1. Abrimos el libro de nuestra vida
Queremos arrojar una mirada al libro de nuestra vida.
¿Qué entendemos […] por dicho libro? [Es el libro que contiene] todas las
vivencias de nuestra vida pasada. […] Pienso que ahora debería presentarles
tres pensamientos y alentarlos a reflexionar un poco por su propia cuenta al
respecto. […]
1. Una mirada al pasado.
[Arrojo una mirada al libro de mi vida y] dejo que [los acontecimientos de] la
historia de mi vida vaya pasando por mi entendimiento. […]
2. Una mirada al plan de
Dios. Si arrojo una mirada al libro de mi vida con suficiente reflexión se me
aclarará el plan de vida que Dios tiene y ha tenido de mí. Así pues, el libro
de mi vida tiene que ver con la historia de mi vida y con el plan de vida que
el Dios eterno tiene de mi vida.
3. Una mirada al futuro. Si
arrojo una mirada al libro de la vida del pasado, estaré predispuesto a
organizarme con un cierto orden el libro de la vida para el futuro. […]
Mirada al pasado. Mi infancia. Si
la mirada retrospectiva se remonta al pasado lejano, por ejemplo, a mi más
temprana infancia, es natural que, primero, constate muy rápidamente cómo se
dio la historia de mi vida en los años de mi juventud y de mi niñez y cómo fue
esa historia más tarde.
Antes del casamiento.
Cuando éramos jóvenes, ¡vaya que teníamos castillos en el aire! ¡Qué grandes
llegaremos a ser en el futuro! O, cuando estábamos a punto de casarnos: ¡cuánta
felicidad y dicha!, ¡cuánta alegría y júbilo esperábamos de la convivencia con
el esposo, con la esposa y con los hijos!
En años posteriores.
Cuando nos hicimos mayores, nos volvimos naturalmente mucho más tranquilos en
nuestras expectativas, vimos la vida de forma más realista.
Razones para dar gracias. Y
si arrojamos una vez más una mirada al pasado, […] tendremos muchísimas razones
para dar gracias de corazón por todo lo que […] hemos vivido y experimentado en
nuestra familia. […]
¡De muchas desgracias hemos sido preservados! […]
Y una vez que Dios nos ha regalado tantos hijos y los
hemos aceptado, no [debemos] perder de vista qué gran cosa es que todos
nosotros podamos existir, podamos vivir, podamos seguir existiendo
económicamente.
Y si pensamos en nuestros hijos: […] ¡De cuántos peligros
se han visto preservados! […] ¡Cómo han crecido, han seguido estando sanos, se
han impuesto, han adelantado en sus estudios, están en camino de construir una
existencia propia! Han crecido rectamente, han seguido gozando de buena salud.
[…] Son todas cosas que solemos considerar evidentes, pero que no lo son.
El sufrimiento en nuestra vida.
Por supuesto, si miramos de ese modo hacia el pasado, si pasamos revista al
libro de nuestra vida y abrimos página tras página, no olvidamos que en el
libro se registra también muchísima cruz y sufrimiento de la más distinta
índole. […] Puede ser sufrimiento corporal, o que nos hayamos decepcionado uno
del otro o de nuestros hijos. […] [Hay una frase que dice:] Hijos pequeños,
preocupaciones pequeñas; hijos grandes, preocupaciones grandes. […]
Cuando los hijos ya son adultos y están ya fuera de
nuestras manos, de modo que ya no tenemos más influencia de tipo religioso en
ellos, sigue en pie la fuerte confianza en que la santísima Virgen […]
continuará ayudando a nuestros hijos, varones y mujeres, también en tiempos
difíciles, en tiempos de crisis.
J. Kentenich, 30.12.1963, en Am Montagabend, t.
29, 185-197
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