En una de sus prédicas en la parroquia de Milwaukee/USA
el Padre Kentenich añade al conocido “ora et labora” de los benedictinos
una tercera palabra, la de sufrir. La frase queda así: “reza, trabaja y
sufre”. Es la experiencia que todos hacemos: el hombre tiene que cargar de
una forma o de otra con algo (o mucho) de dolor y sufrimiento en la vida. Precisamente
el que sufre experimenta la parte de oscuridad y el riesgo que supone la fe
práctica en la Divina Providencia. El que sufre se encuentra ante lo
incomprensible de la actuación de Dios en el mundo. El Padre Kentenich lo sabía
bien, había estado prisionero en el campo de concentración de Dachau. Allí tuvo
la oportunidad de experimentarlo en su propia carne y de observarlo en los
prisioneros que sufrían y morían a su alrededor.
Dos son las reacciones o actitudes posibles ante tal
desafío: o crezco en el convencimiento de que soy un hijo de Dios, y hago de
ello mi actitud fundamental o, por el contrario, me revelo con el peligro de que mi
amargura me lleve a la desesperación. Es cierto que hay una fase previa a la
aceptación del dolor y el sufrimiento, la reacción natural de evitar el dolor.
Nosotros no nos deseamos a nosotros mismos el dolor, sino que es natural que lo
rechacemos: Jesús en el huerto de Getsemaní gritó desde su humanidad aquello de:
“Padre, aparta de mí este cáliz”. Su sentido filial – la seguridad
existencial del hijo que se sabe en las manos del padre – le hizo decir
finalmente: “¡En cualquier caso, hágase tu voluntad y no la mía!”
Para ayudar a sus oyentes de ‘los lunes por la tarde’ en
su reflexión sobre la cruz y el sufrimiento, el fundador de Schoenstatt les
invita en este último lunes de enero del año 1957 a hacerse esta pregunta: “Qué
quiere Dios con la cruz y el sufrimiento que nos envía?” A lo cual contesta él
mismo con estas palabras:
“A través de la
cruz y el sufrimiento quiere liberarme de mí mismo. Quiere ayudarme a que me
conozca a mí mismo. Quiere ayudarme a que llegue a ser más humilde, a que
llegue a ser más bondadoso, a que confíe más en él y me desprenda más y más de
todo lo terreno y lo vea a él en el centro de la vida.”
Justamente esta quiere ser nuestra
tarea: convencernos de que Dios me ama, y que lo hace con un inmenso amor por
mí, y que, si permite este o aquel sufrimiento, lo hace como un acto de
misericordia con nosotros. El hombre profundamente religioso ve detrás de la
cruz y el sufrimiento la mano paternal de Dios.
“No sé, ahora,
si habré llegado a tanto como para decir que toda cruz y sufrimiento en mi vida
son realmente ‘misericordia
Domini’, expresión del amor misericordioso de Dios para conmigo. Verán,
tenemos que trabajar hasta que lo logremos. ….
Resumiendo,
pues, si queremos hacer la comprobación tenemos que preguntarnos: ¿consideramos
las decepciones, la cruz y el sufrimiento de nuestra vida como un regalo
especial del Padre del cielo, que nos lo ha destinado para que realicemos el
plan que él ha diseñado para nosotros desde la eternidad?
Tenga yo mucho
o poco que comer, tenga mucha o poca cruz: soy siempre un niño simple: Dios es
Padre, Dios es bueno; bueno es todo lo que él hace.”
En el acontecer mundial actual, les dice a sus oyentes,
quien no posea ni conozca una correcta imagen de Dios como imagen del Padre se
derrumbará tarde o temprano; simplemente, no podrá dominar la vida, perderá la
confianza en la vida, la confianza en Dios. Me aventuro a decir que este
pensamiento sigue teniendo validez en el mundo de hoy.
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Gracias Paco! Tan sencillo pero tan difícil...
ResponderEliminarSon un regalo estas palabras. Me hacen ver que Dios Padre está aún más presente en los momentos más duros... si queremos abrazarle...
ResponderEliminarque palabras tan hermosas, como nos ayudan a conocernos a nosotros mismos para llegar a Dios. ES un camino hacia la santidad algo muy muy difícil pero que todos tenemos que intentar imitar.
ResponderEliminargracias,...