viernes, 2 de agosto de 2024

¿Me quieres? PEDAGOGÍA DE VINCULACIONES

El ser humano tiene que decir «tú».

En un tiempo de relaciones inseguras, que desarraiga psíquicamente a la persona y la deja sin hogar, hay que aprender a brindar amor y estima.

Está en la naturaleza del ser humano aspirar desde dentro a la vinculación, a la vinculación a personas. El tiempo actual ya no sabe de eso, conoce la masificación de la personalidad, pero no la vinculación personal querida por Dios. Recuerden, por favor, que el ser humano está estructurado de tal modo que solo encuentra su plenitud en la entrega a una persona. Solo en la entrega a un tú personal se hace pleno el ser humano. Por supuesto, el Dios viviente ha cuidado de que, según la ley de transferencia, los seres humanos no deban vincularse solamente a él, [sino] que hasta deban vincularse a sus representantes. ¡Vinculación personal! Nosotros hemos representado toda una psicología de las vinculaciones. Quiero decir: los tesoros que Dios nos ha regalado y ha depositado en nuestro regazo hemos de reconocerlos con gratitud y anunciarlos al mundo. Tenemos que luchar por esa vinculación personal, por una cierta «pedagogía personal».

En realidad, Don Bosco vio correctamente esta vinculación personal. Él estaba convencido de que, entonces, tenemos el educador correcto, el método de educación correcto. Los educadores son amantes que no dejan nunca de amar. Podré ser interiormente todo lo agudo que quiera, la agudeza de vida puede hacer que todo un mundo se asombre, pero solo educaré en la medida en que ame realmente a mis seguidores y esté dispuesto, en el amor, a regalarme desinteresadamente.

J. Kentenich, 17.10.1946, en Krönungswoche, 167 s.

Queremos regalarnos mutuamente un lugar en el corazón. Por último, no deben olvidar lo que en el pasado les dije tan a menudo: no hay en el mundo lugar más hermoso que el corazón de un ser humano noble, íntimamente compenetrado de Dios. […] Procuren que su corazón llegue a ser cada vez más noble, más puro, más fuerte, más íntimamente compenetrado de Dios. […]

J. Kentenich, 25.12.1941, en Karmelbriefe, 24

La educación solo es posible en la medida en que se ha establecido una vinculación interior.

J. Kentenich, 28 al 31.05.1931, en Ethos und Ideal in der Erziehung, 117

 

Donde no se dé este afecto personal, cordial, se podrá ser un caudillo, pero no existe una relación personal. De modo que tenemos que mantener una relación cordial, personal y de afecto también hacia las personas de nuestros seguidores.

J. Kentenich, 28 al 31.05.1931, en Ethos und Ideal in der Erziehung, 148

Los educadores son amantes que no dejan nunca de amar.

J. Kentenich

 

Amor vigoroso. Donde solo hay bondad y esa bondad se convierte en blandura, no existe nada vigoroso. En ese caso podrán hacer lo que quieran, que nunca habrá una consciencia de cobijamiento.

J. Kentenich, 28 al 31.05.1931, en Ethos und Ideal in der Erziehung, 118

 

Amor cálido. Peter Dörfler, un escritor popular alemán, relata sobre su juventud. Su padre era granjero. Tenían una granja grande y podían tener un buen pasar. Él estudió, quería ser sacerdote. Y cuando venía de vacaciones, era evidente que colaborara mucho en casa. […] El padre era un auténtico padre. Después [de las vacaciones] le dijo el padre: dime, muchacho: ¿cuánto necesitas para el próximo semestre? Y extrajo su cartera. El joven se dijo: ahora he visto de nuevo cuánto tienen que trabajar y afanarse mis padres día y noche. […]

Más adelante, siendo el joven ya sacerdote, recordó hasta su vejez la imagen de las encallecidas manos de su padre. […] A pesar de que en aquella ocasión el padre estaba en la flor de sus años, sus manos temblaban. Después le entregó el dinero.

¿Cómo son unas manos de padre? Son manos que cuidan vigorosamente, manos de bondad paternal. ¿Dónde se muestra esa bondad? No le daba largos sermones morales, sino que conocía a su muchacho: lo que necesita, ha de tenerlo. ¿Por qué temblaban sus manos? Era su cálido amor al muchacho y a la vocación del muchacho.

J. Kentenich, 19.06.1961, en Am Montagabend, t. 21, 227 s.

 

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