Elaborar lo que hasta ahora hemos reprimido.
Me permitirán, tal vez, que reitere otro pensamiento que
ya dije anteriormente. […] El suspirar a Dios, lanzar un suspiro. La psicología
moderna nos dice que, a la larga, el ser humano no puede elaborar todas las
impresiones que absorbe. […] La vida actual nos ha arrojado a los hombres de
hoy enormes cantidades de impresiones al corazón, y, por lo común, no podemos
con ellas. Y entonces, muchas veces hacemos de la necesidad virtud.
Permítanme que utilice una imagen. Entonces vamos y
cerramos el grifo. ¿Comprenden lo que significa? Ya no puedo absorber más
impresiones, cierro [el grifo]. Pero entonces me encrudezco. Y hoy en día es
una prueba de maestría tanto en la autoeducación como en la educación ajena,
procurar que las personas elaboren las impresiones interiores. […]
Patalear y quejarse.
Por eso es importante que aprendamos también a expresar
en nuestra vida afectiva frente a Dios aquello que nos oprime el corazón. ¿No
es acaso mucho mejor […], por ejemplo, plantarse frente a Dios y patalear? Él
no lo toma a mal. Él mira el corazón. Eso produce un grito filial, y el grito
filial es el acto más elevado de la filialidad. También [lo es] quejarse
filialmente. […]
Si yo lograra distenderme frente a Dios también en mi
vida afectiva no necesitaré reñir tanto a la gente. Entonces no sería el
crítico empedernido [que soy]. En Dios todas esas cosas no son [tan] malas. Él
detecta el ánimo noble que hay detrás.
Y, por el otro lado, no deben pensar que ustedes son
todos de acero y hierro. Eso no funciona: no somos así. Durante un tiempo puedo
tragarme las cosas, pero a todos nos llega alguna vez el momento en que
decimos: o ahora me quiebro o abro de vuelta los grifos y dejo que corra. Solo
tiene que haber alguien que recoja el líquido. Y Dios lo recibe gustoso. Solo
debemos tener el coraje de volver a ser sencillos frente a Dios. Es decir: «Si
no os hacéis como niños» (Mt 18,3).
J. Kentenich, 1952, en Ein
Durchblick in Texten, t. 1, 194 s.
No matar las mociones sanas de los sentimientos.
Tenemos que aprender a ser hombres. Y podemos decir:
primeramente hombre, luego cristiano, y luego hombre pleno. [Como hombres
religiosos] nos educamos para no aplastar los afectos naturales sanos. Esto es
lo más importante. Y al hombre actual, que es tan vulnerable, debemos
protegerlo y preservarlo de innecesarios sentimientos de presión. Cuántos
estados depresivos hay en la actualidad que provienen en gran parte de haber
aplastado una condición humana que, en realidad, debe ser perfeccionada y
ennoblecida, elevada por la gracia al orden sobrenatural. […]
[Tenemos que cuidarnos de no encrudecernos en nuestros
sentimientos a fuerza de intelectualismo. […] Tienen que aceptar […] lo humano
y no pensar, por ejemplo, que, cuando la naturaleza expresa su sufrimiento, es
eso mismo lo que está queriendo la voluntad. […] Pueden muy bien coexistir
ambas cosas: el grito de la naturaleza, por un lado, y un muy profundo anclaje
en Dios [por el otro]. Ya lo han visto en el Señor. […] No fue como si el Señor
se hubiese lamentado por largo tiempo, para decir, después: en fin, me rindo.
Siempre se daban ambas cosas en forma simultánea: entrega a la voluntad del
Padre, pero también el grito de la naturaleza.
J. Kentenich, 1963, en Ein Durchblick in Texten,
t. 1, 190 ss.
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