Bajo el título “María,
Madre y Educadora – Una mariología aplicada” tenemos una serie de
apuntes del Padre Kentenich para las homilías del año mariano de 1954. Estaban
previstas para pronunciarlas durante la cuaresma de ese año en la parroquia de
la Santa Cruz en Milwaukee. Sabemos que el Padre dictaba estos textos en alemán
a su secretaria, y un hermano de comunidad los traducía al inglés para los
actos litúrgicos de los domingos y festivos correspondientes. Algunos de los
apuntes sirvieron además para completar otra serie de escritos pedagógicos del
fundador. Es en realidad un tratado o escuela mariana, en donde se pone
de manifiesto la sabiduría pedagógica del Padre Kentenich, su amor a María y,
especialmente, la bi-unidad entre Cristo y María.
Sobre el tema
que nos ocupa en las últimas semanas de este Blog – ’el amor’ –
destacamos el siguiente texto referido a la relación entre amor y sacrificio, aspecto
de suma importancia para todos y especialmente para los matrimonios y padres de
familia.
“Aquí se trata de la fuerza unitiva del amor en todas sus variantes y
grados en su relación con el sacrificio. Acabamos de hablar de las reglas del
juego que rigen en este contexto. Esas reglas señalan los sacrificios a los que
se está haciendo referencia. Las encontramos descritas de forma clásica en el Cantar
de los Cantares. Sin embargo, sólo resultan comprensibles para quien
conozca la vida amorosa natural y sepa encontrar en ella un símbolo de la
comunión sobrenatural del alma con Dios.
El juego de amor entre dos amantes se atiene en todos sus estadios a una
única regla fácil de reconocer y de aprender. Se presupone, sin embargo, que lo
que une a ambas personas es un amor verdadero y genuino. Si es así, la regla se
pone en juego por sí sola, pues está íntimamente conectada con la vida amorosa,
está tomada de ella y plasmada por ella. Esa vida es un constante buscarse y
encontrarse mutuamente. Es un aparente huir y esconderse el uno del otro a fin
de encontrarse de forma tanto más íntima, y ya nunca más separarse.
Pasará mucho tiempo hasta que el estar-uno-en-el-otro que es propio del
amor haya eliminado todos los ruidos parásitos del egoísmo, todas las
rigideces, los aferramientos y los enfados que pujan por subir a la superficie
a raíz de las falsas exigencias del yo en su avidez de posesión y fruición, y
hasta que haya redundado en una dichosa bi-unidad y pueda exclamar con júbilo:
“Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado” (Ct 2,16). No busco ya tanto sus
bienes, ni me busco a mí mismo, sino que lo busco a él.
El proceso de purificación y de despojo del yo relacionado con el amor se
experimenta de forma muy dolorosa, pero brinda al mismo tiempo una profunda
felicidad. El juego del amor que opera en ese proceso es cautivante; es
emocionante y embarga de dicha.
Dice, en su reclamo, la novia en el Cantar de los Cantares: “Indícame, amor
de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía,
para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros” (Ct 1,7).
“Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré
al amor de mi alma. Busquele y no le hallé. Los centinelas me encontraron, los
que hacen la ronda en la ciudad […] Apenas habíalos pasado, cuando encontré al
amor de mi alma. Le aprehendí y no le soltaré hasta que le haya introducido en
la casa de mi madre” (Ct 3,2ss).
Apenas ambos se han encontrado del modo descrito, el camino los separa una
vez más. El novio abandona de pronto a la novia nuevamente. La lejanía exterior
despierta de nuevo el anhelo interior de estar uno junto al otro y en el otro.
La novia busca por largo tiempo al novio, sobre todo para enriquecerse con él,
para perfeccionarse por su posesión. Una y otra vez, en el marco de este
apasionante juego, pone ella en primer término sus deseos, sus regalos y su
belleza, invocando todo ello con un apego al yo y un egoísmo finamente
disimulados. El amado acepta esa debilidad con comprensiva tranquilidad y se
comporta por el momento como si no viese todo el egocentrismo que se esconde en
ello. Se deja encontrar una y otra vez, para retirarse de pronto nuevamente al
poco tiempo, hasta que el alma haya superado en su amor todo apego al yo y lo
busque y ame sólo por él mismo. Sólo entonces habrá alcanzado su meta esta
cuidadosa educación al amor.
¿Quién no se reconoce a sí mismo en este atrapante y eterno juego, con
todas sus alternativas? ¿Quién no reconoce en él su camino hacia Dios y, a la
vez, el camino de Dios hacia nosotros? ¿Quién no vislumbra en las escenas del Cantar
de los Cantares las alternativas de su propia lucha entre el amor a Dios y
el amor propio, ese enemigo, único, pertinaz y tan ramificado, del amor de
Dios?”
De: Maria – Mutter und Erzieherin –
(María, Madre y Educadora) (1954) 292-294
¿Quién no se reconoce en ese egoísmo sutil, en ese amor de posesión que termina ahogando poco a poco el amor? ¿Cómo salir de uno mismo hacia el otro? Es un camino de tránsito difícil, escarpado... pero lleno de sorpresas inesperadas.
ResponderEliminarMe encantó el tema, Paco!!!