miércoles, 25 de diciembre de 2013

La ternura de Dios


Prueba de la vinculación divina existente entre providentia generalis et specialis: la persona de Cristo

Dios permitió que su Hijo Unigénito asumiera naturaleza humana con todas las inclinaciones y pasiones humanas nobles. "Et verbum caro factum est et habitavit in nobis"… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Dios lo hizo para convencernos a nosotros, los hombres, y para mostrarnos que, a pesar de abarcar todo el acontecer mundial, de la plenitud de sus infinitas perfecciones, de la insobornabilidad e inexorabilidad de su verdad y justicia y de la incolumidad de su santidad, y de abrazar amorosamente toda la creación, le tiene cariño a cada individuo y se interesa personalmente hasta por las mínimas cosas.
En el Dios hecho hombre se hace sensible, se encarna, su misterioso interés muy personal por cada individuo. Un interés que nos cuesta comprender dada su espiritualidad e inmutabilidad.

El rostro del Padre vuelto hacia nosotros

El Unigénito, que representa el rostro humano del Padre eterno vuelto hacia nosotros, nos revela de manera sensible y palpable, de modo auténticamente humano, cómo concebir humanamente el interés espiritual de Dios Padre por cada individuo.

Con acierto dice del cardenal Newman:

«Admirable y adorable es ciertamente esa condescendencia con la cual él viene en ayuda de nuestra debilidad. Dios toma en consideración esa debilidad y la socorre precisamente de la misma manera como ha obrado la redención de las almas. Para que comprendamos que él, a despecho de sus misteriosas e infinitas perfecciones, dispensa una atención y cariño especiales a cada individuo, asumió los pensamientos y sentimientos de nuestra propia naturaleza, los cuales, como todos sabemos, son capaces de tal cariño personal. Al hacerse hombre, despejó las dificultades y dudas de nuestra razón al respecto, poniéndose él mismo en nuestro lugar».

La misteriosa vinculación entre ‘providentia generalis et specialis’: El amor de Dios para con nosotros es tierno y atento

El interés personal de Dios por nosotros presenta sobre todo dos cualidades: es infinitamente tierno y atento. Vale decir que el Padre nos ha regalado en su divino Hijo un espejo (por decirlo así) que nos refleja y hace comprensible su amor paternal infinitamente tierno y atento, aun cuando no podamos entender con mayor precisión cómo ese hondo cariño de Dios se armoniza con sus otras cualidades. Pero si por un lado recordamos lo que decían Pascal y Santo Tomás sobre la tensión y la armonía, y sobre la virtudes complementarias de la verdadera santidad, tal como se aprecia dichas virtudes en los reflejos humanos de quien es la santidad absoluta, y por otro lado suponemos que en Dios todo tiene medidas infinitas, entonces la razón que piensa abstractamente será capaz de ver cómo opuestos aparentemente irreconciliables se funden en una unidad.

Gustar el amor que Cristo nos tiene

Quien quiera experimentar en su corazón el amor, el cariño personal de Dios, que no se dé por satisfecho con tales reflexiones abstractas, ni tampoco con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras sobre la providentia divina specialis, ni con la cuidadosa meditación, habitual entre nosotros, de las misericordias de Dios en la propia vida y en la historia de la Familia. Más bien ha de avanzar y entender, gustar y responder la cálida afectividad de Jesús como expresión palpable del amor paternal de Dios. Es como si Jesús nos dijese también en éste punto: "El que me ve, ve al que me envió", "nadie va al Padre si no es por mí".
Nadie comprende en profundidad el amor del Padre, amor que se interesa personalmente por el individuo, si no lo ve reflejado en la imagen del Unigénito.

Sobre la cualidad: tierno

Quizás a la sensibilidad moderna le resulte chocante aplicar el término "tierno" a Jesús y su relación con los hombres. Si no hay más remedio, prefiere entonces hablar de "ternura del amor". Teniendo en cuenta esa resistencia, nosotros utilizamos a propósito el término "tierno", en parte porque expresa mejor de qué se trata y contribuye eficazmente a superar concepciones falsas sobre Dios y el Hijo de Dios, y en parte porque capta de modo más duradero la atención del hombre moderno influido por el colectivismo.

Por lo demás lo encontramos tanto en los textos de los místicos medievales como en los del gran cardenal Newman. Fácilmente el filósofo percibe en el término "tierno" el amor affectivus y en "atento" el amor effectivus.


(Tomado de la carta del padre Kentenich al padre general Turowski, comenzada el 8.12.1952 (editada por Heinrich M. Hug con el título "Nüchterne Frömmigkeit", Berg Sion, 199, pp. 445-448. Ver “Kentenich reader III”).

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