viernes, 12 de noviembre de 2021

EL AMOR Y EL PECADO

Hoy queremos detenernos y reflexionar sobre algo que el Padre Kentenich apunta en sus jornadas y charlas recogidas en el libro de “La santificación de la vida diaria”, en concreto sobre la fuerza que tiene el amor para borrar los pecados y preservarnos de los mismos, especialmente de los arrebatos de aversión, de la envidia y de los celos.

La fuerza del amor para borrar los pecados

“Amor y pecado. Colocamos aquí una junto a otras dos magnitudes que están enfrentadas en eterna enemistad. El pecado quiere herir y matar el amor, pero el amor huye del pecado y lo borra. Por eso afirma Jesucristo: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (Jn 14,21). San Juan retoma la misma idea y dice: “En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos” (1Jn 5,3).

Sabemos por el catecismo que el amor es una fuerza capaz de borrar los pecados. La perfecta contrición de amor borra incluso el pecado grave, aunque implica el deber y la intención de someter los pecados cometidos a la “potestad de llaves” de la Iglesia. Cuanto más entrañable sea el amor, tantas más penas temporales serán perdonadas con los pecados. Así interpretan los teólogos lo que dijo el Señor acerca de María Magdalena: “quedan perdonados sus muchos pecados porque ha mostrado mucho amor” (Lc 7,50), como también la frase de san Pedro: “El amor cubre multitud de pecados” (1P 4,8). […]

El amor preserva del pecado

Pero el amor es tan fuerte y poderoso en el santo de la vida diaria que lo preserva de numerosas faltas y pecados, sobre todo de los ocultos arrebatos de aversión, de envidia y de celos. Hay pocos hombres, incluso entre los piadosos, que puedan superar estos tres tipos de falta de amor. La mayoría sucumbe a ellos sin saberlo propiamente. […]

Aversión

La aversión es causa de muchas calamidades en todas partes. Se trata ante todo de un rechazo que se da en el plano de los sentimientos contra lo que se siente como carente de belleza, como feo, contra lo que produce rechazo o parece digno de repudio. Esto puede consistir en un defecto físico, un modo de darse, una falta moral o una limitación y unilateralidad en la forma de actuar o de vivir, una injusticia presunta o real.

Mientras un impulso instintivo semejante no influya para nada en la inteligencia, en la voluntad y en el modo de actuar, o tal influencia no supere lo que puede resultar permitido o deseable de acuerdo a la voluntad de Dios, no puede hablarse de que exista falta moral. No obstante, muy a menudo, cuando no siempre, la aversión instintiva se convierte en una peligrosa guía y consejera. Tiñe el juicio, de modo que la inteligencia exagera en parte motivos existentes, inventa en parte nuevos, y separa ambos grupos de motivos del valor sobrenatural que hace al hombre digno de amor a pesar de sus debilidades. Tales valoraciones erróneas llevan a actos erróneos del corazón y de la voluntad, a disgustarse, desear el mal, hablar mal y hacer el mal al otro, acciones todas injustificadas y contrarias a Dios.

Y hasta existen personas de profunda religiosidad y con un corazón sumamente bondadoso que abrazan a la humanidad entera y que, sin embargo, no logran brindar a las personas concretas que las rodean un trato benévolo y bondadoso. […]

Aunque no formemos parte de esta clase tan marcada de seres desdichados, nuestra dependencia de la aversión es probablemente mayor de lo que pensamos.

Para actuar en contra de esto debemos preguntarnos antes que nada por sus causas. Es posible que esté operando una limitación mental que no es capaz de ver objetivamente, o una falta de fe que deja fuera de consideración la relación de las personas con Dios. Sin embargo, casi siempre desempeña un papel importante una envidia sutilmente oculta o un enamoramiento enfermizo de sí mismo. […]

Envidia y celos

La envidia es la tristeza por un bien que posee el prójimo en cuanto implica un menoscabo o un perjuicio para uno mismo. Dos son, por consiguiente, las características que deben darse: en primer lugar, el envidioso está triste, enojado, contrariado a raíz de un bien que posee el prójimo, por ejemplo, por su patrimonio, por sus talentos, por sus éxitos, por su belleza o por el amor que recibe y el prestigio del que goza por parte de superiores y subordinados… Además, esta tristeza se nutre también del miedo a que se le haga sombra, se lo perjudique o se lo postergue. De celos, en cambio, se habla cuando se teme el perjuicio a raíz de tener que compartir con otros el bien que se posee, por ejemplo, el amor de una persona, o bien, conocimientos, poder, prestigio.

La envidia y los celos no deben confundirse con la tristeza por no poseer bienes semejantes sin por ello envidiar al prójimo, ni con el ánimo de competir que despierta el bien del prójimo, ni con el justificado desagrado de que alguien que no lo merece sea puesto en posesión de un bien determinado.

El santo de la vida diaria tiene ideas y concepciones claras acerca de todas estas cosas, pero cuenta al mismo tiempo con suficiente autoconocimiento como para saber cuán expuesta está al engaño la pobre naturaleza precisamente en estos puntos, ya que todos ellos brotan directamente de un sutil egoísmo y afán de honra. […]”

De: La santificación de la vida diaria (1937), 257-264

  

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