Seguimos leyendo en las páginas señaladas la semana pasada del libro ‘La santificación de la vida diaria’:
“Todos debemos estar muy agradecidos de que, en medio de la inseguridad
espiritual de nuestro tiempo, tengamos un guía confiable en la persona de san
Francisco de Sales. En efecto: él es al mismo tiempo santo y doctor de la
Iglesia. También otras lumbreras en el firmamento de la santidad y de la
ciencia nos señalan a su modo el mismo camino. Así, por ejemplo, san Ignacio
quiere enseñarnos por sus Ejercicios Espirituales no sólo a captar
intelectualmente las verdades sino también y sobre todo a sentirlas y gustarlas
en nuestro interior. Sin embargo, san Francisco de Sales parece tener en ese
sentido una misión especial.
Su amor a Dios está encendido de ardor afectivo. A partir de su actitud
interior íntegra podrá entenderse fácilmente que también su amor al prójimo,
que se encuentra por cierto al mismo nivel que el amor a Dios, sea
acentuadamente afectivo y determinado de forma natural. No le resulta molesto
saberse en ello en oposición a la práctica de otros santos. ….
Francisco de Sales piensa y actúa de manera totalmente diferente. Con
naturalidad y franqueza cuenta acerca de la profunda conmoción que sintió al
estar junto al lecho de muerte de su querida madre. Y prosigue, entonces: “Tuve
el coraje de darle la última bendición, de cerrarle los ojos y la boca y de
darle un último beso de paz en el momento de su partida. Pero después, mi
corazón se oprimió muchísimo, y lloré por esa buena madre más de lo que jamás
lloré desde que pertenezco a la Iglesia. Con todo, eso se dio sin amargura
espiritual”.
De forma semejante, genuinamente humana, recibió la noticia de la grave
enfermedad de su hermano. En esa ocasión dice: “¡Ay, mi hermano es feliz,
como supongo! Pero no por eso puedo evitar llorar por él… No puedo eliminar los
sentimientos de dolor que despierta en mí la naturaleza”. …..
La hijita de Francisca de Chantal, a la que
también él tenía afecto, había muerto. A la noticia de la muerte responde
Francisco:
«Nuestra pequeña pobre Charlotte es feliz de haber dejado este mundo antes
de que llegara a rozarla… ¡Ah! Es preciso llorar un poco: ¿no tenemos acaso un
corazón humano y una naturaleza sensible? ¿Por qué no llorar por la que ha
partido de nuestro lado, si el Espíritu de Dios no sólo nos lo permite, sino
que hasta nos lo indica?».
Francisco temía que, por su aspiración a la santidad, la señora de Chantal
se educara a sí misma de forma demasiado inhumana. Por eso la exhorta a brindar a sus hijos las caricias usuales del país y
del lugar. En cierta ocasión, le escribe:
«¡Cuánto lamento no poder ser testigo de las caricias que recibirá Celse
Benine de una madre que se ha hecho insensible ante todos los sentimientos de
la maternidad natural! Pues creo que serán muestras de afecto terriblemente
atenuadas. ¡Oh no, mi querida hija! ¡No sea usted tan cruel! ¡Demuéstrele
alegría por su llegada a ese pobre, joven Celse Benine!».
El ideal de Francisco era la relación entre completa indiferencia y amor
lleno de afecto. Y él mismo indica un camino posible, que uno de sus mejores
conocedores presenta de la siguiente manera:
«Al comienzo, el alma concentra todas sus fuerzas sin excepción y sin
reserva alguna en Dios, la meta única de su ser. Así, el alma se eleva en libre
vuelo hacía aquella cumbre suprema de la perfección en la que sólo Dios se
encuentra ante sus ojos, con su imponente grandeza. Entonces, la tierra
desaparece de su vista, los bienes terrenos no tienen ya atractivo alguno para
ella, el corazón se ha hecho indiferente a todo lo terreno.
Pero el hombre encuentra en Dios al creador de todo lo verdadero, bueno y
bello que hay en el mundo, al plasmador de su propio ser, que ha orientado las
inclinaciones humanas hacia los valores creados. Por eso, el alma desciende
nuevamente por la “escala de Jacob” del amor. Ama nuevamente la patria, los
bosques y las flores, la familia y los amigos, el arte y la ciencia. Pero los
ama con un amor nuevo: no ya porque el yo terreno los apetezca, sino por el
bienamado Padre del Cielo, que ha creado todos esos bienes y quiere ahora que
su hijo se alegre por ellos». ….
Es posible que relacionar de forma tan estrecha el amor natural con la
santa indiferencia sin detrimento de ninguno de ambos aspectos no sea cosa para
cualquiera. Alguno podrá tener que poner un poco más las riendas a sus
instintos naturales, temiendo con razón peligrosas descargas de la vida
afectiva.
De todas maneras, Francisco de Sales logró establecer brillantemente esta
relación. Por eso se yergue también ante nosotros como un modelo clásico, sobre
todo en cuanto a la santidad de la vida diaria en medio del mundo. Quien sepa
clarificar y transfigurar en Dios el amor instintivo y natural no sólo creará
un hombre nuevo, redimido, tal como nos lo exige la época actual, sino que
ayudará al mismo tiempo a preservar el cristianismo del reproche de ser
inhumano, carente de naturalidad y artificioso.”
"acentuadamente afectivo y determinado de forma natural"...en una encuesta hecha a sacerdotes, nos respondieron que muchas veces la falta de educación en la afectividad en el seminario, provocó un "espiritualismo exacerbado" y un "activismo absurdo" en los sacerdotes... me acordé de eso a medida que iba leyendo... cuando la naturaleza corpórea no es tenida en cuenta, nuestro ser se rebela más tarde o más temprano... todo un tema para debatir!!!
ResponderEliminarGracias Paco! Lo envié varias veces porque tocás temas muy actuales!