Es verdad que, como les explicaba a los matrimonios
reunidos en este nuevo lunes por la tarde, los hombres de hoy abandonamos la
mayoría de las veces a Dios durante el día, o lo relegamos, en el mejor de los
casos, a la experiencia de la misa dominical.
En el camino de la santidad de la vida diaria debemos aprender
a relacionarnos de forma afectiva y efectiva con el Dios de la vida, con el
Dios de mi vida, y esto de forma continua. ¿Y cómo hacerlo? Tres son las respuestas
que podemos deducir del texto de esta charla:
“Primero, tengo
que contemplar muy a menudo a Dios en la fe; segundo, hablar muy a menudo con
Dios de forma totalmente espontánea y auténtica; y, tercero, ofrecer a Dios por
amor y con espíritu de fe muchos sacrificios.”
Para contemplar a menudo a Dios, debo saber dónde lo
puedo encontrar. Hay un lugar seguro para encontrar a Dios en sí mismo, y es en
la iglesia, en el Sagrario. “La fe me dice
que allá delante, donde está la Hostia, está Dios —y está realmente—. Es decir:
si Él está realmente allí, debo tenerlo también como interlocutor, como
interlocutor viviente frente a mí.”
¿Hemos aprendido a hablar
personalmente con Dios, o sólo sabemos recitar oraciones que otros escribieron
o rezaron primero? Hablar personal y permanentemente con Él, de forma espontánea
y auténtica quiere ser también nuestro camino. “Cuanto más desafectado y
natural, tanto mejor. Es Dios mismo el que me inspira ese hablar en mi
interior. No tengo que imitar cómo lo hace esta o aquella persona.” Allí,
delante del Sagrario, puedo aprender a hablar con Él en el silencio de mi
corazón.
Si he aprendido a que mi corazón sea
el lugar de mi encuentro y contemplación a Dios, no me costará dar un paso más
en esta escuela y aprender a ver a Dios en el corazón de los que me rodean.
Allí está Él y allí me espera. Es el lugar del amor. Son los otros “sagrarios”,
los que están más cerca de mí. Él está en el corazón de los míos.
Una tercera respuesta a la pregunta
de cómo relacionarme con el Dios de mi vida es la de “ofrecer a Dios por
amor y con espíritu de fe muchos sacrificios”. Y aquí nos encontramos con
la posibilidad de “cerrar el círculo” de nuestra reflexión: arriba decíamos que
para caminar con Dios a través del quehacer diario debemos también aprender a
renunciar correctamente a las cosas de este mundo. Renuncia, sacrificio y
ofrenda será entonces una forma destacada y especial de vivir en unión con Dios,
de aspirar a la santidad.
Son numerosas las anécdotas e
historias que el Padre Kentenich cuenta a sus oyentes durante sus charlas.
Quiero terminar hoy mi reflexión con una de ellas, referida a la presencia de
Dios en nuestras vidas:
“Es siempre el
mismo pensamiento: tengo que buscar en todas partes el contacto con Dios. …. Pero
quiero contarles otro pequeño ejemplo. La historia tiene lugar en una casa de
gente de la nobleza.
Según se dice
—por lo menos en Europa— los de la nobleza tienen "sangre azul". Por
eso se enorgullecen de las generaciones pasadas, de sus ancestros, y muchas
veces tienen una "galería de ancestros" en la que pueden verse las
imágenes o retratos de todos sus antepasados.
Por supuesto,
la "sangre azul" no impide que también entre ellos fermenten y se
cuezan sabe Dios qué cosas. En este caso, la jovencita de la casa había
recibido en una ocasión la visita de un joven. Y, como suceden las cosas, de
pronto, en ambos se enciende la pasión. Están sentados en la “galería de los
ancestros”. Ambos se han encendido interiormente de pasión y están realmente a
punto de caer juntos en el pecado. En el último momento, la joven dice de
pronto: ¡No! Tenemos que ir a otra habitación. ¿Qué dirán mis ancestros si ven
lo que hacemos aquí?
Ahora bien: la
profunda consciencia de que Dios está en mí es algo distinto que pensar sólo en
nuestros ancestros. Eso es justamente lo trágico de nuestra vida: Dios está en
todas partes, pero no lo vemos.”
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