viernes, 15 de noviembre de 2019

Elaborar impresiones en diálogo con Dios


En las últimas semanas venimos reflexionando sobre el camino de santidad para los que estamos en el mundo, fuera de los muros de un convento. Lo hacemos con la ayuda de las reflexiones que el Padre José Kentenich hiciera semanalmente a un grupo de matrimonios allá por el año 1956 en Estados Unidos de América.

Hoy nos fijamos con él en aquellas palabras de Pablo a los Romanos, cuando les decía que "para los que aman a Dios, todas las cosas redundan en lo mejor", incluso los sufrimientos, incomprensiones, penas y dificultades. Y lo hacemos pensando también que en el acontecer diario recibimos innumerables impresiones, muchas de las cuales no elaboramos interiormente, llegando a ser un freno para nuestro camino de fe y de esfuerzo por la santidad. Son impresiones no digeridas, es decir, acontecimientos que se han impreso en el alma y en el corazón, y que nos mantienen en constante inquietud.

“Si quieren identificar impresiones especialmente claras, profundas, de gran incidencia en su propia vida, tal vez tengan que pensar en una gran desgracia, por ejemplo, que se me haya arrebatado el honor. ¿Entienden ustedes cómo eso deja una profunda impresión en el corazón?
O supónganse que alguna vez he tenido en mi vida una terrible desgracia, por ejemplo, que he cometido un pecado muy grave y feo. Lo he confesado, está en sí absuelto, pero, a pesar de ello, no está interiormente elaborado.
Hay muchísimas personas que reprimen esto, que lo oprimen hacia abajo, pero que no lo elaboran. Y cuando las impresiones no han sido elaboradas, actúan casi como serpientes que se arrastran durante un tiempo en el subconsciente pero que, de pronto, saltan hacia arriba. ¿Cuál será el efecto? Hay en mí una fuerza misteriosa que me mantiene en constante inquietud.”

Al hablar de estas impresiones no elaboradas, el Padre Kentenich se pregunta por qué hoy día hay tantas personas que están psíquicamente y mentalmente enfermas. “No sólo personas no religiosas, sino también personas profundamente religiosas están a menudo enfermas, psíquicamente enfermas”. Dos pueden ser las causas de esta situación: el sentimiento de culpa y las impresiones no digeridas que se multiplican en nuestra vida subconsciente y que lo desordenan constantemente todo.
Precisamente estas circunstancias deberán ser entonces también el contenido de mi conversación diaria con Dios.

“Reflexionemos: ¿cuántas impresiones se esconden todavía en mí que todavía no he aceptado interiormente, que todavía no he elaborado interiormente? ¿Qué objetivo debo perseguir en esa elaboración? No debo cesar hasta que mi ritmo de vida personal se aquiete en el ritmo de vida de Dios.
¿Qué significa esto, en la práctica? Tengo que extraer lo que se esconde en el acontecimiento, lo que Dios quiere decirme. Por ejemplo, mi hijo se puso a jugar con un arma y, de pronto, se causó una herida a sí mismo. No obstante, una vez más, las cosas salieron bien. Ahora, ¿qué me quiere decir Dios a través de este acontecimiento? ¿Qué quiere decirme? Esa es ahora la pregunta. Si ni siquiera un cabello cae de mi cabeza sin que Dios tenga una intención, con esto que ha sucedido tiene que tener una intención especial. Por eso, no sólo mi cabeza tiene que reflexionar qué pensó Dios con esto, sino que mi corazón tiene que aquietarse en lo que Dios quiere decirme a través de esto a mí y a mi hijo.”

Si es verdad que “para los que aman a Dios, todas las cosas redundan en lo mejor”, mi cabeza y mi corazón se serenarán y reposarán en el ritmo de vida de Dios. Abandonarme en los brazos de Dios, dándole a Él un poder en blanco, en la seguridad de que todo lo que hace y permite redundará en mi bien.

“La pregunta es siempre primero: Dios querido, ¿qué muestras de amor quieres darme a través de aquella desgracia o de aquella alegría? Como ven, se trata de una actitud vigorosa. Y esta actitud no debe tenerla sólo el religioso, el sacerdote: yo también debo tenerla.
Permítanme preguntarles, pues, una vez más —y ésta es la segunda pregunta—: ¿cómo llega el apóstol Pablo a afirmar algo semejante? Porque está convencido de la sabiduría paterna de Dios, de la bondad paterna de Dios, y tercero, de la omnipotencia paterna de Dios."

La sabiduría de Dios sabe muy bien cómo soy, sabe para lo que me ha creado, y sabe bien como actúa en mí esto o aquello. Y si lo sabe, su bondad paterna y su omnipotencia actuarán en consecuencia. Venga lo que venga, yo creeré que Dios es padre, que Dios es bueno y que bueno es todo lo que él hace. Nuestra tarea será siempre la de renovar diariamente nuestra entrega y hacer que cada acto de mi vida diaria dependa de Dios.
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