viernes, 26 de julio de 2024

¿Confías en mí, en mi capacidad? PEDAGOGÍA DE CONFIANZA

Tener confianza en el educando, confiarle cosas, confiar en su capacidad de alcanzar logros.

La confianza en el sentido de la pedagogía de confianza del padre Kentenich designa:

1) la confianza en lo bueno que hay en la persona y en su tarea única e irrepetible

tanto en el educando

como en el educador;

2) la confianza en el crecimiento, que se produce en virtud de leyes y constantes propias; dadas las correspondientes condiciones, a lo largo de ese proceso surgirá espontáneamente algo;

3) la confianza en la conducción de Dios: él puede escribir recto también en renglones torcidos.

 

Promover talentos. La meta de la pedagogía de confianza es descubrir y llevar a su madurez los talentos depositados en el educando. Si Dios ha depositado una capacidad en la persona, en la verdadera maternidad [o paternidad] todo impulsará a llevar dicha capacidad a su madurez, aunque más tarde la persona en cuestión me supere.

No hay absolutamente nada más grande en la educación que ver que aquellos a quienes he educado están parados sobre mis hombros. Yo mismo he pasado a ser superfluo. […]

Creer en lo bueno que hay en el otro a pesar de las decepciones. Queremos mantener la fe en lo bueno que hay en la persona. Queremos hacerlo, en primer lugar, a pesar de las innumerables decepciones; y, en segundo lugar, aunque haya que constatar toda una cantidad de errores. Como psicólogo tengo que decirme que tales errores en la edad juvenil no son siempre tan peligrosos. […]

Dejar que cometan tonterías. Dejar que los hombres cometan tonterías, no malgastar la última autoridad propia. Sin duda, tengo que preservar a la persona joven de desaciertos, pero puedo permitir tonterías y descarríos. Lo único que no debo permitir son aquellas tonterías de las que sé que, si ocurren, la persona se deslizará rápidamente pendiente abajo. ¿No fue acaso así cuando nuestros padres nos dijeron esto o aquello? Pero no les creímos hasta que nosotros mismos lo experimentamos. En cualquier caso, pienso que ustedes no deberían considerar interiormente tan malos este tipo de descarríos. Exteriormente, en atención a la disciplina, habrá que intervenir; pero interiormente no ponerse tan furiosos. […]

No ahorrarles nunca las luchas. Por último: hemos de creer en lo bueno que hay en la persona también cuando las luchas se hacen más intensas y continúan siéndolo. Y permítanme agregar algo más: ¡no les ahorremos nunca las luchas a nuestros hijos! Si empezamos con eso, los educamos a todos a la dependencia e inmadurez. Y les aseguro que si les ahorran las luchas a aquellos que les han sido confiados sea que les resuelvan rápidamente las dificultades o que les ahorren las luchas haciendo pesar en la balanza, aun sin quererlo, el mayor peso de su personalidad la consecuencia será que un ser humano honesto dará gracias de rodillas a Dios cuando ustedes hayan desaparecido del mapa, cuando hayan muerto. [] Procuren que cada cual libre por sí solo sus luchas y batallas.

Digo, por cierto: quiero saberlo todo. Pero ¿intervenir? Ni se me ocurre. Yo no intervengo. Que tengan tranquilos sus tropiezos, con tal que no caigan muy abajo. De otro modo, no llegarán a ser personalidades vigorosas. De otro modo, no estaremos educando para la vida, estaremos educando muñecos, pero no seres humanos que están insertos en la vida.

J. Kentenich, 28 al 31.05.1931, en Ethos und Ideal in der Erziehung, 238 ss.

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