viernes, 28 de febrero de 2025

ACEPTARME Y CONQUISTARME

 

En la semana pasada ofrecimos un texto del Padre Fundador sobre la necesidad de liberar el alma de todas las cosas que la oprimen. Hoy añadimos textos que complementan lo hasta ahora publicado.

Dejar que entre en juego el auténtico yo.

Por lo demás, cuando se trata de cosas prácticas, suelo decir, haciendo uso de una imagen sencilla: distingan, por favor, en su propia vida anímica, allá en el fondo, en el rincón más recóndito, al pequeño Moisés, que se encuentra en la cestilla de juncos. El pequeño Moisés es el verdadero yo. Si me quiero educar, debo educar a ese pequeño ser, al pequeño Moisés, allá abajo, que necesita aún del biberón, y no al hombre adherido. A veces digo pero en esto exagero también un poco: el yo que arrastró conmigo y que manifiesto hacia fuera es, exagerando un poco, un «muslo de rana galvanizado». Es decir, […] no brota de la fuente prístina de mi yo. Está adherido, y siempre se le adhieren más y más cosas. En realidad, el pequeño Moisés debería ahogarse bien pronto allá en el fondo, con tanta cosa adherida, sea de tipo religioso o ético.

J. Kentenich, 25.07.1966, en Ein Durchblick in Texten, t. 1, 167

Aceptarme y conquistarme a mí mismo.

Si me permiten que utilice una comparación sencilla, quisiera decir lo siguiente: tenemos que distinguir entre un yo adherido y el yo originario. Quisiera comparar el yo originario con el pequeño Moisés que yace en la cestilla de juncos. Nuestro yo natural, espontáneo, tal como Dios lo ha depositado como fundamento en nosotros y tal como él quiere verlo realizado, es pequeño e insignificante en grado sumo, está alojado abajo, en la vida inconsciente del alma, como en una cestilla de juncos. En realidad, lo que vive en nosotros, lo que emana de nosotros, también cuando somos adultos, es mucho menos ese yo que un misterioso «ello». Ni siquiera puedo decir que sea un misterioso «tú»: [no,] es un misterioso «ello». Es el yo adherido. Y con ese yo artificialmente adherido renunciamos a la borboteante fuente de fuerzas creadoras propia de la ley natural. No en vano se lamenta la carencia de originalidades en la vida cristiana actual. ¡Queremos conquistar nuestro verdadero yo!

J. Kentenich, 12.12.1966, en Exerzitien für Schönstattpriester

Experimentar el amor misericordioso de Dios.

Tómense el tiempo si me permiten decirlo de este modo para componerse una letanía de la misericordia. ¡Una letanía de la misericordia, y no una letanía de pobre pecador! Ya veré cómo la letanía de misericordia se convertirá en una letanía de pobre pecador: te agradezco por esto y por esto y por esto. Pero no debemos hacerlo de forma fugaz, mecánica, sino adentrarnos en ello con el sentimiento, con la vida, para que nuestro sentimiento de vida se vea transformado, para que adquiramos con fuerza la consciencia de que soy la pupila de los ojos de Dios. ¡No me contesten que eso me hace orgulloso! ¡Eso me hace humilde! Soy la pupila de los ojos de Dios. ¡Verán qué fuerzas se despiertan en ustedes, fuerzas sanas! […]

J. Kentenich, 11.10.1934, en Exerzitien für Schönstattpriester in der Marienau, 16

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