Somos una
comunidad que se siente miembro vivo de la Iglesia y se rige cuidadosamente por
el orden de ser objetivo; y en todas las circunstancias se atiene a la idea de
organismo. Por todo eso nuestra consigna a la hora de construir, de desarrollar
un estilo de vida y de fijar el norte, no puede ser otra que: "Ad
Patrem". De ahí que aquello que el Espejo del Pastor repite
innumerables veces deba ser propuesto como ley fundamental de nuestra
espiritualidad schoenstatiana:
Únenos en santa triunidad,
y así caminaremos
en el Espíritu Santo
hacia el Padre.
La triunidad
de la cual se habla aquí, abarca al alma, a la Santísima Virgen y al Señor: los
tres orientados hacia Dios Padre. De este modo comprendemos una tercera
realidad: la imagen que tiene Schoenstatt de la Santísima Virgen y del Señor
está fuertemente marcada por el patrocentrismo. Dicho más exactamente: nuestra
imagen del Señor presenta tres dimensiones; nos resplandece sobre todo desde
tres puntos de vista: nos fascina preferentemente la relación fundamental de
Jesús con su Padre, con su Madre y con las almas inmortales. O dicho con otras
palabras: nuestra imagen de Jesús tiene un tono mariano y apostólico y está
orientada patrocéntricamente. O bien: nos ha fascinado la unión de Jesús con su
Padre, con su Madre y con las almas. De esta forma señalamos con mayor precisión
el norte de nuestra vida y de nuestro empeño ascético. Y no descansaremos hasta
asociarnos al Señor en lo que hace a estas tres actitudes fundamentales suyas.
Para con el
Padre, Jesús es, por excelencia, el Hijo de Dios unigénito hecho hombre. Jesús contempla
y trata a su Madre como su compañera y colaboradora ministerial y permanente en
toda la obra de la redención. Para las almas inmortales Jesús es, en todas las
etapas de su vida terrenal y gloriosa, el redentor, el que las conduce a la
beatitud.
Si además
recordamos aquellas palabras de San Pablo: "Ya no vivo yo, sino que Cristo
vive en mí", sabemos lo que eso significa para nosotros en particular.
En razón de
la íntima biunidad de Cristo con su Madre, nuestra imagen del Señor determina
simultáneamente nuestra imagen de la Santísima Virgen. En efecto, la Santísima
Virgen se nos aparece como la mujer formada por Cristo y la mujer que forma a
Cristo [en nosotros]. En ambos casos siempre en Cristo y con Cristo orientada
hacia el Padre.
En este
punto observamos, nuevamente, cuán rica es la labor de educación y formación
que se propone llevar a cabo el Año schoenstatiano del Padre. Labor de
formación que exige una cuidadosa elaboración de la imagen de María y de la
imagen del Señor que posean los contornos aludidos. La formación apunta a que
el formando, en cuanto a sus actitudes y a su vida misma, tome esas dos
imágenes como modelo, y lo haga con una profundidad cada vez mayor. Así hallará
el camino hacia el Padre de la manera más perfecta posible y día tras día
cobrará más y más sentido la súplica:
Únenos en santa triunidad,
y así caminaremos
en el Espíritu Santo
hacia el Padre.
Afortunadamente
en esta empresa no contamos solo con nuestras propias fuerzas. La MTA es
consciente de la gran tarea pedagógica que debe desplegar desde su santuario.
Estén seguros de ello. Tanto la gracia del arraigo como la de la transformación
interior apuntan claramente en dirección del patrocentrismo.
A la luz de
estas reflexiones constatamos el error en el que incurren quienes al juzgar
nuestra espiritualidad piensan que nosotros seríamos unilateralmente marianos.
No es ése el caso. Nuestra espiritualidad es mariana, pero a la vez
cristomística y patrocéntrica, más aun, trinitaria. Ésa es, a la vez, la
actitud fundamental de Pallotti.
Repasen la "Oración de los Jefes",
del Hacia el Padre. En la nota preliminar se lee: "Según el ejemplo
de Pallotti, la oración se empeña en valorar especialmente el amor a la Santísima
Trinidad y a los misterios de nuestra Redención". La oración misma está
dirigida a la Santísima Virgen:
Dígnate usarla [a nuestra pequeña
comunidad]
como fiel instrumento
donde haya que rechazar
enérgicamente
el espíritu del Demonio;
transfórmala en fiel guardia de
Cristo
y se destaque siempre
por su sentido apostólico.
Ella anuncie el amor a la Santísima
Trinidad;
teja en torno de la cruz
las más hermosas coronas de laurel;
como respuesta a los tiempos,
regala por ella a la Iglesia
una verdadera santidad de la vida
diaria.
(Tomado de las "Chroniknotizen", pp.
181-183, Ver “Kentenich reader III”).