viernes, 29 de octubre de 2021

AMOR "SOBRENATURAL"


El texto que reproducimos hoy es el tercero de la tríada integrada por el amor instintivo, el natural y el sobrenatural. Seguimos leyendo en la parte tercera del libro, que trata de la vinculación al prójimo, en concreto sobre el amor, y aquí sobre el amor o caridad sobrenatural y sobre la extensión de este amor.

“Jesucristo llama “nuevo” al mandamiento del amor al prójimo. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros” (Jn 13,34). La palabra suscita espontáneamente la pregunta: ¿Acaso no ha habido hasta el momento amor en el mundo? El mismo Señor responde con una acotación breve pero llena de contenido: “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros”. Por tanto, lo nuevo no es en sí el amor, sino el tipo de amor, tal como lo enseñan y practican Cristo y el cristianismo. Este amor se diferencia esencialmente de las formas de amor instintivo y natural como se las practica usual y corrientemente fuera del cristianismo. […]

¿Será necesario escribir un capítulo aparte acerca del amor al prójimo auténticamente cristiano y sobrenatural? Su imagen ya ha adquirido rasgos fácilmente reconocibles a través de la constante y extensa comparación que hemos hecho con el amor instintivo y el amor natural. No obstante, a raíz de su gran importancia, tal vez se requiera ver debidamente destacado lo característico de este amor a través de un par de vigorosos trazos.

Las consideraciones hechas hasta el momento permiten reconocer ya con claridad que lo original, lo nuevo del amor al prójimo marcadamente cristiano debe buscarse en la novedad de su extensión, de su grado y de su motivación.

1. La extensión del amor

Como Dios ama todo lo que ha creado, y como el Dios hecho hombre murió por todos los hombres sin excepción, el amor sobrenatural no debe excluir a nadie: ni a cristianos, ni a judíos ni a paganos, ni a ricos ni a pobres, ni a benefactores ni a enemigos, ni a personas simpáticas ni a antipáticas.

Cuando el Señor advierte: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”, da como motivo el ejemplo de su Padre: “para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,44-45). Pablo nos dice: Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1Tm 2,4-6).

Y el mismo Señor declara: “El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido. … De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños” (Mt 18,11.14). Amar a todos sin excepción no significa, sin embargo, dar a todos el mismo amor.

Existe un orden del amor.

a. En primer lugar estamos nosotros mismos. El Señor lo presupone sin más en cuanto señala el amor a sí mismo como patrón de medida para el amor al prójimo. Después, vienen los que están relacionados con nosotros por lazos de sangre, de simpatía o de afinidad espiritual. Ya habíamos dicho más arriba que los lazos naturales son una llamada de Dios que contribuye a determinar el grado y el tipo de amor que habremos de dar. Lo mismo vale respecto de la afinidad espiritual.

Un refrán inglés reza: “El amor empieza por casa”. Esto mismo deberían recordarlo sobre todo aquellos que desarrollan una gran actividad caritativa, apostólica o de algún otro tipo dedicado al bien común, pero olvidan al “prójimo”. También Francisco de Sales los tiene en vista cuando advierte: “Entre los que están comprendidos dentro de la palabra “prójimo” no hay nadie que tenga más derecho a ese apelativo que quienes conviven con nosotros”.

b. Entre nuestros prójimos se cuentan también aquellos que nos han hecho mal, trátese de faltas de amor como injurias u ofensas o de injusticias como el robo o la lesión de la propia honra. A quienes nos hacen tales cosas los llamamos nuestros enemigos.

Como es fácil que la naturaleza humana se resista contra tales personas y retroceda por ello ante un pensar consecuente respecto de ellas, el Señor mismo aplicó a los enemigos el mandamiento general del amor al prójimo (cf. Mt 5,44). Al mismo tiempo, él nos anima a cumplirlo a través de su propio ejemplo. La Sagrada Escritura relata que oró por sus enemigos, les hizo mucho bien, sufrió y murió por ellos. El que actúa de forma similar se hace acreedor de la promesa que dice: “Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15).

El santo de la vida diaria se orienta en la vida cotidiana habitual de acuerdo a esa palabra del Señor y toma en serio la indicación de perdonar.

Con la ayuda de la gracia procura superar exitosamente la aversión voluntaria y la sed de venganza.”

De: La santificación de la vida diaria (1937), 246-248 

2 comentarios:

  1. Dios es amor. El Señor nos quiere, Por eso mismo quiere que nos queramos y nos perdonemos. Para que seamos felices. Donde hay perdón hay alegría y sanación.

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  2. Muchas gracias, Paco querido. Cuántos dones pedagógicos te ha regalado Dios. Un abrazo para ti y Annelisse.

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