María:
nuestro ideal
Si pensamos
en la imagen de la Santísima Virgen, tenemos que decir y sostener que ella fue
y permaneció libre del pecado original y de la más triste de sus consecuencias:
la escisión interior; lo que llamamos concupiscencia, la concupiscencia
enfermiza. El apetito concupiscible permaneció en ella, tal como en Cristo,
pero no era concupiscencia maligna: "Todo lo viejo ha pasado". Así
como María fue creada y pensada por Dios en esta situación excepcional, así
también seremos nosotros un día. Esta es la meta a la que aspiramos.
¡Aseméjanos a tu imagen! ¡Queremos reflejarnos en tu imagen! Así como el pecado
original nunca te tocó y su consecuencia más triste permaneció lejos de ti, así
también la misma gracia que a ti te hizo libre, con el tiempo debería librarme
a mí cada vez más, hasta alguna vez en el cielo llegar a encarnar de la forma
más perfecta posible esa imagen: tu imagen.
San Pablo
profundiza su pensamiento predilecto en otro pasaje. Para comprender mejor
debemos recordar que su tarea de vida consistía en procurar que para hacerse
cristiano no fuera preciso hacerse antes judío. Por eso la enérgica afirmación:
en Cristo Jesús ―se trata siempre del mismo pensamiento medular― no tienen
valor ni la circuncisión ―como lo exigían los judíos― ni la no-circuncisión. Lo
único que cuenta es ser en Cristo Jesús. (Cf. Rom 8,1.2.10; 1Cor 1,30; 7,19;
2Cor 5,17; Gal 3,27.28; 5,6; 6,15; Col 2,6-12).
María:
criatura del paraíso
Con el
transcurso del tiempo, aplicando este gran pensamiento "en Cristo
Jesús" a la imagen de la Santísima Virgen, se acuñó la siguiente expresión:
durante toda su vida la Santísima Virgen fue por antonomasia la singular
criatura paradisíaca. El cardenal Faulhaber formuló en el mismo sentido la
hermosa expresión: ella es la única reliquia del paraíso. Si quisiéramos
ponderar este concepto con mayor exactitud, deberíamos mostrar también cómo en
cierto sentido ella era aún más perfecta ―de todos modos distinta― mejor y más
espléndidamente dotada que Adán y Eva en el paraíso.
¡Criatura
del paraíso, reliquia del paraíso! Ella es más que la criatura del paraíso per
eminentiam, de modo extraordinario; ella es también la puerta del paraíso.
Puerta es un acceso que debe ser abierto cuando se quiere ingresar a un
recinto. ¿Quién es por antonomasia el paraíso, cuya imagen humana más perfecta
es la Virgen María? Es Cristo, el Redentor. María es por su "sí" el
acceso a Cristo; ella es la puerta a Cristo en nuestra vida. Si queremos
conformarnos según Cristo y conformar el mundo según Cristo, entonces la Santísima
Virgen debe volver a dar su "sí". El ideal ―con esto tenemos una
nueva formulación― dice así: queremos ser criaturas del paraíso y puertas del
paraíso.
María: la
Inmaculada
Tiempo atrás
se encontraron en Roma un teólogo católico y un ateo, un panteísta. Entablaron
conversación y, de pronto, el panteísta comenzó a hablar sobre las verdades
católicas; en particular, sobre los dogmas católicos, deteniéndose en la imagen
de la Inmaculada. Reverendo Padre ―le
dijo― si yo pudiera creer y aceptar el credo cristiano, lo haría sobre todo por
la imagen de la Inmaculada. El teólogo preguntó asombrado qué relación existía
entre lo uno y lo otro. Obtuvo la siguiente respuesta: Padre, yo he viajado
mucho por todo el mundo. Lo conozco, y sé también cuán inmundo es el torrente
de pecados que lo atraviesa. Ustedes, los católicos, miran a la Virgen María,
la alaban y la ensalzan como la criatura paradisíaca, como el ser humano íntegro.
Esto significa para mí una distensión interior: aún existe una persona ―aunque
sólo sea una― que encarna el ideal del ser humano. ¡Deo gratias! A pesar
de mis horrendas experiencias de otro tipo, nuevamente puedo creer en el ideal
del hombre.
Mis queridos
fieles, esta es la enseñanza de San Pablo. Aplicando a la Santísima Virgen su
concepción del hombre nuevo, tenemos que ella es, por antonomasia, "en
Cristo Jesús" el inalcanzable e insuperable ideal de hombre conformado
según Cristo y que conforma también el mundo según Cristo.
Llevemos con
nosotros esta pequeña gotita de verdad a la vida diaria e hincándonos ante la
imagen de la Inmaculada recemos nuevamente:
Aseméjanos a ti y enséñanos
a caminar por la vida tal como tú lo
hiciste:
fuerte y digna, sencilla y
bondadosa,
repartiendo amor, paz y alegría.
En nosotros recorre nuestro tiempo
preparándolo para Cristo Jesús.
(H.P. est. 609).
(Tomado de “Aseméjanos a tu imagen”, Plática del Padre Kentenich del 16 de diciembre de 1962 – del archivo digital del Instituto de Familias de Schoenstatt)
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