En el niño pequeño. ¡Qué hermoso es cuando, como padre o como madre, tengo delante a mi hijo! Puedo imaginarme bien cómo la madre en casa estudia todo el día a su hijo. No que esté sentada en un rincón y no haga nada más: tiene que trabajar, está claro. Pero absorbe en sí al niño. Observa cada pequeño detalle. Es el estudio más elevado e interesante. ¿Por qué? En mi hijo me estudio a mí misma y descubro las mismas predisposiciones. Me pregunto: ¿qué tienes que hacer tú para superar eso, para que el hijo lo aprenda de ti? Por eso, mi hijo es la mayor escuela del carácter. […]
Cuando el padre llega a casa, tal vez se siente en el
rincón y piense: dejadme en paz, ya he tenido suficiente faena. Alguna vez
puede hacerlo, […] ¡pero no debe ser siempre así! […] El padre pide que le
cuenten todo lo que ha hecho el pequeño durante el día. Cada pequeñez, cada
suspiro le interesa y es objeto de estudio. Esto mismo lo hace todo padre de
forma instintiva, no reflexiva. Quiere absorberlo en sí. […]
J. Kentenich,
29.03.1953, en Familie - Dienst am Leben, 143 s.
Acompañar el crecimiento. Ahora tienen que pensar cómo los hijos mantienen unida la vida de la
familia. Por ejemplo, cuando el padre y la madre están sentados juntos y
reflexionan: ¿cómo van las cosas con el pequeño? ¿Crece? ¿Aumenta de peso? No
tenemos que limitarnos a preguntar si tiene ojos sanos y mejillas rechonchas;
tenemos que interesarnos también acerca de cómo es el carácter. De pronto
descubrimos, tal vez, que es goloso o mentiroso. Como padres nos preguntamos:
¿cómo es que el niño ha adquirido esta terquedad y esta ira? El padre dice: «La
niña lo tiene de ti». Y la mujer dice: «El muchacho lo tiene de ti». No tiene
por qué ser justamente en esa medida. Pero, en fin: ahora [los padres] son una
comunidad de educación. […]
Ahora bien, como es natural, a los padres se les
plantea la pregunta: ¿qué hacemos ahora con el niño cuando descubrimos sus
malas costumbres? […] Allí comienza la autoeducación. Primero tengo que
disciplinarme a mí mismo. Después puedo pensar qué puedo hacer ahora con el
niño para que se supere esta o aquella mala costumbre.
J. Kentenich,
29.03.1953, en Familie - Dienst am Leben, 144
Crecimiento gracias al amor. Un hijo quiere sentirse acogido […] no quiere saberse nunca echado del
corazón de papá y mamá. Sin duda: no echado, ante todo, del corazón de la
madre, pero tampoco del corazón del padre. De modo que el hijo quiere ser
acogido. Quiere ser aceptado, confirmado, por sí mismo, no por alguna buena
cualidad.
Tarea de la madre en la educación. Si la madre quiere al niño porque es bello, porque es hábil, porque es
inteligente, […], seguramente, eso podrá aportar todavía un poco a que yo
quiera a mi hijo. […] Pero el hijo quiere ser aceptado y acogido por de sí
mismo. Y eso es lo peculiar en una madre. Un hijo podrá ser feo, pero para la
madre no hay hijo más hermoso que el suyo, aunque sea feo. Justamente porque es
su hijo.
A menudo un hijo tiene que decir: como mi hermana
tiene mejores cualidades, mi madre quiere más a esa hija. Tendría que ser a la
inversa. El hijo que tiene cualidades menos buenas debería y querría ser tanto
más acogido por la madre.
Este es el núcleo, es lo que importa. Ser aceptado,
acogido y confirmado con mi modo de ser, tal como soy, por mí mismo, esa es la
pieza de maestría de la educación. Ser madre significa también dar amor y
despertar amor.
J. Kentenich, 10.05.1953, en Familie
- Dienst am Leben, 197 s.
Crecimiento gracias a un trabajo de jardinería. - La tarea de la madre en la educación.
Ser madre significa también ser jardinera, hacer
trabajo de jardinería. ¿Qué quiere decir esto? Trabajo de descuajo y de
cuidado. Es una tarea de jardinero.
Ser madre significa también ser constantemente lugar
de refugio para otros; regalarles un hogar a los hijos y al esposo.
J. Kentenich,
10.05.1953, en Familie - Dienst am Leben, 199
Crecimiento gracias al interés y la intervención. - La tarea del padre en la educación.
No sería correcto decir, como padre: «Quiero
esforzarme por ganar dinero y ser competente en mi profesión, actuar también en
política, pero en mi familia dejo el cetro a la madre. Cuando estoy en casa,
los niños deben dejarme en paz. Allí quiero estar tranquilo».
No: a pesar de la competencia profesional, a pesar de
la necesidad de ganar dinero, a pesar de la actividad política, el ámbito
principal de mi actividad paterna tiene que ser siempre la familia. […] Yo
intervengo en la educación de mis hijos. De otro modo, al final no soy nada más
que el proveedor de pan, pero no el padre. En tal caso, no estaré «adoptando»
de alguna manera nuevamente a los hijos, es decir, no los engendro nuevamente,
sino que me limito a procurar que tengan algo que comer. Pero lo más íntimo de
los hijos no será tocado por la autoridad paterna. Por eso, más tarde en la
vida no saben mantenerse firmes.
J. Kentenich,
18.01.1953, en Familie - Dienst am Leben, 30
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