En el texto de este viernes el Padre Kentenich nos invita a entrar en la ‘escuela superior’ del amor. Dios quiere llevarnos a una vinculación cada vez mayor con él. De ese modo, como explica el padre King en su introducción a estos textos en el libro “El poder del amor”, se dan fases en que se produce una menor valoración de lo terreno y una mayor valoración de Dios. Estas mismas constantes se verifican también en el amor entre personas humanas, por ejemplo, en el amor conyugal. Leemos:
“¿Quién no se reconoce a sí mismo en este atrapante y eterno juego, con
todas sus alternativas? ¿Quién no ve en él su camino a Dios y, a la vez, el
camino de Dios hacia nosotros? ¿Quién no vislumbra en las escenas del Cantar
de los Cantares las alternativas de su propia lucha entre el amor a Dios y
el amor propio, ese enemigo único, pertinaz y tan ramificado del amor de Dios?
Primeramente, Dios atrae hacia sí nuestra alma mediante el consuelo y la
dulzura en el trato interior con nosotros. Lo hace a fin de inducir nuestra
alma a abandonar el mundo y sus placeres y para regalarle el gusto por las
cosas del cielo. Como dice con acierto Francisco de Sales, en ese estado
buscamos no tanto al Dios del consuelo como más bien el consuelo de Dios. Por
tanto, nuestro amor a Dios se caracteriza aún por un fuerte egoísmo y egotismo.
Es posible que en ese estado ofrezcamos algún sacrificio y profundicemos
celosamente en la oración. Pero, por lo común, sólo lo hacemos mientras el
egoísmo encuentre provecho en ello en forma de consuelo interior, a la vez que
suficiente alimento.
Pero pronto comienza Dios con la otra cara de su regla de juego. Él huye,
nos retira sus consuelos, es decir, se cubre de oscuridad. Es como si realmente
huyera de nosotros. Sin embargo, viéndolo con claridad, hemos de reconocer que
se trata de la huida del amor. El saborear con gran sentimiento su amor se hace
así menos frecuente y más breve. Nuestra alma se ve sumergida en desconsuelo.
Por esa razón, se encuentra en el peligro y la tentación de volver la espalda a
Dios, que ya no se deja ver ni sentir, y de acabar pronto la relación con él. ……
Si, a pesar de todo, el alma logra permanecer fiel y buscar llena de anhelo en
todas partes al amado en medio de la oscuridad y la aridez, habrá ganado una
vez más el juego del amor. Y su divino compañero comenzará pronto de nuevo con
una segunda purificación del alma, a la que seguirán una tercera, una cuarta y
una quinta. ……
Si gana la palma también en este certamen, es decir, si también entonces
permanece fiel a su anhelo y a su búsqueda, no pasará mucho tiempo hasta que
comience la tercera ronda del juego del amor. Entonces aparecen violentas
tentaciones, en especial contra la pureza y las virtudes teologales, con una
fuerza inusitada e insospechada. Es como si el alma fuese una única gran
cloaca. Las ocupaciones predilectas que hasta ese momento le producían
satisfacción la dejan ahora vacía e insatisfecha. Las obras predilectas a las que
estaba apegada con todo su corazón le son arrebatadas y mutiladas. Nada le
produce ya una alegría perceptible, sensible. A montones se cargan sobre sus
espaldas tareas por las que siempre sintió un rechazo natural. Entonces, el
alma comienza a avenirse poco a poco a la intención del educador divino y a
dejarse más a sí misma: más aún, en cierta medida, a odiarse a sí misma,
deseando anhelantemente sólo a Dios, que es el único que puede brindarle
plenitud interior y sostén.
En la cuarta ronda, el amado se retira aún más. Permite que el alma sea
hurgada con maledicencias de todo tipo. Todo el mundo le arroja inmundicias
como si su honra semejase una cerilla arrojada en la calle, que puede ser
pisoteada a discreción por cualquiera que pasa. Sus emprendimientos, sean
grandes o pequeños, y aunque tengan su origen en las intenciones más nobles y
puras, son enlodados odiosamente de continuo. Sus amigos huyen. ….. Debe ser
regiamente libre y sólo elevar su mirada hacia el Único a quien pertenece, a
fin de llegar a ser hija de un amor único, grande, fuerte, desinteresado y
creadoramente fecundo.
La última ronda del juego del amor, que es la más difícil, está aún
pendiente. Para purificar totalmente al alma, se la sumerge en un profundo
abandono de Dios, de modo que puede exclamar, junto al Señor en la cruz: “¡Dios
mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). El Padre celestial, de
cuyo amor ha vivido el alma, parece ser tan sólo el severo juez que la condena,
ante cuyo rostro ella quisiera ocultarse. Ahora es capaz para la unión indivisa
de amor, para la perfecta fusión mutua de corazones, para el perfecto
intercambio de corazones. …..
La patena que sostienen nuestras manos ha asumido así verdaderamente una
forma singular y una insospechada plenitud. Está siempre llena hasta el borde.
Tan universal es siempre la vigencia y tan original la eficacia de la ley que
dice: el amor vive del sacrificio y el sacrificio nutre el amor.
Las leyes del juego que acabamos de poner de relieve no tienen excepción
aquí en la tierra. Por eso mismo, tanto la santísima Virgen como el mismo Señor
han estado sometidos a ellas.”
De: Maria – Mutter und Erzieherin – (María, Madre y Educadora) (1954), 294-299
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