viernes, 10 de enero de 2020

Vivir el "poder en blanco"


Alguno de mis lectores me ha comentado que en nuestros días vivimos también en un ambiente de inseguridad y miedo. No ya por el temor a una guerra, sino por las circunstancias que nos rodean en nuestras sociedades, por las políticas que se implantan y las seguridades vivenciales que se pierden; nuevos tiempos se hacen paso, y nosotros andamos anclados en el ayer, temiéndonos lo peor.

Es aquí adonde nos unimos a los oyentes de estas charlas para escuchar la sabia palabra del Padre Kentenich – hoy la del lunes 14 de enero de 1957. En la práctica, les dice, esto nos debe impulsar a trabajar en el camino de nuestra santidad, significa que debemos ser perfectamente libres en nuestro interior, y estar en todo momento a disposición de Dios. Esto es vivir el padrenuestro, poder decir de verdad “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Es dar a Dios, a través de nuestra Madre en la alianza de amor, un poder en blanco que pueda “usar” a su voluntad en toda nuestra vida.  

¿Cómo es este heroísmo para mí como laico, para mí como hombre casado, como mujer casada? Ya he hablado a menudo sobre esto: tomar en serio el poder en blanco. ¿Qué entendemos por poder en blanco? En nuestro lenguaje schoenstatiano es siempre un alto grado de alianza de amor recíproca entre nosotros y la santísima Virgen.
Extender un poder en blanco, hacer la alianza de amor a la altura del poder en blanco, es decir: perfecta disponibilidad mutua. La alianza de amor con la santísima Virgen es un medio para que estemos completamente a disposición del Padre de los cielos.

Se trata de una alianza de amor mutua: ellos, la santísima Virgen y el Padre, cuidan de nosotros, se comprometen con nosotros. “Ellos dirigen su mirada con especial amor hacia mí y tejen perfectamente los hilos de mi vida hacia arriba, hasta lo último.”

En este ‘Lunes por la tarde’ el Padre Kentenich da a los matrimonios algunos consejos para llevar a la práctica el anhelo de vivir según el poder en blanco. Les invita primero a saber escuchar: queremos estar a la escucha de lo que Dios quiere de nosotros en todas las circunstancias de la vida, no estar nerviosos, renunciar conscientemente a querer procesar todo lo que llega hasta nosotros, renunciar a ciertas impresiones, para así conseguir una seguridad en el Señor y no en las cosas que nos rodean. Dejar que Él sea nuestro punto de seguridad, adquirir la “seguridad del péndulo”, siempre enganchado arriba, siempre sujeto en Dios.

A este escuchar sigue después el obedecer. Es decir, que cuando hemos reconocido de este modo la voluntad del Padre, le digo siempre: “Sí, Padre, sí; que se haga siempre tu voluntad, ya sea que me traiga alegría, sufrimiento o dolor”. Esta será nuestra actitud de disponibilidad. Con ello le estamos diciendo también que nos puede mandar cruces y dificultades.

“¿Qué significa: incluso te pido las cruces y sufrimientos? ¿Qué cruces y sufrimientos? Aquellos que tú, Padre del cielo, me tengas preparados. Es así: desde que tenemos el pecado original, podemos decir: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», pero cuando las cosas se ponen más duras, decimos, a pesar de todo: hágase mi voluntad en la tierra como en el cielo. Por eso tenemos que cuidar de que se supere lo que se llama miedo a la cruz y sufrimiento, una predisposición negativa. El miedo a la cruz y al sufrimiento es el gran impedimento para el sí que hemos de decir. Y hasta pido superar este miedo: si tú has previsto para mí una cruz —pero, suponiendo que la hayas previsto— te pido esa cruz para que llegue a ser interiormente libre para tu voluntad.”

Si nos empeñamos en este camino de santidad, será conveniente también llevar un cierto control de nuestras prácticas de piedad diarias, el así llamado “horario espiritual” por escrito, y cuidar que nuestras visitas al confesor tengan la periodicidad adecuada. Es la propuesta del fundador de Schoenstatt a los matrimonios que asisten a sus charlas semanales.
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