre de alegría y sumergir el alma hambrienta de alegría en una atmósfera de alegría.

2. La alegría, un instinto primordial y un derecho inalienable

El hambre de alegría se despierta en nosotros cuando nos convencemos debidamente de que el instinto de alegría, el instinto de felicidad, es un instinto primordial de la naturaleza humana. Con esto tienen ante ustedes una afirmación de enorme importancia. Queremos alimentarla y convencernos de ella en forma tan clara y profunda que tengamos así una base firme a partir de la cual podamos formar y plasmar más tarde la vida en forma sistemática. ……

Por tanto, es falso y erróneo cuando se dice aquí y allá que la alegría no es más que un trago de una botella de champaña que muy pocos mortales pueden adquirir. ¡No es verdad! Todo aquel que pueda decir que posee naturaleza humana tiene un derecho inalienable a la alegría. Por eso mismo, el instinto de alegría debe ser satisfecho de alguna manera —el cómo lo veremos más adelante— pues, de lo contrario, la naturaleza puede enfermarse, puede sufrir una quiebra irreparable.

También se equivocan los que afirman que la alegría es una niñería: cosa para niños, niñas y mujeres pero no para vigorosas figuras masculinas. El varón tiene que cumplir con su deber; todo lo demás es secundario. ¡Es erróneo! El varón también tiene naturaleza humana, el instinto de alegría también está asociado con la naturaleza del varón y, consiguientemente, el varón también tiene un derecho a la alegría.

Y del mismo modo hablan y actúan en forma totalmente errónea los que opinan, en nombre de la religión, que una religión, sobre todo la religión cristiana, no debe suscitar alegría ni deformarse en alegría. ¡Qué erróneas son tales concepciones, ya por el solo principio que dice: gratia naturam non destruit, sed elevat! Aun cuando estemos insertos en el mundo de lo religioso, en el mundo de la gracia, no renunciamos a un sano derecho natural. Así, también Francisco de Sales y todos los que se hacen eco de él tienen razón cuando dicen: ¡un santo triste es un triste santo! Es decir: un santo que está triste es una caricatura de santo porque no ha cumplido el sentido de su naturaleza, no ha enderezado lo que, según la intención de Dios, debe enderezarse sin falta.

3. La alegría humana, participación de la alegría divina

Si es así que la alegría es un instinto primordial de la naturaleza humana, de ello se sigue una segunda consecuencia: la convicción de que la alegría tiene que ser de manera singular una participación de la alegría divina. Los instintos primordiales, los instintos primordiales sanos queridos por Dios deben estar profundamente arraigados también en Dios. ¡Recuerden que Dios es un Dios de alegría, que la alegría forma parte de la esencia de Dios! La profunda razón psicológica de esa afirmación estriba en que la alegría es el reposo del apetito en la posesión de un bien. ¿Y acaso no posee la voluntad de Dios el bien supremo en forma constante, eterna, inamisible, permanente, segura y garantizada? Dios se posee a sí mismo como el Bien Supremo. Por esa razón, Dios tiene que ser un Dios de alegría y quien ama a Dios, quien esté arraigado en Dios, participa de la vida divina y tiene que participar por ello también en la alegría divina."


  

viernes, 17 de diciembre de 2021

LA FUERZA UNITIVA Y ASEMEJADORA DEL AMOR

En la entrega de amor, el hombre se capacita y dispone para dejarse regalar por la persona amada, para asumir el mundo de valores de esa persona y dejarse marcar con la impronta de ese mundo. Se trata de un proceso de encuentro creador siempre renovado entre el propio mundo espiritual y psíquico y el de la persona amada. En tal sentido, el tema del desinterés en el amor y del amor a sí mismo no es sólo de naturaleza ascética y ética. Este tema desempeña en el pensamiento del padre Kentenich un papel especialmente importante en el tratamiento de la conexión que existe entre amor divino y amor humano.

“Ciertamente vale la pena detenerse en este lugar y preguntarse: ¿qué efecto tiene esta ley de transferencia, qué efecto tiene la vinculación orgánica, personal? Permítanme que se lo diga con una expresión técnica: tiene un efecto singularmente creador, ya que es el principio más creador en la naturaleza. Pueden preguntar a todos los que lo hayan experimentado por vez primera al haber alcanzado una vinculación profundamente íntima con Dios, [y les dirán] cómo se despierta todo un mundo, un ritmo de vida, y ello en un lapso muy breve de tiempo. Por otro camino hubiesen sido necesarias, tal vez, varias décadas para que esa fuerza creadora de la vinculación alcanzara sus efectos.

¿Quieren escuchar otra expresión de lo mismo? …… Quiero exponérselo en términos científicos con un par de rápidos trazos, dando la respuesta en el sentido de la filosofía antigua, de la filosofía moderna y del pensar y sentir de la gente sencilla.

En el sentido de la filosofía antigua. He señalado que la vinculación o, dicho de otro modo, el amor, el simple quererse, tiene dos fuerzas: una fuerza unitiva y una fuerza asemejadora. Son sólo expresiones diferentes para designar la transmisión de vida.

….. ¡Qué profunda es esta fuerza unitiva en el ser humano! Es estar profundamente uno en el otro, en lugar de uno contra otro: yo en ti, tú en mí, y ambos uno en el otro. Así es como la vida nos muestra los actos de amor. Y este estar uno en el otro es tan fuerte que podemos hablar de una conciencia de identidad: yo en ti, tú en mí, y ambos uno en el otro. …..

Pero no sólo se da una fuerza unitiva, sino también una fuerza asemejadora: idem velle et idem nolle, armonía de los corazones, de las inclinaciones. Ya los antiguos filósofos vieron esta realidad. Y la misma llega tan lejos que, en su forma extrema, uno se torna, sin quererlo, semejante a la persona amada hasta lo último. Esto es comunicación de vida.

…… ¿Quieren escuchar la misma idea en el sentido de la filosofía moderna? Es sólo una descripción diferente. Si expresamos de forma psicológica moderna lo que dijeron ya los antiguos, alcanzaremos mejor el objetivo. …. Según los modernos, son dos los efectos del amor, de la vinculación: en primer término, se sacia mi necesidad de cobijamiento; es lo que los antiguos llamaban efecto unitivo.

En segundo término, por medio de esa vinculación asumo la actitud de la persona amada no sólo de forma intelectual, sino también instintiva. Quiero subrayar especialmente la expresión “instintiva”. Esto es lo más importante hoy en día, en un tiempo en que procuramos encontrar el camino de lo individual a lo existencial. Esto es lo grande de nuestro tiempo: que no nos quedamos detenidos en la cabeza, sino que debe darse satisfacción también al corazón, a los instintos. ….

¿Queremos escuchar de nuevo la misma idea? ¿Cómo lo expresa el pueblo sencillo? ¿Por qué medios alcanzaban nuestros padres el efecto que producían? Por el poder del buen ejemplo. Así pensaron y así actuaron. Queremos decirlo siempre con sencillez. Nos sorprendemos de lo sencillo que es todo esto, y nos sorprendemos de poder expresarlo de forma erudita. ¿Comprenden lo que quiero captar con la expresión “ley de transferencia orgánica”?

Pero hay todavía una segunda ley que opera en la vinculación orgánica: la ley de transferencia y traspaso orgánicos. Escúchenlo una y otra vez: ¡orgánicos!

Vean el gran plan salvífico de Dios. Dios quiere tenernos para sí, y esto no debemos cuestionarlo. Él nos quiere tener de manera absoluta, con todas las fibras de nuestro ser y con cada uno de nuestros instintos: el instinto filial, el paternal, el maternal, el fraternal, el esponsal. Dios, mi todo. Dios quiere que todos los instintos de amor estén vinculados a él hasta en sus últimas ramificaciones. ¿Y qué significa aquí la ley de traspaso? No debo dejar que las personas se queden detenidas en mí: debo velar para que continúen su crecimiento más allá de mi persona y se adentren y arraiguen en el corazón de Dios. …..

Permítanme que lo exprese de nuevo de forma más simple. Dios es un sabio psicólogo y ha construido el organismo íntegro del mundo. Entonces, deja caer una cuerda. Desea vincularnos con lazos humanos. A pesar de ser espíritu, Dios es muy humano y razonable. Desea atraer a los hombres con lazos humanos. Por eso mismo hace que podamos vincularnos con amor de hijos, de padres y de esposos. Pero tira de la cuerda hacia arriba y no descansa hasta que todo haya llegado a estar vinculado con él. El núcleo del asunto es siempre el atributo de orgánico. La ley de traspaso y transferencia es siempre la ley de ampliación y traspaso orgánicos.”

De: Educación mariana (1934), 157-161

 

viernes, 10 de diciembre de 2021

DIOS MISMO NOS EDUCA EN EL AMOR

En el texto de este viernes el Padre Kentenich nos invita a entrar en la ‘escuela superior’ del amor. Dios quiere llevarnos a una vinculación cada vez mayor con él. De ese modo, como explica el padre King en su introducción a estos textos en el libro “El poder del amor”, se dan fases en que se produce una menor valoración de lo terreno y una mayor valoración de Dios. Estas mismas constantes se verifican también en el amor entre personas humanas, por ejemplo, en el amor conyugal. Leemos:

“¿Quién no se reconoce a sí mismo en este atrapante y eterno juego, con todas sus alternativas? ¿Quién no ve en él su camino a Dios y, a la vez, el camino de Dios hacia nosotros? ¿Quién no vislumbra en las escenas del Cantar de los Cantares las alternativas de su propia lucha entre el amor a Dios y el amor propio, ese enemigo único, pertinaz y tan ramificado del amor de Dios?

Primeramente, Dios atrae hacia sí nuestra alma mediante el consuelo y la dulzura en el trato interior con nosotros. Lo hace a fin de inducir nuestra alma a abandonar el mundo y sus placeres y para regalarle el gusto por las cosas del cielo. Como dice con acierto Francisco de Sales, en ese estado buscamos no tanto al Dios del consuelo como más bien el consuelo de Dios. Por tanto, nuestro amor a Dios se caracteriza aún por un fuerte egoísmo y egotismo. Es posible que en ese estado ofrezcamos algún sacrificio y profundicemos celosamente en la oración. Pero, por lo común, sólo lo hacemos mientras el egoísmo encuentre provecho en ello en forma de consuelo interior, a la vez que suficiente alimento.

Pero pronto comienza Dios con la otra cara de su regla de juego. Él huye, nos retira sus consuelos, es decir, se cubre de oscuridad. Es como si realmente huyera de nosotros. Sin embargo, viéndolo con claridad, hemos de reconocer que se trata de la huida del amor. El saborear con gran sentimiento su amor se hace así menos frecuente y más breve. Nuestra alma se ve sumergida en desconsuelo. Por esa razón, se encuentra en el peligro y la tentación de volver la espalda a Dios, que ya no se deja ver ni sentir, y de acabar pronto la relación con él. …… Si, a pesar de todo, el alma logra permanecer fiel y buscar llena de anhelo en todas partes al amado en medio de la oscuridad y la aridez, habrá ganado una vez más el juego del amor. Y su divino compañero comenzará pronto de nuevo con una segunda purificación del alma, a la que seguirán una tercera, una cuarta y una quinta. ……

Si gana la palma también en este certamen, es decir, si también entonces permanece fiel a su anhelo y a su búsqueda, no pasará mucho tiempo hasta que comience la tercera ronda del juego del amor. Entonces aparecen violentas tentaciones, en especial contra la pureza y las virtudes teologales, con una fuerza inusitada e insospechada. Es como si el alma fuese una única gran cloaca. Las ocupaciones predilectas que hasta ese momento le producían satisfacción la dejan ahora vacía e insatisfecha. Las obras predilectas a las que estaba apegada con todo su corazón le son arrebatadas y mutiladas. Nada le produce ya una alegría perceptible, sensible. A montones se cargan sobre sus espaldas tareas por las que siempre sintió un rechazo natural. Entonces, el alma comienza a avenirse poco a poco a la intención del educador divino y a dejarse más a sí misma: más aún, en cierta medida, a odiarse a sí misma, deseando anhelantemente sólo a Dios, que es el único que puede brindarle plenitud interior y sostén.

En la cuarta ronda, el amado se retira aún más. Permite que el alma sea hurgada con maledicencias de todo tipo. Todo el mundo le arroja inmundicias como si su honra semejase una cerilla arrojada en la calle, que puede ser pisoteada a discreción por cualquiera que pasa. Sus emprendimientos, sean grandes o pequeños, y aunque tengan su origen en las intenciones más nobles y puras, son enlodados odiosamente de continuo. Sus amigos huyen. ….. Debe ser regiamente libre y sólo elevar su mirada hacia el Único a quien pertenece, a fin de llegar a ser hija de un amor único, grande, fuerte, desinteresado y creadoramente fecundo.

La última ronda del juego del amor, que es la más difícil, está aún pendiente. Para purificar totalmente al alma, se la sumerge en un profundo abandono de Dios, de modo que puede exclamar, junto al Señor en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). El Padre celestial, de cuyo amor ha vivido el alma, parece ser tan sólo el severo juez que la condena, ante cuyo rostro ella quisiera ocultarse. Ahora es capaz para la unión indivisa de amor, para la perfecta fusión mutua de corazones, para el perfecto intercambio de corazones. …..

La patena que sostienen nuestras manos ha asumido así verdaderamente una forma singular y una insospechada plenitud. Está siempre llena hasta el borde. Tan universal es siempre la vigencia y tan original la eficacia de la ley que dice: el amor vive del sacrificio y el sacrificio nutre el amor.

Las leyes del juego que acabamos de poner de relieve no tienen excepción aquí en la tierra. Por eso mismo, tanto la santísima Virgen como el mismo Señor han estado sometidos a ellas.”

De: Maria – Mutter und Erzieherin – (María, Madre y Educadora) (1954), 294-299 

viernes, 3 de diciembre de 2021

PURIFICACIÓN DEL AMOR

Bajo el título “María, Madre y Educadora – Una mariología aplicada” tenemos una serie de apuntes del Padre Kentenich para las homilías del año mariano de 1954. Estaban previstas para pronunciarlas durante la cuaresma de ese año en la parroquia de la Santa Cruz en Milwaukee. Sabemos que el Padre dictaba estos textos en alemán a su secretaria, y un hermano de comunidad los traducía al inglés para los actos litúrgicos de los domingos y festivos correspondientes. Algunos de los apuntes sirvieron además para completar otra serie de escritos pedagógicos del fundador. Es en realidad un tratado o escuela mariana, en donde se pone de manifiesto la sabiduría pedagógica del Padre Kentenich, su amor a María y, especialmente, la bi-unidad entre Cristo y María.

Sobre el tema que nos ocupa en las últimas semanas de este Blog – ’el amor’ – destacamos el siguiente texto referido a la relación entre amor y sacrificio, aspecto de suma importancia para todos y especialmente para los matrimonios y padres de familia.    

“Aquí se trata de la fuerza unitiva del amor en todas sus variantes y grados en su relación con el sacrificio. Acabamos de hablar de las reglas del juego que rigen en este contexto. Esas reglas señalan los sacrificios a los que se está haciendo referencia. Las encontramos descritas de forma clásica en el Cantar de los Cantares. Sin embargo, sólo resultan comprensibles para quien conozca la vida amorosa natural y sepa encontrar en ella un símbolo de la comunión sobrenatural del alma con Dios.

El juego de amor entre dos amantes se atiene en todos sus estadios a una única regla fácil de reconocer y de aprender. Se presupone, sin embargo, que lo que une a ambas personas es un amor verdadero y genuino. Si es así, la regla se pone en juego por sí sola, pues está íntimamente conectada con la vida amorosa, está tomada de ella y plasmada por ella. Esa vida es un constante buscarse y encontrarse mutuamente. Es un aparente huir y esconderse el uno del otro a fin de encontrarse de forma tanto más íntima, y ya nunca más separarse.

Pasará mucho tiempo hasta que el estar-uno-en-el-otro que es propio del amor haya eliminado todos los ruidos parásitos del egoísmo, todas las rigideces, los aferramientos y los enfados que pujan por subir a la superficie a raíz de las falsas exigencias del yo en su avidez de posesión y fruición, y hasta que haya redundado en una dichosa bi-unidad y pueda exclamar con júbilo: “Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado” (Ct 2,16). No busco ya tanto sus bienes, ni me busco a mí mismo, sino que lo busco a él.

El proceso de purificación y de despojo del yo relacionado con el amor se experimenta de forma muy dolorosa, pero brinda al mismo tiempo una profunda felicidad. El juego del amor que opera en ese proceso es cautivante; es emocionante y embarga de dicha.

Dice, en su reclamo, la novia en el Cantar de los Cantares: “Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros” (Ct 1,7). “Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amor de mi alma. Busquele y no le hallé. Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la ciudad […] Apenas habíalos pasado, cuando encontré al amor de mi alma. Le aprehendí y no le soltaré hasta que le haya introducido en la casa de mi madre” (Ct 3,2ss).

Apenas ambos se han encontrado del modo descrito, el camino los separa una vez más. El novio abandona de pronto a la novia nuevamente. La lejanía exterior despierta de nuevo el anhelo interior de estar uno junto al otro y en el otro. La novia busca por largo tiempo al novio, sobre todo para enriquecerse con él, para perfeccionarse por su posesión. Una y otra vez, en el marco de este apasionante juego, pone ella en primer término sus deseos, sus regalos y su belleza, invocando todo ello con un apego al yo y un egoísmo finamente disimulados. El amado acepta esa debilidad con comprensiva tranquilidad y se comporta por el momento como si no viese todo el egocentrismo que se esconde en ello. Se deja encontrar una y otra vez, para retirarse de pronto nuevamente al poco tiempo, hasta que el alma haya superado en su amor todo apego al yo y lo busque y ame sólo por él mismo. Sólo entonces habrá alcanzado su meta esta cuidadosa educación al amor.

¿Quién no se reconoce a sí mismo en este atrapante y eterno juego, con todas sus alternativas? ¿Quién no reconoce en él su camino hacia Dios y, a la vez, el camino de Dios hacia nosotros? ¿Quién no vislumbra en las escenas del Cantar de los Cantares las alternativas de su propia lucha entre el amor a Dios y el amor propio, ese enemigo, único, pertinaz y tan ramificado, del amor de Dios?”

De: Maria – Mutter und Erzieherin – (María, Madre y Educadora) (1954) 292-294

 


viernes, 26 de noviembre de 2021

LLEGAR A SER LIBRE DE SÍ MISMO

En una de las cartas que el padre Kentenich escribió en el año 1956 al padre Alex Menningen reflexiona sobre el amor a Dios y al prójimo, y destaca entre otros aspectos el hecho de que cualquier amor exige para su fecundidad la muerte del propio yo, lo que supone una disposición personal al sacrificio y llegar así a ser libre de sí mismo. Es un tema que nosotros como padres bien conocemos porque lo experimentamos cada día en la relación amorosa con nuestros hijos. Nuestro amor a ellos trae consigo a menudo grandes renuncias. Leemos en la carta:   

“Déjame que destaque especialmente en las líneas citadas la disposición al sacrificio. En el contexto del amor, la expresión nos recuerda su inmutable ley de ser y de vida. Solemos decir, en lugar de ello, que amor y sufrimiento, o bien, amor y desprendimiento, o bien, amor y sacrificio, sobre todo en el estado afectado por el pecado original, van inseparablemente unidos en todas las etapas de la vida. Por eso no nos resulta extraño el axioma que dice: el amor vive del sacrificio y el sacrificio nutre el amor.

La razón interior de tal unión se comprende con facilidad. Todo aquello que tiene virtud creativa vive del sacrificio, se alimenta de la valentía, requiere perseverancia y esfuerzo. Lo mismo vale, y en primer lugar, acerca del amor. Este no se caracteriza solamente por tener una mayor o menor dinámica creadora, sino que es, sin más, el mayor poder creador del cielo y de la tierra. Por eso, el amor no puede vivir sin sacrificio. Viéndolo de forma aún más precisa y profunda: el amor es una fuerza unitiva y asemejadora. Tiende a una bi-unidad espiritual lo más perfecta posible, a una profunda fusión de corazones y a una permanente unión de ser y de vida. Tal unidad, empero, no puede darse ni mantenerse sin la muerte del yo. Sólo sobre las ruinas del yo puede esperarse la resurrección del nosotros humano y divino, y sólo así la posesión plena de uno mismo según es querida por Dios. Este es el sentido de las palabras del Señor que dicen: “Quien pierda su vida por mí, ése la salvará” (cf. Lc 9,24). Lo mismo subraya Ortega y Gasset, cuando constata:

«[…] es alguna cualidad egregia lo que dispara el erótico proceso. Apenas comienza éste, experimenta el amante una extraña urgencia de disolver su individualidad en la del otro, y, viceversa, absorber en la suya la del ser amado. ¡Misterioso afán! Mientras en todos los otros casos de la vida nada repugnamos tanto como ver invadidas por otro ser las fronteras de nuestra existencia individual, la delicia del amor consiste en sentirse metafísicamente poroso para otra individualidad, de suerte que sólo en la fusión de ambas, sólo en la 'individualidad de dos' halla satisfacción».

Así, todo amor produce una transmisión mutua de vida. La misma presupone, sin embargo, una visión más profunda del modo propio de ser de la otra persona. Scheler advierte sobre la enseñanza de san Agustín de que el amor es el que nos hace capaces de captar de la manera más plena la esencia del otro. Agustín dice: “nullumque bonum perƒecte nascitur quod non perfecte amatur” (No hay bien que surja de forma perfecta si no se le ama perfectamente).

Oscar Wilde debió pasar largos años en la soledad de una prisión. Durante ese tiempo, meditó mucho sobre el amor. Más tarde, escribió lo que había hallado en su meditación, expresando la misma idea:

«El amor se nutre de la imaginación por la cual nos tornamos más sabios de lo que sabemos, mejores de lo que nos sentimos, más nobles de lo que somos; se nutre de la imaginación, por la cual podemos ver la vida como un todo y que constituye la única razón por la que podemos entender a los otros tanto en sus relaciones reales como ideales».

Nietzsche dice, en cambio, con mayor claridad: “El amor saca a relucir las cualidades elevadas y ocultas de quien ama”. Esto vale para ambas partes: para el que ama y para el que es amado.

Ortega afirma, por tanto: «La... revisión y purificación espontánea de nuestro interior es el primer acto de perfeccionamiento que le debemos [al amor]».

Y, a la inversa, Nietzsche advierte que «cuando amamos, creamos seres humanos a imagen y semejanza de nuestro Dios».”

 

De: Carta al padre Alex Menningen (1956), 8-10

 

viernes, 19 de noviembre de 2021

LA FUERZA DEL AMOR

LA FUERZA DEL AMOR Y SU PODER PARA DESPRENDERSE DE SÍ MISMO

“La entrega de amor tiene una cuádruple función. Posee:

una fuerza liberadora,

una fuerza unitiva,

una fuerza asemejadora y

una fuerza dinamizadora.

Ella desprende y separa del propio yo. Une corazón y corazón, hasta que ambos palpiten en un solo latido. Asemeja de forma maravillosa a los que se aman y les otorga un deseo y poder de petición ilimitado por el que se estimulan mutuamente con eficacia creadora. (…)

Al contemplar la vida práctica se comprende el significado de estas expresiones abstractas. No es necesario buscar demasiado para encontrar material ilustrativo. Todo amor noble implica estos cuatros elementos, trátese del amor filial o del parental, del amor de amistad o del amor esponsal o conyugal.

Tomemos lo más cercano: el amor filial y parental. El poder de desprendimiento y separación del amor mutuo se muestra aquí en que, no raras veces, por amor mutuo, ambas partes deben distanciarse de los deseos de la propia naturaleza a fin de encontrarse de forma más intensa en el alma y pasar así a formar una bi-unidad. A largo plazo, es inevitable que hijos y padres se asemejen en su pensamiento y en sus deseos, en lo que aman y odian, y hasta en sus modales. Se puede considerar como algo evidente que ambas partes tendrán cuidadosamente en cuenta los deseos de la otra. El amor sobrenatural posee las mismas funciones de desprendimiento, unión, asemejamiento y movilización. Es muy importante saberlo. Aquí nos limitamos a poner de relieve el carácter sacrificial de los diferentes elementos constitutivos.

Si se trata de la función de desprendimiento y asemejamiento del amor, o del desprendimiento y traspaso de amor, el nexo interno con el carácter sacrificial se percibe de inmediato. Ya la sola expresión “función de desprendimiento o separación”, o bien “desprendimiento de amor” pone suficientemente en claro el carácter sacrificial al que se está haciendo referencia. Y el amor sobrenatural implica más que cualquier otro amor noble una suerte de éxtasis, o una muerte del amor desordenado a sí mismo. Por éxtasis se entiende un ‘estar-fuera-de-sí’.

Este ‘estar-fuera-de-sí’, en todo el sentido de la palabra, asume formas inusuales en las así denominadas almas extáticas, cuando se encuentran en estados de éxtasis. El cuerpo se pone rígido y queda suspendido en el aire. Así, por ejemplo, Pablo relata que fue arrebatado al tercer cielo. Sin embargo, no sabe si esto tuvo lugar con su cuerpo o sin él (2Co 12,1-5). No obstante, también en nuestro caso se habla de éxtasis en un sentido plenamente justificado.

Si mi amor a Dios o a María es verdaderamente amor personal a un tú, y no mero amor al ello que opera, tal vez, de forma encubierta, entonces deberé desasirme de mí mismo, abandonar un buen trozo de amor al yo, especialmente en su forma extrema de apegarse al yo y esclavizamiento o idolatría del yo. De otro modo, no podré perderme en Dios y en la santísima Virgen, no será posible que ellos entren en mí ni yo en ellos, no podrá darse una bi-unidad interior con ellos. Mi corazón deberá dejar su obstinación egoísta pues, de lo contrario, no podrá fundirse con el corazón del otro contrayente de alianza. Deberé abandonar la testarudez pues, de otro modo, no podré estar de acuerdo con el otro, no podré estar entregado a las mociones del Espíritu Santo, no podré liberarme poco a poco de las seducciones del mundo, de las tentaciones del demonio y del juego engañoso de la propia vida instintiva, descuidada y embrutecida.

Por tanto, también aquí se da algo así como un “perder la cabeza”, es decir, una suerte de liberación de la propia testarudez. El éxtasis extraordinario tampoco es más que un estado transitorio para los que han sido elegidos para esa experiencia. Como fruto permanente habrán de cosechar el éxtasis habitual del amor en la vida cotidiana, a semejanza de Pablo quien, también fuera de su estado extraordinario de éxtasis, podía decir de sí: “no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20).

Se comprende así cómo puede afirmarse que el amor verdadero y auténtico despierta y alimenta la seria voluntad de que muera el propio yo, de que se extinga, a fin de que el contrayente de amor pueda vivir, posea la vida en desbordante plenitud. Y esto, una vez más, tiene vigencia respecto de todo amor noble.

No obstante, como cristianos vivimos y amamos de manera eminente a partir de la muerte y sepultura de Cristo. El Dios viviente se digna vivir en nuestra alma a partir de nuestro constante morir misteriosamente en Cristo y con Cristo. Y cuanto más muera a sí mismo el amor a fin de pertenecer totalmente al tú divino, cuanto más espacio le haga en el propio corazón, tanto más y de forma tanto más perfecta recibirá de vuelta, junto al tú divino, su propio yo purificado. Esto mismo quiere decir el Señor cuando afirma: “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,39). Es un ascenso largo, arduo, doloroso y lleno de momentos críticos el que el alma amante debe arriesgar antes de alcanzar el goce del perfecto intercambio de corazones.”

De: Maria, Mutter und Erzieherin (María, Madre y Educadora) (1954), 263-266

  

viernes, 12 de noviembre de 2021

EL AMOR Y EL PECADO

Hoy queremos detenernos y reflexionar sobre algo que el Padre Kentenich apunta en sus jornadas y charlas recogidas en el libro de “La santificación de la vida diaria”, en concreto sobre la fuerza que tiene el amor para borrar los pecados y preservarnos de los mismos, especialmente de los arrebatos de aversión, de la envidia y de los celos.

La fuerza del amor para borrar los pecados

“Amor y pecado. Colocamos aquí una junto a otras dos magnitudes que están enfrentadas en eterna enemistad. El pecado quiere herir y matar el amor, pero el amor huye del pecado y lo borra. Por eso afirma Jesucristo: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (Jn 14,21). San Juan retoma la misma idea y dice: “En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos” (1Jn 5,3).

Sabemos por el catecismo que el amor es una fuerza capaz de borrar los pecados. La perfecta contrición de amor borra incluso el pecado grave, aunque implica el deber y la intención de someter los pecados cometidos a la “potestad de llaves” de la Iglesia. Cuanto más entrañable sea el amor, tantas más penas temporales serán perdonadas con los pecados. Así interpretan los teólogos lo que dijo el Señor acerca de María Magdalena: “quedan perdonados sus muchos pecados porque ha mostrado mucho amor” (Lc 7,50), como también la frase de san Pedro: “El amor cubre multitud de pecados” (1P 4,8). […]

El amor preserva del pecado

Pero el amor es tan fuerte y poderoso en el santo de la vida diaria que lo preserva de numerosas faltas y pecados, sobre todo de los ocultos arrebatos de aversión, de envidia y de celos. Hay pocos hombres, incluso entre los piadosos, que puedan superar estos tres tipos de falta de amor. La mayoría sucumbe a ellos sin saberlo propiamente. […]

Aversión

La aversión es causa de muchas calamidades en todas partes. Se trata ante todo de un rechazo que se da en el plano de los sentimientos contra lo que se siente como carente de belleza, como feo, contra lo que produce rechazo o parece digno de repudio. Esto puede consistir en un defecto físico, un modo de darse, una falta moral o una limitación y unilateralidad en la forma de actuar o de vivir, una injusticia presunta o real.

Mientras un impulso instintivo semejante no influya para nada en la inteligencia, en la voluntad y en el modo de actuar, o tal influencia no supere lo que puede resultar permitido o deseable de acuerdo a la voluntad de Dios, no puede hablarse de que exista falta moral. No obstante, muy a menudo, cuando no siempre, la aversión instintiva se convierte en una peligrosa guía y consejera. Tiñe el juicio, de modo que la inteligencia exagera en parte motivos existentes, inventa en parte nuevos, y separa ambos grupos de motivos del valor sobrenatural que hace al hombre digno de amor a pesar de sus debilidades. Tales valoraciones erróneas llevan a actos erróneos del corazón y de la voluntad, a disgustarse, desear el mal, hablar mal y hacer el mal al otro, acciones todas injustificadas y contrarias a Dios.

Y hasta existen personas de profunda religiosidad y con un corazón sumamente bondadoso que abrazan a la humanidad entera y que, sin embargo, no logran brindar a las personas concretas que las rodean un trato benévolo y bondadoso. […]

Aunque no formemos parte de esta clase tan marcada de seres desdichados, nuestra dependencia de la aversión es probablemente mayor de lo que pensamos.

Para actuar en contra de esto debemos preguntarnos antes que nada por sus causas. Es posible que esté operando una limitación mental que no es capaz de ver objetivamente, o una falta de fe que deja fuera de consideración la relación de las personas con Dios. Sin embargo, casi siempre desempeña un papel importante una envidia sutilmente oculta o un enamoramiento enfermizo de sí mismo. […]

Envidia y celos

La envidia es la tristeza por un bien que posee el prójimo en cuanto implica un menoscabo o un perjuicio para uno mismo. Dos son, por consiguiente, las características que deben darse: en primer lugar, el envidioso está triste, enojado, contrariado a raíz de un bien que posee el prójimo, por ejemplo, por su patrimonio, por sus talentos, por sus éxitos, por su belleza o por el amor que recibe y el prestigio del que goza por parte de superiores y subordinados… Además, esta tristeza se nutre también del miedo a que se le haga sombra, se lo perjudique o se lo postergue. De celos, en cambio, se habla cuando se teme el perjuicio a raíz de tener que compartir con otros el bien que se posee, por ejemplo, el amor de una persona, o bien, conocimientos, poder, prestigio.

La envidia y los celos no deben confundirse con la tristeza por no poseer bienes semejantes sin por ello envidiar al prójimo, ni con el ánimo de competir que despierta el bien del prójimo, ni con el justificado desagrado de que alguien que no lo merece sea puesto en posesión de un bien determinado.

El santo de la vida diaria tiene ideas y concepciones claras acerca de todas estas cosas, pero cuenta al mismo tiempo con suficiente autoconocimiento como para saber cuán expuesta está al engaño la pobre naturaleza precisamente en estos puntos, ya que todos ellos brotan directamente de un sutil egoísmo y afán de honra. […]”

De: La santificación de la vida diaria (1937), 257-264

  

viernes, 5 de noviembre de 2021

LA MOTIVACIÓN DEL AMOR

Seguimos meditando sobre diversos aspectos de nuestro amor a Dios y al prójimo. Hoy nos invita el Padre Kentenich a recordar el manantial del que brota todo amor, la motivación que nos quiere ayudar en nuestra tarea cotidiana de amar a nuestro prójimo. Las páginas que citamos del libro “La santificación de la vida diaria” nos conducen en nuestra meditación.  

“El mismo Jesucristo, en su respuesta al escriba que le preguntaba por el primero y más importante de los mandamientos, nos aclara ampliamente la motivación que debe tener nuestro amor al prójimo. Nos señala la fuente de la que brota y nos indica sus efectos. De forma breve y concisa afirma el Señor: “El otro (mandamiento) es semejante al primero: amarás a tu prójimo…”. Ya sabemos cómo debe interpretarse la frase. El amor a Dios y al prójimo son, en el fondo, un único amor, son hermanos gemelos. Como dicen los teólogos, tienen un único objeto formal: Dios, aunque su objeto material sea distinto. Por tanto, el amor al prójimo brota del amor a Dios. Queremos procurar colocar esta verdad en un contexto más amplio.

Apropiarse de la perspectiva de Dios

Sabemos por experiencia cuánto depende el juicio que emitimos en la vida cotidiana sobre circunstancias, cosas o personas, del punto de vista desde el que juzgamos. …. En este punto sólo podrá producirse un cambio si asumimos una posición neutral que expanda nuestro estrecho horizonte, trazado por el egoísmo, y nos haga ver las cosas en su verdadera magnitud. La posición debe ser neutral. Por tanto, no la hallaremos ni en nosotros mismos ni en nuestros semejantes. Debemos ir más allá de ambos y colocarnos de forma inmediata sobre el terreno de Dios. De él es de quien reciben las cosas su medida y su peso. En efecto, él es la medida de todas las cosas, también para la estima y valoración de nuestros semejantes. Él los ha recibido como hijos, los ha hecho miembros de Cristo y templos de la Trinidad. De ese modo, estamos ante ellos como ante una maravillosa nueva creación del amor divino. Y cuanto más nos acerquemos a Dios con el entendimiento, la voluntad y el corazón, tanto más se modificará todo ante nuestros ojos. Es que los elementos en los que vive Dios son la luz y el amor. Nos apropiaremos así cada vez más de esos dos elementos, que se convertirán al mismo tiempo en norma para el juicio y la valoración de las obras de sus manos. Dios ama a los hombres, a pesar de sus debilidades, como la niña de sus ojos. Por eso los ha rescatado a un alto precio: la sangre de su Hijo Unigénito. Él los nutre constantemente con su vida divina, a fin de poder recibirlos un día en su comunidad eterna de vida y de amor.

¡Él es el amor! Clemente de Alejandría nos advierte que Dios ha utilizado su omnipotencia y ha creado el mundo a fin de derramar sobre el mundo su bondad y su amor. Según Clemente, somos nosotros, los hijos de Dios, los que tenemos en la creación la posición mejor y más segura. “Más que a todo lo demás ama él al hombre… su obra más hermosa… Como el padre y la madre miran con íntima alegría a su hijo… así mira el Padre del cielo a sus hijos. Él los ama, los apoya, los protege y los llama tiernamente: hijitos míos… Hemos de saber que le pertenecemos, que somos su propiedad más hermosa. Por eso, el hombre debe confiarse a Dios, debe amar a Dios, el Señor, y considerar eso mismo como la tarea de su vida”. Dios nos ama. Nos ha “tatuado en la palma de su mano” (cf. Is 49,16). De su amor está llena la tierra (cf. Sal 119 [118],64). Es una blasfemia pagana afirmar que Dios ya no se ocupa más de los hombres, de su bienestar y sufrimiento. Ni un cabello cae de nuestra cabeza sin su bondadosa Providencia. Y él está siempre dispuesto a perdonarnos. Nos dice, por eso: “Así fueren vuestros pecados como la púrpura, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como escarlata, cual la lana quedarán” (Is 1,18). […]

El santo de la vida diaria ama a su prójimo porque y como lo ama Dios. Por eso, su amor se caracteriza también por una grandeza, profundidad y amplitud divinas. Es como el amor de Dios mismo: permanente, solícito, comprensivo, cuidadoso, conciliador y dispuesto a perdonar. Los pequeños problemas y necesidades desaparecen al contemplar las preocupaciones de la gran familia de Dios en la tierra. Despunta así para él un mundo de perspectivas insospechadas y de grandes leyes y constantes. A la luz y en el amor del Dios infinito, las debilidades y torpezas naturales, las imperfecciones morales, los delitos y las ofensas e incluso la misma enemistad aparecen ahora pequeños e insignificantes. El Dios que es todo misericordia no retira su amor a los hombres por todas esas cosas. Su amor no es pequeño y mezquino sino que abarca el cielo y la tierra. Sólo ahora comprende también el santo de la vida diaria toda la profundidad de la frase de san Juan que dice: “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1Jn 3,14).”

De: La santificación de la vida diaria (1937), 250-252 

viernes, 29 de octubre de 2021

AMOR "SOBRENATURAL"


El texto que reproducimos hoy es el tercero de la tríada integrada por el amor instintivo, el natural y el sobrenatural. Seguimos leyendo en la parte tercera del libro, que trata de la vinculación al prójimo, en concreto sobre el amor, y aquí sobre el amor o caridad sobrenatural y sobre la extensión de este amor.

“Jesucristo llama “nuevo” al mandamiento del amor al prójimo. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros” (Jn 13,34). La palabra suscita espontáneamente la pregunta: ¿Acaso no ha habido hasta el momento amor en el mundo? El mismo Señor responde con una acotación breve pero llena de contenido: “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros”. Por tanto, lo nuevo no es en sí el amor, sino el tipo de amor, tal como lo enseñan y practican Cristo y el cristianismo. Este amor se diferencia esencialmente de las formas de amor instintivo y natural como se las practica usual y corrientemente fuera del cristianismo. […]

¿Será necesario escribir un capítulo aparte acerca del amor al prójimo auténticamente cristiano y sobrenatural? Su imagen ya ha adquirido rasgos fácilmente reconocibles a través de la constante y extensa comparación que hemos hecho con el amor instintivo y el amor natural. No obstante, a raíz de su gran importancia, tal vez se requiera ver debidamente destacado lo característico de este amor a través de un par de vigorosos trazos.

Las consideraciones hechas hasta el momento permiten reconocer ya con claridad que lo original, lo nuevo del amor al prójimo marcadamente cristiano debe buscarse en la novedad de su extensión, de su grado y de su motivación.

1. La extensión del amor

Como Dios ama todo lo que ha creado, y como el Dios hecho hombre murió por todos los hombres sin excepción, el amor sobrenatural no debe excluir a nadie: ni a cristianos, ni a judíos ni a paganos, ni a ricos ni a pobres, ni a benefactores ni a enemigos, ni a personas simpáticas ni a antipáticas.

Cuando el Señor advierte: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”, da como motivo el ejemplo de su Padre: “para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,44-45). Pablo nos dice: Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1Tm 2,4-6).

Y el mismo Señor declara: “El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido. … De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños” (Mt 18,11.14). Amar a todos sin excepción no significa, sin embargo, dar a todos el mismo amor.

Existe un orden del amor.

a. En primer lugar estamos nosotros mismos. El Señor lo presupone sin más en cuanto señala el amor a sí mismo como patrón de medida para el amor al prójimo. Después, vienen los que están relacionados con nosotros por lazos de sangre, de simpatía o de afinidad espiritual. Ya habíamos dicho más arriba que los lazos naturales son una llamada de Dios que contribuye a determinar el grado y el tipo de amor que habremos de dar. Lo mismo vale respecto de la afinidad espiritual.

Un refrán inglés reza: “El amor empieza por casa”. Esto mismo deberían recordarlo sobre todo aquellos que desarrollan una gran actividad caritativa, apostólica o de algún otro tipo dedicado al bien común, pero olvidan al “prójimo”. También Francisco de Sales los tiene en vista cuando advierte: “Entre los que están comprendidos dentro de la palabra “prójimo” no hay nadie que tenga más derecho a ese apelativo que quienes conviven con nosotros”.

b. Entre nuestros prójimos se cuentan también aquellos que nos han hecho mal, trátese de faltas de amor como injurias u ofensas o de injusticias como el robo o la lesión de la propia honra. A quienes nos hacen tales cosas los llamamos nuestros enemigos.

Como es fácil que la naturaleza humana se resista contra tales personas y retroceda por ello ante un pensar consecuente respecto de ellas, el Señor mismo aplicó a los enemigos el mandamiento general del amor al prójimo (cf. Mt 5,44). Al mismo tiempo, él nos anima a cumplirlo a través de su propio ejemplo. La Sagrada Escritura relata que oró por sus enemigos, les hizo mucho bien, sufrió y murió por ellos. El que actúa de forma similar se hace acreedor de la promesa que dice: “Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15).

El santo de la vida diaria se orienta en la vida cotidiana habitual de acuerdo a esa palabra del Señor y toma en serio la indicación de perdonar.

Con la ayuda de la gracia procura superar exitosamente la aversión voluntaria y la sed de venganza.”

De: La santificación de la vida diaria (1937), 246-248 

viernes, 22 de octubre de 2021

AMOR ESPIRITUAL (AMOR “NATURAL”)

Seguimos leyendo en el libro ”La santificación de la vida diaria” sobre el amor. El padre H. King en su publicación “El poder del amor” hace algunas observaciones a este apartado sobre el amor espiritual o amor natural. Leemos:

[A continuación del amor “instintivo”, el libro “La santificación de la vida diaria” habla del amor “natural” [natürliche Liebe]. Para J. Kentenich no sólo es importante ver y fortalecer la raíz “instintiva” del amor. También es importante el amor espiritual, racional-volitivo. Él lo denomina amor “natural”. En la triada instintivo-natural-sobrenatural, la palabra “natural” hace referencia a lo racional-volitivo, a lo espiritual. A menudo, y precisamente en el amor a Dios, este nivel de amor puede encontrarse incluso al comienzo. Por una parte, el padre Kentenich quiere complementar y también corregir la tradición de la espiritualidad cristiana. En efecto, al menos en su formulación explícita, esta espiritualidad ha colocado de forma demasiado unilateral en primer plano el amor racional-volitivo. Por la otra, es al mismo tiempo consciente de los peligros de un amor que prolifere de manera irracional cuando no está iluminado y guiado por la inteligencia y la voluntad, y, más específicamente, por la razón iluminada por la fe y la voluntad fortalecida por la gracia. (En virtud de lo dicho, en esta sección traduciremos “naturliche Liebe” como “amor espiritual”. [N. del T.])].

(Concepto de lo espiritual [natural]) 

El amor espiritual puede distinguirse fácilmente tanto del amor instintivo como del sobrenatural. El amor puramente instintivo se expresa como efervescencia o arrebato de un oscuro impulso del corazón. El amor natural es una verdadera virtud. El mismo guía y da forma al oscuro impulso e instinto a partir de un conocimiento claro y de una firme voluntad. En cuanto la base, la motivación y las metas han sido tomadas de la naturaleza, se habla de una virtud natural. El amor sobrenatural se guía en todo por la fe y la gracia.

a. En general denominamos natural a algo que hacemos con fuerzas naturales y por motivaciones naturales. Como y bebo, cuido de tener movimiento y digestión, y una sana alternancia entre descanso y trabajo. … Estudio con esmero para rendir bien un examen… En todos estos casos, aspiro con fuerzas naturales y por motivos naturales hacia un objetivo naturalmente valioso.

Así, también mi amor al prójimo es natural en la medida en que amo al prójimo por motivos que me son sugeridos por la sobria razón, sin que esta iluminada por la fe y sin la ayuda de la gracia: por ejemplo, en virtud de cualidades naturales, de ventajas naturales o de un mal natural.

Las cualidades naturales pueden ser de índole corporal, mental o mixta. Son cualidades corporales, por ejemplo, una apariencia exterior agradable, rasgos armónicos del rostro, una figura atractiva o una bella vestimenta. Entre las cualidades espirituales contamos una inteligencia clara, una firme voluntad y un corazón lleno de riqueza. Las aptitudes artísticas, las dotes de una conversación encantadora y el don de gentes pueden considerarse como cualidades mixtas.

Las ventajas naturales por las cuales se cultiva el amor son de muy diversa índole. Pienso en un mayor reconocimiento en la sociedad, o una posición económica asegurada, o el crecimiento del propio saber, etc.

Acerca del amor natural vale en general la frase del Señor que dice: “Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles?” (Mt 5,46-47). El amor natural fue enseñado y practicado por doquier en la antigüedad pagana. Y cuando los pueblos cristianos perdieron el amor sobrenatural, recurrieron al amor natural y procuraron romper con ayuda de ese amor natural las estrechas barreras nacionales. Así, la unidad de los pueblos debía conseguirse unas veces a través de la idea universal de ser humano, o a través de la conciencia de una gran comunidad de destinos, o de tareas como, por ejemplo, la de transformar la tierra en un paraíso sin sufrimientos; otras veces, en cambio, el intento se basaba en los derechos comunes a todos los hombres: libertad, igualdad, fraternidad.

El santo de la vida diaria sabe juzgar correctamente este amor natural por el prójimo y sabe aprovechar su contenido. Por de pronto, no subestima la fuerza y eficacia momentáneas que el mismo posee. …..

De: La santificación de la vida diaria (1937), 233-235