Alguno de mis lectores me ha comentado que en nuestros
días vivimos también en un ambiente de inseguridad y miedo. No ya por el temor
a una guerra, sino por las circunstancias que nos rodean en nuestras sociedades,
por las políticas que se implantan y las seguridades vivenciales que se
pierden; nuevos tiempos se hacen paso, y nosotros andamos anclados en el ayer,
temiéndonos lo peor.
Es aquí adonde nos unimos a los oyentes de estas
charlas para escuchar la sabia palabra del Padre Kentenich – hoy la del lunes
14 de enero de 1957. En la práctica, les dice, esto nos debe impulsar a
trabajar en el camino de nuestra santidad, significa que debemos ser
perfectamente libres en nuestro interior, y estar en todo momento a disposición
de Dios. Esto es vivir el padrenuestro, poder decir de verdad “Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo”. Es dar a Dios, a través de nuestra
Madre en la alianza de amor, un poder en blanco que pueda “usar” a su voluntad en
toda nuestra vida.
¿Cómo es este
heroísmo para mí como laico, para mí como hombre casado, como mujer casada? Ya
he hablado a menudo sobre esto: tomar en serio el poder en blanco. ¿Qué
entendemos por poder en blanco? En nuestro lenguaje schoenstatiano es siempre
un alto grado de alianza de amor recíproca entre nosotros y la santísima
Virgen.
Extender un
poder en blanco, hacer la alianza de amor a la altura del poder en blanco, es
decir: perfecta disponibilidad mutua. La alianza de amor con la santísima
Virgen es un medio para que estemos completamente a disposición del Padre de
los cielos.
Se trata de una alianza de amor
mutua: ellos, la santísima Virgen y el Padre, cuidan de nosotros, se
comprometen con nosotros. “Ellos dirigen su mirada con especial amor hacia mí
y tejen perfectamente los hilos de mi vida hacia arriba, hasta lo último.”
En este ‘Lunes por la tarde’ el
Padre Kentenich da a los matrimonios algunos consejos para llevar a la práctica
el anhelo de vivir según el poder en blanco. Les invita primero a saber
escuchar: queremos estar a la escucha de lo que Dios quiere de nosotros en
todas las circunstancias de la vida, no estar nerviosos, renunciar
conscientemente a querer procesar todo lo que llega hasta nosotros, renunciar a
ciertas impresiones, para así conseguir una seguridad en el Señor y no en las
cosas que nos rodean. Dejar que Él sea nuestro punto de seguridad, adquirir la
“seguridad del péndulo”, siempre enganchado arriba, siempre sujeto en Dios.
A este escuchar sigue después el
obedecer. Es decir, que cuando hemos reconocido de este modo la voluntad
del Padre, le digo siempre: “Sí, Padre, sí; que se haga siempre tu voluntad, ya
sea que me traiga alegría, sufrimiento o dolor”. Esta será nuestra actitud de
disponibilidad. Con ello le estamos diciendo también que nos puede mandar
cruces y dificultades.
“¿Qué
significa: incluso te pido las cruces y sufrimientos? ¿Qué cruces y
sufrimientos? Aquellos que tú, Padre del cielo, me tengas preparados. Es así:
desde que tenemos el pecado original, podemos decir: «Hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo», pero cuando las cosas se ponen más duras, decimos, a
pesar de todo: hágase mi voluntad en la tierra como en el cielo. Por eso
tenemos que cuidar de que se supere lo que se llama miedo a la cruz y
sufrimiento, una predisposición negativa. El miedo a la cruz y al sufrimiento
es el gran impedimento para el sí que hemos de decir. Y hasta pido superar este
miedo: si tú has previsto para mí una cruz —pero, suponiendo que la hayas
previsto— te pido esa cruz para que llegue a ser interiormente libre para tu
voluntad.”
Si nos empeñamos en este camino de
santidad, será conveniente también llevar un cierto control de nuestras
prácticas de piedad diarias, el así llamado “horario espiritual” por escrito, y
cuidar que nuestras visitas al confesor tengan la periodicidad adecuada. Es la
propuesta del fundador de Schoenstatt a los matrimonios que asisten a sus
charlas semanales.
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Para leer o escuchar el texto de la
charla, haz 'clic' en el siguiente "Enlace":
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