viernes, 10 de diciembre de 2021

DIOS MISMO NOS EDUCA EN EL AMOR

En el texto de este viernes el Padre Kentenich nos invita a entrar en la ‘escuela superior’ del amor. Dios quiere llevarnos a una vinculación cada vez mayor con él. De ese modo, como explica el padre King en su introducción a estos textos en el libro “El poder del amor”, se dan fases en que se produce una menor valoración de lo terreno y una mayor valoración de Dios. Estas mismas constantes se verifican también en el amor entre personas humanas, por ejemplo, en el amor conyugal. Leemos:

“¿Quién no se reconoce a sí mismo en este atrapante y eterno juego, con todas sus alternativas? ¿Quién no ve en él su camino a Dios y, a la vez, el camino de Dios hacia nosotros? ¿Quién no vislumbra en las escenas del Cantar de los Cantares las alternativas de su propia lucha entre el amor a Dios y el amor propio, ese enemigo único, pertinaz y tan ramificado del amor de Dios?

Primeramente, Dios atrae hacia sí nuestra alma mediante el consuelo y la dulzura en el trato interior con nosotros. Lo hace a fin de inducir nuestra alma a abandonar el mundo y sus placeres y para regalarle el gusto por las cosas del cielo. Como dice con acierto Francisco de Sales, en ese estado buscamos no tanto al Dios del consuelo como más bien el consuelo de Dios. Por tanto, nuestro amor a Dios se caracteriza aún por un fuerte egoísmo y egotismo. Es posible que en ese estado ofrezcamos algún sacrificio y profundicemos celosamente en la oración. Pero, por lo común, sólo lo hacemos mientras el egoísmo encuentre provecho en ello en forma de consuelo interior, a la vez que suficiente alimento.

Pero pronto comienza Dios con la otra cara de su regla de juego. Él huye, nos retira sus consuelos, es decir, se cubre de oscuridad. Es como si realmente huyera de nosotros. Sin embargo, viéndolo con claridad, hemos de reconocer que se trata de la huida del amor. El saborear con gran sentimiento su amor se hace así menos frecuente y más breve. Nuestra alma se ve sumergida en desconsuelo. Por esa razón, se encuentra en el peligro y la tentación de volver la espalda a Dios, que ya no se deja ver ni sentir, y de acabar pronto la relación con él. …… Si, a pesar de todo, el alma logra permanecer fiel y buscar llena de anhelo en todas partes al amado en medio de la oscuridad y la aridez, habrá ganado una vez más el juego del amor. Y su divino compañero comenzará pronto de nuevo con una segunda purificación del alma, a la que seguirán una tercera, una cuarta y una quinta. ……

Si gana la palma también en este certamen, es decir, si también entonces permanece fiel a su anhelo y a su búsqueda, no pasará mucho tiempo hasta que comience la tercera ronda del juego del amor. Entonces aparecen violentas tentaciones, en especial contra la pureza y las virtudes teologales, con una fuerza inusitada e insospechada. Es como si el alma fuese una única gran cloaca. Las ocupaciones predilectas que hasta ese momento le producían satisfacción la dejan ahora vacía e insatisfecha. Las obras predilectas a las que estaba apegada con todo su corazón le son arrebatadas y mutiladas. Nada le produce ya una alegría perceptible, sensible. A montones se cargan sobre sus espaldas tareas por las que siempre sintió un rechazo natural. Entonces, el alma comienza a avenirse poco a poco a la intención del educador divino y a dejarse más a sí misma: más aún, en cierta medida, a odiarse a sí misma, deseando anhelantemente sólo a Dios, que es el único que puede brindarle plenitud interior y sostén.

En la cuarta ronda, el amado se retira aún más. Permite que el alma sea hurgada con maledicencias de todo tipo. Todo el mundo le arroja inmundicias como si su honra semejase una cerilla arrojada en la calle, que puede ser pisoteada a discreción por cualquiera que pasa. Sus emprendimientos, sean grandes o pequeños, y aunque tengan su origen en las intenciones más nobles y puras, son enlodados odiosamente de continuo. Sus amigos huyen. ….. Debe ser regiamente libre y sólo elevar su mirada hacia el Único a quien pertenece, a fin de llegar a ser hija de un amor único, grande, fuerte, desinteresado y creadoramente fecundo.

La última ronda del juego del amor, que es la más difícil, está aún pendiente. Para purificar totalmente al alma, se la sumerge en un profundo abandono de Dios, de modo que puede exclamar, junto al Señor en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). El Padre celestial, de cuyo amor ha vivido el alma, parece ser tan sólo el severo juez que la condena, ante cuyo rostro ella quisiera ocultarse. Ahora es capaz para la unión indivisa de amor, para la perfecta fusión mutua de corazones, para el perfecto intercambio de corazones. …..

La patena que sostienen nuestras manos ha asumido así verdaderamente una forma singular y una insospechada plenitud. Está siempre llena hasta el borde. Tan universal es siempre la vigencia y tan original la eficacia de la ley que dice: el amor vive del sacrificio y el sacrificio nutre el amor.

Las leyes del juego que acabamos de poner de relieve no tienen excepción aquí en la tierra. Por eso mismo, tanto la santísima Virgen como el mismo Señor han estado sometidos a ellas.”

De: Maria – Mutter und Erzieherin – (María, Madre y Educadora) (1954), 294-299 

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