En la semana pasada ofrecimos un texto del Padre Fundador sobre la
necesidad de liberar el alma de todas las cosas que la oprimen. Hoy añadimos
textos que complementan lo hasta ahora publicado.
Dejar que entre en juego el auténtico yo.
Por lo demás, cuando se trata de cosas prácticas, suelo
decir, haciendo uso de una imagen sencilla: distingan, por favor, en su propia
vida anímica, allá en el fondo, en el rincón más recóndito, al pequeño Moisés,
que se encuentra en la cestilla de juncos. El pequeño Moisés es el verdadero
yo. Si me quiero educar, debo educar a ese pequeño ser, al pequeño Moisés, allá
abajo, que necesita aún del biberón, y no al hombre adherido. A veces digo ‒pero en esto exagero también un poco‒:
el yo que arrastró
conmigo y que manifiesto hacia fuera es, exagerando un poco, un «muslo de rana
galvanizado». Es decir, […] no brota de la fuente prístina de mi yo. Está
adherido, y siempre se le adhieren más y más cosas. En realidad, el pequeño
Moisés debería ahogarse bien pronto allá en el fondo, con tanta cosa adherida,
sea de tipo religioso o ético.
J. Kentenich, 25.07.1966, en Ein Durchblick in Texten, t.
1, 167
Aceptarme y conquistarme a mí mismo.
Si me permiten que utilice una comparación sencilla,
quisiera decir lo siguiente: tenemos que distinguir entre un yo adherido y el
yo originario. Quisiera comparar el yo originario con el pequeño Moisés que
yace en la cestilla de juncos. Nuestro yo natural, espontáneo, tal como Dios lo
ha depositado como fundamento en nosotros y tal como él quiere verlo realizado,
es pequeño e insignificante en grado sumo, está alojado abajo, en la vida
inconsciente del alma, como en una cestilla de juncos. En realidad, lo que vive
en nosotros, lo que emana de nosotros, también cuando somos adultos, es mucho
menos ese yo que un misterioso «ello». Ni siquiera puedo decir que sea un
misterioso «tú»: [no,] es un misterioso «ello». Es el yo adherido. Y con ese yo
artificialmente adherido renunciamos a la borboteante fuente de fuerzas
creadoras propia de la ley natural. No en vano se lamenta la carencia de
originalidades en la vida cristiana actual. ¡Queremos conquistar nuestro
verdadero yo!
J. Kentenich, 12.12.1966, en Exerzitien für
Schönstattpriester
Experimentar el amor misericordioso de Dios.
Tómense el tiempo ‒si
me permiten decirlo de este modo‒
para componerse una letanía de
la misericordia. ¡Una
letanía de la misericordia, y no una letanía de pobre pecador! Ya veré cómo
la letanía de misericordia se convertirá en una letanía de pobre pecador: te agradezco por
esto y por esto y por esto. Pero no debemos hacerlo de forma fugaz, mecánica, sino adentrarnos en ello con el
sentimiento, con la vida, para que nuestro sentimiento de vida se vea
transformado, para que adquiramos con fuerza la consciencia de que soy la
pupila de los ojos de Dios. ¡No me contesten que eso me hace orgulloso! ¡Eso me
hace humilde! Soy la pupila de los ojos de Dios. ¡Verán qué fuerzas se
despiertan en ustedes, fuerzas sanas! […]
J. Kentenich, 11.10.1934, en Exerzitien für
Schönstattpriester in der Marienau, 16
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