En un tiempo en que la fe en Dios parece esfumarse, la pedagogía de alianza posibilita una nueva relación con el cielo.
Ahora te
toca a ti.
El verdadero educador tiene que estar totalmente
arraigado en el mundo de la fe.
J. Kentenich
Si no me equivoco, todos ustedes tienen un interés muy
especial en sus hijos, en su propia carne y sangre. Por un lado, estamos
desvalidos frente al desarrollo de nuestros hijos. Por el otro, hay
innumerables coeducadores, que son varias veces más fuertes que nosotros.
Piensen cuántos coeducadores hay hoy. Podrá ser la escuela, la radio, la
televisión, el deporte, los amigos, la atmósfera pública. […] ¡Fíjense qué gran
potencia es esa! Y ahí estamos nosotros, solos frente a esa gran potencia.
Ya quisiera yo conocer a aquel que tome en serio esto y
no utilice todos los medios para sellar una alianza con el mundo trascendente.
Por eso considero como algo evidente que queramos hacer valer nuestras
exigencias de amor ante la santísima Virgen especialmente en el sentido de que
ella tome en sus manos a nuestros hijos y continúe la educación cuando nosotros
nos vemos desvalidos.
J. Kentenich, 07.05.1956, en Am Montagabend, t. 2.
150 s.
¡Es
asunto tuyo!
Si tengo todavía hijos relativamente pequeños sigo
teniendo aún bastante influencia en ellos por el lado religioso. Pero si los
hijos ya son mayores, son a menudo muy susceptibles cuando queremos influir en
ellos religiosamente. Entonces tenemos que retener esto: yo invoco mi alianza
de amor con la santísima Virgen. Pienso que no podría inculcarles con
suficiente frecuencia que la alianza es una realidad, una verdadera realidad.
Es decir, la santísima Virgen ha asumido realmente la responsabilidad por todos
mis intereses. Por ejemplo: ahora ya no puedo influir suficientemente en mis
hijos en cuanto a lo religioso. Entonces tengo que decírselo también a ella y
¡tirar de su delantal! ¿Qué tengo que decirle, entonces? «¡Es asunto tuyo, es
asunto tuyo! ¡Tienes que hacerlo tú!»
J. Kentenich,
15.05.1961, en Am Montagabend, t. 21, 102
Ascender
hasta el corazón de Dios.
El pequeño corazón humano es tan grande, tan inmensamente
grande, que no está nunca del todo satisfecho con la entrega a un ser humano, y
aunque fuese el más noble. ¡Con los hombres y más allá de las debilidades
humanas, ascender hasta el corazón de Dios!
¡Nos hacemos superfluos en todo, por lo menos en cuanto a
la actitud! ¿Cómo lo hago? ¿Cómo actúa eso? Tan pronto como noto que alguien
puede andar solo, me retiro. Tiene que andar solo. […] Entonces tranquilamente
puedo hacer experimentos y ver si tropieza. Y si tropieza, veo si puede
levantarse de nuevo solo. Y entonces dejo tranquilamente que se levante solo.
Ni pestañeo. En cualquier caso, tienen que hacerse superfluos. Si quieren no
llegar nunca a ser superfluos tienen que hacerse siempre superfluos.
Por eso, primero: tan pronto como note que alguien puede
andar solo, retirarse conscientemente. Es preferible hacerlo demasiado pronto
que comenzar demasiado tarde a hacerlo.
Segundo ‒y
esto también es
esencial‒: nunca hacer algo por ganarse el favor
del educando.
J. Kentenich, 28 al 31.05.1931, en Ethos und Ideal in der Erziehung, 245 s.
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