viernes, 7 de febrero de 2025

CRECER INTERIORMENTE. ESCRIBIR EL LIBRO DE LA PROPIA VIDA

1. Abrimos el libro de nuestra vida

Queremos arrojar una mirada al libro de nuestra vida. ¿Qué entendemos […] por dicho libro? [Es el libro que contiene] todas las vivencias de nuestra vida pasada. […] Pienso que ahora debería presentarles tres pensamientos y alentarlos a reflexionar un poco por su propia cuenta al respecto. […]

1. Una mirada al pasado. [Arrojo una mirada al libro de mi vida y] dejo que [los acontecimientos de] la historia de mi vida vaya pasando por mi entendimiento. […]

2. Una mirada al plan de Dios. Si arrojo una mirada al libro de mi vida con suficiente reflexión se me aclarará el plan de vida que Dios tiene y ha tenido de mí. Así pues, el libro de mi vida tiene que ver con la historia de mi vida y con el plan de vida que el Dios eterno tiene de mi vida.

3. Una mirada al futuro. Si arrojo una mirada al libro de la vida del pasado, estaré predispuesto a organizarme con un cierto orden el libro de la vida para el futuro. […]

Mirada al pasado. Mi infancia. Si la mirada retrospectiva se remonta al pasado lejano, por ejemplo, a mi más temprana infancia, es natural que, primero, constate muy rápidamente cómo se dio la historia de mi vida en los años de mi juventud y de mi niñez y cómo fue esa historia más tarde.

Antes del casamiento. Cuando éramos jóvenes, ¡vaya que teníamos castillos en el aire! ¡Qué grandes llegaremos a ser en el futuro! O, cuando estábamos a punto de casarnos: ¡cuánta felicidad y dicha!, ¡cuánta alegría y júbilo esperábamos de la convivencia con el esposo, con la esposa y con los hijos!

En años posteriores. Cuando nos hicimos mayores, nos volvimos naturalmente mucho más tranquilos en nuestras expectativas, vimos la vida de forma más realista.

Razones para dar gracias. Y si arrojamos una vez más una mirada al pasado, […] tendremos muchísimas razones para dar gracias de corazón por todo lo que […] hemos vivido y experimentado en nuestra familia. […]

¡De muchas desgracias hemos sido preservados! […]

Y una vez que Dios nos ha regalado tantos hijos y los hemos aceptado, no [debemos] perder de vista qué gran cosa es que todos nosotros podamos existir, podamos vivir, podamos seguir existiendo económicamente.

Y si pensamos en nuestros hijos: […] ¡De cuántos peligros se han visto preservados! […] ¡Cómo han crecido, han seguido estando sanos, se han impuesto, han adelantado en sus estudios, están en camino de construir una existencia propia! Han crecido rectamente, han seguido gozando de buena salud. […] Son todas cosas que solemos considerar evidentes, pero que no lo son.

El sufrimiento en nuestra vida. Por supuesto, si miramos de ese modo hacia el pasado, si pasamos revista al libro de nuestra vida y abrimos página tras página, no olvidamos que en el libro se registra también muchísima cruz y sufrimiento de la más distinta índole. […] Puede ser sufrimiento corporal, o que nos hayamos decepcionado uno del otro o de nuestros hijos. […] [Hay una frase que dice:] Hijos pequeños, preocupaciones pequeñas; hijos grandes, preocupaciones grandes. […]

Cuando los hijos ya son adultos y están ya fuera de nuestras manos, de modo que ya no tenemos más influencia de tipo religioso en ellos, sigue en pie la fuerte confianza en que la santísima Virgen […] continuará ayudando a nuestros hijos, varones y mujeres, también en tiempos difíciles, en tiempos de crisis.

J. Kentenich, 30.12.1963, en Am Montagabend, t. 29, 185-197

  

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