Prueba de la
vinculación divina existente entre providentia generalis et specialis:
la persona de Cristo
Dios
permitió que su Hijo Unigénito asumiera naturaleza humana con todas las
inclinaciones y pasiones humanas nobles. "Et verbum caro factum est et
habitavit in nobis"… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros. Dios lo hizo para convencernos a nosotros, los hombres, y para
mostrarnos que, a pesar de abarcar todo el acontecer mundial, de la plenitud de
sus infinitas perfecciones, de la insobornabilidad e inexorabilidad de su
verdad y justicia y de la incolumidad de su santidad, y de abrazar amorosamente
toda la creación, le tiene cariño a cada individuo y se interesa personalmente
hasta por las mínimas cosas.
En el Dios
hecho hombre se hace sensible, se encarna, su misterioso interés muy personal
por cada individuo. Un interés que nos cuesta comprender dada su espiritualidad
e inmutabilidad.
El rostro
del Padre vuelto hacia nosotros
El
Unigénito, que representa el rostro humano del Padre eterno vuelto hacia
nosotros, nos revela de manera sensible y palpable, de modo auténticamente
humano, cómo concebir humanamente el interés espiritual de Dios Padre por cada
individuo.
Con acierto
dice del cardenal Newman:
«Admirable y adorable es ciertamente esa
condescendencia con la cual él viene en ayuda de nuestra debilidad. Dios toma
en consideración esa debilidad y la socorre precisamente de la misma manera
como ha obrado la redención de las almas. Para que comprendamos que él, a
despecho de sus misteriosas e infinitas perfecciones, dispensa una atención y
cariño especiales a cada individuo, asumió los pensamientos y sentimientos de
nuestra propia naturaleza, los cuales, como todos sabemos, son capaces de tal
cariño personal. Al hacerse hombre, despejó las dificultades y dudas de nuestra
razón al respecto, poniéndose él mismo en nuestro lugar».
La
misteriosa vinculación entre ‘providentia generalis et specialis’: El amor de Dios para con nosotros es
tierno y atento
El interés
personal de Dios por nosotros presenta sobre todo dos cualidades: es
infinitamente tierno y atento. Vale decir que el Padre nos ha regalado en su
divino Hijo un espejo (por decirlo así) que nos refleja y hace comprensible su
amor paternal infinitamente tierno y atento, aun cuando no podamos entender con
mayor precisión cómo ese hondo cariño de Dios se armoniza con sus otras
cualidades. Pero si por un lado recordamos lo que decían Pascal y Santo Tomás
sobre la tensión y la armonía, y sobre la virtudes complementarias de la
verdadera santidad, tal como se aprecia dichas virtudes en los reflejos humanos
de quien es la santidad absoluta, y por otro lado suponemos que en Dios todo
tiene medidas infinitas, entonces la razón que piensa abstractamente será capaz
de ver cómo opuestos aparentemente irreconciliables se funden en una unidad.
Gustar el
amor que Cristo nos tiene
Quien quiera
experimentar en su corazón el amor, el cariño personal de Dios, que no se dé
por satisfecho con tales reflexiones abstractas, ni tampoco con las enseñanzas
de las Sagradas Escrituras sobre la providentia divina specialis, ni con
la cuidadosa meditación, habitual entre nosotros, de las misericordias de Dios
en la propia vida y en la historia de la Familia. Más bien ha de avanzar y
entender, gustar y responder la cálida afectividad de Jesús como expresión
palpable del amor paternal de Dios. Es como si Jesús nos dijese también en éste
punto: "El que me ve, ve al que me envió", "nadie va al Padre si
no es por mí".
Nadie
comprende en profundidad el amor del Padre, amor que se interesa personalmente
por el individuo, si no lo ve reflejado en la imagen del Unigénito.
Sobre la
cualidad: tierno
Quizás a la
sensibilidad moderna le resulte chocante aplicar el término "tierno"
a Jesús y su relación con los hombres. Si no hay más remedio, prefiere entonces
hablar de "ternura del amor". Teniendo en cuenta esa resistencia,
nosotros utilizamos a propósito el término "tierno", en parte porque
expresa mejor de qué se trata y contribuye eficazmente a superar concepciones
falsas sobre Dios y el Hijo de Dios, y en parte porque capta de modo más
duradero la atención del hombre moderno influido por el colectivismo.
Por lo demás
lo encontramos tanto en los textos de los místicos medievales como en los del
gran cardenal Newman. Fácilmente el filósofo percibe en el término "tierno"
el amor affectivus y en "atento" el amor effectivus.
(Tomado de la carta del padre Kentenich al padre general
Turowski, comenzada el 8.12.1952 (editada por Heinrich M. Hug con el título "Nüchterne
Frömmigkeit", Berg Sion, 199, pp. 445-448. Ver “Kentenich reader
III”).
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